Capítulo trece
CIENCIA
¿CUÁL ES SU FUENTE?
Más o menos cuando yo nací, mis padres compraron una granja como a ochenta kilómetros al noroeste de las minas de diamantes de Panna. Mi primo, mi tío, mi hermano y yo, y también mi padre, la cultivamos durante casi cuarenta años. Ninguno de nosotros, sin embargo, excavó jamás para buscar diamantes. ¿Por qué no? Porque nadie había hallado nunca tal riqueza en nuestro distrito. Las personas solo se esfuerzan por tesoros si creen que tal esfuerzo puede llevarlos a ricas recompensas. La fe determina una diferencia.
Una cultura puede tener individuos capaces, pero ellos no buscan «leyes de la naturaleza» si están convencidos de que la naturaleza está encantada y gobernada por millones de diosecitos como el dios de la lluvia, una diosa de un río, o una rata deva. Si los planetas mismos son dioses, entonces, ¿por qué van a seguir leyes establecidas? Las culturas que adoran a la naturaleza a menudo usan magia para manipular a los poderes invisibles que gobiernan la naturaleza. No desarrollan ciencia y tecnología para establecer «dominio» sobre la naturaleza. Algo de la «magia» parece «funcionar», pero los magos no buscan una comprensión sistemática, coherente, de la naturaleza.
• La India antigua produjo grandes cirujanos, como Sushruta. ¿Por qué esta tradición no se desarrolló en medicina científica?
• Ya en el siglo V, Aryabhata sugirió que la Tierra gira sobre su eje y alrededor del Sol. Los astrólogos de la India sabían de su teoría, pero no cambiaron sus prácticas.
• El ingenio antiguo y medieval de la India para las matemáticas se reconoce ampliamente. Un matemático indio desconocido introdujo el cero. Los matemáticos Brahmagupta (s. VII), Majavira (s. IX), y Bhaskara (s. XII) se adelantaron siglos a Occidente.
¿Por qué las matemáticas de la India no llegaron a ser lenguaje de ciencia? Considere lo que es crecer en una cultura que cree que el mundo que se ve y toca es irreal: maya, una ilusión, un sueño. ¿Dedicaría usted su vida a estudiar ese mundo «irreal»? ¿Acaso no trataría de escapar del mundo? ¿Meditar hacia adentro—«entrar» en su conciencia— para tratar de hallar allí «realidad»?
A los monjes chinos y sabios hindúes no les faltaba capacidad; les faltaba motivación filosófica. Buscaban un paraíso psicológico, bendición dentro de su consciencia. Hasta el siglo XVI, la mentalidad cristiana occidental también buscaba una salvación psicológica o espiritual. Fue solo cuando una porción principal de la cristiandad pudo leer la Biblia y tomarla por lo que dice cuando empezó a entender la pérdida del Edén como una pérdida del paraíso terrenal.
La pasión de Occidente por la ciencia empezó cuando la Biblia inspiró a los cristianos a dedicar sus vidas a recuperar el olvidado mandato de Dios a los seres humanos de que dominasen la naturaleza.1 El primer historiador de la Sociedad Real de Ciencias, Thomas Sprat (1635–1713), explicó que el objetivo de la Sociedad era capacitar a la humanidad para re-establecer «el dominio sobre todas las cosas».2 Fue este ejercicio religioso-científico el que recogió la información que mostró el diseño evidente en la naturaleza. Darwin más adelante teorizó que este diseño puede haber sido el resultado de la selección natural al azar.
Durante el siglo XX, la ciencia se volvió cada vez más entrelazada con la tecnología y la industria. Sin embargo, hasta el siglo XIX, la ciencia era «filosofía natural» o «historia natural», una subdivisión de la teología: «teología natural» o «revelación general». El método científico de estudiar la naturaleza brotó de la teología, debido a una manera particular de ver el mundo material basada en la Biblia. Esta manera daba por sentado que el universo físico era real. No era ni una «sombra» platónica ni un maya (ilusión) hindú.
Los pioneros de la ciencia creían que el ámbito material era real, y no mágico, encantado, ni gobernado por espíritus y demonios. Dieron por sentado que era comprensible porque Dios lo creó como racional, ordenado y regulado por leyes naturales. Esos pioneros invirtieron su tiempo, esfuerzo, recursos y vidas en el estudio del universo físico porque creían que Dios lo creó bueno.3 No fue creación de una deidad malévola para atrapar a las almas puras en materia impura. El esfuerzo científico empezó con la presuposición de que las personas fueron creadas como administradores de la creación, no de que el destino o los dioses atan a los seres humanos. Al entender la naturaleza, podemos administrarla y controlarla para nuestro beneficio y el de nuestro futuro.
Esta perspectiva científica nació en una crítica del racionalismo aristotélico. El método científico da por sentado que la lógica humana tiene validez, pero que debe someterse a hechos observados, porque el hombre es finito, caído y falible. Los científicos usan la lógica para hallarle sentido a los datos. Teorizan para explicar el mundo; pero, para que una teoría sea científica, debe hacer predicciones cuantitativas que son empíricamente verificables, y preferiblemente falsables. Una teoría se modifica o reemplaza si no se ajusta a los hechos observados, o si observaciones posteriores no encajan en sus predicciones.
La ciencia descansa en una paradoja. La ciencia debe tener la confianza de que los seres humanos pueden trascender la naturaleza (entenderla, dominarla y cambiarla). Y sin embargo, la ciencia requiere humildad: aceptar que los seres humanos no son divinos, sino finitos y caídos, inclinados a pecar, al error y al orgullo desmedido. Por consiguiente, la ciencia necesita más que lógica aristotélica o iluminación individual. Necesita objetividad, observación de los hechos, revisión entre colegas y constante prueba de dudas. «Hierro con hierro se aguza; Y así el hombre aguza el rostro de su amigo».4 La acumulación de conocimiento mediante compilación, formación de modelos y corrección, requiere el esfuerzo organizado no solo de escuelas y después universidades, sino también de una comunidad científica; una asociación y una red de trabajo competitiva, pero cooperadora a la vez, de personas dedicadas al desarrollo de la ciencia.
La ciencia tiene que rechazar dos creencias opuestas: 1) la idea reduccionista de que el hombre es meramente una parte de la naturaleza; un pequeño engranaje en la maquinaria, incapaz de trascenderla; y 2) la noción que excluye la ciencia para decir que el yo humano es el Yo Divino y puede ser iluminado solo por experiencia interior o mística; que puede llegar a ser infinito, conociéndolo todo, y sin necesitar corrección.
La expansión mundial de la educación occidental hizo de esta manera científica de ver la naturaleza algo tan común que la mayoría de personas educadas no se da cuenta de que la perspectiva científica es una manera peculiar de observar el mundo; un método objetivo («secular ») modelado por una cosmovisión bíblica. La ciencia usa métodos objetivos para observar, organizar y entender el mundo natural.*
Pero esta perspectiva no es ni «natural» ni «universal» ni de «sentido común». Es una manera peculiar de ver las cosas. Europa no tropezó con el método científico mediante intentos al azar, error y casualidad. Algunos individuos del mundo antiguo pueden haber mirado a la naturaleza con una perspectiva científica, pero su perspectiva no se convirtió en parte de su cultura intelectual.
La perspectiva científica floreció en Europa como resultado de la teología bíblica medieval cultivada por la Iglesia. Los teólogos persiguieron la ciencia por razones bíblicas. Su espíritu científico germinó durante los siglos XIII y XIV y floreció después de la Reforma del siglo XVI; después de que Europa se volvió más alfabetizada, cuando las personas podían leer la Biblia por sí mismas y llegar a tener conciencia bíblica.
Mi educación intelectual me dio información confusa en cuanto a cómo se relacionan la Biblia y la ciencia. En El tao de la física, el físico convertido en místico Fritjof Capra observó:
La creencia en la existencia de unas leyes fundamentales de la naturaleza era consecuencia de la creencia en un legislador divino, profundamente arraigada en la tradición judeocristiana. En palabras de Tomás de Aquino: «Existe una Ley Eterna, es decir, la Razón, que está en la mente de Dios y gobierna todo el Universo».
Esta idea de una ley divina y eterna en la naturaleza influyó sobremanera a la filosofía y la ciencia occidentales. Descartes escribió sobre «las leyes que Dios ha puesto en la naturaleza», y Newton creía que el fin más elevado de su trabajo científico era el de evidenciar las de las «leyes impresas por Dios en la naturaleza».5
Capra y otros familiarizados con Aldous Huxley culparon a la Biblia por producir un caos ecológico al producir la ciencia y la tecnología. Otros afirmaron que la Biblia y la ciencia eran incompatibles y que la ciencia surgió del redescubrimiento de la enseñanza griega en el Renacimiento.
Puesto que ambas opiniones—que la Biblia es incompatible con la ciencia y que es el libro fuente de la ciencia— no pueden ser verdad a la vez, investigué el asunto. Hallé que los que culpaban a la Biblia de dar a luz a la ciencia moderna por lo menos tenían correcta su historia. Para bien o para mal, la Biblia produjo y respaldó la perspectiva científica. Científicos que creían en la Biblia lanzaron la «revolución científica» de los siglos XVI y XVII. La observación de Capra de que la creencia en las leyes de la naturaleza procede de la Biblia ha sido validada por la rigurosa investigación de Francis Oakley.6
La Biblia inspiró a los pioneros de la ciencia a embarcarse en el camino de descubrir las leyes de la naturaleza; jornada larga, tediosa, exigente y para muchas generaciones. La Biblia enseñaba que Dios «ponía al mar su estatuto, Para que las aguas no traspasasen su mandamiento ».7 Este Legislador estableció «las leyes de la naturaleza».8 Estas leyes se pueden entender porque fuimos creados a imagen de Dios para entender y administrar la naturaleza.9
Capra meramente afirmó lo que los científicos y eruditos habían concluido antes de él. Chatterjee, mi amigo ateo de la Universidad de Allajabad, seguía a Bertrand Russell al creer que el ateísmo era la fuente de la ciencia. Rechazaba el politeísmo y el panteísmo hindú como igualmente antitéticos a la ciencia. Uno no puede adorar simultáneamente a la Madre Tierra y sin embargo gobernarla seccionándola, entendiéndola, controlándola, manejándola y cambiándola. Los científicos tenían que dar por sentado que el cosmos es un objeto inanimado, natural (o «secular»). Tenían que dar por sentado que en algunos aspectos el hombre no puede cuidar de la naturaleza entendiéndola y luego manejándola o «subyugándola».
Chatterjee también rechazaba el panteísmo hindú: que todo es uno (Brahma), donde el universo no era ni maya, la «danza» de Dios, ni la «obra» de Dios o su artesanía. Una pintura o una máquina se hacen. Reflejan al pintor o al ingeniero, pero son distintas de su creador. En contraste, la danza y el danzante son uno. Si Dios y la naturaleza son uno, entonces la naturaleza no tiene Legislador, ni hay «leyes de la naturaleza» que descubrir.
El panteísmo dice que la naturaleza es un organismo vivo: Gaia o «Madre Tierra». El «orden» de la naturaleza no es sino el ritmo de su danza; impredecible, sin leyes matemáticas que cuantificar. Chatterjee argumentaba que si la tierra es una diosa, entonces su voluntad, y no leyes científicas u obligatorias, la gobernaban.
El ateísmo de Russell, sin embargo, planteaba un problema: ¿Por qué China no produjo ciencia? Algunos de la élite de China se enorgullecían de seguir una esencia universal, o principio, llamado Tao; otros creían en «yin y yang». Si el ateísmo de Russell fuese el presupuesto de la ciencia, China debería haber desarrollado la ciencia antes que Europa. Aunque desconcertado por el abismo existente entre esta creencia y la realidad, Russell tuvo la osadía de afirmar que puesto que la civilización China no tenía al Dios de la Biblia que interviene en la naturaleza, su ciencia pronto superaría a la de Occidente.
Nadie en nuestra Universidad nos dijo que el coautor de Russell, Alfred North Whitehead, consideró con todo cuidado sus argumentaciones, y luego sorprendió a los intelectuales occidentales en sus Conferencias en la Sala Lowell de Harvard (1925). Whitehead declaró que la ciencia occidental había brotado de la enseñanza de la Biblia de que el cosmos era producto de «la realidad inteligente de un ser personal [Dios]». La implicación era que seres personales, humanos, podían entender el cosmos. Whitehead expuso:
La mayor contribución del medievalismo a la formación del movimiento científico fue la fe inexpugnable de que cada aparición detallada puede ser correlacionada con sus antecedentes de una manera perfectamente definitiva, ejemplificando los principios generales. Sin esta creencia, los increíbles esfuerzos de los científicos no tendrían esperanza. Es esta convicción instintiva, vívidamente posada ante la imaginación, el poderoso motivo de la investigación: que hay un secreto, un secreto que puede ser desvelado. ¿Cómo ha quedado esta convicción tan vívidamente implantada en la mentalidad europea?
Cuando comparamos este tono de pensamiento de Europa con la actitud de otras civilizaciones cuando se las deja a su manera, parece haber solo una fuente de su origen. Debe venir de la insistencia medieval en la racionalidad de Dios, concebido como la energía personal de Jehová.10
Whitehead concluyó que China no desarrolló ciencia porque gran parte de su historia no tenía una firme convicción en un Creador todopoderoso.* Joseph Needham (1900–95), historiador marxista que pasó su vida investigando la ciencia y la civilización chinas, confirmó las ideas de Whitehead. Needham buscó explicaciones materialistas para el fracaso de China. Finalmente, su integridad venció a su ideología. Concluyó que no había ninguna razón buena geográfica, racial, política o económica que explicara por qué China no desarrolló su ciencia. Los chinos no desarrollaron ciencia porque jamás se les ocurrió que la ciencia era posible. No tuvieron ciencia porque «el concepto de un legislador celestial divino imponiendo ordenanzas en la naturaleza no humana jamás se desarrolló en China».11
Los griegos, egipcios, chinos, indios y musulmanes premodernos tenían muchas creencias acerca de la naturaleza; observaron hechos, anotaron información, desarrollaron habilidades, acumularon sabiduría y pasaron su conocimiento a otros. Tenemos buenas razones para maravillarnos por la precisión con que Eratóstenes, matemático, astrónomo, geógrafo y poeta griego (h. 276–h. 196 A.C.) midió la circunferencia de la Tierra. Determinó astronómicamente la diferencia de latitud entre Syena (ahora Aswan) y Alejandría, Egipto, donde era el bibliotecario. Nuestro principio de cuerpos flotantes lleva el nombre de Arquímedes (287–212 A.C.), que también estudió en Alejandría. Sus principios matemáticos de la palanca, la polea y el tornillo son impresionantes. E Hiparco (h. 190–120 A.C.), que influyó sobremanera en Tolomeo, calculó el año solar apenas con seis minutos y 14 segundos de diferencia. Su mes lunar estaba desviado solo por un segundo.
A pesar de sus impresionantes logros, los antiguos no desarrollaron una cultura de ciencia. Aunque observaron con precisión, no modelaron el mundo. No hicieron esfuerzos por verificar empíricamente sus explicaciones. Ni siquiera Copérnico (1473–1543) formó una teoría heliocéntrica preliminar. Entonces, el profundamente cristiano Isaac Newton (1642–1727) modeló las órbitas planetarias en función de la gravedad. Sin explicación, uno puede tener hechos, pero no ciencia. Como Charles Darwin anotó:
Hace unos treinta años se hablaba mucho de que los geólogos deben observar y no teorizar; y recuerdo bien que alguien dijo que en cualquier caso el hombre bien puede ir a una mina de cascajo y contar las piedritas y describir los colores. Qué extraño que alguien no vea que toda esa observación debe ser por o en contra de alguna idea para que sea de algún servicio.12
Cuando los antiguos trataron de explicar el mundo, usaron la intuición,* la lógica, la fabricación de mitos, el misticismo y el racionalismo; separados de la observación empírica. Por ejemplo, la lógica de Aristóteles (384–322 A.C.), basada en la intuición, postulaba que si uno deja caer dos piedras de un risco, una piedra dos veces más pesada caería dos veces más rápido que la piedra más ligera. Ningún erudito aristotélico: griego, egipcio, romano, cristiano o musulmán, jamás en realidad probó la teoría de Aristóteles dejando caer dos piedras. Finalmente, Galileo Galilei (1564–1642 A.D.) basado bíblicamente en efecto probó y refutó la presuposición de Aristóteles, mostrando que dos bolas de diferente masa llegan juntas al suelo.**
La intuición, lógica, observación, experimentación, información, técnicas, especulación y estudio de textos autoritativos existían antes del siglo XVI. En sí mismo, nada de esto constituye ciencia sostenible. Si uno insiste en que los descubrimientos antiguos demuestran que la ciencia precede a la Biblia, entonces tiene que admitir que las culturas no bíblicas sofocaron y mataron este principio elogiable. Solo en Europa la astrología se convirtió en astronomía, la alquimia en química y la matemática en lenguaje de ciencia. Y eso solo en los siglos XVI y XVII, después de que la mentalidad cristiana occidental tomó en serio el mandamiento de Dios: «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra».13
El mandamiento de señorear sobre la tierra llevaba en la Biblia unos pocos miles de años. ¿Por qué no hubo ciencia seria y duradera sino hasta el siglo XVI? El profesor Harrison dijo que la ciencia empezó cuando los cristianos empezaron a leer la Biblia literalmente:
Solo cuando se despojó al relato de la creación de sus elementos simbólicos pudo el mandamiento de Dios a Adán relacionarse a actividades mundanas. Si el huerto del Edén era nada más que una elocuente alegoría, como Filón, Orígenes, y más tarde Hugo de San Víctor, habían sugerido, de poco servía intentar reestablecer el paraí-so en la tierra. Si el mandamiento de Dios a Adán de cuidar el huerto tenía primariamente significación simbólica, como Agustín había creído, entonces la idea de que el hombre debía reestablecer el paraí-so mediante la horticultura y la agricultura simplemente no se habría presentado con tanta fuerza en la mentalidad del siglo XVII.14
La Iglesia persiguió a algunos individuos, como Galileo, que eran científicos; pero la Iglesia es mucho más culpable de quemar Biblias, a traductores de la Biblia y a teólogos, que de prohibir libros de ciencia u hostigar a los científicos. ¿Se opone de este modo el cristianismo a la teología, o no es el responsable de compilar, preservar y propagar la Biblia?
Los líderes religiosos de mi país jamás persiguieron a Galileo. ¿Me da eso razón para jactarme? Hasta bien entrado el siglo XIX, nuestros maestros enseñaban—en una universidad financiada por Gran Bretaña— ¡que la Tierra reposaba sobre la espalda de una gran tortuga!15 Nosotros nunca perseguimos a un Galileo, porque la India hindú, budista o animista jamás produjo uno. Los que no tienen hijos jamás atraviesan conflictos con sus adolescentes.
La Iglesia no ejecutó a científicos por su ciencia. Los conflictos («herejías») fueron teológicos, morales, sociales, personales, políticos o administrativos. La ciencia nació en la universidad; institución inventada por la Iglesia. Casi todos los primeros científicos trabajaron en universidades relacionadas con la Iglesia, sometidas a los obispos. Muchos de ellos fueron teólogos y exégetas bíblicos. A Giordano Bruno (1548–1600) a menudo se lo señala como un científico al que la Iglesia mató. La Iglesia lo consideró un monje renegado y un hechicero hermético, que hizo algo de astronomía pero ninguna contribución a la ciencia. Bruno enseñaba la filosofía especulativa, inmanentista,* de un mundo alma con un infinito número de mundos. Su inmanentismo, de origen griego e islámico, estorbaba a la ciencia.
Sí, la Iglesia y los estados medievales no inventaron un sistema judicial independiente al cual los convictos pudieran apelar por justicia. Uno puede criticarlos por no respetar los derechos humanos. Esto se aplicaría a cualquier otra cultura. Pero eso no demuestra que la Iglesia se opuso a la ciencia como tal. Muchas universidades e industrias tratan a sus científicos y no científicos injustamente. Si no fuera por un sistema judicial independiente—en sí mismo fruto de la Biblia—, las instituciones actuales serían tan opresoras como las medievales.16 Perseguir a un subordinado es abuso de poder, no oposición a la ciencia.
Galileo fue revolucionario, brillante y popular; pero abrasivo. Se le investigó (1616), y, sin embargo, fue agasajado en Roma por cardenales y el papa Pablo V le aseguró su buena voluntad y respaldo. Aunque se le advirtió que se apegara a la ciencia y tratara a Copérnico como una hipótesis, Galileo escribió su Carta a Castelli, su exageradamente celoso estudiante, arguyendo que el sistema heliocéntrico de Copérnico era consistente con la Biblia. Los profesores aristotélicos tenían envidia de la popularidad de Galileo, y les dolían sus insultos. La Inquisición primero descartó su acusación de que la Carta de Galileo contradecía a la Biblia.
En Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo (1632), Galileo denigró a los aristotélicos, y abogó por Copérnico como una tesis antes que como hipótesis. Después de que el Diálogo se imprimió con permiso, la Liga acusó a Galileo de hacer que el necio Simplicio recitara las ideas del papa Urbano sobre cosmología. Galileo era amigo personal del papa Urbano VIII; sin embargo, burlarse de su protector y rechazar su consejo resultó ser demasiado. Citado de nuevo, Galileo volvió a Roma, aunque Venecia le ofreció asilo y Alemania podía haberlo protegido.* La inquisición (1633) halló poco error teológico, pero proscribió el Diálogo de Galileo y le sentenció por haber desobedecido condiciones no publicadas desde 1616.
Se ahorcó y quemó a traductores de la Biblia como Tyndale. A Galileo, el científico, se le conmutó su sentencia a arresto domiciliario, alojado por el arzobispo de Siena. Volvió a su propio pueblo de Arcet bajo supervisión, permitiéndosele terminar sus Diálogos sobre dos nuevas ciencias (1638). El Vaticano permitió que el Diálogo de Galileo se imprimiera en 1743 y levantó formalmente su prohibición en 1822.
León XIII (1891) dijo: «La Iglesia y sus pastores no se oponen a la ciencia verdadera y sólida... sino que la abrazan, estimulan y promueven con la mayor dedicación posible... La verdad no puede contradecir a la verdad, y podemos estar seguros de que se ha cometido alguna equivocación bien sea en la interpretación de las palabras sagradas o en la polémica misma».
El Papa Juan Pablo II (1992) dijo: «Galileo, creyente sincero, se mostró mucho más perceptivo [sobre la interpretación de la Biblia] que los teólogos que se le opusieron». «Si las Escrituras no pueden errar», le escribió a Benedicto Castelli, «algunos de sus intérpretes y comentaristas sí pueden y lo hacen de muchas maneras». Afirmó que «Galileo... comprendió por qué el Sol solo podía funcionar como el centro del... sistema planetario».17
El poder corrompe, y la Iglesia abusó de su poder. Eso no demuestra que la Biblia esté en contra de la ciencia. ¿Se opone el gobierno a la justicia y los derechos humanos porque reyes, presidentes, dictadores y tribunales han pervertido la justicia y violado los derechos humanos? Insistimos: la ciencia nació en universidades gobernadas por la Iglesia. Floreció bajo el patrocinio de ella y en ninguna otra parte.
Las controversias, como el enfrentamiento entre evolución, diseño y creación, no son conflictos entre ciencia y religión. La evolución empezó como una brillantemente imaginativa teoría para explicar el origen de las especies sin contar con Dios. Aunque hay algún respaldo objetivo para la «microevolución» o variaciones dentro de una especie, la controversia primaria se centra en la factibilidad de la macroevolución; y en las presuposiciones filosóficas de la ciencia. El ateísmo filosófico ha secuestrado la elegante pero no demostrada teoría de Darwin como arma en su cruzada ideológica. El genetista Richard Lewontin resumió la ciencia evolucionista moderna al revisar a Carl Sagan:
Tomamos el lado de la ciencia a pesar del patente absurdo de algunos de sus constructos, a pesar de su fracaso para cumplir muchas de sus promesas extravagantes de salud y vida, a pesar de la tolerancia de la comunidad científica con relatos insustanciados así porque sí, porque tenemos un compromiso previo, un compromiso con el materialismo. No es que los métodos e instituciones de la ciencia de alguna manera nos obliguen a aceptar una explicación material del mundo de los fenómenos, sino que, al contrario, somos forzados por nuestra adherencia a priori a causas materiales para producir un aparato de investigación y un conjunto de conceptos que produzcan explicaciones materiales, sin que importe hasta qué punto son contraintuitivas y desconcertantes para el no iniciado. Todavía más, ese materialismo es un absoluto, porque no podemos permitir un pie divino en la puerta.18
En su libro For the Glory of God: How Monotheism Led to Reformations, Science, Witch-Hunts and the End of Slavery [Para la gloria de Dios: Cómo el monoteísmo condujo a las Reformas, la ciencia, la caza de brujas, y el fin de la esclavitud], Rodney Stark muestra cómo el darwinismo, otrora una teoría brillante y plausible, se ha convertido en «ocultismo arrogante»;19 una intolerancia secular. Sumos sacerdotes académicos contemporáneos propagan la teoría de la macroevolución como «hecho»; y, sin embargo, siglo y medio después de Darwin, los científicos todavía no tienen ninguna explicación de peso sobre cómo se originaron los grupos biológicos mayores, ni para el origen de la vida.
¿Cómo puede la «casualidad» no inteligente producir nuevos organismos con órganos previamente no existentes? Por ejemplo, mediante la reproducción inteligente podemos producir gatos grandes o gatos chicos, gatos marrones o gatos negros; pero no gatos que vuelen. Los científicos han esperado hallar evidencia fósil para la macroevolución; pero el registro fósil muestra que los taxones biológicos aparecen plenamente formados y continúan prácticamente sin cambio hasta el presente o hasta que se extinguieron.
Los biólogos evolucionistas han insistido estridentemente en que la macroevolución es incuestionable; pero se enfrentan a evidencias que se acumulan rápidamente mostrando la increíble complejidad bioquímica y de información genómica. El bioquímico Michael Behe evaluó el ritmo de mutación y halló que todo lo que la mutación al azar puede lograr bajo las condiciones terrestres es dos mutaciones necesarias.20 La dinámica cuantitativa de población evolutiva muestra crecientes cargas de mutación. El Mendel’s Accountant [Contador de Mendel] permite ahora a estudiantes de secundaria evaluar rápidamente y visualizar estas tendencias.21 Las probabilidades consiguientes de la macroevolución de un caldo químico prebiótico son tan astronómicamente pequeñas que exigen gran fe.
Algunos cristianos se oponen ciegamente a la evolución. Otros dan por sentado que Dios usó la evolución; pero muchos científicos que son cristianos mantienen que tanto los puntos fuertes como los débiles de la micro y la macroevolución se deben estudiar y enseñar objetivamente como teorías. El matemático William Dembski y el biólogo molecular Jonathan Wells exploran los sistemas biológicos desde el punto de vista del diseño inteligente como teoría científica.22 Los científicos deben evaluar objetivamente todos los hechos disponibles para descubrir si respaldan el diseño inteligente en la bioquímica, o muestran que la vida y las especies podrían haberse originado mediante los mecanismos neodarwinistas.
LAS SOMBRAS Y EL NACIMIENTO DE LA
REVOLUCIÓN CIENTÍFICA
La Biblia no es un libro europeo. Entre los siglos V y XI, los eruditos europeos tendían a ver la naturaleza por el cristal del filósofo europeo Platón. Él enseñaba que el campo de las ideas era el mundo real y que el mundo material era meramente su sombra.
Por ejemplo, una casa puede ser completamente diferente de otra. ¿Por qué a ambas se las llama «casa»? Platón respondería: Porque ambas son sombras de la misma «Idea»; de la «casa» ideal que existe en el campo real no material, o espiritual, de las ideas. El mundo material no es sino su sombra. Cada objeto real puede tener un infinito número de sombras, dependiendo de la fuente, distancia y ángulo de la luz. Un estudio de las sombras arroja algo de luz sobre su fuente. Los eruditos medievales estudiaban la naturaleza de la sombra primordialmente para entender la realidad espiritual.*
De este modo, los padres europeos de la iglesia veían el universo físico meramente como una imagen inferior, transitoria, decadente, del ámbito eterno, espiritual. También veían la naturaleza como un jeroglífico: un libro sagrado escrito en letras que usa cuadros de objetos naturales, por ejemplo, animales, pájaros, árboles y montañas. Se consideraba a la naturaleza como un libro pictórico escrito por Dios para nuestra edificación moral y religiosa. Los padres eclesiásticos europeos creían que Dios infundió en el mundo creando símbolos para guiarnos al mundo superior de realidades espirituales. Por ejemplo, cuando vemos una hormiga, debemos aprender virtudes tales como la laboriosidad, la diligencia, la organización social y la previsión. No vieron ningún valor en estudiar a las hormigas por lo que eran en sí.
Puesto que podemos aprender muchas lecciones diferentes de las hormigas, los padres europeos de la iglesia, como Orígenes (185–254 A.D.) adoptaron el método griego alegórico de interpretar textos. Los filósofos griegos habían desarrollado el método alegórico para interpretar (hermenéutica) sus poemas, leyendas y mitos para sanear relatos moralmente problemáticos. Por ejemplo, respecto a Homero, Heráclito dijo: «Si todo lo que él escribió no es alegoría, [entonces] todo es una impiedad».23 Filón, el judío de Alejandría, adoptó este enfoque alegórico para hallar filosofía griega en las Escrituras hebreas, el Antiguo Testamento, llevándola de este modo a la cultura judía.**
Como Filón, los cristianos de Alejandría estaban inmersos en el pensamiento helénico. Adoptaron el método alegórico griego de leer tanto el libro de las palabras de Dios (la Biblia), como el libro jeroglífico de las obras de Dios (la naturaleza). Pensaban que cada criatura era un símbolo hecho divinamente para enseñarnos una lección. Esta actitud impidió una comprensión de la naturaleza. La ciencia nació después de que la iglesia empezó a leer la Biblia literalmente, y no alegóricamente. Eso es, cuando la cristiandad empezó a leer un texto (libro o naturaleza) objetivamente o inductivamente para ver qué enseñaba, en lugar de ver lo que querían o pensaban que debían hallar en él.
Peter Harrison, profesor de humanidades y ciencias sociales de la Universidad de Bond, Australia, ha acumulado evidencias* de que la ciencia se convirtió en una «revolución» debido a que los reformadores protestantes insistieron en que la Palabra de Dios en la Biblia y en la naturaleza se debía leer literalmente, no alegóricamente.
El surgimiento de la historia natural «propiamente dicha»... se debió en gran parte a los esfuerzos de los reformadores protestantes... Comúnmente se supone que cuando a principios del período moderno los individuos empezaron a mirar al mundo de una manera diferente, ya no podían creer lo que leían en la Biblia. En este libro sugeriré que cierto es lo inverso: que cuando en el siglo XVI la gente empezó a leer la Biblia de una manera diferente, se vieron forzados a descartar las concepciones tradicionales del mundo. La Biblia— su contenido, las controversias que generó, su suerte variada como autoridad, y más importante, la manera en la que la leían los protestantes— jugó un papel central en el surgimiento de las ciencias naturales en el siglo XVII.24
Teólogos católicos habían puesto los cimientos de la ciencia en los siglos XIII y XIV.25 El éxito de la Reforma para establecer la autoridad intelectual de la Biblia desató en la cultura popular la enseñanza de la Biblia en cuanto a Dios, la creación, el hombre, el pecado, la salvación, el conocimiento, la educación y el sacerdocio de todos los creyentes. Estas ideas bíblicas, como veremos, fueron cruciales para el nacimiento de lo que ahora llamamos la revolución científica.
Estudios recientes han explorado el papel de la Biblia en el lanzamiento de la ciencia moderna. Para los que no son especialistas, un punto de partida excelente es el libro For the Glory of God. Stark, que enseñaba sociología en la Universidad de Washington, se interesó profundamente en la historia. Trazó un «Cuadro de Estrellas Científicas», una lista de los cincuenta y dos científicos más importantes que fueron pioneros en la revolución científica, empezando con De revolutionibus de Copérnico en 1543. Stark revisó toda la información disponible de sus creencias personales y descubrió que todos, excepto dos, fueron cristianos. Solo a Edmundo Halley y Paracelso se les podía llamar escépticos.
El sesenta por ciento de los hombres que produjeron la ciencia fueron cristianos «devotos», católicos y protestantes, que hicieron ciencia «para la gloria de Dios». El resto fueron cristianos «convencionales». Aunque no se destacaba su piedad, era enteramente satisfactoria para sus compañeros religiosos.26 Las estadísticas de Elaine Howard Ecklund27 pueden ser mejores. Los especialistas discuten sobre la lista de Stark y probablemente cuestionarían las estadísticas de Ecklund. Lo que es incontestable en la tesis de Stark es que entre los cristianos devotos que fueron pioneros de la ciencia moderna hay personas como Robert Boyle (1627–91) que «gastó considerable porción de sus limitados fondos para hacer que la Biblia fuera traducida a varias lenguas ».28 Sir Isaac Newton, amigo de Boyle, «se interesaba en la teología y la profecía de la Biblia tanto como en la física; dejó más de un millón de palabras sobre estos temas».29 Estos hombres promovieron la Biblia porque la consideraban la fuente de la ciencia.
¿INFERENCIA O PRESUPOSICIÓN?
Algunos científicos piensan que «Dios»—un agente creativo inteligente tras el cosmos— es una inferencia necesaria para lo que conocemos en cuanto al universo. Históricamente, la idea bíblica de Dios no es la inferencia, sino la presuposición, o fuente, de la ciencia. Será más fácil entender esto considerando por qué el islam no pudo desarrollar la ciencia.
El islam se apropió del conocimiento griego vía la iglesia oriental, que había preservado y copiado manuscritos griegos. Eruditos islámicos tradujeron esos manuscritos al árabe y mejoraron el conocimiento griego. Los eruditos musulmanes llevaron los manuscritos griegos o traducciones de ellos a Europa. ¿Por qué el islam no desarrolló la ciencia empírica? Los eruditos están estudiando esa cuestión. Un factor es el hecho de que los eruditos musulmanes no criticaron los cimientos del pensamiento griego, especialmente su cosmología y racionalismo. Durante los siglos XII y XIII, la pseudociencia grecoislámica casi atrapó a Occidente. Por las razones que se consideran en el apéndice, Europa leyó y creyó la Biblia como la verdad revelada de Dios. Eso la salvó de la cosmovisión griega, que era incompatible con la Biblia.
El islam tenía un Creador todopoderoso, personal; lo que le faltó fue la Biblia. Aunque Mahoma declaró que la Biblia era divinamente inspirada, los musulmanes la leían solo para criticarla. Los compiladores de la Rasa’il islámica, la Enciclopedia de los Hermanos de la Pureza (de alrededor del siglo X) adoptaron la creencia griega de que el mundo era Gaia, un organismo gigantesco, consciente, vivo, con su propio intelecto y alma. Esto abrió el camino para que las ideas panteístas, cíclicas, animistas y mágicas, impregnasen la cosmovisión islámica. Eso infectó al islam con el problema crítico de la perspectiva platónica griega, de que el mundo era inteligible mediante las «formas» eternas de sus objetos. Para los griegos, conocer algo era percibir esas formas. Una vez que la mente entendía estas formas, captaba la esencia: la lógica inherente, necesaria, inmanente, de las cosas. Ese conocimiento era definitivo. No podía ser cuestionado o cambiado por la experiencia.
Este «necesitarismo metafísico»30 aristotélico hizo innecesaria la verificación empírica del «verdadero conocimiento». Esta perspectiva hizo que filósofos musulmanes, como Avicena (980–1037) y Averroes o Ibn Rushd (1128–98) se volvieran seguidores doctrinarios e intransigentes de Aristóteles. Pensaban que la física de Aristóteles era completa e infalible. Consiguientemente, si alguna observación contradecía a este, entonces el problema estaba en la observación; debía ser incorrecta o una ilusión.
Los teólogos europeos estudiaron todos los grandes libros. Estaban abiertos a recibir conocimiento de los griegos, incluyendo por la vía de eruditos, traductores e intérpretes musulmanes. Sin embargo, estaban comprometidos con la Biblia. La cosmovisión bíblica superaba a la de Aristóteles y también se oponía a la visión cosmológica griega.
La Biblia limpió la confianza de Aristóteles en la razón humana de la influencia contaminante del animismo. La fortaleció cimentándola en la imagen de Dios. En su influyente ensayo «Christian Theology and Modern Science of Nature» [Teología cristiana y ciencia moderna de la naturaleza], M. B. Foster explicó:
La primera gran contribución de la teología cristiana al desarrollo de la ciencia natural moderna fue el reforzamiento que proporcionó al elemento científico del mismo Aristóteles; en particular, proveyó una justificación de la fe, que para Aristóteles había sido una presuposición sin base, que hay razón en la naturaleza, descubrible mediante el ejercicio de la razón en el hombre.
El elemento «racionalista» de la filosofía de Aristóteles de la naturaleza era inconsistente con el «animismo» que él mantenía a la par. Este último elemento era totalmente incompatible con la doctrina cristiana, y tenía que ser eliminado por completo de cualquier teoría de la naturaleza que tuviera que ser coherente con una teología cristiana.31
La tesis de Foster es importante: las conquistas de Alejandro Magno esparcieron las ideas griegas hasta la India; pero, en la mayoría de culturas, el animismo, el gnosticismo y el misticismo hicieron sombra a la razón y a la evidencia. La Biblia reforzó la confianza griega en la mente humana y, más importante todavía, eliminó el irracionalismo inherente en el animismo.
Foster explica que, para el nacimiento de la ciencia, una discrepancia con Aristóteles fue más importante que el acuerdo sobre la utilidad de la razón. Él llama a estas discrepancias los elementos «no griegos» de la Biblia. Fueron crucialmente responsables de la ciencia.
¿Cuál es la fuente [histórica] de los elementos no griegos que fueron importados a la filosofía por los filósofos posteriores a la Reforma, y que constituyen la modernidad de la filosofía moderna?... ¿Cuál es la fuente de esos elementos no griegos en la teoría moderna de la naturaleza por la cual se iba a determinar el carácter peculiar de la ciencia moderna de la naturaleza? La respuesta a la primera pregunta es: La revelación cristiana [la Biblia], y la respuesta a la segunda: La doctrina cristiana de la creación.32
¿Cuáles fueron estas enseñanzas «no griegas» de la Biblia que llegaron a ser fundamentales para la ciencia? La Biblia empieza con: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra». En consecuencia, el cosmos no era eterno, ni tampoco Dios era parte del cosmos. Dios era libre y existía antes del cosmos. Era libre para crear la clase de cosmos que quisiera. No había formas eternas ni lógica necesaria preexistente que ataran a Dios. San Alberto Magno («Alberto el Grande o doctor universalis», h. 1206–80 A.D.) introdujo la ciencia griega y árabe en la filosofía al mundo medieval y la criticó. Teólogos católicos medievales se dieron cuenta de que el «necesitarismo» de Aristóteles contradecía la libertad y omnipotencia del Dios bíblico.
En consecuencia, Etienne Tempier, obispo de París, y Robert Kilwardby, arzobispo de Canterbury, convocaron el concilio de la Iglesia en 1277. El concilio rechazó formalmente la idea grecoislámica de que la lógica dictara lo que Dios podía o no podía hacer. Aprendieron de la Biblia que Dios era libre. Por consiguiente, ni el cosmos ni la lógica humana podían atarlo. Esta fue una piedra angular del principio científico: necesitamos observar empíricamente lo que Dios ha hecho, y no presumir lo que puede o no puede hacer basándonos en nuestra intuición y lógica. Si la esencia de las «formas» griegas era conocible, la lógica podría deducir las propiedades de objetos sin observación empírica.
John Locke, más adelante, volvió a enunciar esta objeción bíblica a Aristóteles declarando que la «esencia real» de los objetos naturales era incognoscible.
No todas las declaraciones del concilio de 1277 fueron útiles; pero el mismo aclaró cuestiones y estimuló intensa reflexión. La crítica más fuerte de la «filosofía natural» grecoislámica (o su «ciencia») vino de los teólogos franciscanos «nominalistas». Guillermo de Ockham (1285–h. 1349), el más prominente nominalista, estudió y enseñó en la Universidad de Oxford (1309–19). Conocido como Doctor Invincibilis («doctor invencible) y Venerabilis Inceptor («Venerable emprendedor») formuló la «navaja de Ockham».* Redujo la perspectiva islámica aristotélica, basando la ley natural y todos los valores éticos en la voluntad de Dios en lugar de en la necesidad metafísica o formas ideales. Ockham distinguía entre el poder absoluto de Dios (agistrat absoluta), por el cual podía hacer cualquier cosa, y su poder ordenado (agistrat agistra) por el cual él condescendía para obrar dentro de la ley natural y moral que ha establecido.
El papa Juan XXII denunció algunas implicaciones morales de las enseñanzas de Ockham, poniéndole bajo arresto domiciliario de 1324 a 1328. Sin embargo, muchos teólogos católicos influyentes promovieron sus enseñanzas. Entre los que abogaban por Ockham estuvo el filósofo escolástico francés Jean Buridan (1300–58) de la Universidad de París, y sus renombrados sucesores Pierre d’Ailly (1350–1420) y Jean Gerson (1363–1429), ambos directivos de la Universidad de París. D’Ailly, a su vez, influyó en Martín Lutero y Zwinglio, llevando la perspectiva de Ockham sobre la Biblia a la Reforma protestante y estimulando la ciencia empírica.
El profesor Willis B. Glover resumió:
La doctrina bíblica de la creación es única; ninguna religión aparte de las desarrolladas desde la tradición bíblica contiene algo parecido. En la doctrina bíblica, Dios es en cualquier sentido ontológico completamente discontinuo con el mundo. El mundo, por otro lado, es completamente dependiente de Dios; continúa existiendo por su continua voluntad de que exista. Su unidad está en su voluntad o propósito y no es una propiedad intrínseca. Su orden, por consiguiente, no es de ninguna manera obligatorio para Dios. La completa libertad de Dios con respecto a toda la creación fue una influencia fundamental en el pensamiento medieval posterior. Puesto que los actos creativos de Dios no están sujetos a verdades eternas, el conocimiento del mundo no se puede derivar deductivamente de la filosofía, sino que debe venir mediante la observación real. Es más, no puede ser conocimiento cierto, porque nadie podría conocer con certeza lo que Dios pudiera hacer luego. Aquí, de este modo, entró en la filosofía occidental, especialmente en su tradición empírica, esa clase de escepticismo relativo que reconoce que el conocimiento humano no está privado de un tipo de validez, pero con todo lo ve como parcial y solo aproximado.33
LOS DOS LIBROS DE DIOS
A Francis Bacon (1561–1626) y a Galileo Galilei (1564–1642) se les considera fundadores del método científico: el apoyo de la observación empírica sobre la autoridad humana.34 Ambos sostenían la verdad de los dos libros de Dios: el libro de la naturaleza y el libro de su palabra, la Biblia. Había que estudiar los dos para entender mejor a Dios. En 1603, Francis Bacon, Lord canciller de Inglaterra y fundador de la Sociedad Real, escribió, citando a Jesús:
Porque nuestro Salvador dijo: «Erráis, ignorando las escrituras y el poder de Dios» [Mateo 22.29], dejando ante nosotros dos libros que estudiar, si queremos estar a salvo del error: primero, las Escrituras, que revelan la voluntad de Dios; y luego, las cosas creadas [la ciencia natural] que expresan su poder, de las cuales, estas últimas sirven de clave para las primeras: no solo al abrir nuestro entendimiento para captar el verdadero sentido de las Escrituras mediante las nociones generales de la razón y las reglas del habla, sino principalmente al abrir nuestra creencia, al conducirnos a una adecuada meditación en la omnipotencia de Dios, que está firmada y esculpida principalmente en sus obras.35
De modo similar, en 1615, Galileo escribió:
Porque la Santa Biblia y el fenómeno de la naturaleza proceden por igual manera de la palabra divina, la primera como dictado del Espíritu Santo y la otra como la ejecutora observante de los mandatos de Dios.36
En 1776, los colonos estadounidenses fundaron Estados Unidos de América sobre estas «leyes de la naturaleza y de la naturaleza de Dios».37 Muchos secularistas asocian la Biblia con dogmatismo y la ciencia con escepticismo o mentalidad abierta. Así que, vale la pena repetir que la apertura intelectual de Occidente, que lo separa del islam y de Platón, es resultado de la teología bíblica. Empezó con la epistemología de los nominalistas medievales, que se dieron cuenta de que la doctrina bíblica de Dios hace algo más que convertir a la lógica en servidora subordinada a la observación empírica. Como Glover lo expresa:
Los nominalistas evitaron la herejía averroísta de pensar que Dios actuaba de acuerdo con alguna necesidad de su propia naturaleza. Puesto que la creación era un acto completamente libre de Dios, su misma existencia no era necesaria. Y puesto que Dios era completamente libre de establecer cualquier orden de creación que quisiera, el orden que en efecto estableció no puede ser conocido por deducción de absolutamente ningún principio, sino solo por observación o revelación. En lo que concierne al mundo físico, el conocimiento de sus objetos y de la relación que existe entre ellos podría ser conocida solo empíricamente... La contingencia del mundo sobre la absoluta libertad de Dios tenía implicaciones escépticas. Dios podía hacer cualquier cosa que quisiera libre de todo orden racional que pudiera guiar a la mente humana en sus predicciones; nada, por consiguiente, era predecible en ningún sentido absoluto. Si uno insistía con Aristóteles que solo lo que se podía conocer con certeza era conocimiento válido, entonces toda la ciencia física era una empresa vana.38
¿Por qué, entonces, debemos estudiar la ciencia? Filósofos como Platón y Aristóteles miraban a la naturaleza para descubrir verdades universales y metafísicas, incluyendo el significado y propósito de la existencia. Ellos procedieron abstracta y deductivamente; pero sus conclusiones llegaron a ser las presuposiciones a priori de futuras generaciones, y estas presuposiciones encadenaron al pensamiento europeo. Europa no pudo desarrollar el método científico sino hasta que estas cadenas quedaron rotas por la doctrina bíblica de la libertad divina. Como el profesor Glover destacó, la Biblia no los guió meramente a cuestionar la idea aristotélica islámica del conocimiento absoluto, pero
también imprimió en ellos la realidad y valía de la creación material... Ellos aceptaron la importancia de que el conocimiento condicional del mundo era posible para ellos. El hecho histórico es que fue estimulado en ellos el interés científico.39
La ciencia es un estudio objetivo («secular») de las leyes de la naturaleza debido a su inspiración bíblica como creación de Dios, y no a pesar de ella. No se fundó en una presuposición del materialismo.
Muchos filósofos y científicos suponen hoy que no hay respuestas posibles a las «grandes preguntas», y que podemos tener solo el conocimiento que descubre la ciencia. Esta actitud conduce al nihilismo. Casi todos los fundadores de la ciencia pensaban de manera diferente. Estaban dispuestos a concentrarse en estudiar preguntas pequeñas, específicas, porque creían que el Creador ya había contestado en la Biblia a las grandes preguntas. Creían que era su deber y privilegio descubrir lo que no había sido revelado, pero que estaba escrito en la naturaleza. Francis Bacon citaba explícitamente a la Biblia para dar significado a las investigaciones hondas en los detalles de la creación: «Es gloria de Dios esconder una materia; investigar una materia es gloria de los reyes».40 Glover dijo que esto implica que:
El propósito que informaba la creación era inescrutable (excepto en tanto y en cuanto Dios lo había revelado); era el propósito de Dios y no era inherente a los objetos creados. La causalidad final fue de este modo desvanecida de la física; la meta de la física era descubrir la causa eficiente que opera en el orden que Dios había establecido para los objetos físicos en el mundo. Este fue un paso crucial de la física antigua a la física del mundo moderno... estaban libres para hacer los estudios limitados, detallados, del mundo físico, que han sido la característica de la ciencia moderna y el camino para sus grandes logros.41
PECADO Y CIENCIA
La enseñanza de la Biblia sobre la creación fue un factor clave detrás del nacimiento de la ciencia moderna. Las perspectivas bíblicas sobre el pecado, la maldición y la salvación eran igualmente importantes.
El mundo premoderno no lidiaba con enfermedades, escasez y hambruna ni enfrentaba calamidades naturales e injusticias sociales como nosotros. Como Thomas Hobbes notó, la vida era trágicamente «solitaria, pobre, horrible, brutal y breve». Para sabios como Buda, el hecho del sufrimiento era la primera verdad ineludible o «noble». Este sufrimiento hizo que los gnósticos pensaran que el mundo material era malo. Por consiguiente, creían que Dios no podía haberse encarnado en un cuerpo material.
Los cristianos vivían en el mismo mundo que todos los demás: lleno de sufrimiento inexplicable. Juan, el amigo más íntimo de Jesús, refutó la enseñanza gnóstica como herejía diabólica42 porque él y otros fueron testigos oculares de la vida, muerte y resurrección y ascensión corporal de Jesús. Para esos discípulos, la encarnación, resurrección y ascensión física de Jesús era la prueba última de que la materia era buena.43 Existía para la gloria de Dios.44
Algunas filosofías, como la Ciencia Cristiana y la de Un curso en milagros, la Nueva Era, ven los problemas físicos como ilusorios. La Biblia lidia con problemas reales del mundo físico. ¿Eran intrínsecos de la naturaleza, resultado de una obra defectuosa del Creador? No, la Biblia muestra nuestro sufrimiento como una anormalidad que Dios detesta. Vino como maldición por la rebelión de Adán y Eva (lo que llamamos «la caída» en el pecado).45 La Biblia enseña que «cuando la corona de la creación hubo caído, sus dominios cayeron con él».46 De acuerdo a la Biblia, el pecado estorba seriamente los esfuerzos humanos de establecer dominio sobre la tierra.47
Las «buenas noticias» según la Biblia son que Jesucristo vino para salvarnos de nuestro pecado.48 Él llevó nuestro pecado y su maldición sobre sí en la cruz.49 Jesús murió por nuestro pecado.50 Por consiguiente, puede perdonarnos cuando nos arrepentimos de nuestro pecado y pedimos perdón.51 Los lectores del Antiguo Testamento sabían que la dádiva divina de salvación incluye la sanidad de la tierra,52 algo que también el Nuevo Testamento afirma:
Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.53
Francis Bacon, el «padre del método científico», expresó la relación del pecado con la ciencia en estas famosas palabras:
Porque el hombre, por la caída, cayó tanto de su estado de inocencia como de su dominio sobre la creación. Ambas cosas, sin embargo, pueden incluso en esta vida ser hechas buenas; la primera por la religión y la fe, la otra por las artes y la ciencia.54
EL LIBRO DE DIOS DE LA NATURALEZA
En mi país, los ashrams hindúes y los monasterios budistas no enseñan ciencia. ¿Por qué las universidades cristianas en Europa—igualmente instituciones religiosas— empezaron a desarrollar y a enseñar ciencias? Los eruditos bíblicos aprendieron que leer el «libro de la naturaleza» era más importante que leer libros griegos y latinos. Estos últimos fueron escritos por hombres, pero el primero fue escrito por Dios. Paracelso escribió que antes de estudiar a Galeno, Avicena y Aristóteles, debemos estudiar el libro de la naturaleza, que es una biblioteca de libros que «Dios mismo escribió, hizo y encuadernó».55
Algunos teólogos incluso defienden que el estudio de la naturaleza preceda el estudio de las Escrituras, porque, como el autor y médico inglés Sir Thomas Browne (1605–82) dijo, la naturaleza era el «manuscrito universal y público» de Dios.56 Tertuliano, teólogo del siglo II, enseñaba que Dios escribió el libro de la naturaleza mucho antes de que se compilaran las Escrituras.57
Conforme los teólogos europeos empezaban a estudiar la Biblia en serio, llegaron a darse cuenta de que Adán y Eva conocieron la naturaleza antes de la caída. Un resultado de la caída fue la pérdida de ese conocimiento de la naturaleza. Recuperar la imagen del Creador requería ser renovados en nuestra mente. Al conocer el mundo, las personas pueden empezar a restaurar las cosas a su unidad original, que ellas habían poseído con la mente divina. Al controlar y subyugar el mundo, los seres humanos mismos podrían empezar a ser restaurados a su posición original como virreyes de Dios en la tierra.
Durante la Edad Media, muchos cristianos pensaban que la redención significaba una huida del mundo, el dominio de los deseos lujuriosos, y una concentración mística en Dios. Pero este nuevo estudio de la Biblia sugería que la redención no quería decir absorción mística en Dios, sino la restauración de la semejanza de Dios, incluyendo la recuperación de su conocimiento creativo y ordenado del mundo natural y su poder sobre el mismo.
Esta nueva comprensión de la salvación bíblica a menudo se asocia con Francis Bacon. Sin embargo, fue un proceso creciente de comprensión que empezó siglos antes de él. Adelardo de Bath (m. h. 1142) dijo: «Si alguien nacido y educado en la residencia de este mundo, al llegar a la edad de la discernir, descuida el aprendizaje del plan subyacente en su maravillosa belleza, es indigno y, si fuera posible, merece que se le expulse del mismo».58
La Reforma protestante despertó el interés popular en descubrir y conocer la verdad, y eso impuso la ciencia. Los Reformadores tomaron en serio la exhortación de Cristo de que el conocimiento de la verdad libera.59 Lutero hizo énfasis en la idea bíblica del sacerdocio de todos los creyentes.60 Consiguientemente, todos los seres humanos deben hacer todo para la gloria de Dios.61 Puesto que todo existe para la gloria de Dios62 y los cielos declaran su gloria,63 es bueno que el pueblo de Dios estudie todas las cosas, incluyendo los cielos. Así, casi todos los pioneros de la ciencia fueron cristianos y una mayoría de ellos fueron cristianos devotos. Estaban trabajando para la gloria de Dios.
* Algunos científicos, ignorando las raíces teológicas de la ciencia moderna, tratan de definir la ciencia como una comprensión exclusivamente materialista de la naturaleza, excluyendo explícitamente toda posibilidad de que Dios exista, o de que puede crear o interactuar con la naturaleza (materialismo filosófico). Sin embargo, la existencia del Creador no se puede excluir a priori sin el conocimiento de todo el universo y de cómo se originó. Las consecuencias de la creación e intervención divinas deben ser observables objetivamente y de este modo sujetas a la ciencia racional.
* Hay evidencias de que los chinos más antiguos creían en un Creador todopoderoso.
* Antes de Demócrito en Grecia, Pakudha Katyayana, filósofo de la India contemporáneo de Buda, en el siglo VI A.C., enseñaba que el mundo estaba hecho de átomos. Algunas teorías atomistas indias del universo físico son brillantes, y concuerdan con la física moderna. Sin embargo, se basaban en la intuición y la lógica, sin ninguna ciencia experimental.
** Galileo fue pionero de la ciencia experimental. Refutó a Aristóteles, según se cuenta, dejando caer una bala de cañón y una bala de mosquete desde una torre en Pisa y mostrando que ambas llegaban juntas al suelo; o dejando caer las bolas desde la jaula del vigía de un barco.
* Esta es la idea de que las leyes de la naturaleza son inherentes o inmanentes en las cosas, no impuestas por el Creador.
* Lutero denigró el modelo de Copérnico, pero amigos luteranos publicaron el libro del astrónomo. El sistema heliocéntrico de Copérnico carecía de base teórica y del experimento de Galileo sobre Venus.
* La metafísica platónica no fue el único estorbo para la ciencia. Algunos sostenían la idea pagana de que una deidad menor, malévola, creó el mundo y que la materia era inherentemente mala. Otros creyeron la idea de los gnósticos de que la materia no era real.
** Véase capítulo 6: «Racionalidad».
* Harrison reúne pruebas de que la Biblia es el libro fuente de la ciencia, pero cree que la Biblia creó la ciencia «indirectamente». ¿Cuál fue la causa directa? Su respuesta es: La manera literal en la cual los reformadores protestantes leyeron la Biblia.
* Refinada como «navaja de Einstein» a: Haz las cosas lo más sencillas posibles, pero no más sencillas.