Capítulo once
LITERATURA
¿POR QUÉ LOS PEREGRINOS EDIFICARON NACIONES?
Khushwant Singh (n. 1915) es un sij laico, y uno de los escritores mejor conocidos de la India. Durante décadas ha enseñado literatura inglesa en la Universidad de Delhi. A menudo ha dicho que lee por lo menos dos capítulos de la Biblia cada día, porque nadie puede entender la literatura inglesa sin primero leer la Biblia.
La Biblia es igual de necesaria para comprender la literatura escrita durante el siglo XIX y principios del XX en la India, período al que a menudo se llama el «Renacimiento de la India». Uno podría, por ejemplo, leer cualquier poema de Gitanjali en una iglesia cristiana sin que nadie sospeche que el poeta bengalí Rabindranath Tagore (1861– 1941), laureado con el premio Nobel, no era cristiano. El Renacimiento de la India atizó varios movimientos de reforma y, empezando con Madhusudan Dutt, produjo nuestro nacionalismo.
Como parte de Europa, Inglaterra heredó grandes libros, epopeyas y mitos de la era grecorromana; pero, curiosamente, nada de esta literatura ejerció la misma influencia en los escritores ingleses que la Biblia, un libro asiático. La influencia directa e indirecta de la Biblia en la literatura inglesa superó con mucho la influencia de Homero en el desarrollo de la literatura griega y latina. Ruth apRoberts, experta canadiense en literatura victoriana, concuerda con Khushwant Singh cuando dice: «Prácticamente todos los escritores del inglés echan mano de la Biblia, y los más memorables son los grandes recicladores de elementos bíblicos».1
Los héroes de Homero entusiasmaban. Eran aterradores con las armas. Entretienen, pero los lectores no pueden seguir el modelo de estos héroes en sus esfuerzos por construir naciones grandes y libres. En contraste, el tambaleante peregrino de Bunyan empieza con nada más que la carga del pecado a sus espaldas y la Biblia en la mano. Miles de predicadores hablan de él. Cientos de millones de lectores meditan en él y cantan de su búsqueda, y muchos se convierten en peregrinos.
La Biblia ha ejercido una autoridad única sobre la literatura europea porque es diferente a todas las demás narraciones. En primer lugar, suena a verdad. La tradición nombra a Moisés como el principal autor de Génesis, el primer libro de la Biblia. Pero Moisés nació como cuatrocientos años después de José, con cuya historia concluye Génesis. El autor no conocía a la gente de la cual escribió. No habló con ningún testigo ocular. No tenía fuentes «primarias», que sepamos, para examinar. Y tampoco afirma nada parecido a lo que afirma el profeta Mahoma de que un ángel se le apareció en un trance profético y le reveló los relatos. Por consiguiente, los héroes y eventos descritos en Génesis bien se pudieran llamar «leyendas» trasmitidas de generación en generación.
Esta tradición oral tuvo mucho tiempo para que los que narradores la embellecieran; y, sin embargo, nada de ella llegó a ser algo parecido a las narraciones épicas de la India o griegas. Unos editores brillantes podrían haber usado esos siglos para refinar y pulir las narraciones, porque Génesis tiene una artesanía excelente. ¿Por qué no convirtió algún narrador a sus antepasados Abraham, Isaac, Jacob y José en héroes como Aquiles o Ulises?
Abraham, de hecho, libró y ganó una batalla contra cuatro reyes que habían derrotado a cinco reyes y se habían llevado cautivo a su sobrino. Sin embargo, Génesis no habla en absoluto de su valentía, agilidad, estrategia militar o habilidad con las armas. Tampoco dice nada de que Dios realizara un milagro para ayudarle a ganar esta batalla. La narración parece rutinaria. Su punto es mostrar la lealtad de Abraham a su más bien egoísta sobrino y su integridad al negarse a tomar de los bienes de sus vecinos que recuperó en la batalla. Una décima parte fue dada al rey de Salem (más tarde Jerusalén) que dio de comer a sus hombres, y el resto fue devuelto a sus legítimos dueños.
La Biblia sugiere que el heroísmo de Abraham consistió en ser un hombre sencillo, temeroso, que creyó en la promesa de Dios y le obedeció. Cuando leí Génesis por primera vez como adulto, me dejó perplejo la timidez de Abraham y su hijo Isaac. Tenían tanto miedo de los hombres impíos que los rodeaban que describieron a sus esposas como «hermanas». Un reyezuelo, Abimelec, creyó a Abraham por lo que decía ¡y metió a la hermosa «hermana» de Abraham en su harén! Abraham no hizo nada parecido a lo que Ram, el héroe divino de la epopeya religiosa de la India, Ramayana, le hizo a Ravana, después de que este se había llevado a Sita, esposa de Ram, a su harén. Ram organizó un ejército de monos, construyó un puente sobre el océano, quemó Sri Lanka, recuperó a su esposa en una máquina voladora, e inspiró Avatar de James Cameron. Abimelec, por otro lado, le devolvió a Abraham la esposa porque Dios le reprendió en un sueño.2
¿No son las intervenciones divinas en los asuntos domésticos de un nómada insignificante base razonable para descartar la Biblia como mito? Muy al contrario. Su sorprendente sencillez inspira confianza en que la Biblia registra realidad. Las narraciones de la Biblia son verdad, no mitos. Su realismo no es ni creación del artista, ni algo fabricado. Lejos de ser un objetivo estético, el realismo de la Biblia es un medio para trasmitir el mensaje del cuidado de nuestro Creador por su creación. Él interviene en nuestras historias personales y nacionales en respuesta a la fe humilde. Estas narraciones llevan en sí un sello de autoridad ausente en leyendas clásicas.
Erich Auerbach, filólogo alemán, crítico y experto en literatura comparada, comparó al Ulises de Homero con Abraham en su experiencia de sacrificar a Isaac. Concluyó que, aunque no hay evidencia histórica disponible para el relato bíblico, su carácter literario es opuesto a los mitos griegos.
El narrador bíblico... tenía que creer en la verdad objetiva del relato del sacrificio de Abraham; la existencia de ordenanzas sagradas para la vida descansaban en la verdad de este relato y otros similares. Tenía que creer en eso apasionadamente; de lo contrario (como muchos intérpretes racionalistas creyeron y tal vez todavía crean), tenía que ser un mentiroso consciente; no mentirosos inocuos como Homero, que mentía para dar placer, sino un mentiroso político con un fin definido en mente, mintiendo en interés de una reivindicación de autoridad absoluta.3
Los mitos de la India, como los mitos grecorromanos, hablan de aristócratas, de la élite y los sabios gobernantes. Los héroes de Génesis, en contraste, son personas ordinarias con pies de barro. Abraham y Sara eran nómadas ancianos que ni siquiera pudieron tener un hijo sino hasta que Dios los visitó. Dios los bendijo por su hospitalidad hacia los forasteros y prometió bendecir a todas las naciones de la tierra por medio de sus descendientes.4
Homero no nos hubiera seleccionado a ninguno de nosotros como héroes; pero todos podemos ser como Abraham, Isaac, Jacob y José. Si cosas extraordinarias pueden suceder a personas sencillas, si por la obediencia de fe podemos llegar a ser bendición a nuestros vecinos y a las naciones de la tierra, entonces todos nosotros podemos ser héroes.
El mensaje de la Biblia de que Dios es un Salvador compasivo es otro distintivo que hizo de la Biblia una fuente de literatura que edifica naciones. Dios hace cosas increíbles por medio de personas ordinarias, porque está comprometido con bendecir a sus hijos.
Otro rasgo que contribuyó a su poder único fue que la Biblia permitió que pensadores de culturas diferentes en épocas diferentes le hallaran sentido a su mundo. La narrativa de la Biblia empieza al principio, da un vistazo realista al mal—sus causas, terribles consecuencias y cura— y concluye proyectando un vislumbre profético de un futuro glorioso. La historia de la Biblia, de este modo, ofrecía una cosmovisión que se desarrolla. Eso permitió que escritores del panorama general, como Juan Milton y J. R. R. Tolkien lograran hallar sentido en medio del caos de nuestro mundo, y a la vez permitió que Shakespeare hallase significado en las luchas ordinarias, trágicas, de jóvenes enamorados como Romeo y Julieta.
La transformación y el desarrollo del carácter es un rasgo importante de la Biblia que ha ejercido impacto enorme en la escritura moderna. Los héroes de Homero no cambian; pero Jacob sí. Empieza su carrera engañando a su padre, robándole las bendiciones a su hermano y engañando a su suegro. Sus experiencias con Dios le transforman en una persona muy diferente. Entonces bendice a sus hijos y nietos con una fe profética en el futuro. Moisés es el arquetipo del héroe «renuente», que ha influido grandemente la idea de héroe de Hollywood. Simón, que niega a su Señor tres veces, es transformado en Pedro, la roca. Saulo de Tarso empieza su carrera como perseguidor de la iglesia, pero se convierte en Pablo, apóstol que sufre por la verdad.
Los personajes bíblicos cambian conforme Dios llama a individuos a seguirle a él en lugar de a su cultura. Dios le pide a Noé que construya un barco; acto de castigo profético sobre la corrupción de sus tiempos. Dios le dice a Abraham: «Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré».5 Dios escoge a Abraham como su amigo: «Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti».6 Dios implica que debemos andar con él, y no seguir las tradiciones y consejos de rebeldes. Para determinar una diferencia uno debe vivir de manera diferente.
Las narraciones bíblicas de transformación individual que han impactado a la historia llegaron a ser un rasgo esencial de la literatura y el arte modernos. La Biblia produjo escritores que fueron transformadores del mundo. Esto era dramáticamente diferente con los avatares de las epopeyas indias, como Rama y Krishna, que preservaron el dharma, el statu quo. Eso presentaba un problema para los novelistas de la India. Meenakshi Mukherjee, crítico literario que enseña inglés en la Universidad Jawaharlal Nehru de Delhi, captó mejor esta tensión:
La tradición picaresca de la novela europea ha logrado un propósito principal: ha liberado al protagonista de la rigidez de una sociedad estática para ser un agente libre que podía hasta cierto punto forjar su propio destino. Robinson Crusoe (1719), Moll Flanders (1722), Pamela (1740), tres ejemplos tempranos de la novela inglesa, muestran cómo el personaje central en cada caso es un agente activo en lugar de ser pasivo, que cuestiona su destino. El novelista indio tenía que operar en una sociedad ligada a la tradición en la que ni la profesión de un hombre ni su matrimonio eran asunto personal. Su vida estaba cartografiada por su familia o su comunidad o su casta. En la estructura social y familiar rígidamente jerárquica de la India del siglo XIX, el individualismo no era una cualidad fácil de expresar en literatura.7
La Biblia ejerció una autoridad única sobre escritores creativos al presentarles el desarrollo de un concepto del mundo y de la vida que afirmaba ser verdad. Esta afirmación exigía que nuestra literatura y cultura colocasen ante la voluntad revelada de Dios y se amoldasen a ella. Puesto que nuestro mundo es tan diferente del mundo bíblico de pastores, sembradores y cobradores de impuestos, los escritores hallaron abundante espacio para ser imaginativos y hacer del nuestro un mundo más bíblico. Como Auerbach dice: «Lejos de buscar, como Homero, meramente hacernos olvidar nuestra propia realidad por unas pocas horas, ella [la Biblia] procura superar nuestra realidad: debemos encajar nuestra vida en su mundo, sentirnos nosotros mismos como elementos de su estructura de la historia universal».8
En contraste con los poemas de Homero, la Biblia se presenta como nuestra sola autoridad con verdad que explica la historia y a la vez le da significado final. Lejos de ser pensamiento asfixiante, sus afirmaciones permiten que los creyentes la interpreten y la apliquen a su mundo siempre cambiante. Esto ha hecho posible que escritores creativos se anclen en la roca de la verdad eterna y a la vez permitan que su imaginación vuelen con sus tiempos y más allá.
Como T. S. Eliot dice: «La Biblia ha tenido una influencia literaria sobre la literatura inglesa no porque se la haya considerado como literatura, sino porque se la ha considerado como informadora de la Palabra de Dios. El hecho de que los letrados ahora la discutan como “literatura” probablemente indica el fin de su influencia “literaria”».9
La influencia de la Biblia en la literatura inglesa se ilustra por su historia.
LITERATURA INGLESA TEMPRANA
Los dialectos vernáculos se convirtieron en el inglés antiguo en los siglos VII y VIII. Los monasterios florecían en Europa. De Italia a Inglaterra, de Irlanda a España, los monasterios usaban latín; pero en Inglaterra algunos de ellos empezaron a escribir «literatura inglesa ». Entre los primeros cronólogos de Inglaterra, el venerable Beda (673–735 A.D.) habló del pastor Caedmon en un monasterio del siglo VII. Una noche, el analfabeto Caedmon recibió milagrosamente un talento para el verso poético en su anglosajón vernáculo (predecesor germánico del inglés antiguo). Cuando la abadesa oyó del don de Caedmon, le hizo estudiar la Biblia. Entonces parafraseó narraciones bíblicas en poesía vernácula comprensible incluso por los campesinos ingleses más rústicos.10
Aunque Caedmon es un caso excepcional, la poesía en inglés antiguo tenía un sabor bíblico, desde «El sueño del Rood», acerca de la victoria de Cristo sobre el pecado en la cruz (rood), hasta Beowulf, poema épico salpicado de comentarios bíblicos sobre méritos o deméritos de la narración. Los poetas anglosajones prestaron atención a la literatura vernácula de la Biblia.
LITERATURA INGLESA EN EL RENACIMIENTO
La conciencia bíblica llegó a ser sobresaliente en la literatura de Inglaterra en el Renacimiento en los siglos XVI y XVII. La doctora Louise Cowan, editora de Invitation to the Classics [Invitación a los clásicos], era presidenta del Departamento de Inglés y decana de la facultad. Aunque su educación universitaria había demolido la fe de su niñez, enseñar Hamlet le empezó a abrir sus ojos a la fe y heroísmo bíblicos. Horacio, amigo de Hamlet, le advierte que suspenda su duelo; pero la fe de Hamlet supera esta advertencia. «Hay una providencia especial en la caída de una golondrina», declara Hamlet, aludiendo a Jesús cuando consolaba a sus preocupados discípulos diciéndoles que ni siquiera un ave cae a tierra sin la voluntad de su Padre.11 Hamlet pone su vida en las manos de Dios, afirmando la soberanía de Dios: «Si mi hora es llegada, no hay que esperarla, si no ha de venir ya, señal que es ahora, y si ahora no fuese, habrá de ser después: todo consiste en hallarse prevenido para cuando venga».12
Los profesores y autoridades académicas de Cowan presentaban a Shakespeare como un no creyente; un librepensador. Describieron a Shakespeare como un genio que escribía por dinero, no por arte. Sus comedias no eran otra cosa que fragmentos de banalidad; sus tragedias, nihilistas. Shakespeare, pensaban, resumió su perspectiva secular en el Rey Lear:
Como moscas para muchachos descocados somos nosotros
para los dioses;
nos matan por deporte.13
El leer a Shakespeare ante su clase obligó a Cowan a reconsiderar:
Esta mención de la providencia me impactó como algo que estaba en marcado contraste con la ironía angustiada anterior de Hamlet. Adquirió el aura de algo impactante. ¿Qué quería Shakespeare que sus lectores pensaran de una media vuelta tan radical? ¿No implicaba, en verdad, que el mismo autor vio y comprendió el cambio que la fe produjo en Hamlet?... Volví a leer Hamlet varias veces durante los meses que siguieron, cada vez hallando más evidencia de la perspectiva espiritual de Shakespeare. Y gradualmente se hizo visible que su perspectiva no era sencillamente espiritual, sino abiertamente cristiana. El amor sacrificado era evidente en todas partes en su drama. Gracia era una de sus palabras clave; el mal era su contraparte oscura. Sus comedias, en particular, eran ilustraciones virtuales de temas y pasajes de las Escrituras. A estas alturas, por supuesto, varios eruditos han llegado a reconocer e incluso a explorar la fe cristiana de Shakespeare; pero en ese tiempo mi descubrimiento me pareció monumental. Significó reconocer el secularismo de nuestro día y discernir el perjuicio de la mayoría de eruditos.14
LA INFLUENCIA CLÁSICA DE GRECIA Y ROMA
La literatura precristiana griega y romana influyó enormemente en la Europa cristiana. Destacar el papel fundamental de la Biblia en la rica tradición literaria de Occidente no es decir que las literaturas antiguas carecieran de mérito e influencia. Los griegos y romanos clásicos produjeron algo de la mejor literatura de Occidente. Poetas como Esquilo, Virgilio, Homero y Séneca forjaron hábilmente sus relatos. Ahondaron en la psicología y exploraron críticamente la cultura, lo que los puso aparte de la mayoría de la literatura del mundo. Sin embargo, con todo su genio, no lograron poner cimientos para el cambio cultural positivo. Su cosmovisión estaba repleta de fatalismo bajo dioses mezquinos. No daban ninguna base para la fe que mueve montañas. Sus dioses crueles, impredecibles, hacían sufrir por igual a buenos y malos. ¿Por qué, entonces, escoger el bien, si el acomodo hacía más fácil la vida?
Dramaturgos como Esquilo defendieron la democracia de Atenas, pero la gente la usaba para beneficio personal por encima del bien de la polis. Con frecuencia, había políticos atenienses prominentes que eran desterrados por intrigas políticas. Esta democracia ejecutó a Sócrates por deplorar la autoindulgencia. El gran poeta Virgilio (70–19 A.C.) escribió la Eneida como propaganda de que toda la mitología y la historia culminaban en el reinado de César Augusto.
Un tema persistente en Occidente es tener en el centro del desarrollo de la trama peregrinaciones. La Odisea de Homero sigue el largo retorno de Ulises a casa después de la guerra de Troya. Escrita en una edad de guerra interminable, el retorno a la esposa y el hogar era el clímax del heroísmo. El héroe de Virgilio, Eneas, dejó su casa en Troya para fundar la ciudad imperial de Roma. En su Eneida , Virgilio moldea con destreza el poder de la dicción poética para su motivo de peregrinaje.*
Los cristianos de Roma tuvieron que hacerle frente al propósito de los poetas paganos. La Roma de Virgilio no era otra cosa que una fantasía literaria grandiosa. La Roma real de César los torturaba, los crucificaba y los quemaba vivos. La experiencia de los mártires confirmaba la cosmovisión bíblica de que los seres humanos pecadores son incapaces de construir una ciudad justa sin ayuda divina.
En su clásico La ciudad de Dios, San Agustín (354–430 A.D.) puso el enfoque sobre esta tensión. Para los judíos, Jerusalén era la ciudad de Dios; pero los cristianos se veían a sí mismos como «extranjeros y peregrinos» en este mundo.15 Buscaban «la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios».16 El último libro de la Biblia, Apocalipsis, revela a la nueva Jerusalén: un paraíso celestial para el pueblo de Dios. Agustín instiló este objetivo bíblico en lo profundo del subconsciente de Europa.
Dante Alighieri (1265–1321) usó esta jornada de la fe cristiana en La divina comedia, solo comparable con El paraíso perdido de John Milton. Dante escogió a Virgilio como guía por el infierno y el purgatorio, pero no deificó a su predecesor latino. Más bien, exploró luchas religiosas de su tiempo navegando por las esferas del infierno, el purgatorio* y el cielo o paraíso. Su jornada cósmica termina con una visión de la trina Deidad:
En la profunda y clara subsistencia
de la alta luz tres círculos veía
de una misma medida y tres colores;
Y reflejo del uno el otro era,
como el iris del iris, y otro un fuego
que de éste y de ése igualmente viniera....
¡Oh luz eterna que sola en ti existes,
sola te entiendes, y por ti entendida
y entendiente, te amas y recreas!17
La profunda jornada de Dante sirve como una metáfora divina para los valores necesarios para desarrollar la ciudad de Dios en la tierra. Tal como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son «de una misma medida y tres colores», los seres humanos—que hallan su «efigie» en la cara de la Trinidad— deben funcionar también como individuos sin dejar de mantener metas e instituciones colectivas. La única fuerza que puede efectuar esta unidad, creía Dante, es el amor divino. Sin ese amor, las personas actúan como los condenados en el infierno de Dante; se maltratan, insultan y canibalizan sin que nada contenga su conducta destructiva.
Replicar la ciudad de Dios en la tierra llegó a ser la visión impulsora del grupo religioso de peregrinos más famoso de la historia: los peregrinos estadounidenses. Los que navegaron de Inglaterra a Estados Unidos en el Mayflower sabían que se alejaban de la «tierra santa» de Jerusalén. ¿Por qué, entonces, se autodenominaron «peregrinos»? Porque buscaban una nueva Jerusalén, un lugar donde la voluntad de Dios se haga «como en el cielo, así también en la tierra».18 Buscaban una tierra donde regirían la ley y la gracia de Dios en lugar de la opresión y maldad humanas. Los precursores de los peregrinos, poetas y escritores, se nutrieron de esta idea bíblica de una nueva Jerusalén.
La idea de una nueva Jerusalén celestial inspiró grandes obras de literatura, como El progreso del peregrino (1678) de Juan Bunyan (1628–88), que hizo penetrar profundamente la espiritualidad bíblica en el alma de la civilización occidental. A diferencia del héroe de Homero, el Peregrino de Bunyan no vuelve a casa. Bunyan escribió: «Vi a un hombre... con su cara [vuelta mientras se alejaba] de su propia casa, con un libro en la mano, y un gran fardo sobre la espalda».19 Tampoco siguió Peregrino al héroe de Virgilio para fundar otra ciudad imperial. Peregrino afirmó su rostro en una peregrinación a la ciudad celestial, la ciudad de Dios. Su arma no era una espada, sino un libro: la Biblia. Su meta no era batallar contra el orgulloso e imponer su ley sobre el conquistado. Su primera meta era la liberación de su propia carga de pecado y vencer tentaciones abrumadoras.
El héroe de Bunyan es diametralmente opuesto a los héroes de Homero: Aquiles y Ulises. Aquiles es un gigante, ágil, inmortalmente bello, y el «más aterrador de todos los hombres». Ulises es un tramposo, genio de los disfraces y engaños artísticos, que puede soportar adversidades incontables para aferrarse a un propósito virtuoso: volver a casa a su familia. Pero en Inglaterra ganó la visión de Bunyan del héroe como peregrino. Durante cuatro siglos después de Bunyan, los cristianos que hablaban inglés han cantado del heroísmo del peregrinaje que yace en el subconsciente de su cultura:
Quién vería valor verdadero,
Que venga acá,
Uno aquí será constante,
Venga viento, venga clima,
No hay desaliento
Que le haga una vez flaquear
De su primer propósito decidido
De ser un peregrino.20
A Bunyan lo encarcelaron tres meses por negarse a acatar el decreto de la reina Isabel contra la libertad de religión. Acabó pasando un total de doce años en prisión por acusaciones y sucesos diferentes, lo que le dio tiempo para escribir sesenta libros. El progreso del peregrino se tradujo al holandés, francés y galés durante su vida. Desde entonces ha sido traducido a más de doscientos idiomas. Después de la Biblia, es el segundo libro más traducido y publicado. Fue mediante este libro como el puritanismo entró en la corriente principal de la vida religiosa de los angloparlantes.
Los peregrinos de Bunyan triunfaron allí donde los héroes de Homero y Virgilio no podían, puesto que los peregrinos de Bunyan construyeron ciudades y naciones limpias por fuera porque recalcaban la limpieza por dentro, en la vida interior del espíritu. Pero esta revolución literaria fue mucho más allá de ciudades limpias. En «Puritans as Democrats» [«Los puritanos como demócratas»], el historiador Jacques Barzun concluye que las reformas sociales, económicas y políticas que nuestra edad asigna al Siglo de las Luces en realidad brotaron de escritores que expusieron la Biblia:
El que el inglés envolviera toda idea y actitud en vocabulario religioso y usara precedentes de las Escrituras como su mejor autoridad le da al período un aura de lucha en cuanto a causas obsoletas. Pero esas causas tenían doble función y las ideas que había detrás del léxico santo estaban... preñadas para el futuro. Las sectas y líderes rotulados como puritanos, presbiterianos, independientes, eran reformadores sociales y políticos. Diferían principalmente en el grado de su radicalidad.21
Si Barzun tiene razón, ¿han engañado las universidades seculares a varias generaciones para que piensen que las grandes ideas que construyeron el mundo moderno proceden del Siglo de las Luces secular? La carrera de John Lilburne (1614–57) puede ayudarnos a entender la respuesta.
Lilburne fue miembro de la revolución a que se refiere Barzun. Contemporáneo de Milton y de Bunyan, como panfletista, John Lilburne se convirtió en uno de los escritores puritanos más radicales de ese tiempo. Aplicó la Biblia a cuestiones sociales, económicas y políticas, ayudando a poner los cimientos de nuestro mundo moderno. Su cuestionamiento de los dirigentes e instituciones de su día fue tan profundo que lo arrestaron una y otra vez. Por un pelo escapó del martirio más de una vez. Barzun escribió:
Lilburne merece más fama de la que le ha concedido la posteridad. Justo en medio del siglo XVII tenemos a un escritor que declara y demanda los derechos del hombre. Su programa era tal que ha hecho que la gloria de los teóricos del XVIII y su conducta sean política normativa para los revolucionarios hasta el presente. Su desventaja es que, aunque invoca la ley de la naturaleza, su argumento está lleno de biblicismos.22
Barzun señala que lo que Lilburne llevaba en la cabeza, lo promovieron docenas de sus colegas panfletistas puritanos de manera poco sistemática. Muchos clamaban por una república, el voto para todos, la abolición de rango y privilegio, la igualdad ante la ley, la libre empresa y una mejor distribución de la propiedad. Unos pocos instaron a la tolerancia. Todos ellos, sin embargo, justificaban estas metas con las Escrituras. Debido a sus «prejuicios», los historiadores modernos rastrean estas ideas hasta fuentes seculares antes que hasta los escritos puritanos en los cuales se originaron. Prefieren originar la libre empresa en Adam Smith antes que en el debate de Lilburne sobre la parábola de los talentos. Con su prejuicio, le atribuyen a John Locke en lugar de a un oscuro predicador anabautista el principio de que todos los hombres nacen libres e iguales.
El predicador citó a San Pablo, que Dios «no hace acepción de personas» y que no hay diferencia entre judío y gentil.23 Otros puritanos insistieron en que la gracia de Dios es libre; todos participan en ella así como participan del pecado de Adán. De aquí que ser de clase alta no concede privilegios; la única superioridad es la del espíritu. Para los racionalistas, esto no es forma de argumentar.
LA LITERATURA EN EL OCCIDENTE SECULAR
No fue sino hasta el año 1900 cuando la literatura secular vendió más que la literatura religiosa en Inglaterra; aunque gran parte de la literatura occidental «secular» era un producto colateral de la Biblia. Un ejemplo es el galardonado poeta inglés Alfred, Lord Tennyson (1809– 92), hijo del clérigo Dr. George Clayton Tennyson. A Tennyson se le clasifica como escritor secular, pero toda su obra está repleta de sensibilidad religiosa. El análisis que Henry Van Dyke hace de Tennyson incluye una lista de cuarenta y siete páginas de citas y alusiones bíblicas que aparecen en las obras del poeta.24
De igual manera, solo el índice de referencias bíblicas en los escritos de John Ruskin (1819–1900)—que ejerció un gran impacto en Mahatma Gandhi— ocupa ya más de trescientas páginas. Ruskin no fue teólogo ni profesor de la Biblia. Fue profesor en la cátedra Slade de Bellas Artes de Oxford y escribió sobre arte y arquitectura, rebelándose contra los efectos sociales narcotizantes y degradantes de la revolución industrial, y explorando los efectos domésticos, sociales, morales y espirituales del arte y la arquitectura.25
Aunque dominada por la ideología humanista secular, la elite del siglo XX no logró debilitar el poder de la narrativa bíblica en la literatura. El humanismo secular rechaza la cosmovisión bíblica de un universo personal, racional, significativo, con el bien triunfando sobre el mal y proporcionando esperanza de redención. Jean Paul Sartre (1905–80) expresó magistralmente el vacío existencial ateo en La náusea (1938). En el mundo de Sartre, todo aspecto de la existencia humana es absurdo. Incluso la violación, tortura y asesinato de una joven es trivializada como un simple evento insulso más en un universo vacío. La solución de Sartre a este dilema es escapar de nuestra existencia absurda produciendo algo (en este caso una grabación de jazz) que exista independientemente de nosotros mismos.
En El extranjero, Albert Camus (1913–60) explora la patética vida de un degenerado que, sin absolutamente ninguna razón aparente, asesina a un extraño en una playa de Argelia. Aunque es una obra literaria bien realizada, no provee ninguna base para las reformas morales que Camus buscaba. Puede hallar eco en personas arrastradas a la depresión por su creencia en lo insulso de la vida. Sin embargo, no aporta ningún estímulo para que se levanten de su angustia existencial y hagan mejor su mundo.
Los relatos que nos inspiraron, que atizaron nuestra imaginación y clamaron por reforma social—incluso en el laico siglo XX— a menudo han hallado su inspiración en la cosmovisión bíblica. Al este del Edén (1952) de John Steinbeck (1902–68), ganador del Premio Nobel, es una narración moderna de la rivalidad entre Caín y Abel en Génesis. En contraste con el fatalismo oriental, la Biblia enseña que los seres humanos poseen genuina libertad. La premisa de la novela de Steinbeck se levanta o cae en función de la traducción de la palabra hebrea timshel de Génesis 4.7. El mensaje general es que los humanos no son esclavos ni de la suerte ni de fuerzas fuera de su control, como las estrellas. Más bien, tenemos libertad, la capacidad de escoger. Timshel, según Steinbeck, quiere decir que las personas pueden vencer el pecado.
La influencia de la Biblia sobre la literatura sigue siendo incontenible hasta hoy. Por ejemplo, el héroe de La milla verde, de Stephen King, es una figura como Cristo. King explicó:
No mucho después de empezar La milla verde y darme cuenta de que mi personaje principal era un hombre inocente que probablemente sería ejecutado por el crimen de otro, decidí darle las iniciales J.C., como las del más famoso inocente de todos los tiempos. Vi esto primero en Luz de agosto (todavía mi novela favorita de Faulkner), donde al cordero sacrificial se le pone nombre de Joe Christmas. Así, John Bowes, preso en el corredor de la muerte, se convierte en John Coffey. No estaba seguro, hasta el mismo fin de libro, si mi J.C. viviría o moriría.26
Otro de los relatos de King, Casa negra (2001), tiene un fuerte tema bíblico de redención. Después de que el héroe, Jack Sawyer, salva a una ciudad de Wisconsin de un asesino en serie y en el proceso libera a multitudes de niños de toda raza y lengua de una fuerza malévola, de otra dimensión, una mujer enloquecida le dispara repetidas veces. Antes de perder el conocimiento, levanta su mano ensangrentada perforada por una bala y mira a la mujer con una expresión de perdón en sus ojos. Entonces es llevado velozmente a un universo paralelo en donde «el Dios Carpintero» tiene más trabajo para encargarle.
Pero el concepto de King de una realidad redentora trascendente contrasta contundentemente con la tendencia de la literatura contemporánea. Hoy, la literatura occidental es útil para usar formas estéticas con las que analizar y diagnosticar los problemas de la cultura occidental. Escritores como Don DeLillo, Umberto Eco, José Saramago y Julian Barnes, maestros de la forma y de los placeres estéticos, han hecho un trabajo significativo para subrayar dónde Occidente necesita urgentemente mejoras. Han tenido mucho menos éxito, sin embargo, a la hora de ofrecer una fuente positiva de reforma para la cultura occidental.
Los escritores occidentales desde la década de los sesenta han hallado significado en sus tradiciones raciales o étnicas, en la praxis de varios feminismos, en las costumbres de grupos de identidad sexual y en las tradiciones de sus regiones geográficas. Aunque estos escritores han localizado muchos centros importantes de actividad e identidad cultural, pocos han estado dispuestos a dar el paso adicional y afirmar que su centro personal pudiera resolver el mal de Occidente en general. Dan por sentado que nosotros, como seres humanos, no podemos encontrar ninguna fuente de significado fuera de nuestros grupos de identidad locales; que no hay ninguna fuente de autoridad trascendente de la cual se pudiera pedir amplia reforma social e institucional.
La otra escuela dominante de los escritores occidentales aboga por vivir vidas de «improvisación». Opinan que si nos reinventamos continuamente en nuestros fluctuantes entornos sociales, psicológicos y económicos, podremos satisfacer nuestras necesidades inmediatas. En términos prácticos, por no decir «en términos darwinistas», dan por sentado que nada existe fuera del momento. Satisfacer las necesidades de cada momento es lo mejor que uno puede esperar.
Esto tiene algo de verdad en que actuamos y hablamos en función de nuestro contexto. Sin embargo, este concepto de improvisación ha perdido todo sentido de fuerza unificadora que mantenga unidos los elementos dispares de la vida moderna. Los que proponen esta vida constantemente improvisada rechazan la noción trinitaria de Dante de que, en medio de la diversidad y fragmentación de nuestras vidas individuales, puede emerger una unidad para dar amplitud, profundidad y significado a nuestras experiencias diferentes.
Sin un Dios trinitario, la mayoría de escritores posmodernos quedan con escasas opciones, salvo la de sumergirse en el instante en un esfuerzo por olvidar su real necesidad de trascendencia. En su perpetua búsqueda de alma personal, exacerbaron la pérdida de Occidente de su alma colectiva.
El impacto de la Biblia en la literatura la convirtió en la fuente de autoridad cultural de Occidente. El rechazo a la Biblia resulta en anarquía moral e intelectual. Así, los musulmanes de segunda generación están volviendo a examinar el islam en su búsqueda de una forma de llenar el vacío creado por la educación secular. Consideremos a continuación la influencia de la Biblia en la educación.
* Un motivo es un elemento de un relato que aparece repetida y significativamente, como el motivo de Mesías en la trilogía Matrix. En este caso, el viaje es un motivo que aparece en un número de obras diferentes, no muchas veces en una sola obra.
* En la teología católica romana, el purgatorio es un lugar intermedio entre el cielo y el infierno donde los cristianos bautizados sufren como penitencia por los pecados que cometieron mientras estaban en la tierra, antes de ascender al cielo. Los protestantes rechazan esta doctrina como carente de base bíblica.