Capítulo nueve

REVOLUCIÓN  

 ¿QUÉ CONVIRTIÓ A LOS TRADUCTORES EN
TRANSFORMADORES DEL MUNDO?

Guillermo Tyndale (1492–1536) no debería haberse sorprendido, pero se sorprendió. El obispo Tunstall había quemado copias de su Nuevo Testamento, el primer esfuerzo habido de imprimir la Biblia en inglés.* El obispo no actuó impulsivamente. El 24 de octubre de 1526 predicó su primer sermón en contra del Nuevo Testamento de Tyndale en la imponente catedral de San Pablo en Londres.** Luego presidió la quema pública de la Biblia. Después, a mediados de 1529, compró toda la existencia disponible en Amberes, al otro lado del canal de la Mancha, para quemar Biblias en una fogata más grande. Poco después, el obispo de Cambrai presidió el juicio contra Tyndale, lo cual resultó en la quema del mismo traductor de la Biblia.

La ferocidad de esta oposición no debería haber sorprendido a Tyndale, porque los obispos Fisher y Wolsey ya habían quemado el Nuevo Testamento alemán de Martín Lutero importado a Inglaterra. Quemas similares habían tenido lugar en Europa continental, donde Tyndale se escondía como fugitivo, negándose a arrepentirse de coincidir con las opiniones del hereje Martín Lutero.

¿Su crimen? Lo estrangularon y quemaron como hereje, aunque también fue culpable de salir de Inglaterra sin permiso y traducir ilegalmente la Biblia al inglés. Las «Constituciones de [el arzobispo] Arundale» habían proscrito la traducción de la Biblia al inglés en 1408 en respuesta al trabajo anterior de Juan Wycliffe (1330–84) y sus compañeros en Oxford.

Tyndale sabía que los obispos ingleses habían estado quemando todos los manuscritos y fragmentos disponibles de la Biblia de Wycliffe durante más de un siglo. Los obispos también habían estado quemando vivos a quienes poseían incluso fragmentos de esos ejemplares. Tener en posesión unas pocas páginas de una Biblia en inglés era evidencia* de que uno era un lolardo, o seguidor de Juan Wycliffe. Aquel distinguido profesor de Oxford había sido declarado «hereje» póstumamente en el concilio de Constanza en 1417. Se exhumaron sus huesos del cementerio y los quemaron, y las cenizas se arrojaron al río Avon.

¿Por qué los obispos quemaban Biblias, a los traductores de la Biblia y a los que compraban la Biblia?

La acusación de «herejía» era un auténtico comodín para tapar los fallos del sistema. Se quemaba la Biblia porque los traductores de la Biblia habían empezado una batalla por el alma de Europa. Estaban transformando la civilización de Europa, de mil años de existencia, de medieval a moderna. Eran revolucionarios que trataban de hacer que la autoridad del papa se sujetara a la Palabra de Dios.

Toda civilización va ligada a una fuente final de autoridad que da significado y justificación última intelectual, moral y social a su cultura. Para los marxistas puede ser El capital o el Partido Comunista. Para los musulmanes podría ser el Corán o el califato. Roma produjo la esencia de lo que hoy llamamos Occidente. Desde la caída de Roma hasta la Reforma, el papado había sido la autoridad principal para los cristianos occidentales. Hasta el presente la civilización occidental ha tenido por lo menos cinco fuentes diferentes de autoridad cultural: Roma, el papa, la Biblia, la razón humana y el actual nihilismo individualista cuyo futuro será determinado por guerras culturales cuasi democráticas. Este capítulo relata la experiencia de los reformadores que reemplazaron la autoridad del papa por la de la Biblia.

LA ETAPA ROMANA

La influencia de Roma en Occidente duró desde el surgimiento de César Augusto, alrededor del 27 A.C., hasta el saqueo de Roma, en el 410 A.D. Antes de Augusto, Roma era una república, gobernada por unas pocas familias poderosas que entre sí mantenían en cintura la ambición de unas y otras. Cuando el Senado asesinó a Julio César en el 44 A.D., su sobrino, Augusto, se estableció a sí mismo como la fuente última de autoridad en el Imperio Romano. Eso llevó casi dos décadas de sangrienta guerra civil. El césar ya era un líder militar, pero se hizo a sí mismo la única autoridad política y religiosa: el «señor». Su autoridad descansaba en el poder de la espada. Filósofos y poetas, artistas y arquitectos, fabricantes de mitos y sacerdotes se congregaron alrededor del poder brutal del césar para construir toda una civilización. Después de Augusto, cada césar sucesivo solía iniciar su reinado deificando a su predecesor.

La era de Augusto aceptó la espada como más poderosa que la pluma porque los romanos sabían que los filósofos, narradores y escritores no conocían la verdad. Poetas como Virgilio usaban mitos religiosos para escribir propaganda estéticamente excelente que justificaba el uso de la espada por parte de Augusto para hacerse señor divino. Este menosprecio de la verdad volvía impotente a la pluma. Escritores, poetas, filósofos y oradores lograron mecenas pero perdieron legitimidad. Por ejemplo, Cicerón, uno de los más grandes oradores y filósofos romanos, respaldó a Augusto en su lucha inicial por el poder. ¡El hipócrita Augusto le pagó ordenando que lo asesinaran poco después!

A esta cultura basada en relatos, políticamente opresiva, llegó Jesús, que desató el poder de la verdad. El gobernador romano Poncio Pilato se quedó perplejo cuando Jesús afirmó que no era otro fabricante de mitos religiosos. Había venido para dar testimonio de la verdad.1 Durante siglos, nadie había invocado la autoridad de la verdad. Jesús no solo afirmó que conocía a Dios porque él era el Hijo único, «unigénito», de Dios; afirmó que sus palabras eran las palabras de Dios, y que él encarnaba la verdad.2 Pilato le amenazó con la crucifixión cuando Jesús cuestionó el señorío de César y el totalitarismo despiadado de Roma. Su dicho: «Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios»3 quería decir que César no tenía ningún derecho a reclamar la lealtad que le pertenecía a Dios. La convicción de Jesús de que el reino de este mundo debía pertenecer a Dios dio inicio al largo conflicto entre la espada y los seguidores de Jesús, los seguidores de la verdad.

Los que seguían a Jesús estaban cansados de las narraciones sobre hombres y sus reinos. Buscaban el reino de Dios, un reino que no derivara su legitimidad de la espada, la filosofía o los mitos, sino de la verdad. Por consiguiente, aunque los seguidores de Jesús honraban la autoridad civil como divinamente ordenada, su dedicación a la verdad les potenciaba para resistir la espada cuando exigía que doblaran la rodilla ante la falsedad. Los cristianos no se veían a sí mismos como «revolucionarios». No estaban procurando usurpar el trono de César. Era su dedicación a la verdad lo que les prohibía atribuirle divinidad al césar o someterse a la fuerza bruta ejercida sin bondad.

El Imperio Romano era pluralista. Toleraba toda narración y religión. Lo que se negaba a tolerar era un rechazo de la finalidad de su propia autoridad. Gran cantidad de seguidores de Cristo fueron quemados vivos por emperadores desde Nerón (37–68 A.D.) hasta Diocleciano (284–305 A.D.) debido a que su dedicación al Dios verdadero representaba una amenaza para el absolutismo de Roma.

Las palabras de Jesús, «todos los que tomen espada, a espada perecerán »,4 resultaron ser proféticas para Roma. El visigodo Alarico dirigió a los bárbaros germanos a un triunfo estremecedor sobre Roma en el 410 A.D. Esta derrota asestó un golpe mortal al mito de que César era el señor. Eso aceleró el fin no solo de un imperio, sino de una civilización edificada sobre el relato, la poesía y el poder. En lugar del césar y su mito, los bárbaros trajeron caos; dejando un gran vacío.

LA FASE PAPAL

La caída de Roma hizo que los burócratas huyeran de sus cargos con lo que pudieran llevarse. Tenían buena razón para temer al pueblo al que habían saqueado con apoyo del ejército imperial. En la mayoría de casos, el único oficial que quedó para ayudar a la gente fue el obispo o sacerdote. Durante los primeros cinco siglos después de Cristo, el obispo local era el anciano del grupo y a menudo elegido por ellos. Su autoridad brotaba de su historial de servicio a la comunidad, liderazgo, sabiduría e integridad.

Jesús había descrito el papel del líder como el de un pastor de su rebaño. El buen pastor, como Jesús enseñó en palabra y obra, pone su vida por sus ovejas. San Cipriano (h. 200–258), arzobispo aristócrata de Cartago, ejemplificó el concepto de liderazgo de Jesús. San Cipriano describió su estilo democrático de liderazgo servicial: «Desde el principio de mi episcopado, decidí no hacer nada de mi propia opinión privadamente sin el consejo y consentimiento del pueblo».5 Desdichadamente, después del siglo V, ese estilo llegó a ser la excepción.*

Los tiempos de conflicto son malos caldos de cultivo para la alfabetización y la educación.** En el caos que siguió al colapso de Roma, el obispo a menudo era el único individuo alfabetizado en su región. La democracia, que depende de un electorado bien informado, empezó a desaparecer de la iglesia. Dirigentes analfabetos respaldados por bandos locales llenaron el vacío administrativo dejado por la ausencia de autoridades seculares nombradas desde un punto central. Los obispos se hicieron mentores de los dirigentes. En tiempos turbulentos, la gente tiende a inclinarse ante quienquiera que les prometa seguridad, estabilidad y justicia. Ni los obispos ni los dirigentes pusieron inconveniente al aumento de sus poderes a costa del pueblo.

Además de ser un individuo educado, el obispo local estaba conectado con una organización más grande, con sede en la ciudad imperial de Roma. La Iglesia de Roma fue la única entidad que retuvo el genio romano para la organización y la grandiosidad. Su obispo afirmaba tener a Dios de su lado, autorizándole para conferir legitimidad divina a las autoridades civiles. Por consiguiente, resultó que el mejor interés de los gobernantes era defender la autoridad del obispo.

Un gobernante en particular podría ser más poderoso que un obispo o un papa, pero la cristiandad tenía solo un papa,* y él siempre podía contar con el respaldo de los rivales de un gobernante que querían extender sus reinitos. Debido a que los papas se arrogaban el poder de remitir pecados y librar del purgatorio a las almas, cualquiera que quisiera gobernar en la cristiandad tenía que acudir a esta única Iglesia para recibir legitimidad divina. Los papas usaron primero este poder para movilizar a los cristianos contra los musulmanes por medio de las cruzadas. Luego empezaron a usarlo para movilizar a los cristianos contra los gobernantes cristianos que disgustaban a la jerarquía de la Iglesia.6

Así, con el correr del tiempo, la Iglesia Católica llenó el vacío producido por la caída de Roma. El papado se convirtió en la fuente última de autoridad. La civilización occidental llegó a ser la «cristiandad» conforme el obispo de Roma pontificaba como la voz infalible de Dios, último árbitro en todos los asuntos. Él decidía si el Sol giraba o no alrededor de la Tierra, si Enrique VIII podía divorciarse de su esposa, o si la Biblia podía traducirse al inglés.

Este poder no tenía que haber hecho de la Iglesia una estructura jerárquica, autoritaria. La jerarquía podía haberse sometido a la Palabra de Dios, que hace de todos los hijos de Dios un «real sacerdocio».7 Pero, ignorando la Palabra de Dios, obispos y sacerdotes se hicieron a sí mismos responsables, no ante el pueblo de Dios, sino ante el papa. Eso ayudó a que la Iglesia poseyera prácticamente todos los centros de aprendizaje.* Estos centros pudieran haber sido usados para educar al pueblo de Dios, pero se convirtieron en intereses creados de la Iglesia para mantener, incluso a los que sabían leer, en ignorancia de la Biblia.

La Iglesia había adquirido su poder en nombre de la verdad mediante el servicio devoto, la dedicación a la sabiduría y el disciplinado trabajo de organización. Esta reputación, en gran parte, era legítima; era innecesario que la Iglesia reforzara ese poder mediante fraude, engaño y magia, además de astuta diplomacia, guerras y asesinatos. Un famoso fraude que dio a la Iglesia poder secular fue la Donación de Constantino. Este documento del siglo VIII afirmaba haber sido escrito por el emperador Constantino, del siglo IV, confiriendo poderes temporales al papa Silvestre, que le bautizó. No fue sino hasta el Renacimiento que un devoto filólogo y escritor llamado Lorenzo Valla (1405–1407) sacó a la luz el fraude.8

Para tiempos de Tyndale la piadosa iglesia de Cristo se había convertido en la poderosa Iglesia de Roma. Tal poder cegó tanto a la jerarquía de la Iglesia que empezó a perseguir a los seguidores consagrados de Jesucristo como habían hecho mil años antes los emperadores romanos. Los palacios de los obispos se convirtieron en cámaras de torturas para los cristianos consagrados. Por ejemplo, el pintor Edward Freece fue encarcelado en la casa del obispo en Fulham. ¿Su crimen? En un lienzo para la nueva posada en Colchester, había pintado «ciertas frases de las Escrituras [en inglés]: y por eso se sabía claramente que era uno de los que llamaban herejes».9

LA FASE BÍBLICA

EL LUCERO MATUTINO DE LA REFORMA

Estos «herejes» no eran ni ateos ni agnósticos. Eran Reformadores radicales.** Cuestionaban si la autoridad última le pertenecía a la Iglesia. No obstante, las voces en pro de reformas prácticas nunca habían estado ausentes. A menudo se les prestaba oído y con frecuencia disfrutaban de respaldo financiero, empleo e incluso protección de parte de los obispos y otros funcionarios de la Iglesia. Lorenzo Valla, por ejemplo, fue secretario papal. A los nuevos Reformadores se les castigó como herejes porque reemplazaron la autoridad del papa por la autoridad de la Palabra de Dios. Juan Wycliffe no fue el primero de tales reformadores, sino uno de los más grandes eruditos de su tiempo, que tomó su pluma contra la espada del papa (usualmente esgrimida vía fuerzas seculares). Planteó el cuestionamiento de la autoridad final, presentó un reto a los mismos cimientos de una Iglesia gobernada por hombres pecadores y, a veces, necios. Aquí, en las propias palabras de Wycliffe, está el corazón del asunto:

No debemos creer en la autoridad de hombre alguno a menos que diga la Palabra de Dios. Es imposible que alguna palabra u obra de hombre deba ser de igual autoridad que la de las Sagradas Escrituras... Los creyentes deben asegurarse de cuáles son los verdaderos asuntos de su fe, teniendo las Escrituras en un idioma que todos puedan entender. Porque las leyes hechas por prelados no se deben recibir como asuntos de fe, ni tampoco debemos confiar en sus instituciones públicas, ni en ninguna de sus palabras, sino según se hallan en los Escritos Sagrados, puesto que las Escrituras contienen toda la verdad... Es orgullo de Lucifer, e incluso mayor orgullo que el suyo, decir que los que enseñan tradiciones de los hombres, hechas por necios pecadores, son más beneficiosos y necesarios para las personas cristianas que los predicadores del evangelio.10

La gente reverenció y siguió a los Reformadores porque ellos no se estaban promoviendo a sí mismos. Eran hombres estudiados y santos que arriesgaban su vida por el bien público, incluyendo el bien de la iglesia. Querían libertar y potenciar a las masas dándoles el conocimiento y autoridad de la verdad al traducir las Escrituras a las lenguas vernáculas que hablaba el pueblo.

En ocasiones, los gobernantes seculares también respaldaron y defendieron a los Reformadores que señalaban que, según la Biblia, Dios había dado cierta autoridad a los gobernantes seculares y que estaba mal que la Iglesia usurpara el poder que le pertenecía el Estado. Tal, por ejemplo, fue el contexto de la entrada de Wycliffe en la palestra pública, fuera de la vida académica de Oxford. Acicateado por el rey francés, el papa había exigido que Eduardo III pagase (junto con lo vencido) el tributo anual impuesto por un papa anterior, el infame Inocencio III. Inglaterra había cesado su pago de ese tributo injusto mucho tiempo atrás.

Al pueblo de Inglaterra no le gustó la exigencia. El Parlamento votó en su contra en 1366; pero no era seguro desobedecer al papa. A Francia le hubiera encantado incitar una guerra santa para respaldar al pontífice. Un crítico de la decisión del Parlamento dirigió su ataque contra Wycliffe, a quien consideraban el cerebro de la resolución del Parlamento. Wycliffe había sido ordenado y luego nombrado párroco de varias parroquias pequeñas: siendo Lutterworth, de 1374 a 1384, la más conocida. ¿Qué derecho tenía él a oponerse a la Iglesia? ¿Tenía alguien el derecho de discrepar con el papa, la voz de Dios en la tierra? Los ataques levantaron la cuestión de si la autoridad final descansaba en el papa o en las Escrituras.

Ese ataque estimuló la poderosa pluma de Wycliffe, que empezó una revolución, porque luchaba con la cuestión de la verdad. Al principio, los escritos de Wycliffe le hicieron defensor de una causa nacional. Después de su muerte, los mismos escritos le ganaron la etiqueta de «hereje». Muchos católicos devotos habían estado hablando en contra de la corrupción de la Iglesia. Lo que convirtió a Reformadores como Wycliffe en revolucionarios fue que introdujeron un cambio fundamental: a las Escrituras había que considerarlas por encima de los hombres, incluyendo a los papas.

Los seguidores de Wycliffe empezaron a traducir la Biblia al inglés para que la gente pudiera leer la Palabra de Dios por sí misma y descubrir la verdad. La traducción de Wycliffe (hecha antes de inventarse la imprenta de tipos móviles) se copiaba y estudiaba. Exponía muchos de los engaños que se hallaban en la raíz de la reivindicación de poder por parte de la Iglesia. Captar las implicaciones sociales de traducir la Biblia en tiempos de Wycliffe nos ayudará a entender por qué se le llamó «el lucero matutino de la Reforma», y por qué la traducción de la Biblia dio a luz al mundo moderno.

En tiempos de Wycliffe, Inglaterra era una jerarquía alfabetizada en tres niveles. Como el resto de las élites de Europa, la élite intelectual de Inglaterra hablaba latín. La Biblia era su libro. Traducida por San Jerónimo (347–419), esta «Vulgata» latina mantuvo su hegemonía durante mil años. Los dirigentes de la Iglesia, incluyendo a Wycliffe, eran parte de este club exclusivo. Debajo de ellos estaba la nobleza, que hablaba francés o su dialecto anglo normando. Tenían algunas porciones de las Escrituras disponibles en su dialecto en declive. Al fondo de la escala social estaban los campesinos analfabetos, que hablaban un inglés primitivo. Casi nadie pensaba en ilustrarlos. Los esfuerzos de alfabetización en inglés, como Cuentos de Canterbury, de Chaucer (1343–1400), vinieron después de Wycliffe. La mayoría de los contemporáneos de Wycliffe desdeñaban la idea de que se pudiera traducir la Biblia a un dialecto tan rústico como el inglés.

El elitismo mantiene a los demás subyugados. Lo usa todo, incluyendo el lenguaje, la educación y la religión para suprimir a las masas. La Biblia se podía usar para oponerse a la Iglesia, porque cuidar a los pobres y los oprimidos es un valor bíblico clave.11 Moisés empezó a escribir la Torá después de libertar a los hebreos de su esclavitud en Egipto. El Nuevo Testamento nació en el contexto de la colonización romana de los judíos. La Biblia es una filosofía de libertad. Es muy diferente a las especulaciones de los filósofos y sabios de casta alta de mi país, que enseñaban que los que sufrían en ignorancia, pobreza e impotencia, sufrían así debido a su mal karma de vidas previas. Los traductores de la Biblia empezaron lo que los marxistas más tarde trataron de duplicar: el fomento de una sociedad sin clases. Alister McGrath, historiador de Oxford, escribió que, al estimular la traducción de la Biblia al inglés:

Wycliffe amenazaba destruir todo el edificio de la dominación del clero en cuestiones de teología y vida de la Iglesia. La traducción de la Biblia al inglés sería una liberadora social en una escala hasta entonces desconocida. Todos podrían leer el texto sagrado de la cristiandad, y juzgar tanto el estilo de vida como las enseñanzas de la Iglesia medieval sobre esa base. La misma idea envió olas de choque por todo el complaciente poder establecido de la Iglesia de entonces.12

Algunas personas ridiculizan a los Reformadores pero aprecian mucho el concepto de igualdad humana. Lo que no saben es que los Reformadores pagaron con sus vidas el precio de poner la idea bíblica de igualdad como principio fundamental del mundo moderno. Hoy, damos por sentado que levantar a los oprimidos es una noble virtud. En la Inglaterra de Wycliffe, la idea de que los campesinos ascendieran a la posición de la aristocracia era una abominación. Henry Knighton, uno de los que odiaba a Wycliffe, puso negro sobre blanco su reacción elitista a los esfuerzos del radical Wycliffe por conseguir el ascenso de los campesinos, las mujeres y otros «cerdos»:

John Wycliffe ha traducido el evangelio, que Cristo confió al clero y a los doctores de la Iglesia, para que pudieran administrarlo convenientemente a los laicos... Wycliffe lo ha traducido del latín al inglés, que no es precisamente el idioma de los ángeles. Como resultado, lo que antes solo estaba en el conocimiento de estudiados clérigos y de personas de buen entendimiento, ahora se ha convertido en algo corriente y al alcance de los seglares; de hecho, hasta las mujeres pueden leerlo. Como resultado, las perlas del evangelio han sido esparcidas y echadas a los cerdos.13

La mayoría de las personas no se dan cuenta de que el mundo moderno nació en esas controversias teológicas que ahora nos parecen triviales. En manos de Wycliffe, la doctrina bíblica de la predestinación y la controversia sobre la transubstanciación se convirtió en «la bomba que estremeció el papado».14 Él usó la enseñanza de la Biblia sobre la predestinación para argumentar que Dios, no la Iglesia, escogía a los salvados. La Iglesia consta tanto de santos como de pecadores. Es posible que incluso el papa pueda no estar predestinado a la salvación. De igual manera, su burla de la idea de la transubstanciación privó a los sacerdotes de su poder mágico para convertir pan y vino ordinarios en el mismo cuerpo y sangre de Jesucristo. Tales escritos trastornaron Inglaterra.

A Wycliffe se le consideró sospechoso de incitar una revolución cuando la intranquilidad social de su tiempo culminó en la revuelta de los campesinos de 1381. Chusmas de peones frustrados marcharon a Londres. Los instigadores justificaron su acto invocando la autoridad de la erudición de Wycliffe. Christopher de Hamel, erudito de manuscritos de Oxford y Cambridge, resumió la situación diciendo: «El inglés era el lenguaje de los campesinos. Por consiguiente, al proponer que se debía traducir la Biblia, Wycliffe estaba tocando cuestiones de prejuicios de clase que todavía confunden a la sociedad de Inglaterra, pero que en ese entonces eran de sensibilidad excepcional».15

Wycliffe fue un héroe que desechó sus privilegios de clase y se puso del lado de los «puercos», los desvalidos. ¿Por qué? No porque estuviera tratando de ganar unas elecciones democráticas. La democracia surgió siguiendo su rastro. Más bien, Wycliffe estaba siguiendo a Moisés, «escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado».16 Seguía a Jesús, que predicó las buenas noticias a los pobres.17 No fue la búsqueda de una carrera ni la corrección política, sino la dedicación a la verdad lo que inspiró a Wycliffe a empezar a traducir la Biblia al inglés. La misma dedicación fortaleció a las personas para copiar a mano esa traducción prohibida incluso a riesgo de su vida. Incluso leer esa traducción requería permiso especial, y a cualquiera que se le atrapara con una copia podía juzgársele por herejía y quemarlo en la hoguera.

DESIDERIO ERASMO

Un siglo después llegó un poderoso clamor por la traducción de las Escrituras, de parte de Desiderio Erasmo, (1466?–1536) escritor paladín del Renacimiento. Este holandés escritor, erudito y humanista interpretó las corrientes intelectuales del Renacimiento italiano para el norte de Europa. Los patrocinadores de la alta cultura le reconocieron como el más distinguido erudito humanista. Papas y obispos le cortejaron. Erasmo aceptó sus beneficios, pero criticó su corrupción. Pidió reforma moral, especialmente después de 1513, cuando el papa León X convocó a una nueva cruzada contra los turcos. El papa ofreció a los cruzados remisión plenaria de todos sus pecados y reconciliación con el Altísimo. Erasmo era amigo del papa, pero escribió un apasionado Lamento de paz. Argumentó que el Señor Jesús había pedido a la iglesia que le diera al mundo el evangelio, no la espada.

Erasmo había viajado por toda Europa, viendo con sus propios ojos su conflicto y dolor. Había dominado toda la sabiduría griega y romana disponible, incluyendo la que llegó al latín por medio de los eruditos musulmanes, pero no halló nada que pudiera dar reforma y paz, excepto la Biblia. Abogó por que se tradujera la Biblia y se pusiera a disposición de los campesinos e incluso de las mujeres:

Cristo desea que sus misterios se publiquen lo más abiertamente posible. Yo quisiera que incluso las mujeres más bajas leyeran los Evangelios y las Epístolas paulinas. Yo quisiera que se tradujeran a todos los idiomas para que todos pudieran leerlas y entenderlas; no solamente escoceses e irlandeses, sino también turcos y sarracenos... Quisiera que, como resultado, el agricultor cantara alguna porción de ellas al arar, el tejedor entonara algunas partes de ellas al movimiento de su lanzadera, ¡y el viajero aligerara el hastío de su jornada con relatos de este tipo! Que todas las conversaciones de todo cristiano se deriven de esta fuente.18

Erasmo emprendió la producción de una nueva traducción del Nuevo Testamento al latín. Usó los mejores manuscritos griegos disponibles y corrigió los errores cometidos por Jerónimo mil cien años antes. Una corrección «menor» llegó a ser fundamental en la Reforma y también una de las frases bíblicas más disputadas del siglo XVI. El predecesor de Cristo, Juan el Bautista, había llamado a sus oyentes del primer siglo a que se arrepintieran. San Jerónimo había traducido el arrepentimiento como penitentiam agite, que quiere decir «hagan penitencia».

Erasmo propuso que el equivalente correcto en latín debía ser, resipiscite, «arrepiéntanse». Lo que le preocupaba a Erasmo era producir una traducción precisa. Él no tenía ni idea de que su traducción socavaría una gran parte de la superestructura de la religiosidad medieval: los cristianos hacían peregrinaciones, compraban indulgencias y hacían penitencia para comprar mérito espiritual y la gracia de Dios. Según Martín Lutero, el redescubrimiento de Erasmo de una verdad bíblica sencilla libró a la gente de la explotación económica en nombre de la religión.

MARTÍN LUTERO

Lutero siguió el consejo de Erasmo respecto a la traducción de la Biblia. Muchos temieron que a Lutero lo destruirían como hereje después de su posición heroica en el juicio en Worms.* Pero Federico, su mecenas en la universidad, ordenó a algunos de sus soldados de mayor confianza que «secuestraran», escondieran y protegieran a Lutero. Lo escondió en el castillo de Wartburgo. Aunque pensaban que lo habían matado, sus amigos empezaron a recibir de Lutero cartas y escritos que pusieron gran parte del cimiento de la Reforma.

Lutero detestaba su confinamiento. Le produjo insomnio y trastornos psicosomáticos. Además de escribir cartas y libros, también usó el tiempo para traducir al alemán el Nuevo Testamento. Eso llegó a ser el cimiento de la Reforma en la Europa que hablaba alemán. Las masas, que no sabían ni griego ni latín, empezaron a leer u oír la Palabra de Dios en una lengua que entendían. Esto democratizó a la verdad, permitiendo que personas sencillas (futuros votantes) tomaran sus propias decisiones en controversias entre los poderes establecidos de la Iglesia y el Estado y los Reformadores. Del Nuevo Testamento de Lutero se hicieron cientos de tiradas,19 incluyendo varias ediciones piratas. Estableció el lenguaje estándar para el alemán moderno.

GUILLERMO TYNDALE

Para el pueblo anglófono, Guillermo Tyndale tomó la batuta de Lutero. Después de graduarse en Oxford, se cree que Guillermo Tyndale pasó algún tiempo en Cambridge. Puesto que el río Cam desemboca en el mar, los contrabandistas hallaron más fácil introducir los prohibidos libros de Lutero a Cambridge que a Oxford. Algunos estudiantes se preocupaban profundamente por el estado de los asuntos en la Iglesia y la nación. Eran estudiantes consagrados, pero que desafiaban la prohibición oficial, frecuentaban cantinas para leer en secreto los libros de literatura subversiva de Lutero metidos de contrabando. Esto hizo de Cambridge la puerta de entrada de las ideas de la Reforma a Inglaterra.

El secreto era rasgo característico de Europa predemocrática, jerárquica; pero los secretos jugosos tienen su manera de escapar. Algunos de estos eran tan inquietantes como deslumbrantes. Según el historiador John F. D’Amico, aunque el voto de castidad era obligatorio para el clero, el concubinato y la prostitución eran instituciones florecientes en Roma. Casi todo el clero, incluyendo los papas, participaba en esta corrupción.20 Y había abundantes relatos en cuanto a la simonía: compra y venta del poder de la Iglesia.

La compra del arzobispado por parte de Alberto y de manos del papa es apenas un ejemplo. No todos los obispos vendían indulgencias para pagar sus deudas. Algunos tomaron el camino más rápido de extorsionar por dinero a sus sacerdotes. Por ejemplo, el papa Alejandro VI arrestó al cardenal Orsini con acusaciones dudosas. El cardenal, convenientemente, murió poco después de su arresto, permitiendo que el papa confiscara sus considerables posesiones.21 Relatos como este hicieron que los estudiantes plantearan preguntas. Oxford y Cambridge eran instituciones de la Iglesia, y la mayoría de sus estudiantes estaban preparándose para servir a Dios. ¿Era lo mismo servir a la Iglesia que servir a Dios? Muchos universitarios coincidieron con Lutero en que la Reforma era la necesidad del momento.

Varios factores convencieron a Tyndale de que el analfabetismo en cuanto a la Biblia era una fuente importante de la corrupción de Europa. El profesor David Daniell, una de las autoridades más importantes en cuanto a Tyndale, explicó que algunos sacerdotes que sabían latín «glosaban y alegorizaban unos pocos textos de las Escrituras, torciéndolos a las formas curiosas que la tradición exegética eclesiástica de siglos esperaba, y usando las Escrituras en latín, por supuesto, que en algunos lugares difieren marcadamente y (y convenientemente) de los originales en griego».22

Los sacerdotes tergiversaban y desobedecían a menudo la Palabra de Dios, incluso los Diez Mandamientos. Muchos sacerdotes ni siquiera los conocían. En 1551, tres décadas después del Nuevo Testamento de Tyndale, un reformador llamado obispo Hooper descubrió que en Gloucestershire, uno de los lugares más sagrados de Inglaterra, «del decepcionante clero, 9 no sabían cuántos mandamientos había, 33 no sabían que constaban en la Biblia (el Evangelio de Mateo era su respuesta favorita) y 168 no pudieron repetirlos».23

Tyndale anunció por primera vez su resolución de poner la Palabra de Dios a disposición de las masas cuando un sacerdote le aconsejó que «nos va mejor sin la ley de Dios que sin la del papa». Tyndale respondió: «Si Dios me da vida unos cuantos años, haré que un muchacho que empuja el arado sepa más de las Escrituras que lo que tú sabes».24 Eso fue un eco del deseo que Erasmo había expresado cuando meditó en la cuestión de cómo reformar la cristiandad.

Tyndale pidió permiso del obispo Tunstall de Londres para traducir la Biblia al inglés. Tunstall había ayudado personalmente a Erasmo con su traducción al latín, pero se negó a permitir una traducción al inglés. Veía a Tyndale como otro que buscaba ascender, deseoso de exhibir sus talentos literarios. También es probable que el obispo no quisiera producir otro Wycliffe o un Lutero inglés.

Tyndale pasó otro año en Londres explorando todas sus opciones para traducir legalmente la Biblia. Finalmente se dio cuenta de que nadie en Inglaterra le permitiría hacer lo que más se necesitaba para reformar a su nación: traducir la Biblia al inglés. La misión de dar la Palabra de Dios al pueblo le exigía que arriesgara su vida. Se escapó de Inglaterra, esperando hallar respaldo en el continente, donde la Reforma de Lutero ya había empezado. Este «fugitivo» necesitó solo unos pocos patrocinadores secretos para darnos lo que llegaría a ser el libro más grande en el idioma y cultura ingleses.

Los obispos percibieron la traducción de Tyndale como una amenaza, porque transfería poder de los líderes al pueblo e implicaba que la jerarquía católica era más romana que cristiana. Por ejemplo, Tyndale decidió deliberadamente no traducir la palabra griega ekklesia con el término «iglesia». Jesús había usado ekklesia para describir a la comunidad de seguidores que quedaría después de él. Gracias a los filólogos del Renacimiento, Tyndale sabía que la palabra originalmente significaba una «asamblea» o «congregación» democrática. En las palabras del teólogo del siglo XX William Barclay:

La ecclesia [ekklesia] era la asamblea reunida del pueblo [en las ciudades estado griegas]. La formaban todos los ciudadanos de la ciudad que no habían perdido sus derechos civiles. Aparte del hecho de que sus decisiones se debían conformar a las leyes del estado, su poder era para toda intención y propósito ilimitado... Hay otras dos cosas que es interesante notar: primero, que todas sus reuniones empezaban con oración y un sacrificio. Segundo, que era una verdadera democracia. Sus dos grandes palabras lema eran «igualdad» (isonomía) y «libertad» (eleutzeria). Era una asamblea en la que todo mundo tenía igual derecho e igual deber de participar.25

Otras opciones de Tyndale al traducir también tuvieron fuertes implicaciones. Por ejemplo, el Nuevo Testamento enseñaba que todo creyente es un sacerdote; por consiguiente, Tyndale usó el término sacerdote solo para los sacerdotes judíos del Antiguo Testamento. Los líderes cristianos eran «presbíteros»: pastores, ancianos u obispos del pueblo, que recibían su autoridad terrenal de la congregación, y no de una jerarquía con una sede capital en Roma.

El ethos democrático del Nuevo Testamento de Tyndale fue una amenaza, no meramente para la Iglesia Católica, sino también para la monarquía. En consecuencia, los reyes de Inglaterra empezaron a interesarse activamente en supervisar las traducciones de la Biblia.

Arrestaron a Tyndale, lo juzgaron y lo condenaron. Su martirio marcó la muerte del mundo medieval y el comienzo del moderno. Aunque no tenemos los detalles de su martirio, la escena se puede reconstruir basándose en relatos de muerte similares:

En la mañana del 6 de octubre de 1536, en Vilvorde, Bélgica, una gran multitud se reúne detrás de una barricada. En medio del espacio circular, se levantan dos grandes vigas formando una cruz, con cadenas de hierro y una cuerda de cáñamo pasando por los agujeros de la viga de arriba. Hay leña verde, paja y troncos amontonados cerca. El procurador general (fiscal del emperador) y sus colegas están sentados en sillas altas especialmente preparadas dentro del círculo. Fuera del círculo, en una plataforma alta, hay sentados algunos obispos. Un sacerdote en cadenas es conducido ante los obispos. El fiscal lo condena como «Guillermo Tyndale, archihereje».

Como evidencia de su culpabilidad, se le da al obispo que preside un ejemplar del Nuevo Testamento de Tyndale. Se leen los artículos de culpabilidad. Simbólicamente, se limpia el aceite de la unción de las manos de Tyndale; se colocan en sus manos el pan y el vino para la misa y rápidamente se le quitan. Se le arrancan ceremonialmente sus vestiduras sacerdotales. Cuando entregan a Tyndale a los guardias, el obispo empieza a hojear el Nuevo Testamento.

La multitud se abre paso para permitir que los guardias lleven al prisionero atravesando la barricada. Cuando se acercan a la cruz, se le permite al prisionero orar. Se le hace una última apelación a que se retracte. Entonces él avanza solo hacia la cruz. Los guardias se arrodillan para atarle los pies a la parte inferior de la cruz. Se le pone la cadena alrededor del cuello, con la horca de cáñamo colgando suelta. La leña verde, la paja y los troncos se amontonan alrededor del prisionero, formando una especie de choza con él dentro. El verdugo pasa para ponerse detrás de la cruz, y mira al fiscal general. Tyndale clama en una oración en voz alta: «Señor, ¡abre los ojos del rey de Inglaterra!»

El fiscal general da la señal. El verdugo tira rápidamente de la horca de cáñamo, estrangulando a Tyndale. El fiscal general ve a Tyndale morir, y luego empuña una antorcha de cera encendida que se sostiene cerca de él. La toma y se la entrega al verdugo, que la aplica a la paja y la leña.

Conforme se quema el cuerpo de Tyndale, la multitud aplaude. El obispo se dirige a la hoguera y arroja allí el Nuevo Testamento. Ni siquiera se da cuenta de que la oración de Tyndale ha sido oída.

Los ojos del rey de Inglaterra fueron abiertos poco después de la ejecución de Tyndale. Las palabras de Tyndale, incorporadas en varias versiones de la Biblia, se leyeron en las iglesias inglesas y por todo el mundo. Su autoridad superó a la de los papas. Las palabras de Tyndale forjaron el lenguaje de Shakespeare, atizaron revoluciones en Inglaterra y Estados Unidos, democratizaron naciones y dieron paso a una nueva civilización en la que el derecho llegó a ser superior a la fuerza.

LA BIBLIA DE GINEBRA

La traducción de la Biblia que hizo Tyndale amenazaba la organización jerárquica de la sociedad medieval. Esa amenaza se hizo particularmente fuerte unas pocas décadas más tarde, después de que la Biblia de Ginebra incorporara buena parte de la traducción de Tyndale.

El rey Eduardo VI, que reinó de 1547 a 1553, miraba con buenos ojos el protestantismo y puso a reformadores como Martín Bucero en Cambridge y Oxford. A la muerte del rey en 1553, María Tudor, a quien se llegó a conocer como «María la sanguinaria», reinó de 1553 a 1558. Ella revirtió la política oficial y puso a Inglaterra de nuevo bajo el papado. Se casó con Felipe II, rey de España, en 1554 y empezó la persecución de los protestantes en Inglaterra. María hizo asesinar aproximadamente a unos trescientos protestantes.

Algunos de los que escaparon acabaron en Ginebra, ciudad estado independiente bajo la enseñanza e influencia moral de Juan Calvino. Entre estos refugiados estaba Guillermo Whittingham, que más tarde se casó con la hermana de Juan Calvino, Antonio Gilby, Tomás Sampson, Miles Coverdale, John Knox y Lorenzo Tomson. Estos eruditos produjeron la primera Biblia protestante de estudio, la Biblia de Ginebra, en 1560, incorporando la mayoría del trabajo de Tyndale. Sobresalió como traducción precisa con ilustraciones, mapas, prefacios y notas de estudio que explicaban los «lugares difíciles».

Para el año 1600, la Biblia de Ginebra había llegado a ser la Biblia favorita de los protestantes que hablaban inglés. Presentó una amenaza mayor para la monarquía que el Nuevo Testamento de Tyndale, porque no solo siguió su tradición, sino que añadió notas marginales. Tyndale tenía notas explicativas en los márgenes de su primer Nuevo Testamento, pero su primer esfuerzo por publicar esa traducción con notas había sido abortado después de imprimir los primeros veintidós capítulos del Evangelio de Mateo. Por un pelo Tyndale escapó de que lo arrestaran.

En su segundo y tercer esfuerzos por imprimir el Nuevo Testamento, Tyndale suprimió las notas para mantener la edición pequeña, más fácil para pasarla de contrabando cruzando el canal a Inglaterra. La Biblia de Ginebra volvió a introducir las notas, algunas de las cuales eran de Tyndale, pero la mayoría de autoría de los Reformadores de Ginebra, incluyendo el prominente Juan Knox, para exponer el carácter no jerárquico y de igualdad en la libertad de la Biblia. El doctor McGrath explicó la importancia de la Biblia de Ginebra:

La oposición oficial a la Biblia de Ginebra no pudo evitar que llegara a ser la Biblia más ampliamente leída de la era isabelina, y después la jacobina. Tal vez nunca haya logrado sanción oficial, pero no necesitó tal endoso de parte de la clase política o religiosa para captar una aceptación entusiasta y amplia. Aunque el libro tuvo inicialmente que ser importado de Ginebra—los tirajes ingleses de la obra habían sido prohibidos por los nerviosos obispos—, con todo, vendió más ejemplares que sus rivales.26

Durante más de cien años, la Biblia de Ginebra dominó el mundo anglófono. Fue la Biblia que usó Shakespeare. La Biblia del Rey Jacobo fue publicada en 1611, pero tardó cincuenta años en quitarle el puesto a la Biblia de Ginebra. Los peregrinos y puritanos llevaron la Biblia de Ginebra a las costas del Nuevo Mundo, donde los colonizadores estadounidenses se criaron con ella.27

LA BIBLIA KING JAMES [DEL REY JACOBO]

El rey Jacobo I se opuso a los puritanos que promovían la Biblia de Ginebra. Sostenía la doctrina del derecho divino de los reyes, cuestionada por la Biblia de Ginebra. Sus creencias chocaron con la idea bíblica de la igualdad humana, promovida por los Reformadores. Antes de llegar a ser rey de Inglaterra, el monarca reinó en Escocia, y durante un acalorado encuentro, un líder de la reforma escocesa, Andrés Melville,

le agarró y le acusó de ser «el vasallo ridículo de Dios». Melville declaró contundentemente que, aunque en público respaldaban a Jacobo como rey, en privado todos sabían perfectamente bien que Cristo era el verdadero rey de Escocia, y que su reino era la Iglesia, reino del cual Jacobo era un simple miembro, y no señor o cabeza. El monarca se estremeció ante este ataque físico y verbal, y no solo porque sugería que Melville y sus aliados representaban una amenaza significativa al trono escocés.28

Jacobo I se había opuesto al puritanismo antes de llegar a ser rey de Inglaterra. En 1598 escribió dos libros defendiendo el derecho divino de los reyes, The True Law of Free Monarchs [La verdadera ley de los monarcas libres] y Basilikon Doron [El don real]. En palabras de Alister McGrath:

Jacobo I sostenía que los reyes han sido ordenados por Dios para gobernar las naciones del mundo, para promover la justicia y dispensar sabiduría. Era, por consiguiente, imperativo que a los reyes se los respetara y obedeciera incondicionalmente y en toda circunstancia. Las amplias notas provistas por la Biblia de Ginebra enseñaban otra cosa. A los reyes tiranos no había que obedecerlos; en verdad, daban excelentes razones para sugerir que había que destronarlos.29

Por ejemplo, las notas al margen de Daniel 6.22 implican que hay que desobedecer las órdenes de los reyes si están en conflicto con la ley de Dios.

Porque él [Daniel] desobedeció el perverso mandamiento del rey a fin de obedecer a Dios, así que no ofendía al rey, que no debía ordenar nada por lo cual se pudiera deshonrar a Dios.30

Las notas de Daniel 11.26 indican que los días de los tiranos opresores están contados. Los puritanos sufrían por sus pecados, pero su sufrimiento no duraría para siempre.

Los tiranos prevalecerán solo por el tiempo que Dios haya designado para castigar a su pueblo; pero eso muestra que esto es apenas por un tiempo.31

McGrath escribió: «Nótese también cómo las notas de Ginebra usan regularmente la palabra “tirano” para referirse a los reyes; la Biblia King James nunca usa esta palabra; hecho notado con aprobación, tanto como con alivio, por muchos monárquicos a estas alturas».32

Jacobo I autorizó una nueva traducción de la Biblia para socavar las implicaciones republicanas de la Biblia de Ginebra. Esa versión es famosa como Biblia versión King James. Incorporó como el noventa por ciento del Nuevo Testamento de Tyndale y todo lo del Antiguo Testamento que Tyndale había traducido antes de que lo arrestaran.

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Las reformas bíblicas no se limitaron a Occidente. Conforme la iglesia empezó a estudiar la Biblia, muchos se dieron cuenta de que Dios quería bendecir a todas las naciones de la tierra que sufrían por no conocer la verdad.33 Los creyentes que querían servir a Dios resolvieron poner la Biblia a disposición de toda persona en su lengua nativa. Creían que conforme las personas llegaran a conocer la verdad, la verdad las haría libres.34 En la aurora del siglo XIX, esa creencia inspiró el mayor movimiento de la historia para traducir y publicar la Biblia en todas las lenguas del mundo. Los traductores tenían que convertir dialectos orales en lenguajes literarios. En el proceso, estos lingüistas construyeron los puentes intelectuales sobre los cuales las ideas modernas pudieron viajar de Occidente al resto del mundo. Esto es lo que ahora llamamos «globalización»; tema del próximo capítulo.

Lo que la Iglesia hizo para oponerse a la Biblia fue terrible; pero aunque la Iglesia misma ya no es la perseguidora, la oposición a la Biblia no ha terminado. Los dos siglos previos han visto ataques igualmente feroces contra la Biblia, y no solo en países marxistas, musulmanes o hindúes. Este libro empezó como respuesta a uno de tales ataques; el ataque de Arun Shourie contra la Biblia. La Biblia sigue siendo una amenaza para los que quieren que la autoridad del hombre supere a la de Dios, para quienes quieren preservar culturas opresoras basadas en la falsedad y el pecado. El señor Shourie tiene razón al ver a la Biblia como el reto intelectual más peligroso al Hindutva. Los intelectuales occidentales que quieren que el hombre sea la medida de todas las cosas también tienen razón al ver a la Biblia como una amenaza. La Biblia afirma que es la Palabra de Dios; y eso implica que las palabras, valores y creencias nos harán daño si no están alineadas con lo que nuestro Padre celestial ha dicho que es verdad y bueno.


* La traducción previa, inspirada por Juan Wycliffe, precedió a la invención de la imprenta de tipos móviles en Occidente.

** La presente catedral fue construida por Sir Christopher Wren, en el siglo XVII. Cuatro iglesias y catedrales anteriores habían sido edificadas en el mismo punto desde el año 604 A.D.

* En teoría, era posible tener una copia legalmente, después de obtener permiso del obispo. En la práctica, nunca se concedió tal permiso. Con todo, todavía existen doscientos manuscritos de la Biblia de Wycliffe.

* El término «democrático» en este contexto se usa en contraste con la naturaleza jerárquica del gobierno de la iglesia según se desarrolló en la Iglesia Católica Romana, y no en el sentido moderno de gobierno democrático de la iglesia desarrollado por los presbiterianos, después de la Reforma protestante.

** Véase el relato de Juan Amós Comenio en el capítulo 12 como espléndida excepción.

* La época de Wycliffe fue una excepción. Dos papas rivales lucharon agriamente. Por un breve período, un tercer papa enlodó más todavía las aguas. Su rivalidad fue un factor importante para impedir que quemaran a Wycliffe en la hoguera como hereje. Wycliffe murió en su casa y fue declarado hereje casi dos décadas después. Entonces sacaron sus huesos de la tumba y los quemaron, y arrojaron sus cenizas al río Swift.

* Las universidades, como los monasterios y otras órdenes religiosas, tenían un cierto grado de autonomía como «gremios», bien fuera de los estudiantes (Bolonia) o de la facultad (Oxford). Como tales, se gobernaban a sí mismas, pero bajo la autoridad supervisora de la Iglesia. El obispo autorizaba a profesores y la Iglesia podía quemar a cualquiera de ellos por herejía.

** Reforma y Reformadores con «R» mayúscula se refiere a los pioneros y líderes de la Reforma protestante, incluyendo a los predecesores de Lutero, como Wycliffe y Hus.

* Véase capítulo 8 sobre el heroísmo.