Capítulo diez

LOS IDIOMAS  

 ¿CÓMO SE DEMOCRATIZÓ EL PODER
INTELECTUAL?

Margaret Thatcher, primera ministra británica, era demasiado conservadora como para oponerse a los medios de comunicación tradicionales. La siguiente declaración en un discurso en 1988 indica lo políticamente incorrecta que era. La verdad de sus comentarios empezó a tenerse en cuenta solo después de que unos terroristas nacidos y educados en Gran Bretaña empezaron a amenazar al país. Hablando con una humildad poco habitual en los jefes de estado, dijo:

Somos una nación cuyos ideales se fundamentaron en la Biblia. También es realmente imposible entender nuestra literatura sin captar este hecho. Esta es la tajante realidad a tener en cuenta para asegurar que a los escolares se les dé adecuada instrucción en el papel que la tradición judeocristiana ha jugado para moldear nuestras leyes, costumbres e instituciones. ¿Cómo puede uno hallarle sentido a Shakespeare o a Sir Walter Scott, o a los conflictos constitucionales del siglo XVII tanto en Escocia como en Inglaterra, sin un conocimiento tan fundamental? Pero voy a ir más lejos. Las verdades de la tradición judeocristiana son infinitamente preciosas, no solo porque, a mi juicio, son verdad, sino también porque proveen el impulso moral que es el único que puede conducir a esa paz, en el verdadero significado de la palabra, que todos anhelamos... hay poca esperanza para la democracia si los corazones de los hombres y mujeres de las sociedades democráticas no pueden ser tocados por un llamado a algo más grande que ellos mismos. Las estructuras políticas, instituciones del estado e ideales colectivos no bastan... [La democracia requiere] la vida de fe... tanto para el bienestar temporal como el espiritual de la nación.1

¿Qué papel jugó la Biblia para producir la lengua, literatura y cultura inglesas, incluyendo las mismas nociones de nación, nación estado y nacionalismo?

Los estadounidenses todavía toleran el patriotismo, pero nacionalismo es una mala palabra para la mayoría de las personas que se han graduado de una universidad secular durante las tres décadas previas. Ya sea una virtud o un vicio, es útil entender que en el escenario mundial la cuestión del nacionalismo es un fenómeno reciente. Si un primer ministro británico muriera en sus funciones, ¿le pedirían los británicos a los franceses, alemanes u holandeses que les enviaran un primer ministro? Eso sería inconcebible, aunque Gran Bretaña sea parte de la Unión Europea. Como otras naciones, los británicos quieren que uno de los suyos los dirija.

En diferentes puntos de su historia, sin embargo, los británicos invitaron a un monarca holandés, Guillermo III, y a un aristócrata alemán, Jorge I, a que fueran sus reyes. ¿Por qué iban a permitir, mucho menos solicitar, que un monarca extranjero asumiera el poder? Porque Europa era un imperio: la cristiandad; y la religión era más importante que el nacionalismo. Los intereses de una fraternidad internacional de clérigos y aristócratas superaban a los de las naciones individuales. En la secuela de la Reforma, fue la Biblia la que reorganizó Europa como naciones estado modernas. El desarrollo de los idiomas vernáculos mediante la traducción de la Biblia fue solo el primer paso hacia las naciones estado lingüísticas. La Biblia también proporcionó la justificación teológica para luchar por la formación de naciones estado independientes, como Holanda.

EL LATÍN

Jesús era judío y enseñaba principalmente a los judíos. Sin embargo, según la mayoría de eruditos bíblicos, sus discursos públicos no eran en hebreo, entonces una lengua sagrada pero muerta. Enseñaba en arameo, que había sido la lengua del pueblo que vivía en Palestina desde el exilio en Babilonia.

Cuando sus discípulos escribieron el Nuevo Testamento, siguieron el principio de usar la lengua vernácula, es decir, la lengua nativa del pueblo que estaban tratando de alcanzar. Escribieron las escrituras en koiné (griego común), lenguaje comercial que se hablaba en todo el Imperio Romano. Dos siglos antes, setenta eruditos judíos habían hecho la traducción griega de las Escrituras hebreas, la Septuaginta.

Gradualmente el latín reemplazó al griego como lengua vernácula del Imperio. Siguiendo a Jesús y sus apóstoles, el erudito cristiano San Jerónimo acometió la ardua tarea de traducir toda la Biblia del hebreo y el griego al latín. Creía que era esencial que la gente tuviera las Escrituras en su propia lengua. Terminó el proyecto en el 405 A.D., y su traducción se llegó a conocer como la Vulgata, porque estaba escrita en el lenguaje «vulgar» o común del pueblo.

La falta de respaldo económico para la alfabetización en las lenguas vernáculas reforzó el monopolio del latín. Una razón más importante, sin embargo, fue el esnobismo de los cultos. Creían que las lenguas vernáculas del vulgo eran de escaso valor y que el estudio serio, la jurisprudencia y la literatura solo podían estar en latín. ¿Por qué iba alguien a aprender a leer una lengua en la cual nadie escribe? Como consecuencia, para poder leer, uno tenía que aprender latín.

Esto quería decir que solo la aristocracia o el clero podían educarse. El tiempo y el precio que exigía educar a las personas en latín era prohibitivo para la mayoría de familias. La imprenta no existía y los estudiantes tenían que copiar sus propios libros de texto en costoso papel de pergamino. Hallar maestros tampoco era fácil. La mayoría de hombres y mujeres que eran capaces de enseñar latín habían entrado en las órdenes monásticas o eclesiásticas. Sus deberes espirituales, escolásticos y eclesiásticos no les dejaban tiempo para enseñar. Este sistema de castas lingüísticas fortaleció el poder de la Iglesia sobre Europa, pero mantuvo débil al continente.

La élite intelectual y religiosa no creía que un libro tan profundo como la Biblia pudiera ser traducido a los dialectos de los campesinos. En cualquier caso, los campesinos eran analfabetos, y sus dialectos no tenían manifestaciones escritas. Estos fueron algunos de los factores que convirtieron a traductores como Lutero y Tyndale en reformadores revolucionarios. Democratizaron el lenguaje. Tomando el conocimiento que pertenecía solo a la élite, se lo dieron a las masas. Su revolución pasaría a transformar la manera en que los europeos entendían el papel de la nación estado y el papel de las masas en los asuntos del gobierno.

Estos traductoresreformadores siguieron el ejemplo de Jesús usando las lenguas del pueblo. Promovieron un entorno en el cual los lenguajes modernos de Europa podían desarrollarse y florecer. La traducción de la Biblia a las lenguas vernáculas de los alemanes, franceses e ingleses excavó el túnel intelectual por el cual podía fluir el conocimiento espiritual y secular. Potenció a las personas que habían sido ignoradas y oprimidas por la élite que hablaba latín.

Cuando los europeos se alfabetizaron, el único libro que la mayoría de familias tenía era la Biblia, y ella llegó a ser la fuente de su lenguaje y su cosmovisión. La idea de «gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo», llegó a ser posible solo porque la lengua materna de las personas llegó a ser la lengua del aprendizaje y del gobierno. El hombre común, que anteriormente no tenía conocimiento de los asuntos del gobierno o legales, podía ahora participar en debates nacionales y toma de decisiones. De igual manera, la economía moderna, de mercado libre, que permite que toda persona libremente contribuya con su potencial para el bien de todos, se hizo posible porque las lenguas de las personas se hicieron lo suficientemente fuertes como para ser el lenguaje de la ley, la tecnología y el mercado.

LA TRANSFORMACIÓN DE LA INDIA:
UN CASO PRÁCTICO RESUMIDO

Mi interés personal en la Biblia y su traducción a las lenguas vernáculas no brotó de lo que ella logró en Europa, sino de lo que logró en la India. Me crié en el corazón de la tierra hindi, en Allajabad, a unos ochenta kilómetros de Kashi, donde Tulsidas escribió la epopeya religiosa más importante del norte de la India, Ramcharitmanas. Siempre se me dijo que mi lengua materna, el hindi, brotó de su gran obra épica. Cuando empecé a leer el clásico, me quedé perplejo, porque no podía entender ni una sola oración gramatical. El «hindi» del autor era completamente diferente del mío e hizo que me preguntara: ¿De dónde vino exactamente mi lengua materna, nuestra lengua nacional?

Me sorprendió descubrir que doscientos años antes, cuando los británicos empezaron a gobernar el norte de la India, nuestro idioma de la corte no era ni hindi ni urdu. Antes de los británicos, los musulmanes habían gobernado nuestra tierra y ellos no se interesaron por nuestros dialectos. Tampoco se interesaron por la lengua primitiva del poeta musulmán del siglo XII Amir Khusro. Pensaban que él había corrompido sus lenguas clásicas, el árabe y el persa, mezclándolas con dialectos de alrededor de Delhi. Fueron precisos los esfuerzos de un traductor británico de la Biblia, el Rev. Henry Martyn (1781–1812), para forjar esos dialectos en una lengua literaria, el moderno urdu. Durante un tiempo sirvió como lengua oficial de mi estado de Uttar Pradesh, antes de retirarse para convertirse en la lengua nacional de Pakistán.

De manera similar, los eruditos hindúes no desarrollaron el lenguaje nacional de la India, el hindi. Los traductores de la Biblia, como el Rev. Gilchrist y lingüistas misioneros como el Rev. Kellog hicieron del dialecto del poeta Tulsidas (1532–1623 A.D.) la base para desarrollar el hindi moderno como lengua literaria.

El sánscrito pudo haber sido el lenguaje de la corte de la India prebritánica, pero no lo fue. El sánscrito es un tesoro nacional de nuestro país; pero los que tenían la clave del tesoro intelectual no podían compartirlo ni siquiera con sus propias mujeres, mucho menos con varones no brahmines. La religión de los brahmines requería que trataran a sus vecinos como intocables. El sánscrito se usó como medio para mantener a la gente a distancia del conocimiento, que era poder.

Ashoka (304–232 A.C.), el más grande gobernante budista de la India, usó la lengua paly y letras brahmines para extender su sabiduría por toda la India. Llegó a ser la lengua del aprendizaje budista; sin embargo, en el amanecer del siglo XIX, la India ni siquiera tenía un solo erudito que pudiera leer una sola oración inscrita en las columnas de Ashoka que se hallan por toda la India. Peor todavía, la naturaleza antihistórica del hinduismo había asegurado que por siglos ningún nativo de la India jamás oyera el nombre de Ashoka hasta la década de 1830, cuando un erudito angloindio, James Prinsep, halló la clave para leer las letras brahmines en las columnas.

Los esfuerzos de Ashoka por unificar a la India geográfica al promover una sola escritura, lengua y sabiduría fueron imponentes. ¿Por qué fracasaron? La persecución por parte de los brahmines fue un factor, pero eso no explica por qué las letras brahmines se extinguieron. La filosofía religiosa de Ashoka obraba en contra de su programa social, que pudiera haber hecho de la India una gran nación unificada, construida por gran literatura.

Buda, como hemos visto, enseñaba que la realidad última era el silencio o shunyata, la mente humana era producto de la Avidia (ignorancia primitiva). No estaba hecha a imagen de Dios; el lenguaje humano, la lógica y las palabras no tenían correlación con la verdad. El camino a la iluminación pasaba por vaciar la mente de todas las palabras y pensamientos. La meta era alcanzar el silencio absoluto. Por consiguiente, los monjes budistas casi ni estudiaban sus propias escrituras. No tenía ninguna motivación religiosa para tomarse la molestia de convertir los dialectos de sus vecinos en lenguajes literarios para poner el pensamiento de Buda a disposición de todos. La misión de los monjes era propagar técnicas de meditación para vaciar la mente de todos de todo pensamiento. No tenían el propósito de llenar las mentes con grandes ideas.

Quedé totalmente sorprendido al enterarme que cuando el Raj británico (imperio indio británico) empezó en la India del norte, ¡nuestro lenguaje de la corte era el persa! El emperador mogol Humayun había recuperado el reino de su padre con ayuda de catorce mil soldados persas. Su hijo, Akbar (1526–1605 A.D.), el más grande emperador mogol, patrocinó a artistas y escritores de la India, incluyendo los que escribían en el antiguo hindi. También promovió su idioma religioso, el árabe, pero se dio cuenta de que no había lengua que pudiera usar para gobernar la India. Mantuvo el persa como su idioma de la corte. El persa hizo por los mogoles lo que el sánscrito hizo por los brahmines. Excluyó del poder a la mayoría de los pobladores de la India. Una manera de mantener el gobierno de los gobernantes, para los gobernantes, y por los gobernantes, era hacerlo funcionar en una lengua que no entendieran los gobernados.

En el siglo XVIII, cuando los británicos empezaron a gobernar la India, se enfrentaron con el mismo problema de comunicación. Su situación era peor, porque, a diferencia de los mogoles que se habían establecido en la India, los gobernantes ingleses venían a la India por un breve período. La Compañía de la India Oriental, que gobernó el subcontinente, era una compañía comercial. Sus gobernantes se interesaban en recortar gastos, no en desperdiciar dinero en proyectos no comerciales como desarrollar dialectos. El colonialismo no cultivaba las lenguas vernáculas.

La Compañía Británica de la India Oriental necesitaba servidores de la India que hablaran algo de inglés. Unos pocos ingleses, llamados «los clasistas», promovieron el sánscrito, árabe y persa. Ni los clasistas ni la Compañía tenían interés en educar a una clase de individuos de la India que pudieran enriquecer las lenguas vernáculas del país, educar a las masas y preparar a la India para la libertad y el gobierno propio. Eso era tarea para los seguidores de Cristo que procuraban obedecer el mandamiento de amar a su prójimo como a sí mismos. Se necesita poco más que leer los escritos del miembro británico del Parlamento Carlos Grant (1792); al reformador neo hindú Raja Rammohun Roy (1823), al misionero escocés Alejandro Duff (1830), a los servidores civiles británicos Carlos Trevelyan (1834 y 38) y su cuñado, Lord Macaulay (1835), para darse cuenta de que estos hombres se opusieron a los clasistas y defendieron el inglés solo como el mejor medio de enriquecer las lenguas vernáculas de la India.

Los intelectuales hindúes que han leído solo fragmentos de Rammohun Roy y Lord Macaulay han dado por sentado que estos hombres promovieron el inglés para colonizar, no liberar, la mente de la India.* Pero Mahatma Gandhi (gujarati británico educado) y Rabindranath Tagore (erudito bengalí angloparlante) entendieron a Macaulay y a los misioneros cristianos. Los dos se reunieron en la década de 1920 y decidieron que el hindi, y no el sánscrito ni el inglés, tenía que ser el futuro de la India.

A fin de darnos nuestro idioma nacional, los misioneros lucharon contra los intereses comerciales de la Compañía de la India Oriental. El Rev. John Borthwick Gilchrist (1759–1841) trabajaba para la Compañía en la Universidad Fort William, en Calcuta. Desarrolló las «Tablas y principios» del indostaní en su tiempo libre y sometió su obra al consejo universitario para su publicación el 6 de junio de 1802. El 14 de junio, el consejo no solo le devolvió su obra, sino que le prohibió que la publicara. Gilchrist persistió en la promoción de la causa del indostaní con gran costo personal.

El indostaní es la raíz del hindi y del urdu. El Rev. Claudius Buchanan (1766–1815), vicerrector de la Universidad Fort William, anotó los esfuerzos pioneros del reverendo Henry Martyn para mejorar el indostaní a la posición que podía darle a la India y a Pakistán nuestros lenguajes nacionales:

El Rev. Henry Martyn, doctor en Biblia y colega de la Universidad de St. John, Cambridge, viajó a la India hace unos cinco años... después de alcanzar los más altos honores académicos en ciencia, y una merecida celebridad por el conocimiento de los clásicos, se dedicó a la adquisición de las lenguas árabes e indostaníes... La grandiosa obra que había captado principalmente la atención de este erudito oriental, durante los últimos cuatro años, es su traducción de toda la Biblia a la lengua indostaní... Su principal dificultad están en el establecimiento de la ortografía del idioma, y en asegurarse qué proporción de las palabras se debe admitir como procedentes de fuentes árabes y persas; porque el indostaní se encuentra, como lengua escrita y gramatical, apenas en su infancia; y es probable que el trabajo del señor Martyn contribuya mucho a fijar su estándar.2

Décadas de servicio sacrificado por parte de los traductores de la Biblia hicieron posible que el gobierno británico conviniera en hacer del indostaní el lenguaje de la corte en los niveles más bajos de la administración. Esto significaba que un campesino ahora ya podía ir a un tribunal británico en la India del norte y entender al fiscal, a los testigos y a los abogados que argumentaban su caso y al juez que dictaba la sentencia. El trabajo de los traductores de la Biblia también hizo posible que un talentoso escritor de la India escribiera en una lengua que los pobladores ordinarios del país podían entender.

Gandhi y Tagore no fueron los primeros en ver que el futuro de la India estaba en el hindi. La burocracia británica prefirió el urdu durante décadas porque, incluso a finales de siglo XIV, el «hindi» no era un idioma. Cada ciudad del norte de la India hablaba un dialecto diferente. La gente de mi ciudad natal de Allajabad no entendía el «hindi» de Tulsidas, aunque él vivió en la ciudad vecina, Benarés. Esta problemática situación literaria solo cambió después de que el Rev. S. H. Kellogg, misionero estadounidense en Allajabad, realizó la fusión de más de una de docena de dialectos para ayudar a producir el hindi actual. A su gramática hindi (todavía en uso) le puso como título A Grammar of the Hindi Language: In Which Are Treated the High Hindi, Braj, and the Eastern Hindi of the Ramayan of Tulsi Das, also the Colloquial Dialects of Rajputana, Kumaon, Avadh, Riwa, Bhojpur, Magadh, Maithila etc. [Una gramática del lenguaje hindi: En la cual se tratan el hindi alto, braj, y el hindi oriental del Ramayan de Tulsidas, también los dialectos familiares de Rayputana, Kumaón, Avadh, Riwa, Bhojpur, Magadh, Maithila, etc.].

A pesar de los mejores esfuerzos de traductores y administradores, las dudas en cuanto a la viabilidad del hindi como lengua nacional persistieron hasta el siglo XX. Fue la labor de Kashi Nagari Pracharini Sabha3 la que hizo posible que nuestros líderes nacionales tuvieran la confianza de que el hindi pudiera llegar a ser nuestra lengua nacional. La mayoría de los pobladores de la India no saben que la figura clave detrás del trabajo de Sabha fue el misionero estadounidense, el Rev. E. Greaves, en Benarés. El doctor Shyam Sunder Das, editor del hito del hindi de Sabha, Shabd Sagar, anotó el siguiente tributo a Greaves en su prefacio:

El 23 de agosto de 1907, el mejor orador [no pronunciador de buenos deseos] y miembro entusiasta de la Sociedad, el reverendo E. Greaves, propuso en la reunión del comité de administración que la Sociedad aceptara la responsabilidad de producir un diccionario hindi exhaustivo... también nos mostró cómo se podría lograr esto.4

Los traductores de la Biblia y los misioneros no me dieron meramente mi lengua materna, el hindi. Todo lenguaje literario vivo de la India es un testimonio a su trabajo. En el 2005, un erudito Malyalee de Mumbai, el doctor Babu Verghese, presentó una tesis doctoral de setecientas páginas a la Universidad de Nagpur.* En ella demuestra que los traductores de la Biblia, usando los dialectos de los habitantes de la India más analfabetos produjeron setenta y tres lenguas literarias modernas. Entre estas están los idiomas nacionales de la India (hindi), Pakistán (urdu) y de Bangladesh (bengalí). Cinco eruditos brahmines examinaron la tesis del doctor Verghese y le otorgaron un Doctorado en Filosofía en 2008. También unánimemente recomendaron que su tesis, al publicarse como libro, fuera lectura obligatoria para los estudiantes de lingüística de la India.

Tres misioneros ingleses: Guillermo Carey, Josué Marshman y Guillermo Ward, empezaron el trabajo de aprender cientos de dialectos hablados por habitantes analfabetos de la India a fin de convertirlos en setenta y tres lenguajes literarios y producir sus gramáticas y diccionarios. Su impacto en la formación de la Surasia moderna lo resumió mejor el historiador Hugo Tinker:

Y así en Serampore, en las orillas del Hooghly, poco después de 1800, los elementos principales de la moderna Asia del sur: la identificación de las lenguas del pueblo («lingüismo»), la imprenta, la universidad y la conciencia social, salieron a la luz. El Asia occidental y la del sur estaban a punto de vérselas una con otra en términos no meramente de poder y lucro, sino también de ideas y principios.5

El trío de Serampore, como se conocía a los misioneros, empezaron la traducción de la Biblia y luego establecieron la universidad que se desarrollaría hasta ser la Universidad de Serampore. Escogieron usar el bengalí, antes que el inglés, como medio de instrucción en su universidad, porque los misioneros notaron que las familias de la India querían que sus hijos aprendieran solo suficiente inglés como para conseguir empleo en la Compañía de la India Oriental. Los misioneros no habían dedicado sus vidas para producir buenos servidores que hablaran inglés para el Raj británico. Querían habitantes de la India que llegaran a su universidad para empezar a cultivar sus mentes y sus espíritus, para cuestionar las tinieblas socioeconómicas que les rodeaban, para inquirir y hallar la verdad que libera a los individuos y edifica grandes naciones. La Biblia enseña que el Creador nos dio el don del lenguaje porque nos amaba. El amor incluye la comunicación y la comunicación de grandes ideas requiere un gran idioma.

LA BIBLIA Y EL NACIONALISMO

La Biblia hizo mucho más que dar lugar a los modernos idiomas inglés, alemán, holandés, hindi, urdu y bengalí. También produjo la idea moderna de la nación estado y el valor que nosotros llamamos nacionalismo.

El nacionalismo ha adquirido mala fama debido a las atrocidades que inspiró durante el siglo XX. El nacionalismo alemán que condujo a dos guerras mundiales fue una perversión secularizada de un valor bíblico. Los católicos devotos que detestan el nacionalismo secular pero no aprecian el nacionalismo bíblico han alimentado la reacción reciente en contra del nacionalismo y el anhelo de un continente reunificado en Europa.

La apreciación del nacionalismo es más fácil para nosotros en la India y Pakistán porque todas nuestras vidas hemos presenciado los conflictos entre chiíes y suníes. ¿Por qué algunos musulmanes matan a veces a sus propios conciudadanos como deber religioso? Cada conflicto, al parecer, lo dispara un incidente trivial, pero la razón subyacente es que la lealtad a la nación de uno y a los conciudadanos no es una virtud islámica. Para los suníes, la autoridad es la Meca; para los chiíes, la autoridad, el califato, está en Persia.

En Gran Bretaña, algunos musulmanes piensan que no hay nada en el Corán que avale el aprecio por el nacionalismo británico. De hecho, su deber religioso es someter a Inglaterra a la ley sharía. Esta amenaza era parte del contexto social del discurso de la señora Thatcher citado al principio de este capítulo. No debe haber ninguna duda de que su temor es legítimo. Sin la Biblia, sus universidades no tienen cimientos filosóficos para creer en la misma idea de nación estado. Por otro lado, tienen buenas razones históricas para menospreciar el nacionalismo (secular) y bases pragmáticas razonables para transferir la soberanía federal a una Unión Europea.

La Reforma dividió el Sacro Imperio Romano en las naciones estado modernas, a menudo definidas por su idioma. Porque, empezando en Génesis 11, la Biblia enseña que las naciones son una invención del Dios soberano. Aunque todos los seres humanos vienen de una sola pareja de padres, fueron separados en diferentes comunidades lingüísticas como resultado del pecado humano. Vivir en una nación en particular puede ser un infierno, pero las naciones estado soberanas sirven como barrera al totalitarismo global. El apóstol Pablo les dijo a los atenienses:

Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios.6

Tal como Jesús, Pedro y Pablo, los reformadores, como Wycliffe, Hus, Lutero y Tyndale, habían sufrido en carne propia la naturaleza opresiva del imperialismo de Europa (el romano). Fue fácil para ellos reconocer la importancia de la enseñanza de la Biblia respecto a la identidad nacional. Este concepto juega un papel central en la narración de la Biblia desde Génesis hasta el último libro de Apocalipsis.

La narración empieza con la promesa de Dios de hacer de Abraham una gran nación. La promesa incluía descendientes, posesión de una tierra en particular, autoridad de gobernar, y prosperidad económica condicionada a que su pueblo obedeciera la ley de Dios.7 La promesa de Dios llegó a ser la base para el apego de sus descendientes a la tierra prometida y su historia. Hizo del nacionalismo un valor judío especial.

El Antiguo Testamento es la historia de las doce tribus convirtiéndose en una nación, bajo una ley común supervisada por ancianos, con o sin un rey. La responsabilidad primaria del rey era su defensa común. Sacerdotes y profetas ayudaban a los ancianos a poner límites al rey, que vivía y operaba bajo la ley de Dios. Cuando estos doce grupos de personas se sometieron a obedecer la autoridad de Dios, florecieron. Cuando el tribalismo erosionó la identidad nacional bajo un Dios y una ley, cayeron en esclavitud. El Antiguo Testamento inspiró a las tribus hebreas a vivir como una nación unificada siguiendo los principios de la justicia divina. Les enseñó a trascender las lealtades tribales y a adorar unidas al único Dios verdadero, invitado a todas las naciones—en realidad, a toda la creación— a unírseles para adorarle.

El nacionalismo judío, que inspiró a poetas ingleses y de la India, llegó a ser una parte explícita de la poesía bíblica después de que las tribus del sur (Judá) fueron llevadas cautivas a Babilonia. Uno no puede entender la influencia de los poetas ingleses como Tennyson, Cowper y Blake sin entender el nacionalismo judío expresado en estos salmos:

Te levantarás y tendrás misericordia de Sion [Jerusalén],
Porque es tiempo de tener misericordia de ella, porque el plazo
ha llegado.

Porque tus siervos aman sus piedras,
Y del polvo de ella tienen compasión.
8

Junto a los ríos de Babilonia,
Allí nos sentábamos, y aun llorábamos,

Acordándonos de Sion.
Si me olvidare de ti, oh Jerusalén,
Pierda mi diestra su destreza.

Mi lengua se pegue a mi paladar,
Si de ti no me acordare;
Si no enalteciere a Jerusalén
Como preferente asunto de mi alegría.
9

En virtud de ser la ciudad templo, Jerusalén llegó a ser sagrada para los judíos: la ciudad de Dios.10

El ser ciudad de Dios, sin embargo, requería que sus habitantes vivieran según la ley de Dios. El no hacerlo así trajo la condenación de los profetas y el castigo de Dios. Esto le dio un sabor peculiar al patriotismo bíblico; amar al pueblo y la tierra de uno era un reflejo del propio corazón de amor de Dios por su pueblo. El nacionalismo bíblico era diferente del nacionalismo secular de Alemania. El primero se centraba en Dios antes que en la cultura o en la raza. Siendo producto de la promesa y la ley de Dios, tenía que permanecer con autocrítica y arrepentido. Personajes del Antiguo Testamento como Moisés, Daniel, Nehemías y varios de los profetas exhibieron este nacionalismo peculiar y arrepentido.

Los capítulos 6 y 9 del libro de Daniel son los mejores ejemplos de nacionalismo arrepentido. Daniel amaba a su nación lo suficiente como para ayunar y orar por su reconstrucción. Arriesgó a que lo echaran al foso de los leones por orar por la restauración de Jerusalén. Los babilonios habían destruido su ciudad santa, pero él nunca los maldijo. De hecho, dedicó su vida a servir a Nabucodonosor, el mismo rey que arrasó Jerusalén hasta las piedras.

El profeta Jeremías, testigo ocular de la destrucción de Jerusalén, forjó el nacionalismo de Daniel, diciéndole que sirviera a los «enemigos» de su nación. El consejo de Jeremías a los compañeros cautivos de Daniel en Babilonia fue lo opuesto de lo que algunas mezquitas enseñan hoy en Gran Bretaña. Jeremías les pidió a los exiliados de Jerusalén: «Y procurad la paz de la ciudad [Babilonia] a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz».11

El nacionalismo de Daniel no fue una excepción. Nehemías amaba a su pueblo, su tierra y su ciudad en ruinas lo suficiente como para arriesgar su vida para reconstruir las ruinas físicas, psicológicas y morales de su nación. Fue esta clase de nacionalismo bíblico lo que inspiró a los poetas ingleses. Criticaron seriamente los pecados de Inglaterra y, sin embargo, anhelaban verla reconstruida como una nueva Jerusalén. En su poema «Inglaterra», William Cowper (1731– 1800) escribió: «Inglaterra, con todas tus faltas, con todo te amo». El poema de William Blake (1757–1827), «Jerusalén», todavía se canta en iglesias inglesas. Condenó las «oscuras fábricas satánicas» de Inglaterra, pero concluyó su poema con una resolución que brotaba directamente del libro de Nehemías:

No cesaré en la lucha de pensamiento,
Ni tampoco mi espada dormirá en mi mano1,
Hasta que hayamos reconstruido Jerusalén
En la tierra verde y placentera de Inglaterra.


La Europa del siglo XIX secularizó el nacionalismo bíblico. Eso condujo al evitable baño de sangre que hizo del nacionalismo una mala palabra. El bisnieto de Abraham, José, aprendió por las experiencias de su vida que Dios le había escogido a él (como individuo) y a su pueblo para bendecir a todas las naciones del mundo. Sus futuras generaciones tuvieron que librar sangrientas guerras para apropiarse de la tierra prometida y consolidar su libertad. (Los británicos, los estadounidenses y los seguidores de Mahatma Gandhi también lucharon por ganar y preservar su libertad.) Pero una vez que los descendientes de Abraham obtuvieron su tierra, su nacionalismo no fue amenaza para otras naciones. Creían en la soberanía de Dios y que, tal como Dios les había dado a ellos su tierra, también les había dado tierra a los edomitas, moabitas, ismaelitas y asirios. Y los descendientes de Abraham creían que habían sido escogidos para bendecir a otras naciones, para servirles como luz de Dios.

En contraste, el nacionalismo secular de Alemania fue una amenaza para todas las naciones de Europa porque no se basaba en una creencia en la soberanía de Dios según se expresa en la enseñanza de Pablo en Hechos 17.26–27. Albert Einstein, judío alemán, llamó al nacionalismo enfermedad mortal de naciones infantiles, porque él experimentó el nacionalismo arrogante que mató a seis millones de los suyos. Su denuncia del nacionalismo se aplica a la versión falsificada, secularizada, que margina el hecho de que la Biblia, que inspiró la identidad nacional inglesa, también inspiró la solidaridad humana internacional.

Los profetas judíos sabían que la promesa de Dios para bendecir a su nación estaba ligada a que su pueblo obedeciera la ley de Dios. Su amor por su nación les permitió criticar a su propia cultura y gobernantes a la luz de la más alta ley moral de Dios. Los gobernantes judíos mataron a muchos de sus profetas, e incluso crucificaron a su Mesías. Pero el Antiguo Testamento ayudó a Occidente a ser una cultura autocrítica de una manera saludable. Enseñó a los gobiernos occidentales a respetar las libertades de sus «profetas» o escritores que exponen la corrupción y claman por reforma. Las culturas no bíblicas dan libertad de prensa solo de labios para afuera.

La presencia británica en la India mostró que el nacionalismo británico, cuando se anclaba en la soberanía de Dios, era la fuente de un equilibrio saludable entre el amor por la nación de uno y la preocupación internacional.

Jesús demostró este equilibrio. Aunque él vino primero «a las ovejas perdidas de la casa de Israel»,12 también les pidió a sus discípulos que fueran a toda nación como misioneros, empezando por su capital, Jerusalén.13 Esta enseñanza inspiró a ingleses como Guillermo Carey a ir a la India para servir, educar y liberar a sus pobladores introduciendo las ideas bíblicas europeas de nación estado y nacionalismo.

El politeísmo de la India daba por sentado que cada tribu y casta tenía un dios distinto. Por consiguiente, cada casta tenía su propio dharma o deber religioso. No podían unirse como iguales ante una ley de un solo Dios que se aplicaba por igual a todo grupo y pueblo. Como muchas otras culturas, la cultura religiosa de la India no produjo ni nacionalismo ni internacionalismo. No tenía ningún sentido de misión global. En contraste, la Biblia enseñaba el monoteísmo, la idea de que hay un solo Dios para todo el universo y que él ama a todo el mundo. Escogió a Abraham y a sus descendientes como su pueblo especial, pero solo a fin de «bendecir a todas las naciones de la tierra» por medio de ellos.14

Para traductores de la Biblia como Guillermo Carey, este equilibrio entre nacionalismo e internacionalismo quería decir que podían amar tanto a su propia nación como al país en el cual habían sido llamados a servir. En la India del siglo XIX, significaba que, mientras los empleados de la Compañía de la India Oriental ganaban su dinero y volvían a Inglaterra, los misioneros como Guillermo Carey dedicaban sus vidas y gastaban sus bienes al servicio de la India.

El politeísmo divide a las personas entre sí de acuerdo a sus dioses y diosas. La India geográfica fue vulnerable a la colonización, primero por los musulmanes y después por los europeos, porque el hinduismo debilitó a los hindúes. No abrazaba a todos los hindúes como ciudadanos iguales de la India. A los no arios se les catalogó como dasa, dasyu, asura, rakshasa, malichha (esclavos, siervos, demonios, monstruos, intocables, etc.).

Los traductores de la Biblia, como Carey, Buchanan, Martyn y Gilchrist, empezaron a producir una nueva identidad nacional para la India moderna. El nacionalismo bíblico humilde, arrepentido, equilibrado con un sentido de responsabilidad internacional, atrajo a escritores hindúes, como Madhusudan Dutt, a Cristo y a Inglaterra. Después de venir a Cristo en 1843, Dutt llegó a hablar con fluidez diez lenguas europeas e indias. Leía a Milton, Homero, Virgilio, Dante y Tasso en sus lenguas originales. Más tarde, bajo la influencia de sus amigos misioneros, Dutt se dio cuenta de que, aunque su héroe poético Milton fue ministro para el latín en el gobierno de Oliver Cronwell, escribió su poesía para el pueblo en la lengua todavía no desarrollada, el inglés.

Dutt se dio cuenta de que, si en realidad quería seguir a Milton, necesitaría escribir en bengalí. Un día, en un impulso súbito, y estimulado el entusiasmo de algunos amigos por el drama bengalí, dispuso su mano para escribir en su lengua materna, dejando para siempre el inglés como vehículo de expresión literaria, aunque con gran renuencia.

La conversión de Dutt a su lengua vernácula dio paso al movimiento nacionalista bengalí. Usó su poesía para dar voz a su amor por Bengala. «Ilumínate Bengala, ¡joya de la India puede ser tu suerte!»,15 oraba, aplicando el espíritu de la poesía inglesa a la India. Mediante su poesía, Bengala llegaría a ser la joya de la India, dando dirección al renacimiento en la nación. Bengala llegó a ser la cuna del nacionalismo indio, del revivalismo y del reformismo. Produjo la mayoría de los primeros reformadores, literatos, nacionalistas e intelectuales de la India. «¿Por qué la Providencia ha dado esta tierra reina, majestuosa, como presa y botín a los anglosajones?», preguntaba Dutt. Y contestaba, porque «es misión del anglosajón renovar, regenerar, cristianizar al mundo; agitar este vasto océano para que pueda restaurar las cosas bellas ahora enterradas en su desierto líquido».16

Como lo ilustra la interacción lingüística de mi nación con naciones cristianas, el nacionalismo no tiene por qué ser un mal. Cuando va unido al poder reformador de la Biblia, puede llegar a ser una fuerza redentora poderosa. La India sufrió bajo la dominación musulmana y europea durante nueve siglos, pero en todo ese tiempo nadie nos unió con un sentido de identidad nacional. Tampoco nadie desató la energía para superar la dominación foránea. La India no produjo un Gandhi bajo los mogoles. Los generales militares hindúes sostuvieron el imperio mogol. Solo cuando los traductores de la Biblia empezaron a desarrollar nuestras lenguas empezaron las ideas bíblicas a cundir en nuestra tierra.

Como había hecho en Europa, la Biblia potenció a nuestro pueblo al cultivar una conciencia nacionalista. Nuestros líderes nacionales, como Gandhi y Nehru, dieron liderazgo al movimiento nacionalista, pero ellos no hubieran tenido «nación» para dirigir sin la idea bíblica de nación que nos vino mediante la revolución lingüística iniciada por la traducción de la Biblia y la literatura inglesa introducida por la educación cristiana.

Antes de examinar la forma como la Biblia creó la educación moderna, repasemos su impacto en la literatura.


* Por ejemplo, este es uno de los ataques mal informados de Arun Shourie contra Macaulay.

*The Impact of Bible Translation on Indian Languages—A Study.