Capítulo catorce
MORALIDAD
¿POR QUÉ ALGUNOS SON MENOS CORRUPTOS?
En películas tales como Wall Street: El dinero nunca duerme y La red social, Hollywood muestra cómo el capitalismo secular cambia el lema de Estados Unidos por «En la Codicia confiamos ». En el verano del 2010, el Congreso de los EE.UU. aprobó un acta de dos mil trescientas páginas regulando el sector financiero. Esta acta es un reconocimiento de la corrupción generalizada en ese sector de la economía. La corrupción de la calle Wall Street, sin embargo, todavía tiene que llegar a ser parte de la avenida principal. La inmoralidad creciente, de nuevo, ha empezado a hacerle daño a la credibilidad de la iglesia. Con todo, la moralidad tradicional de Occidente, fácilmente evidente en ciudades pequeñas y pueblos, es incomprensible para la mayoría de visitantes no occidentales.
Por ejemplo, en 1982 yo viajaba a Inglaterra para una conferencia sobre el desarrollo económico. Saliendo de Nueva Delhi después de medianoche, tenía sueño, pero el caballero sij sentado a mi lado hablaba sin parar. Él estaba de regreso a Inglaterra después de visitar a sus padres en un pueblo del Punjab en el noroeste de la India. No podía comprender por qué yo estaba viviendo en la pobreza, sirviendo los pobres. Se arrogó la misión de persuadirme de que me estableciera en Inglaterra. Comerciar en Inglaterra, argumentaba, era fácil y lucrativo. Después de dejarme hostigar por más de una hora, empecé a perder la paciencia. Pero algo me intrigó. Él no podía decir ni una sola frase sin cometer un error. ¿Cómo podía alguien que hablaba tan pésimo inglés triunfar como comerciante en Inglaterra? Así que, le pregunté: «Dígame, señor, ¿por qué es tan fácil hacer negocios en Inglaterra?»
«Porque todo mundo confía en uno allí», contestó, sin ni siquiera pestañear. No habiéndome aventurado a los negocios, no capté cuán importante era la confianza para triunfar en los negocios. Recliné el respaldo de mi asiento y me eché a dormir. Después de la conferencia, el señor Jan van Barneveld me alojó en su casa en Doorn, Holanda.
Una tarde, Jan me dijo: «Vamos a comprar leche». Caminamos entre preciosos árboles cubiertos de musgo hasta una granja lechera. Nunca había visto nada parecido: una granja lechera nítida y pulcra, con unas cien vacas y ningún ser humano. El ordeño de las vacas era automático, y la leche era bombeada a un enorme tanque parecido a una caldera.
Entramos en el salón de la leche, donde Jan abrió una llave y llenó su recipiente. Luego se dirigió a la ventana y sacó un tazón lleno de dinero. Sacó su billetera, tomó un billete de veinte florines y lo puso en el tazón. Tomando del dinero que había en el tazón su cambio, lo echó en su billetera, recogió su recipiente de leche y se dirigió a la puerta. Yo no podía creer lo que mis ojos veían. «Vamos», le dije, «si tú fueras de la India, ¡te llevarías la leche y el dinero!» Jan se rió; pero en ese instante entendí lo que el comerciante sij había estado tratando de decirme.
Si esto fuera la India y yo me fuera con el dinero y la leche, el dueño de la lechería tendría que emplear a un cajero. ¿Quién pagaría el sueldo del cajero? Yo, el consumidor; y el precio de la leche subiría. Pero si el consumidor fuera corrupto, ¿por qué él dueño iba a ser honesto? Añadiría agua a la leche para ganar más dinero. Yo estaría pagando más por leche adulterada. Me quejaría: «La leche esta adulterada; el gobierno debe nombrar inspectores».
¿Quién pagaría el sueldo de los inspectores? Yo, el contribuyente. Pero si el consumidor, productor y proveedor fueran corruptos, ¿por qué los inspectores van a ser honestos? Le cobrarían sobornos al proveedor. Si él no les paga el soborno, los inspectores retrasarían la provisión y se asegurarían de que la leche se cuajara antes de que llegara a mí.*
¿Quién pagaría el soborno? De nuevo, yo, el consumidor, pagaría el costo adicional. Para cuando hubiera pagado por la leche, el cajero, el agua, el inspector y el soborno, me quedaría poco dinero para comprar chocolate para la leche; así que mis hijos no beberían leche y serían más débiles que los holandeses. Habiendo gastado dinero extra en la leche, no podría llevar a mis hijos a comer helados. El cajero, el agua, el soborno y el inspector no le añaden ningún valor a la leche. La industria de helados sí. Mi corrupción impide que yo sea cliente de un negocio que añade valor. Esto reduce la capacidad de nuestra economía para fomentar empleo.
Hace algunos años conté mi experiencia en una conferencia en Indonesia. Un participante egipcio se rió con gusto. Cuando todos le clavaron la mirada, explicó: «Nosotros, los egipcios, somos más astutos que los indios. Si nadie está viendo, nos llevamos la leche, el dinero y las vacas». El caballero fue demasiado indulgente con nosotros los indios.
DESCREIMIENTO EN LA INDIA
Muchos años después de mi viaje a Holanda, oí al «tío» Emmanuel** quejarse de que estaba recibiendo leche muy aguada en Mussoorie. Le dije que Ruth finalmente había hallado un lechero honrado y que estábamos recibiendo leche pura. Después de haber pasado media hora tratando de persuadir al tío de que le comprara leche a nuestro lechero, se cansó y me despidió teniéndome por un ingenuo. «Es imposible comprar leche pura en Mussoorie», dijo. «Tu lechero debe de ser muy astuto. Debe de estar añadiendo algo más aparte de agua a la leche, algo que todavía no has descubierto».
Comprendiendo la idea, llevé la conversación al asunto de la corrupción. El tío, conductor jubilado de locomotoras, me dijo que acababa de oír que un amigo suyo (también conductor jubilado) tenía un hijo que había gastado nueve meses y treinta mil rupias en sobornos y ni así había logrado un empleo en el ferrocarril. Eso, a pesar de la norma de que cuando un empleado se jubila, a uno de sus hijos se le dará preferencia en el empleo. Luego el tío describió con detalle cómo llegó al empleo en la década de los cuarenta. Esta es la versión abreviada.
Los británicos gobernaban en la India. El oficial de empleo examinó sus certificados, ordenó que el médico de la compañía le hiciera un examen físico de inmediato, le ofreció una taza de té, miró el informe del médico y ordenó que se le expidiera una carta de nombramiento al día siguiente. A la mañana siguiente, el empleado emitió la carta de nombramiento ¡con otra taza de té! Nada de coimas, ni tráfico de influencias, ni demoras.
Contratar a un trabajador era un asunto limpio, rápido y profesional, basado solamente en los méritos. El resultado daba empleados competentes que eran leales a la empresa, orgullosos de su trabajo, y respetuosos de la ley, la autoridad y el gobierno. Esa época, se lamentaba el tío, había desaparecido para siempre. Cincuenta años de independencia no ofrecían ninguna esperanza para el futuro.
EL EFECTO DE LA CORRUPCIÓN
Transparencia Internacional (TI), organización no gubernamental alemana, hace mucho tiempo que ha reconocido la correlación entre la corrupción y la pobreza. Cada año publica un Índice de Percepción de Corrupción global (CPI) que cataloga a las naciones desde la menos corrupta a la más corrupta. El índice para el 2009 cataloga a 180 países, asignando 10 puntos a un país totalmente limpio. Ningún país, por supuesto, recibe 10 puntos; la mayoría de los países recibe menos de cinco; lo que quiere decir que son más corruptos que limpios. La tabla que sigue es un extracto de las calificaciones del 2009:
Lugar | Country | Calificación CPI en 2009 |
(sobre 10 puntos) | ||
1 | Nueva Zelanda | 9.4 |
2 | Dinamarca | 9.3 |
3 | Singapur | 9.2 |
17 | Reino Unido | 7.7 |
19 | Estados Unidos | 7.5 |
79 | China | 3.6 |
84 | India | 3.4 |
146 | Rusia | 2.2 |
176 | Irak | 1.5 |
179 | Afganistan | 1.3 |
180 | Somalia | 1.1 |
¿Es la pobreza lo que causa corrupción? ¿O es la corrupción la que causa la pobreza? Si la gallina vino antes que el huevo es una pregunta interesante, pero teórica. Peter Eigen, presidente de TI en el 2002, recalcó el papel que la corrupción desempeña para mantener pobres a los países:
Las élites políticas y sus compinches continúan recibiendo cohecho a cada oportunidad. Uña y carne con comerciantes corruptos, están atrapando a naciones enteras en la pobreza e impidiendo el desarrollo sostenible. La corrupción se percibe peligrosamente alta en las partes pobres del mundo, pero también en muchos países cuyas empresas invierten en naciones en desarrollo... Los políticos cada vez más [énfasis agregado] luchan de labios para afuera contra la corrupción, pero no ponen en práctica el mensaje claro del CPI de TI: deben contener la corrupción para romper el círculo vicioso de pobreza y soborno... Las élites políticas corruptas del mundo en desarrollo, trabajando mano a mano con comerciantes codiciosos e inversores sin escrúpulos, están poniendo las ganancias privadas por encima del bienestar de los ciudadanos y del desarrollo económico de sus países.1
Eigen considera que la corrupción es un estorbo serio para el desarrollo. Echa la culpa a la élite política y económica; no a los pobres. Lleva ya muchos años publicando el CPI. Están hallando que la hipocresía (servicio de labios para afuera) y la corrupción están creciendo en muchas partes del mundo. Eigen apela a los líderes políticos del mundo en desarrollo para que ejerzan fuerza política para erradicar la corrupción, pero se queja de que tales apelaciones están cayendo en oídos sordos.
Un hallazgo importante del CPI es que los países menos corruptos son países protestantes; es decir, naciones seculares cuyas culturas fueron forjadas decisivamente por la Biblia. La única excepción es Singapur, una diminuta ciudad estado.*
Ignoremos los resultados de la administración británica, y demos por sentado que aunque una dictadura por lo general aumenta la corrupción, por lo menos en Singapur ha desarraigado algo de la corrupción. El experimento de Singapur plantea estas preguntas:
• ¿Seguirá Singapur libre de la corrupción después de que los dictadores hayan dejado de serlo?
• ¿Podrían los métodos de una ciudad estado usarse en países más grandes en los que un individuo no puede supervisar a la administración?
• ¿Demuestra la dictadura de Singapur que, cuando se descansa exclusivamente en la fuerza para erradicar la corrupción, se libera a un pueblo de su libertad tanto como de la corrupción?
¿De qué manera las personas corrientes de Holanda llegaron a ser tan diferentes de nuestra gente en la India y Egipto? La respuesta es sencilla. La Biblia enseñó a la gente de Holanda que, aunque ningún ser humano nos esté vigilando en la lechería, Dios, nuestro juez, está vigilándonos para ver si obedecemos sus mandamientos de no codiciar ni robar. De acuerdo con la Biblia, «Ninguna cosa creada escapa a la vista de Dios. Todo está al descubierto, expuesto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas».2
¿Cómo se inculcó en la cultura de Holanda esta enseñanza de la Biblia? Después de la Reforma del siglo XVI, el Catecismo de Heidelberg desempeñó tal vez el papel más importante para forjar la cultura moral de Holanda. Este catecismo alemán de 1563 fue traducido al holandés en 1566. Cuatro sínodos holandeses lo aprobaron para uso en las iglesias de Holanda. Finalmente, el sínodo de Dort (1618–19) lo adoptó oficialmente como la segunda de las Tres Fórmulas de Unidad. El sínodo hizo obligatorio que los ministros enseñasen el catecismo todos los domingos. El catecismo desempeñó el mismo papel en Holanda que el arca del pacto de Moisés desempeñó en Israel. El catecismo expone el octavo mandamiento, «No robarás», como sigue:
110. Pregunta: ¿Qué prohíbe Dios en el octavo mandamiento?
Respuesta: Dios prohíbe no solamente el robo y la rapiña que castiga la autoridad, sino que llama también robo a todos los medios malos y engaños con los cuales tratamos de apoderarnos del bien de nuestro prójimo, ya sea por la fuerza por una apariencia de derecho, como son: el peso falso, la mala mercadería, la moneda falsa, la usura, o por cualquier otro medio prohibido por Dios. También prohíbe toda avaricia y todo uso inútil de sus dones.
111. Pregunta: ¿Qué te ordena Dios en este mandamiento?
Respuesta: Buscar en la medida de mis fuerzas, aquello que sea útil a mi prójimo, de hacer con él lo que yo quisiera que él hiciese conmigo, y trabajar fielmente a fin de poder asistir a los necesitados en su pobreza.
El mandamiento de no robar suena sencillo, ¿por qué el catecismo leía todas estas cosas adicionales en él? El catecismo no inyectó nada en los Diez Mandamientos que la Biblia misma no enseñara. La Biblia dice que el pueblo de Dios que no daba una décima parte de sus entradas a Dios le estaba robando.3 Una nación diminuta como Holanda tenía superávit de dinero para dar a la India, Egipto e Indonesia, porque la Biblia le enseñó a su pueblo a trabajar duro y dar diezmos y ofrendas a Dios. La gente obedeció a la Biblia, que ordenaba: «El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad».4
EL CPI confirma lo que yo vi en Holanda; que la Biblia es la única fuerza conocida en la historia que ha librado a naciones enteras de la corrupción mientras simultáneamente les da libertad política. Las naciones más seculares—es decir, las naciones excomunistas, ateas, que enseñan que cuando ningún hombre o maquinaria te está vigilando, nadie te está vigilando— están entre las naciones más corruptas, no muy diferentes de las naciones hindúes, budistas y musulmanas.
Lo que aquel hombre de negocios de la India me dijo en el avión a Londres en cuanto a la cultura de confianza en Inglaterra me intrigó, porque, como estudiantes, en la India siempre habíamos oído que Robert Clevi, que conquistó Bengala para los británicos, recibió un gigantesco soborno para instalar a su gobernante títere como el Nawab (gobernador) de Bengala. Siguiendo el ejemplo de Clevi, los empleados y soldados de la Compañía Británica de la India Oriental empezaron un reino de corrupción asombrosamente descarado, incomparablemente peor que el gobierno mogol. Ningún historiador británico discute ese veredicto. Lord Macaulay, que pasó muchos años en la India, catalogó y explicó esta corrupción. Su conclusión fue que, durante la fase inicial, el gobierno británico en la India era «un gobierno más de genios perversos que de tiranos humanos».5
¿Cómo fue transformada Inglaterra? ¿Qué cambió el carácter moral del gobierno británico en la India? ¿Fueron los Diez Mandamientos? ¿O hay algún poder mayor que esa ley?
En el avión tenía demasiado sueño como para discutir esto con el caballero sij, pero durante la conferencia quedé encantado cuando la autora estadounidense, Miriam Adeney, me mostró el libro The Call to Seriousness: The Evangelical Impact on the Victorians [El llamado a la seriedad: Impacto en los victorianos], de Ian Bradley.6 Lo tomé. Bradley me inició en una línea de estudio que resultó en dos de mis libros,7 describiendo cómo la Biblia hizo que el gobierno británico en la India se transformara del gobierno de genios perversos a un «servicio civil». Aprendí que Macaulay desempeñó un papel crucial en esa transformación.
EL PODER DEL EVANGELIO QUE NOS SALVA DE
NUESTRO PECADO
La información empírica dice que las naciones más influidas por la Biblia son las menos corruptas. ¿Por qué habría de ser así? El apóstol Pablo experimentó el poder del evangelio para cambiar su vida y la de sus seguidores. Dijo que el evangelio—el incidente de la muerte vergonzosa de Jesús en la cruz—, que sonaba como locura a los filosóficos griegos y como debilidad a los judíos, era en realidad sabiduría y poder de Dios para salvación.8 Pablo, resumió de manera sucinta el evangelio: «Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras».9
¿Qué hay tan poderoso en estos galimatías teológicos? Aunque realmente hubiera sucedido en la historia, ¿cómo podía la repetición de tal relato liberar a naciones enteras de la corrupción? Sea verdad o no, el evangelio es cualquier cosa excepto «supercherías». Es un relato directo de testigos oculares. Decir que Jesús murió por nuestros pecados es decir que el testigo ocular que vio a Jesús colgado de la cruz comprendió que Jesús estaba llevando allí los pecados del mundo. Es decir, vio con sus ojos que no era la justicia del mundo lo que colgaba en la cruz del Calvario, sino la injusticia, la crueldad y la brutalidad.
Los dos jueces que juzgaron a Jesús, Pilato y Herodes, le hallaron inocente. ¿Por qué, entonces, estaba él colgado en la cruz? Fue la envidia, celos, odio y temor del liderazgo judío de entonces lo que le crucificó. Fue la codicia de su discípulo Judas, que le traicionó por treinta monedas de plata. Fue la cobardía moral de los seguidores de Jesús y de las masas judías. El pecado del mundo, en otras palabras, era visible a plena vista para cualquier testigo, ya fuera seguidor de Cristo, su oponente o un transeúnte indiferente. La cruz fue una demostración de que, aunque el pecado produzca algunos buenos resultados—plata, en el caso de Judas—, su última consecuencia es terrible. Es muerte.
La otra parte del evangelio es un enunciado igualmente directo de testigos oculares. Los seguidores de Jesucristo, que le vieron muerto y enterrado, más tarde vieron que su tumba estaba vacía. Cristo no se reencarnó en otro cuerpo. Resucitó en el mismo cuerpo, aunque transformado. Los discípulos le vieron, hablaron con él, le tocaron, y comieron con él; no en un estado de trance o meditación, sino en plena posesión de sus escépticos sentidos.
Por lo menos uno de sus discípulos, Tomás, no creyó los múltiples informes de la resurrección. Pero luego, el hombre que había muerto se presentó ante Tomás, invitándole a verificar que era el mismo individuo cuyas manos fueron perforadas por los clavos que le colgaron a la cruz. Tomás escogió aceptar el hecho y modificar su cosmovisión. El hecho histórico de la crucifixión y resurrección de Cristo tuvo profundas implicaciones filosóficas.
Los que vieron a Jesús resucitado tenían bases empíricas para creer que la muerte no era el fin de la existencia humana. La resurrección quería decir que continuamos existiendo más allá de nuestra muerte y seguimos siendo responsables ante Dios. Así como la consecuencia del pecado era la muerte, la consecuencia de la fe y la obediencia es vida de resurrección. La muerte y resurrección de Jesús llegaron a ser buenas noticias—el evangelio— porque fueron más que eventos históricos. Fueron una demostración de la intervención redentora de Dios en nuestra historia. Implicaban, entre otras cosas, que la moralidad era más que un constructo social o la ley de la tierra.
Un tirano puede estar por encima de la ley; un político, un servidor público o un bien relacionado hombre de negocios pueden pertenecer a un sistema brutal que opera por encima de la ley. Pueden ignorar la ley y robar a la gente a plena luz del día obligándoles a pagar sobornos. Puede ser imposible llevar a los funcionarios corruptos a la justicia en este mundo. Sin embargo, si la ley moral es ley de Dios, nadie podrá escapar de ella. Todo ser humano comparecerá ante el tribunal de Dios y dará cuenta de su vida.10 Tendrá que recibir la consecuencia de su pecado; a menos que, por supuesto, se arrepienta de su pecado y reciba el perdón y la vida eterna que Jesús ofrece. Jesús puede perdonar, porque él llegó a ser el Cordero sacrificial de Dios y llevó sobre sí el pecado del mundo.
Estas eran las buenas noticias, el evangelio. Limpiaron Estados Unidos cuando Jonathan Edwards (1703–58), primer filósofo estadounidense, empezó a predicarlas en sermones como «Pecadores en manos de un Dios airado».
Jesús resucitado se le apareció a Juan cuando estaba prisionero en la isla de Patmos y le dijo: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo».11 Cuando la luz llega y empieza a morar en nosotros, nuestra oscuridad interior será expulsada. En otras palabras, Cristo hace lo que ningún dictador puede hacer. Un dictador puede castigarme por recibir una coima, pero Jesús lidia con la codicia de mi corazón que me impulsa a codiciar el dinero de otros. Un dictador puede castigarme por maltratar a mi esposa. Jesús, si mora en mi corazón, me declara culpable y me pide que me arrepienta. También me da poder para amar. Cuando invito a Jesús a venir a mi corazón por su Espíritu, entonces nazco de nuevo a una nueva vida espiritual.
El islam y el cristianismo tienen en común la idea de absolutos morales. La diferencia es que Alá es demasiado majestuoso para venir a un sucio pesebre o a un corazón inmundo. Si Dios no viene al mundo para salvar a los pecadores, entonces otros pecadores (dictadores y tiranos) tienen que hacer el trabajo sucio de restringir nuestro pecado. Pero, al limpiarnos desde dentro, Jesús hace posible el interno autodominio, la libertad sociopolítica y una vida pública limpia.
¿Es el evangelio mera retórica religiosa? El testimonio de la historia es que la cristiandad era tan corrupta como cualquier otra parte del mundo hasta que recuperó este evangelio bíblico durante la Reforma. Eso produjo el clima moral y la confianza mutua de los habitantes de Inglaterra, testificada de primera mano por mi compañero de asiento en el avión.
INGLATERRA ANTES Y DESPUÉS DE JUAN WESLEY
El libro de Ian Bradley me ayudó a entender a Inglaterra y el poder del evangelio que transformó sus colonias de África y Asia. Unos pocos años más tarde, una conferencia de Donald Drew dictada en L’Abri Fellowship de Inglaterra me ayudó a conectar los puntos que Bradley ya había trazado. La conferencia trataba del fundador del metodismo, Juan Wesley (1703–91), y su impacto en Inglaterra. A continuación, anoto los puntos principales de la conferencia de Drew.12
En 1738, dos siglos después de la Reforma, el obispo Berkeley declaró que la religión y la moralidad en Gran Bretaña habían colapsado «hasta un grado nunca antes conocido en ningún país cristiano». Las razones principales de la degeneración de la Inglaterra protestante fueron la restauración de la monarquía y la supremacía de la Iglesia Anglicana a fines del siglo XVII. Una vez que la Iglesia Anglicana volvió al poder, empezó a oprimir a los puritanos y expulsó a más de cuatrocientos clérigos anglicanos fieles a su conciencia. Ellos se habían hecho sacerdotes para servir a Dios y, por consiguiente, se negaron a prestar voto de lealtad a Guillermo de Orange.
El impacto combinado de estos hechos fue dejar a la Iglesia desprovista de profetas. Las cosas empeoraron por el decreto que prohibía que los obispos y el clero anglicano se reunieran para deliberar sobre asuntos eclesiásticos. Con escasa corrección, estímulo o exigencia de cuentas, la vida moral de los sacerdotes degeneró, rebajando las normativas de toda la nación.
El surgimiento del Siglo de las Luces, a finales del siglo XVII y durante todo el XVIII, llevó a una situación sin esperanza. El deísmo, o «religión natural», enseñaba que Dios no interviene en los asuntos del mundo. No ha dado ninguna ley. No nos está vigilando, ni nos juzgará, castigará ni recompensará. Dios es simplemente un Creador que no interviene. Esa creencia quitó el temor de Dios. La Biblia todavía estaba disponible, pero no era la Palabra de Dios. Era simplemente un libro más sobre sabiduría y virtud.
Una iglesia nacional públicamente amordazada, con las alas proféticas y sacerdotales cortadas, no podía refutar a los deístas y escépticos. El deísmo evolucionó hacia nacionalismo, escepticismo, ateísmo, y finalmente el descreimiento. Una vez que se socavó la verdad bíblica, la moralidad bíblica empezó a perder terreno. La corrupción del clero de la Iglesia de Inglaterra se extendió de pies a cabeza. Una sucesión de arzobispos y obispos vivían lujosamente, descuidando sus deberes, solicitando desvergonzadamente obispados y decanatos para sí mismos y sus familias. El clero parroquial siguió el ejemplo.
Empezando con la reina Ana, la realeza empezó a llenar sus cortes de cortesanos que hacían alarde de una vida licenciosa y practicaban el vicio. Los cristianos serios empezaron a huir de Oxford y Cambridge, donde los catedráticos se ocupaban en sus libros mientras que los estudiantes se dedicaban al vino y las mujeres, a los deportes y las canciones.
Una iglesia corrupta con las Escrituras cerradas oscurecía la mayoría de aspectos de la vida en Inglaterra. Para el tratado de Utrecht en 1713, Inglaterra le había arrebatado a Francia y España el monopolio del tráfico de esclavos. El tráfico de esclavos alimentaba y fomentaba la codicia financiera. Brutalizó las vidas de amos y esclavos, haciendo indigno el trabajo. Eso se convirtió en una maldición para la vida económica y política del siglo XVIII.
La revolución industrial se esparció gradualmente, y las actitudes de los traficantes de esclavos influyeron en muchos dueños de minas, fábricas y empresas en el tratamiento de sus trabajadores. Las barbaridades practicadas en la industria ya eran lo suficientemente malas, pero las que se usaban en los barcos de esclavos y luego en las plantaciones hielan la sangre. Se calcula que durante ese siglo el número de africanos llevados a la esclavitud, principalmente en barcos británicos y en su mayoría del África occidental a Estados Unidos, asciende a millones. También había algo de esclavitud en Inglaterra; y debido a las enormes sumas de dinero que significaba el tráfico de esclavos, hubo repetidos escándalos financieros que llevaron a pérdidas y ruina, el principal de los cuales fue la burbuja de los mares del Sur en 1720, que prácticamente destrozó la economía nacional. La falta de honradez potenciaba más falta de honradez.
La corrupción se extiende como un cáncer. El nepotismo, el tráfico de influencias y los sobornos llegaron a ser el orden del día en la política, especialmente en tiempo de elecciones. En la primera mitad del siglo, el primer ministro, Robert Walpole, encarnaba la corrupción. Su política no era cuestión de servicio público, sino cuestión de manejar hombres, medios, dinero, y manipular las leyes, su administración y el sistema penal en interés de las clases gobernantes.
Gran Bretaña en ese tiempo, más que en ningún otro, era una nación dividida entre ricos y pobres. Las leyes estaban diseñadas en su mayoría para mantener a los pobres en su lugar y bajo control. De este modo, robar una oveja, atrapar un conejo, romper un arbusto, ser carterista por menos de un chelín, y arrebatarle bienes de la mano de alguien y salir corriendo eran ofensas castigadas con la horca. A las ejecuciones en Tyburn, en Londres, se las conocía como «funciones de horca». Tenían lugar regularmente y atraían a enormes multitudes. En cuanto a la existencia de prisioneros en cárceles, el transporte a Australia de hombres, mujeres y niños, la flagelación de mujeres, la picota y la marca en la mano con hierro candente, eran horrores que continuaron sin tregua.
El estrangulamiento del cristianismo bíblico tuvo consecuencias inhumanas adicionales en el tratamiento y mortalidad de niños. Su índice de muerte cuenta una historia terrible, aunque solo hay disponibles estadísticas auténticas para Londres. Estas muestran que, entre 1730 y 1750, tres de cada cuatro niños nacidos en todas las clases sociales murieron antes de cumplir cinco años. James Hanway, el amigo cristiano de «los niños pobres y de aldea», elaboró docenas de estadísticas y panfletos, preservados en la biblioteca del Museo Británico, que revelan sus investigaciones sobre el tratamiento e índice de fallecimientos de los niños pequeños de los municipios. Había reiteradas muertes por asesinato y por la práctica de dejar a los recién nacidos expuestos para que perecieran en las calles, así como la de entregar a desdichados expósitos a enfermeras despiadadas, que los dejaban morirse de hambre o los soltaban en las calles para mendigar o robar.
El siglo XVIII en Inglaterra se conoce como la «Edad de la ginebra ». El horrible abuso de menores era a menudo resultado de la ingestión de ginebra, un licor fuerte, feroz, venenoso, que rivalizaba con la cerveza como bebida nacional. El historiador irlandés William Lecky definió la borrachera nacional de los que consumían ginebra como la «maldición maestra de la vida de Inglaterra entre 1720 y 1750». Los males inevitables del alcoholismo siguieron: pobreza, violencia, prostitución y asesinatos. El comercio de licor, con su trastorno diario de la vida nacional, fue la causa cardinal de la desintegración social y la degeneración durante esos treinta años.
La oscuridad moral de la época se expresaba en un concepto pervertido del deporte que, como el alcohol, traía consigo males consiguientes, tales como mayor ordinariez, crueldad y afición a las apuestas. La tortura de toros, osos, tejones y perros, a los que les sujetaban cohetes, era típica de las décadas tercera y cuarta de este siglo. La mayoría de esas torturas tenían lugar en terrenos públicos, en el parque de un pueblo, en el patio de la iglesia del pueblo, o en los predios de la catedral. A menudo se torturaba a los animales hasta la muerte para dar mayor emoción.
Otro «deporte» era la pelea de gallos con espuelas de metal. Muchos clérigos del siglo XVIII criaban gallos de pelea y algunas veces hacían que las campanas de la iglesia repicaran para honrar al ganador local. La caza de patos con perros entrenados en los lagos era otro pasatiempo de moda, así como también la caza del zorro.
Las peleas con garrotes y el pugilismo—boxeo sin guantes— de hombres y mujeres, que a veces duraban horas, eran otros de esos deportes, en tanto que los combates entre famosos matones que peleaban a puño limpio atraían a multitudes de doce mil y más espectadores.
Las apuestas eran la obsesión nacional en todas las clases sociales, llevando a miles a una ruina aplastante. En Londres y otras ciudades grandes, la promiscuidad se convirtió en deporte, desde bailes de disfraces en la corte hasta fornicación a la luz del día en el parque del pueblo, o hasta la subasta de la propia esposa en el mercado de ganado. Había abundancia de literatura abiertamente pornográfica. Donald Drew cita al historiador irlandés Lecky: «El libertinaje del teatro durante la generación que siguió a la restauración difícilmente se puede exagerar». De manera similar, un juez comentó que «en cuanto se abría un teatro en alguna parte del reino, de inmediato quedaba rodeado de un cinturón de burdeles».
La Biblia se convirtió en un libro cerrado y el resultado fue ignorancia, impiedad y salvajismo. Hasta el advenimiento del movimiento de escuelas dominicales a finales del siglo, hubo escasa o ninguna provisión para la educación gratuita de los pobres, excepto el sistema eclesiástico de escuelas de caridad. Invariablemente, eran una farsa, pues la mayoría de profesores eran semianalfabetos. Millones de ingleses de ese tiempo jamás habían puesto un pie en ningún tipo de escuela, pero por lo general se vendía como aprendices a los jóvenes en edad de salir de la escuela a unos amos, que frecuentemente los trataban con extrema crueldad.
En cuanto a desórdenes, ladrones, bandidos y pillos, Horace Walpole observó en 1751: «Uno se ve obligado a viajar, incluso al mediodía, como si fuera a la batalla». La violencia se mostraba en el saqueo de barcos naufragados, atraídos por señales falsas a las rocas, y mostrando total indiferencia por los marineros que se ahogaban. Esta era una actividad regular en toda la costa de las islas británicas.
A este campo minado espiritual y moral llegó Juan Wesley. Nació el mismo año que Jonathan Edwards, el 28 de junio de 1703, en la casa parroquial de Lincolnshire. Siendo uno de diecinueve hijos, por un pelo escapó de morirse en su niñez, cuando una noche la casa parroquial se incendió y se quemó hasta el suelo. Fue a la escuela Charterhouse, y después a Oxford, donde sus talentos intelectuales le llevaron a que lo eligieran como catedrático y tutor de la Universidad Lincoln. Devotamente religioso, él y otros ministraban lo mejor que podían a los pobres y desvalidos, pero sus iguales los menospreciaban por eso.
Después de unos pocos años, la Iglesia de Inglaterra lo ordenó junto con su hermano Carlos, y entonces viajó a Estados Unidos. A su regreso a Inglaterra pasó un tiempo de serio examen de su corazón. No fue sino hasta que habló con algunos moravos en Londres cuando se dio cuenta de que era cristiano solo de nombre. En un culto moravo, el 24 de mayo de 1738, Wesley se arrepintió de su pecado y halló la salvación que Jesús ofrece. Wesley escribió: «Sentí mi corazón extrañamente cálido. Sentí que en efecto había confiado en Cristo, que Cristo murió por mi salvación y recibí la seguridad de que me habían sido quitados mis pecados, los míos... testifiqué abiertamente a todos los presentes de lo que ahora... sentía en mi corazón».13
Juan Wesley experimentó lo que Jesús dijo que era «nacer de nuevo ». Eso empezó a abrigar su corazón, cohesionó su personalidad, multiplicó su compasión, aguzó sus facultades críticas y le aclaró el propósito de su vida. De inmediato empezó a declarar «las buenas nuevas de salvación» en cárceles, fábricas y dondequiera que las iglesias le cedían los púlpitos; pero estas eran muy pocas y muy infrecuentes.
El 2 de abril de 1739, en respuesta a la invitación de Jorge Whitefield, Wesley llegó a Bristol. Whitefield le convenció de la necesidad de la predicación en el campo como el mejor medio para alcanzar el mayor número de personas, especialmente de la clase trabajadora, que para entonces la iglesia establecida casi ni tocaba. Al día siguiente, a pesar de sus reservas, pero animado por el ejemplo de Whitefield, Wesley, con 36 años, predicó su primer sermón al aire libre, exponiendo la Biblia a los que no asistían a la iglesia. El Gran Despertar, el avivamiento evangélico, nació. Iba a pasar muchos años creciendo en una atmósfera de insolencia, despecho, abusos y violencia.
Durante tres décadas, magistrados, funcionarios y clero hicieron la vista gorda a los continuos ataques brutales de parte de pandillas y bandas de borrachos contra Wesley y sus seguidores. Wesley soportó ataques físicos con proyectiles de varios tipos. Frecuentemente arreaban bueyes en medio de las congregaciones o tocaban estridentemente instrumentos musicales para ahogar la voz del predicador.
Una y otra vez, los Wesley y Whitefield escapaban a duras penas de la muerte, en tanto que a varios de sus colegas predicadores itinerantes los atacaron y les incendiaron las casas. Aparecieron cientos de publicaciones en contra del despertar, así como crónicas y artículos tergiversados y tendenciosos de aparición regular en los periódicos. Los ataques más virulentos, sin que fuera sorpresa, venían de los sacerdotes, que se referían a Wesley como «ese metodista», «ese entusiasta», «ese misterio de iniquidad», y «un seductor, impostor y fanático diabólico».
Después de unos pocos años, queriendo exponer su posición en términos claros, racionales y bíblicos, Wesley escribió un folleto en el que declaraba que «lo que enseño es el cristianismo sencillo antiguo». Su propósito primordial era hacer a hombres y mujeres conscientes de Dios. Se daba perfectamente cuenta de los muchos y variados poderes del mal y la corrupción, incluyendo los de la religión organizada y establecida. Creía que el propósito de Dios para él era que abriera la Palabra de Dios para su nación, encaminar a hombres y mujeres hacia Dios por medio de Cristo. Esto, a su vez, reclamaría del paganismo y la corrupción a sus hogares, sus ciudades y su país.
La crucial de lo que Wesley creía en cuanto al cristianismo era que la redención del individuo conduce a la regeneración social. Creía que el propósito principal de la Biblia es mostrar a los pecadores su camino para volver a Dios mediante el sacrificio de Cristo. Esto es lo que predicaba, pero también entendía que los cambios sociales eran un producto colateral inevitable y algo útil para demostrar la conversión. Debido a la predicación del evangelio, los elevados principios morales establecidos en las Escrituras empezaron lentamente a echar raíces en la mentalidad de las personas. Wesley creía que la Palabra de Dios clama por la salvación de las almas de los individuos. También nos da ordenanzas firmes para la existencia nacional y una vida social común bajo Dios; estos eran sus objetivos, y nunca los perdió de vista.
Los convertidos se unieron a otros en lo que Wesley llamo «sociedades ». Consideraba que todos sus cultos eran suplementarios a los servicios regulares de la Iglesia de Inglaterra. Wesley siguió siendo clérigo de la Iglesia de Inglaterra la mayor parte de su vida; su hermano Carlos, toda su vida. La separación de Juan Wesley de la Iglesia de Inglaterra ocurrió mucho después, cuando empezó a ordenar ministros en lo que llegaría a conocerse como la Iglesia Metodista.
La vida de Juan Wesley fue un triunfo de la gracia de Dios. Bajo ataques físicos y verbales repetidos miles de veces, jamás perdió los estribos. Estaba preparado para aguantar un golpe si al permitirlo podía diluir la histeria de la gente. Cuando era golpeado con una piedra o un garrotazo, se limpiaba la sangre y seguía predicando. Amó a sus enemigos e, hicieran lo que hicieran, no pudieron hacerlo enfurecerse o faltar al respeto.
No es exageración decir que Wesley—y todo esto se aplicaba a Carlos y Whitefield también— infundió en los británicos un concepto nuevo y bíblico de valentía y heroísmo. Su dignidad tranquila, la ausencia de malicia y enojo, y, sobre todo, la evidencia del Espíritu de Dios obrando en su vida, acabaron desarmando a sus enemigos y los ganó para Cristo. Soldados, marineros, mineros, pescadores, contrabandistas, obreros de industrias, ladrones, vagabundos, hombres, mujeres y niños lo escuchaban con atención, en atención reverente, gradualmente quitándose el sombrero y arrodillándose, a menudo abrumados por la emoción, mientras él dirigía a miles y miles a la gracia de Dios. Durante más de cincuenta años, Wesley dio el alimento de la Biblia, la palabra de vida, a multitudes embrutecidas, ebrias y descuidadas.
En mayo de 1739 se puso la piedra angular de la primera casa metodista de predicación en Bristol. Pronto se abrieron la escuela Kingswood y la fundición de Londres. Esta fundición llegó a ser el eje de muchos proyectos de servicio social, como una oficina de empleo, préstamos para los pobres y un dispensario médico gratuito. A estas iniciativas siguieron casas para predicar la Biblia, que empezaron a surgir por toda Inglaterra, así como también en Escocia e Irlanda. Mientras tanto, en Estados Unidos, el progreso del avivamiento evangélico era fenomenal, encabezado por Jonathan Edwards y Jorge Whitefield, que valientemente cruzó el Atlántico trece veces antes de morir en 1770.
De 1739 hasta su muerte en 1791, Wesley fue infatigable. Su energía era prodigiosa. Se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana y predicaba su primer sermón la mayoría de las veces a las cinco. Él y sus predicadores itinerantes dividían cada día en tres partes iguales: ocho horas para dormir y comer, ocho para la meditación, oración y estudio, y ocho para predicar, visitar y trabajo social. Organizó cientos de sociedades metodistas locales en los lugares que visitó, estableció y mantuvo vigilancia sobre la escuela Kingswood, abrió el primer dispensario médico gratuito para los pobres y una clínica para reumatismo, escribió un tratado sobre medicina, y preparó y predicó por lo menos cuarenta y cinco mil sermones de la Biblia.
Wesley viajó como cuatrocientos mil kilómetros a caballo, en toda clase de climas, noche y día, de extremo a extremo de Inglaterra, en caminos que a menudo eran peligrosos y a veces impracticables. Durante esos viajes compuso su comentario sobre la Biblia versículo a versículo, escribió cientos de cartas, llevó un diario desde 1735 hasta el año antes de su muerte, en 1791, y escribió algunos de los 330 libros que se publicaron durante su vida. Preparó gramáticas de inglés, francés, latín, griego y hebreo. Editó muchos libros para la educación general de sus predicadores y congregaciones, que llegaron a ser los cincuenta volúmenes de su famosa biblioteca cristiana.*
Este hombre culto, penetrante teólogo y respetado intelectual advertía a sus predicadores que uno «no puede ser un predicador profundo, y tampoco un cristiano cabal, sin leer mucho». Todo predicador se convertía en distribuidor y vendedor de libros y se esperaba que dominara su contenido. La Enciclopedia Britannica dice de Wesley a este respecto que «ningún hombre del siglo XVIII hizo tanto para fomentar el gusto por la buena lectura y proveer buenos libros, a los precios más bajos».
El libro Rules for a Helper [Reglas para el ayudador] de Wesley da una muestra de las influencias culturales que difundió en Gran Bretaña: «No estés ocioso ni por un momento; no creas mal de nadie; no hables mal de nadie, el predicador del evangelio es siervo de todos; no te avergüences de nada, excepto del pecado; sé puntual, necesitarás todo el sentido (común) que tengas para andar con mucho ojo».
Wesley entendía que la Biblia exige que la conversión del individuo conduzca a cambios en la sociedad, y esto le tocaba de diferentes maneras. Trece años antes de que se formara el Comité de Abolición para acabar con el tráfico de esclavos, publicó su Thoughts upon Slavery [Pensamientos sobre la esclavitud], tratado gráfico, vehemente y penetrante que denunciaba este «tráfico horrendo» como una desgracia nacional. Mantuvo su ataque contra la esclavitud hasta el fin de su vida, escribiendo su última carta dirigida a William Wilberforce, miembro evangélico del Parlamento que encabezó una campaña de toda su vida para abolir el tráfico de esclavos.
De igual manera, Wesley deploraba la estupidez e inutilidad de la guerra, especialmente la guerra de Gran Bretaña con las colonias estadounidenses. Frecuentemente escribió y habló en cuanto al uso y abuso del dinero y los privilegios. Vestía ropa barata y cenaba en los lugares más sencillos, sin gastar más de treinta libras al año en sus necesidades personales. Pero su ropa estaba inmaculada, sus zapatos siempre brillantes, y jamás usó peluca. Pública y repetidas veces cuestionó por qué la comida era tan costosa y se respondía él mismo: se consumían inmensas cantidades de maíz en la destilación. Con motivación humanitaria y social, abogó por la abolición de los licores y alcoholes que se usaban como bebidas.
Wesley apoyaba los precios justos, un salario justo, y el empleo honrado y saludable para todos. No hay duda de que estaba más familiarizado con la vida de los pobres que cualquier otra figura pública de su época. Constantemente moviéndose por toda Inglaterra, podía sentir la mente del pueblo como ningún rico estadista podía hacerlo. Incesantemente, llamaba a los ricos a que ayudasen a los pobres, y dio esta advertencia a miles de sus seguidores: «No le des a nadie que pide alivio una palabra descomedida o una mirada descomedida. No los lastimes».
Como Charles Dickens después de él, Wesley puso ciertos aspectos de la ley «en la picota», exhibiéndolos al ridículo público. En este sentido, atacó el contrabando, pero consideraba que en la mayoría de los casos los representantes de la ley eran más criminales que el contrabandista encarcelado. Hizo intensa campaña contra el soborno y la corrupción en tiempos de elecciones, y contra el escándalo de las pluralidades* y sinecuras** de la Iglesia de Inglaterra. Criticó con audacia los aspectos del sistema penal y penitenciario (abriendo el camino para los reformadores John Howard y Elizabeth Fry), describiendo las prisiones como «semilleros de toda clase de perversidad». Hizo campaña en contra de los métodos casi medievales de la medicina y estimuló la reforma funeraria.
Ya hemos notado los variados intereses, preocupaciones y actividades de Wesley. La lista, sin embargo, quedaría incompleta sin mencionar su interés práctico en la electricidad, la capacitación vocacional de los desempleados, la recolección de fondos para vestir y dar de comer a los presos, para comprar comida, medicina, combustible, herramientas para los desvalidos y los ancianos; y la fundación de un fondo de préstamos de benevolencia y la Sociedad de Amigos de los Forasteros. Él predicaba el cielo, pero creía que la naturaleza era dádiva de Dios para nosotros y, por consiguiente, el trabajo era noble y la ciencia era esencial.
El avivamiento bíblico hizo que Inglaterra cantara. Carlos, hermano de Juan Wesley, y poeta, a cuya fama como predicador todavía le hace sombra su fama como compositor de himnos, compuso entre ocho y nueve mil poemas, de los cuales ocho mil llegaron a ser himnos. Juan le enseñó a la gente a cantar. Muchos himnos utilizaban tonadas populares de entonces. Abrían paso al sermón y martillaban su mensaje. Y cientos de miles de los que cantaron su himno: «Mis cadenas cayeron, mi corazón quedó libre», cantaban no solo de su salvación, sino también de la liberación de las cadenas del licor, abuso, hambre y pobreza.
El Gran Despertar le dio a todo el mundo de habla inglesa su más rica herencia de cantos poéticos y sagrados y una visión de los himnos como literatura, como historia, como teología. Otros excelentes poetas y compositores de himnos también surgieron durante este período y durante el siglo XIX: William Cowper, Isaac Watts, John Newton, August Toplady, Bishop Heber, Horacio Bonar, la señora Alexander y Frances Havergal. Pero los himnos, alabanza y oraciones de Carlos, como la versión métrica de los Salmos de David en Escocia, penetraron profundamente en el subconsciente de Inglaterra.
Wesley, Whitefield y sus compañeros revitalizaron y reforzaron las verdades del cristianismo bíblico. Esto fue una contribución enormemente importante. La Biblia, que a principios del siglo XVIII había sido un libro cerrado para los ingleses, tanto como lo había sido en los días de Chaucer, llegó a ser el Libro de los libros. Gran Bretaña fue salvada de caer en la infidelidad.
Juan Wesley murió como había vivido desde su conversión. Durante cincuenta y tres años predicó fielmente que los hombres necesitan salvarse y son salvados solo por fe en Cristo, pero el corolario era que serán juzgados por obras; por la forma en que vivieron. A menudo oraba: «Permíteme agotarme, y no herrumbrarme. No me permitas vivir para ser inútil».
Hasta una semana antes de su muerte, cuando la fiebre lo incapacitó y lo obligó a guardar cama, al borde de los 88 años, había continuado predicando, escribiendo, supervisando y animando. Murió la mañana del 2 de marzo de 1791. Los que habían venido a regocijarse con él «prorrumpieron en un himno de alabanza». «No se necesitó ni carroza ni caballos para su funeral, porque había dado instrucciones de que a seis pobres que necesitaran empleo se les pagara a cada uno una libra para que llevaran su cuerpo a la tumba».
A pocos se les da, como le fue dado a Juan Wesley, ver la recompensa de sus esfuerzos. En las primeras décadas de su servicio, la llegada de él y de sus seguidores a cualquier pueblo y aldea era señal de un violento levantamiento popular. Pero en los últimos diez de sus ochenta y ocho años, no es exageración decir que Wesley era la figura más respetada y querida en Inglaterra. Después de su muerte quedó inmortalizado en miles de retratos, con su figura en teteras y alfarería, y bustos suyos en todo medio concebible.
Hemos visto algo de lo que era Inglaterra antes de Wesley. Ahora, brevemente, veamos lo que fue después de él. El Gran Despertar fue una fuente de la cual brotaron muchas corrientes.
Lo primero que hay que notar es que, antes de Wesley, el clero devoto y evangélico era un diminuto remanente en la Iglesia de Inglaterra. Después de él, a finales del siglo XVIII, su número aumentó y llegaron a ser la influencia religiosa dominante dentro y fuera de la Iglesia de Inglaterra. Bajo la influencia del avivamiento bíblico, el inconformismo religioso que transforma la cultura se convirtió en el poder en la tierra. Esto fue más notorio en Escocia, especialmente bajo la influencia de Whitefield.
Un fruto del trabajo de Wesley fue la conversión de William Wilberforce, Lord Shaftesbury y otros, y el desarrollo de un grupo al que se llamó los Santos de Clapham. Este era un grupo de evangélicos devotos que vivían alrededor de Clapham Common, al sureste de Londres. Esta comunidad de cristianos la formaban hombres de negocio, banqueros, políticos, gobernadores de las colonias y miembros del Parlamento, cuyos esfuerzos incesantes, sacrificados, beneficiaron a millones de sus conciudadanos de su país y del extranjero; especialmente en África y la India.
La restauración de la autoridad de la Biblia en el mundo inglés fue como si toda una civilización hallara su alma. Escritos de una cantidad de hombres y mujeres literatos dan evidencia de su recuperación de una perspectiva bíblica. Poetas como William Blake, William Wordsworth, Robert Browning, Lord Tennyson, y más tarde Rudyard Kipling y John Masefield; novelistas como Sir Walter Scott, Charles Dickens, William Thackeray, las hermanas Bronté, Robert Louis Stevenson...* todos estos y otros le debieron mucho a la influencia purificadora y ennoblecedora del avivamiento bíblico. En la medida en que sus escritos estaban modelados por una cosmovisión bíblica, contenían las consecuencias lógicas del rechazo de la revelación de parte del Siglo de las Luces, que hemos considerado en un capítulo previo.
El impacto de la Biblia por medio del trabajo de Wesley es evidente en las vidas y obra de los emancipadores sociales durante el siglo XVIII. Wilberforce y Clarkson lucharon contra el tráfico de esclavos; Lord Shaftesbury y Sadler defendieron la emancipación industrial; Elizabeth Fry y John Howard reformaron las prisiones; Plimsoll se concentró en regulaciones de seguridad de los barcos; Hannah More y Robert Raikes lanzaron las escuelas dominicales, y después vinieron muchos más.
El avivamiento bíblico resultó en la tradición de predicación del siglo XIX. Finney, Moody, Spurgeon, Nicholson, Ryle, Moule, James, Danny, Chavass, y otros fueron predicadores populares que exponían la Biblia en lugar de contar relatos inventados por el hombre. El Gran Despertar, como vimos en un capítulo previo, abrió a las masas el estudio inteligente de la Biblia. Restauró la posición de la Biblia como Libro de libros para los anglosajones. Su avivamiento bíblico contuvo las consecuencias destructoras del carácter del ateísmo que corrompió a otras naciones europeas, como Francia.
Charles Simeon, catedrático de la Facultad King de Cambridge, fue vicario de la iglesia de la Santa Trinidad durante más de cincuenta años. El ministerio de Wesley hizo posible que introdujera el cristianismo bíblico de vuelta a la vida universitaria, a pesar de la continua oposición. Su capacitación de jóvenes como predicadores hizo una contribución valiosa a la adoración evangélica en el siglo XIX. Estableció lo que demostró ser una tradición duradera en Cambridge. Sus protegidos desempeñaron y respaldaron espléndidos esfuerzos misioneros globales que llevaron la modernidad a partes remotas del mundo. Algunos nombres bien conocidos son Coke, Asbury, Livingstone, Moffat, Martyn, Morrison, Paton y Slessor.
Cuando quedó establecida la obra del avivamiento bíblico, se formaron muchas sociedades misioneras, todas distanciadas en pocos años: la Sociedad Misionera Bautista, la Sociedad Misionera de Londres, la Sociedad Misionera Wesleyana, la Sociedad Misionera de la Iglesia, la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, y la Misión al Interior de China. Ese espíritu misionero estímulo a cientos de miles de jóvenes cristianos, hombres y mujeres, a ir a las partes más lejanas del mundo, a menudo con gran costo y sacrificio personal, y que sirvieran a personas que no podían pagarles en términos terrenales. Ese mismo espíritu misionero también impulsó a millones de personas que no podían ir al extranjero personalmente a asumir la obligación moral por el bienestar de otros, para orar y ofrendar generosamente.
El avivamiento bíblico afectó las vidas de políticos. Edmund Burke y William Pitt fueron mejores hombres debido a sus amigos que creían en la Biblia. Ayudaron a redefinir el mundo civilizado como aquellas partes del mundo en las que la moralidad desempeña un papel tan significativo en la política y administración del estado como la política pragmática y la economía práctica. Perceval, Lord Liverpool, Abraham Lincoln, Gladstone y el Príncipe Consorte, entre otros, reconocieron la influencia del Gran Despertar. El avivamiento bíblico, empezando entre las masas desposeídas, fue el partero del espíritu y los valores de carácter que han producido y sostenido instituciones libres por todo el mundo de habla inglesa. La Inglaterra que dejó Wesley vio erradicados muchos de los males del siglo, porque cientos de miles se hicieron cristianos. Sus corazones fueron cambiados, así como también su mentalidad y actitudes, y así la sociedad—el ámbito público— fue afectada.
Las siguientes mejoras vinieron en línea directa del avivamiento wesleyano. Primero fue la abolición de la esclavitud y la emancipación de los obreros industriales en Inglaterra. Luego vinieron las escuelas de fábricas, escuelas para los más pobres, la humanización del sistema de prisiones, la reforma del código penal, la formación del Ejército de Salvación, la Sociedad Religiosa de Tratados, la Sociedad de Ayuda Pastoral, la Misión de la Ciudad de Londres, los Hogares Muller, los Hogares Fegan, el Hogar Infantil Nacional y los Orfanatos, el establecimiento de clases nocturnas y politécnicas, el Refugio de Soldados y Marineros Agnes Weston, las YMCA, los Hogares Barnardo, la NSPCC, los Boy Scout, las Niñas Guías, la Sociedad Real de Prevención de Crueldad contra los Animales, y la lista sigue y sigue.
Noventa y nueve de cada cien personas detrás de estos movimientos eran cristianos. Todos estos movimientos brotaron del avivamiento de la espiritualidad bíblica como resultado de que Juan Wesley y sus colaboradores abrieran la Biblia, lo que condujo al Gran Despertar de corazones, mentes, conciencias y voluntades.
El propósito de Wesley, guiado por Dios, se había logrado: atacar la causa raíz de la atrofia espiritual y la decadencia moral y purgar el alma de la nación. Uno no puede explicar la Inglaterra del siglo XIX sin entender a Wesley y la Biblia. Lo mismo se aplica a Estados Unidos del siglo XIX. Desde luego, hubo equivocaciones, malos entendidos, fricción y discordia, y hubo heridos. Se ha aducido que los logros sociales de Wesley fueron puramente paliativos y que él dirigió a la gente al otro mundo como el único remedio dado por Dios para los males de esta vida. Pero esta crítica sale cuando no se comprende el evangelio, como hemos explicado en la primera parte de este capítulo.
La transformación de una nación es una tarea intergeneracional. El libro de Ian Bradley es apenas uno de los estudios que detallan las reformas que siguieron Inglaterra, África y la India durante la generación poswesleyana. Mis libros, como India: The Grand Experiment [India: El experimento grandioso], relata cómo la Biblia produjo una India relativamente libre de corrupción durante el siglo XIX.
La vida de Juan Wesley bajo la guía de Dios refuta la idea de que la historia está destinada a descender a la corrupción, o que la «hacen» las condiciones e instituciones materiales. El avivamiento bíblico cambió la historia al transformar el carácter, las palabras, los pensamientos y las obras de hombres y mujeres. Evitó una revolución sangrienta al estilo francés en Inglaterra, que parecía inevitable dado lo duro de la vida social, política y religiosa del siglo dieciocho en Inglaterra.
Aunque Juan Benjamín Wesley fue un gigante espiritual e intelectual durante el siglo XVIII, el poder real de iluminación no estaba en absoluto en el instrumento humano. Residía en las Escrituras, cuyo poder fue liberado para todos los que querían venir a beber del agua de la vida. El señor Singh, mi compañero de viaje en el avión, había probado los frutos de la espiritualidad bíblica. Pero, evidentemente, nadie en Inglaterra le había explicado las raíces de su transformación moral; es decir, el papel que la idea bíblica de la familia desempeñó para forjar y trasmitir el carácter moral primero forjado en la fragua de una experiencia religiosa.
* La mayor parte del mundo no tiene ni vehículos frigoríficos ni lugares para almacenar la leche.
** Suegro de mi hermano mayor y mi hermana menor.
* Como Hong Kong, Singapur también fue una colonia británica. Tiene una iglesia que está creciendo con rapidez y es altamente influyente. Se estima que de los ciudadanos que cuenta en cuanto al gobierno, por ejemplo, universitarios y graduados de universidad, aproximadamente el 33 por ciento ya son cristianos. Independientemente de esa estadística, Singapur es un ejemplo de que, bajo ciertas circunstancias, la dictadura o fuerza política pueden ayudar a erradicar la corrupción.
* Reeditada por Wesley Center Online.
* Pluralidades: Recibir al mismo tiempo beneficios de dos o más iglesias.
** Sinecuras: Tener un cargo que provee ingresos pero no exige trabajo.
* Esto no es sugerir que todos ellos fueran plenamente bíblicos en su cosmovisión, ni que ningún otro sistema de creencias modelara su marco de pensamientos.