Capítulo dieciséis

COMPASIÓN  

 ¿POR QUÉ EL CUIDADO LLEGÓ A SER
COMPROMISO MÉDICO?

Conducíamos como a cien kilómetros por hora por la carretera interestatal que cruza Miniápolis, cuando oímos sirenas estridentes detrás de nosotros. El tráfico de alta velocidad se detuvo casi en seco. Dos ambulancias y unos pocos vehículos de policía pasaron a toda velocidad. Antes de que tuviéramos la menor idea de lo que estaba pasando, las lágrimas afloraron a los ojos de Ruth.

—¿Qué he hecho ahora?—pregunté.

—Cuánto se interesan ellos por su gente—dijo Ruth, ignorándome, tratando de ver si más allá del tráfico había algún accidente, y si alguien había salido herido.

Eso fue el año 2000. Acabábamos de llegar a Estados Unidos para escribir este libro y explorar la posibilidad de hacer un programa de televisión. Este no era el primer viaje de Ruth a Estados Unidos. Ella había estudiado allí tres años, de 1971 a 1974. El choque cultural todavía es fuerte. Incluso hoy, Ruth derrama una o dos lágrimas cuando ve que el tráfico se detiene a la vista de un bus escolar con las luces relampagueando, al recoger o dejar a algún niño. Eso le trae a la mente los recuerdos de su odisea en Nueva Delhi, cuando todos los días un miembro adulto de la familia tenía que ayudar a Anandit, nuestra hija menor, a subir al autobús escolar sin caer bajo las ruedas o cuidando de que no la atropellase alguna motocicleta a toda velocidad.

Habiendo sido beneficiaria de la bondad y sensibilidad de cientos de personas en Estados Unidos, Ruth se ha convertido en intrépida defensora de este país. A veces, esto la mete en controversias, especialmente cuando habla con otros asiáticos que han vivido más tiempo en Estados Unidos. Algunos condenan el individualismo egoísta de su sociedad.

En unas pocas de esas ocasiones he intervenido para mediar entre opiniones opuestas. Explico a los que discuten con Ruth que, a diferencia de ellos, nosotros no hemos vivido ni trabajado en Estados Unidos secular. Nuestras impresiones se basan en nuestra limitada experiencia en el país, limitada en su mayor parte a interacciones con la comunidad cristiana. Hallamos que servir a otros con sacrificio personal es un valor asombrosamente alto en la iglesia estadounidense. La iglesia de la India tiene muchas instituciones excelentes que se sirven unas a otras; sin embargo, en general, a gran parte de la comunidad cristiana de la India le falta el espíritu de servicio a nivel personal (no institucional) que hemos experimentado aquí en Estados Unidos. Conociendo la naturaleza humana, sin embargo, no me cabe ninguna duda de que detrás del volante de esas ambulancias podrían estar hombres «caídos», que en realidad detestan a las personas a quienes sirven.

COMPASIÓN: FRUTO DEL ESPÍRITU

Carlos Marx pensaba que la religión es un opio que la élite administra a las masas para impedir que se rebelen contra la opresión y la explotación. Aunque crítico sin tapujos del amor, compasión y moralidad cristianos, el filósofo alemán Federico Nietzsche discrepaba de Marx. Señaló que el judaísmo empezó bajo Moisés como la revuelta de los esclavos contra sus amos egipcios.

El cristianismo, de manera similar, fue la religión de un galileo débil y crucificado. Apeló a los marginados del Imperio Romano: mujeres, esclavos, desvalidos y derrotados. Nietzsche notó que el cristianismo permitió que los débiles derrotaran a la civilización clásica que celebraba la fuerza, la sensualidad y la aceptación despiadada de la muerte vista, por ejemplo, en las peleas entre gladiadores.

Según Nietzsche, la tradición judeocristiana era un medio por el cual los impotentes encadenaban a los poderosos, manipulando la culpa, requiriendo benevolencia y suprimiendo la vitalidad natural. Nietzsche influyó fuertemente en los que promovían la supremacía aria. Los nazis pusieron en práctica este argumento de que la decadencia moderna, es decir, las ideas de igualdad, emancipación de las mujeres, democracia y cosas por el estilo, vinieron de judíos y cristianos. Estos habían «predicado el evangelio a los pobres y viles, [conduciendo a] la revuelta general de todos los desvalidos, los miserables, los fracasados, los menos favorecidos, en contra de la “raza”».1 Esta perspectiva resume el contundente contraste entre el igualitarismo judeocristiano y la estrategia hindú (aria) de organizar a la sociedad jerárquicamente basada en procreación biológica con los brahmines por encima y los intocables al fondo.

Nietzsche no estuvo solo al condenar la compasión cristiana. Muchos ni siquiera pueden creer que los pobres no son víctimas de su propia karma y que Dios se interesa por ellos. No pueden entender por qué Occidente da tanta caridad para servir a los pobres y destituidos en la India. Sienten profundas sospechas ante la filantropía occidental y les disgusta el hecho de que los cristianos escogen deliberadamente servir, educar y potenciar a las castas bajas y a los marginados. Este era el factor subyacente en el entusiasmo hindú por el ataque del doctor Arun Shourie contra las misiones cristianas. Algunos hindúes piensan que los cristianos sirven a los pobres a fin de prepararlos para que Estados Unidos los colonice.

Sea como sea, la crítica de Nietzsche tenía razón en que la Biblia ha sido la más grande fuerza humanizadora de la historia. Impulsó el movimiento para la abolición de la esclavitud y promovió el cuidado de los débiles, como las viudas, huérfanos, minusválidos y leprosos. Desde liberar y rehabilitar a las prostitutas del templo hasta la reforma de prisiones y dar sanidad y límites morales, la tradición bíblica ha sido la más poderosa fuerza civilizadora. Hoy, la ideología secular se ha apoderado de instituciones como la Cruz Roja. El interés comercial ha capturado oficios como la enfermería. Grupos Nueva Era se han vuelto promotores de la prevención de la crueldad contra los animales; y los historiadores se han olvidado del origen de los derechos humanos y la justificación de la desobediencia civil. Todo esto fueron originalmente expresiones de lo que la Biblia llama el fruto del Espíritu: «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza».2 Estos esfuerzos e instituciones son resultado del Espíritu que Jesús prometió a los que creyeran en él,3 el Espíritu de Dios que es el «Padre de misericordias y Dios de toda consolación».4

Un análisis de la historia de la profesión médica confirma la aseveración del historiador David Landes de que «la cultura determina casi toda la diferencia».5 Las civilizaciones griega, romana, india e islámica produjeron grandes médicos y cirujanos; sin embargo, no desarrollaron la medicina moderna, en parte porque no se interesaban en producir culturas de asistencia. Por esa razón, con el tiempo perdieron ante la civilización bíblica su destreza técnica y su ventaja de cara a unos inicios ventajosos en la medicina. La civilización occidental pudo aprender de culturas precedentes y desarrollar la medicina moderna porque la Biblia decía que la enfermedad real de la sociedad humana era el egoísmo. El propósito de la comunidad humana era reflejar la imagen de un Dios trino—ser una comunidad de amor—, pero escogió seguir la tentación diabólica y poner el interés propio primero.

En el mundo clásico (grecorromano) la medicina tuvo un principio prometedor, pero no llegó a convertirse en una ciencia sostenible, en constante mejora. Los estudiantes de medicina están familiarizados con la tradición hipocrática (Hipócrates de Cos, h. 460 A.C.–h. 377 A.C.) de Grecia. Este primer ejercicio registrado de medicina racional se apoyaba en el cuestionamiento crítico. Estimulaba la racionalidad por encima de las supersticiones, magias y ritos. La tradición hipocrática introdujo el profesionalismo y normativas éticas para el ejercicio de la medicina. Al médico se le exigía que respetara a los pacientes, que no abusara del poder que tenía sobre sus cuerpos, que mantuviera la confidencialidad, y que diera vida y no la quitara. El juramento hipocrático incluiría el cuidado del nonato; por consiguiente, prohibía el aborto. El médico prestaba juramento de servir a los pobres gratuitamente cuando fuera necesario. Esto se resume hoy día como «Lo primero es no hacer daño» (Primum non nocere).

Los griegos, de este modo, pusieron los elogiables primeros pasos de la medicina, pero no pudieron construir sobre este maravilloso cimiento. Hoy, casi en cada ciudad de la India tenemos Unani Dawakhanas: casas médicas griegas. En su mayoría las dirigen musulmanes, indicando que el islam trajo la medicina griega a la India. Recetan medicina «griega», en su mayor parte hierbas. Estas clínicas sobreviven debido a que ayudan a algunos pacientes. La mayoría de las personas de la India, sin embargo, consideran que estos practicantes son curanderos, porque estas casas médicas griegas no se conocen por su medicina racional.6 Tampoco son parte de una atención continua preventiva, curativa o de enfermería. El conocimiento médico de Grecia no produjo una cultura de cuidado. Es más, la cultura general superó y asfixió el prometedor inicio de la medicina racional.

Durante los primeros siglos de la era cristiana, los médicos griegos se iban casi todos a Roma. El más ilustre de ellos fue Galeno, cuyas obras sobre medicina tradujeron al árabe eruditos islámicos como Hunayn ibn Ishaq, que también tradujo obras de Hipócrates y escribió comentarios sobre ellas. Roma, sin embargo, no contribuyó mucho a la teoría o práctica de la medicina, salvo en cuestiones de salud pública, en la cual estableció un gran ejemplo. Roma tenía una provisión de agua y baños públicos sin parangón. Proveía gimnasios, alcantarillado doméstico, adecuada disposición de las aguas servidas, e incluso construyó algunos hospitales.

Después de la caída de Roma, el aprendizaje ya no se consideraba de alta estima, se desalentó la experimentación, y llegó a ser un bien peligroso. La capacidad estaba allí, pero la cultura sanitaria no podía llegar a ser parte del mundo clásico. El Imperio Romano construyó una cultura de crueldad que mataba por diversión. Por ejemplo, dejar expuestos a la intemperie a los recién nacidos no deseados había sido práctica común durante siglos antes de que Roma cayera. Los escritores griegos Platón y Aristóteles habían recomendado el infanticidio como una política estatal legítima. Las Doce Tablas, el más antiguo código legal romano, (450 A.C.) permitía que los padres dejaran expuestas a la intemperie a cualquier bebé niña, así como a los varones nacidos con malformaciones o débiles. Durante las excavaciones en una villa en el puerto de Ascalón, Lawrence E. Stager y sus colegas realizaron:

...un horripilante descubrimiento en la alcantarilla que corría debajo de una casa de baños... el desagüe había quedado taponado con desechos en algún momento en el siglo VI A.D. Cuando excavamos y sacamos los desechos secos, hallamos numerosos huesos pequeños que dimos por sentado que eran huesos de animales. Solo más tarde nos dimos cuenta... de que eran huesos humanos; de casi cien bebés evidentemente asesinados y echados a la alcantarilla.7

No todo el mundo antiguo era egoísta y buscaba solo placer. Muchos pensaban que renunciar al mundo y sus placeres era un ideal alto y deseable. Lo que les faltaba era el conocimiento de que Dios amó a este mundo pecador, rebelde, lleno de enfermedad y sufrimiento; lo amó lo suficiente como para enviar a su Hijo a que sufriera a fin de salvar a otros.

«DE TAL MANERA AMÓ DIOS AL MUNDO»

Jesucristo nació cuando el emperador Augusto estaba egoístamente construyendo lo que pensaba que serían los cimientos seguros de la civilización. Habría un imperio y un emperador. Las guerras cesarían. El mundo estaría seguro para la civilización. Su problema era que este imperio tenía que ser edificado por la fuerza, lo que requería un ejército brutal. Pero entonces a ese ejército había que mantenerlo en cintura por la fuerza. Edificar un imperio por la fuerza convertía a los ciudadanos en virtuales esclavos. El sistema entero tenía que ser edificado en las espaldas de esclavos que sudaban, sangraban y no tenían nada que ganar. El imperio era bueno para los pocos privilegiados; para el resto, era una civilización tan horrible que la compasión de Jesús se vio como una luz radical en una edad oscura.8

Cristo atrajo a las masas oprimidas porque predicó buenas noticias a los pobres.9 Jesús tuvo compasión de las multitudes que le siguieron porque las vio como «desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor»,10 explotadas por lobos despiadados que pretendían ser sus custodios. Jesús sirvió de mentor a sus discípulos para que llegasen a ser pastores que pondrían su vida por sus ovejas.11 A riesgo de su vida, Jesús se levantó en contra del poder religioso y político de su día a favor de la dignidad y valor de los individuos insignificantes, lisiados y mentalmente desquiciados.12 Reprendió la dureza de sus discípulos cuando quisieron impedir que las madres trajeran a los niños a él para obtener sus bendiciones.13 Jesús enfureció a los líderes de la comunidad de su día al abrazar a los parias sociales: los leprosos, los cobradores de impuestos y los samaritanos «intocables».14

Justino Mártir (h. 100–165), brillante apologista de Cristo, se convirtió en el año 133. En su Apología, Justino explica que Jesús renunció al prestigio que podía haber tenido si hubiera buscado el patrocinio de la civilización clásica. Más bien, Jesús llegó a ser el Mesías de los enfermos, los afligidos y los que sufrían. Fue esto lo que transformó a su comunidad perseguida. Justino escribió:

Los que antes se deleitaban en la fornicación, ahora abrazan la castidad sola; los que antes hacían uso de artes mágicas, se han dedicado al Dios bueno y eterno; nosotros que en un tiempo valorábamos por encima de todo la adquisición de riquezas y posesiones, ahora traemos lo que tenemos a la bolsa comunitaria, y lo compartimos con todos los necesitados; los que nos detestábamos y destruíamos unos a otros, y no compartíamos nuestro corazón con personas de una tribu diferente debido a sus costumbres diferentes, ahora, desde que hemos venido a Cristo, vivimos con familiaridad con ellos, y oramos por nuestros enemigos, y tratamos de persuadir a los que injustamente nos aborrecen para que vivan de acuerdo con el buen consejo de Cristo, a fin de que puedan compartir con nosotros la misma esperanza gozosa de una recompensa de Dios amo de todos.15

Obviamente, la iglesia cristiana no siempre ha vivido según estos altos ideales. El emperador Juliano (331–363 A.D.) confirmó, sin ser consciente, la validez esencial de la afirmación de Justino cuando trató de salvar las religiones paganas de Roma que perseguían a los cristianos. Les dijo a sus correligionarios que si querían impedir el crecimiento del cristianismo deberían servir a sus prójimos mejor de lo que los servían los cristianos.16 Uno oye enunciados similares de militantes indios de hoy que detestan las misiones cristianas, y sin embargo se presentan el reto de servir como cristianos a fin de impedir que la gente se convierta en seguidores de Cristo.17

Agustín, obispo de Hipona, explicó la diferencia entre el reino humano de Roma y el reino de Cristo de Dios. Era profesor de retórica, y sus libros La ciudad de Dios y Confesiones dominaron la vida intelectual de Europa más de mil años. Su madre era cristiana, pero él ridiculizaba el cristianismo, porque era un filósofo estudiado y por su «cultura de playboy»; tuvo una amante desde que tenía quince años. Su desprecio del cristianismo continuó hasta que tuvo treinta años, cuando Agustín se dio cuenta de que la filosofía le había fallado a él y al mundo antiguo. En su libro Sobre la naturaleza y la gracia (415 A.D.), describe las dos culturas: la secular y la celestial:

Lo que anima a la sociedad secular (civitas terrena) es el amor egoísta que llega al punto de despreciar a Dios. Lo que anima a la sociedad divina (civitas caelestis) es el amor de Dios al punto del desprecio de uno mismo. El uno se enorgullece de sí mismo (amor sui), el orgullo del otro está en el Señor. El uno busca gloria de los hombres, el otro cuenta su conciencia de Dios como su mayor gloria (De Civitate Dei 14:28)... Estos deseos, por consiguiente, pueden describirse respectivamente como codicia (avaritia) y amor (caritas). El uno es santo, el otro es necio; el uno es social, el otro egoísta; el uno piensa en el bien común por causa de la relación superior, el otro reduce incluso el bien común a una posesión de sí mismo por causa de la ascendencia egoísta. El uno se sujeta a Dios, y el otro es rival de Dios; el uno es calmado, el otro turbulento; el uno es pacífico, el otro faccioso; el uno prefiere la verdad a la alabanza de los necios, el otro es codicioso de la alabanza en cualquier término; el uno es amistoso, el otro envidioso, el uno desea lo mismo para su prójimo que para sí mismo, el otro quiere sujetar a su prójimo a sí mismo, el uno gobierna a su vecino en interés del prójimo, el otro por el interés propio.18

Agustín rechazó la civilización de Roma, a la que caracterizaba por amor sui (amor a uno mismo). La filosofía del amor propio empieza con una aseveración del derecho animal a la vida y halla su cumplimiento en una satisfacción de las demandas del vientre y los lomos. Formó una comunidad, pero era el acuerdo fomentado por ladrones y piratas. Este fenómeno se ve hoy entre los funcionarios corruptos de estados «democráticos». Es la forma más baja de esfuerzo cooperativo. Los funcionarios corruptos de un hospital o de la policía pueden tener una hermandad tan fuerte que nadie delata sus componendas. La suya es una comunidad egocéntrica. Unos a otros se cubren su perversidad. No importa si una «comunidad» médica ha prestado el juramento hipocrático, se ganaría el odio de sus «beneficiarios» si siguiera la cultura impulsada por el amor propio, la ciudad secular.

Los cristianos rechazaron la cultura de Roma porque Cristo confrontó sus crueldades con el evangelio de un Dios compasivo. Invitó a los pobres, los mansos, los enfermos, los afligidos, los hambrientos, los débiles y los fatigados a venir a él y descansar. Bendijo a los niños, tocó a los leprosos, sanó a los discapacitados, libró a los endemoniados, comió con los parias sociales, protegió a las prostitutas, enseñó a las masas iletradas, se opuso a los opresores y reconcilió a los pecadores rebeldes con su Padre celestial, amante y perdonador. Los seguidores de Cristo edificaron sobre esta tradición de compasión por los difíciles de amar. Por ejemplo, en el 369 A.D.—pocos siglos antes del nacimiento del islam—, San Basilio (329–379 A.D.), obispo ortodoxo de Cesarea, fundó el primer hospital en Capadocia (la actual Anatolia) con trescientas camas.

Los monasterios fueron los pioneros reales de la cultura occidental del cuidado sanitario. Los ermitaños y los ascetas habían precedido a los monjes, pero veían la espiritualidad como una renuncia del mundo; no muy diferente de los ascetas hindúes. San Benedicto de Nursia (h. 480–547 A.D.) rechazó la tradición ermitaña de los monjes de alejarse de la sociedad para cultivar su propia espiritualidad. Dándose cuenta de que Dios amó a este mundo, practicó la vida célibe espiritual, no como fin en sí misma, sino para servir a la sociedad, especialmente a los pobres y enfermos. Los monjes benedictinos imprimieron en la conciencia occidental la idea de humildad y servicio como el verdadero medio para la grandeza. Esta idea llegó a ser un rasgo definitorio de la civilización occidental. Es lo opuesto de la idea asiática de que los seres inferiores deben servir a los superiores.

LA COMBINACIÓN DE COMPASIÓN Y CONOCIMIENTO

La compasión no fue la única fuerza que había tras la contribución cristiana a la medicina. Igualmente importante fue la dedicación al conocimiento. Los seguidores de Cristo preservaron, transcribieron y tradujeron manuscritos médicos griegos. Los monasterios católicos medievales absorbieron la medicina griega e islámica y enriquecieron la tradición acumulando conocimiento, anotándolo en libros y observando cuidadosamente cuál tratamiento funcionaba y cuál no. Los clásicos antiguos filosóficos, científicos y médicos nos han llegado sobre todo gracias a que los monasterios tenían escritorios en los que copiaban libros, multiplicaban el conocimiento, y permitieron que el aprendizaje sobreviviera durante la Edad del oscurantismo.

Los monasterios empezaron a ejercer la medicina y, debido a su estructura de confraternidad, transcribieron su conocimiento médico de una institución a otra. Este se tradujo al latín en muchos monasterios medievales. Los cristianos nestorianos (una iglesia oriental) establecieron una escuela de traductores para traducir textos griegos al árabe; eso llegó a ser un paso clave para bendecir al mundo árabe. Aseguró la supervivencia de la medicina griega cuando los bárbaros destruyeron la educación en Europa.

La tradición benedictina no solo salvó la formación médica antigua, sino que hizo que se extendiera, edificando sobre su fundamento. Gradualmente, los monasterios decidieron no dedicar tanto tiempo lejos de sus responsabilidades principales de oración y meditación. Empezaron a dejar algunas de sus responsabilidades médicas en manos de laicos o legos. Los monasterios cristianos empezaron a extender el conocimiento adquirido en los manuscritos y la experiencia. El conocimiento médico, de este modo, se acumuló y mejoró, incluso antes de que empezaran las universidades en el siglo XIII.

Las universidades medievales europeas refinaron y enseñaron el conocimiento médico que habían recibido de fuentes islámicas y monásticas. Las universidades eran los brazos educativos de la Iglesia. Las universidades seculares o de propiedad del estado no existían. El sacerdote católico Guido de Cauliaco (h. 1300–1368 A.D.) escribió el primer libro moderno de cirugía (Chirurgia Magna, 1363 A.D.). Eruditos cristianos y artistas del período del Renacimiento, como Leonardo da Vinci, edificaron sobre esa tradición, compilando un conocimiento colosal de la anatomía humana.

MEDICINA ÁRABE

Los imperios musulmanes se extendían desde Persia hasta España. Cuando se habla de «medicina árabe» no necesariamente implica que todos los médicos de la Edad Media fueran árabes, nativos de Arabia o musulmanes. Algunos eran judíos y algunos cristianos. La filosofía general y doctrinas médicas de la medicina «árabe» eran sustancialmente las de Galeno y de Hipócrates. Algunos médicos musulmanes hicieron accesibles los difíciles escritos de Galeno. El prodigioso intelectual Avicena (h. 980–1037 A.D.) fue el médico islámico más celebrado del siglo XI.

Rhazes, Avicena y Avenzoar, los más grandes médicos «islámicos», eran todos jefes de hospitales. Tenían tiempo para estudiar a sus pacientes y seguir la evolución de una enfermedad. Confeccionaron historiales médicos y llevaron registros de sus pacientes. Abulcasis (Abu’l–Qasim Khalef ibn Abbas az-Zahrawi), nacido cerca de Córdoba, España, fue la autoridad médica más frecuentemente consultada por los médicos en tiempos medievales. Restauró la cirugía a su gloria anterior y escribió una enciclopedia médica. Desde el siglo IX hasta el XV, la enseñanza de la medicina estaba mejor organizada en las escuelas de Bagdad, Damasco, Cairo y Córdoba, que estaban conectadas con hospitales.

Con esta tremenda herencia, la civilización islámica podía haber avanzado a desarrollar la medicina moderna, porque el islam también creía en un Dios compasivo y respetaba a Jesucristo como profeta. No logró capitalizar bien lo que tenía porque prefirió seguir a un héroe militar, Mahoma, en lugar de a un Salvador que se sacrificó a sí mismo, Cristo. En consecuencia, la tradición islámica no pudo librar a los musulmanes de la búsqueda clásica del poder. No podía glorificar el servicio desprendido como virtud superior. La cultura hipocrática no se inició en Grecia, Roma, la India, Arabia o Europa medieval; ni siquiera en las universidades cristianas medievales.

EL NACIMIENTO DE LA MEDICINA MODERNA

A Thomas Sydenham (1624–1689), médico inglés del siglo XVII, se le llama el «Hipócrates inglés» y el «padre de la medicina inglesa». Empezó a cuestionar las presuposiciones y prácticas médicas que había heredado. Revivió la medicina racional de tal manera que sobrevivió no solo unas pocas generaciones, sino que continúa creciendo hasta hoy.

Nacido en 1624 en un hogar puritano, Sydenham combatió en la guerra civil británica junto a su padre y hermanos del lado de Oliver Cromwell. Cuando Cromwell llegó al poder, Sydenham estudió para ser médico. Empezó a ejercer en Westminster y dio inicio a lo que ahora llamamos «medicina moderna». Sydenham era amigo de otros científicos puritanos, como Robert Boyle, que era miembro de la Sociedad Real de Ciencias. Estos pioneros de la ciencia y la medicina no se preocupaban meramente por la medicina racional, experimental, científica y académica. Su preocupación era la gloria de Dios y el amor por los seres humanos. La Biblia respaldaba la misión médica de Sydenham. Él resumió su filosofía médica en el siguiente consejo a sus estudiantes:

Quienquiera que se aplica a la medicina debe seriamente pesar las siguientes consideraciones: Primero, que un día tendrá que rendir cuentas al Juez Supremo de las vidas de los enfermos confiados a su cuidado. Luego, cualquiera que sea la habilidad o conocimiento que, por favor divino, llegara a poseer, debe dedicarlos por encima de todo a la gloria de Dios y el bienestar de la raza humana. En tercer lugar, debe recordar que no es una criatura vil o innoble con quien trata. Podemos asegurar la valía de la raza humana puesto que es por causa de ella que el Unigénito Hijo de Dios se hizo hombre y, por consiguiente, ennobleció la naturaleza que él tomó sobre sí. Finalmente, el médico debe tener presente que él mismo no está exento de la suerte común, sino que está sujeto a las mismas leyes de mortalidad y enfermedad que sus semejantes y que cuidará a los enfermos con mayor diligencia y ternura si recuerda que él mismo es su compañero sufriente.19

Mientras que las tradiciones médicas griega, romana, árabe y de la India se estancaron o murieron, la tradición de Sydenham continúa floreciendo después de cuatro siglos, porque era una parte integral de una cultura mayor forjada por la Biblia. El escenario médico de la India puede ayudar a captar este punto.

MEDICINA DE LA INDIA

Los estudiantes de medicina y médicos de la India constituyen la minoría étnica más numerosa en muchas instituciones médicas prestigiosas de Estados Unidos. Algunos indios se imaginan que esto se debe al hecho de que la historia de la medicina en la India se remonta a tres mil años o más. Deepak Chopra y otros* han popularizado en Occidente el Ayurveda, antiguo sistema indio de medicina. Pero el Ayurveda no es la única invención médica de la India. Los primeros textos sobre cirugía son los del Samhita de Sushruta. Fueron compilados entre los siglos I A.C. y VII A.D. Se dice que Sushruta fue el primero en realizar operaciones de cataratas en un tiempo cuando la gran tradición hipocrática ni siquiera las mencionaba.

La cirugía plástica es otra invención de la India. La necesidad de cirugía plástica sirve como ilustración del impacto de una cultura en la medicina. Si alguien se comportaba vergonzosamente en la India tradicional—por ejemplo, adulterando— el castigo era la pérdida de la nariz. Se cortaron tantas narices que ya hace dos mil años necesitábamos cirugía plástica. No existe evidencia de que las civilizaciones grecorromanas hayan tenido idea de cirugía plástica.

Al Ayurveda, las operaciones de catarata y la cirugía plástica, podríamos añadir el masaje y la aromaterapia como ejemplos de los avances pioneros de la India en la destreza médica. Pero este cuadro glorioso de medicina en la India antigua tiene que ponerse en contraste con la realidad que resume el relato de Ida Scudder de apenas hace un siglo.

Ida, una joven estadounidense y graduada de la Escuela para Damas Jóvenes de D. L. Moody en Northfield, Massachusetts, fue a visitar a su padre misionero en el sur de la India en 1892. Una noche, un brahmín (la casta hindú más alta) vino a verla y le dijo que su esposa estaba a punto de dar a luz, pero que era un parto muy doloroso, así que le preguntó si ella podría ir y ayudar en el parto. Ida respondió: «No, yo soy solamente una joven, no soy médico. No sé nada de medicina. Mi padre es el médico, ¡llévelo a él!» Pero el brahmín respondió: «¡No puedo llevar a un hombre a que atienda a mi esposa!»

Poco después, un musulmán vino y preguntó si ella podía ayudar a su esposa, que también estaba atravesando un parto difícil. Ida dijo: «Mire, yo soy solamente una joven visitando a mi padre, ¿por qué no lo lleva a él?» El musulmán, repitió la respuesta del brahmín, ¡nunca llevaría a un hombre a atender a su esposa!

Luego vino un hombre de la casta mudaliar* y le suplicó que fuera y ayudara en el parto a su esposa. Ella se negó de nuevo.

Al llegar la mañana, las tres mujeres estaban muertas. Eso estremeció a Ida. Ella creyó que Dios le estaba diciendo algo. Volvió a Estados Unidos, estudió en la Universidad Médica Cornell, y luego volvió a la India, en 1900, para establecer una clínica de una cama, que se llegaría a convertir en la Universidad Médica Cristiana Vellore.20 Mahatma Gandhi la llamó la mejor universidad médica de Asia y llegó a ser la más grande de la India. En ciertos aspectos puede ser la mejor del mundo. Los profesores sirven como mentores. No ejercen medicina de manera privada; todo su tiempo está a disposición de alumnos y pacientes. La universidad también está a la vanguardia del desarrollo de la educación médica mediante la formación a distancia.

Los esfuerzos heroicos de misioneros como Ida Scudder produjeron un resultado asombroso. Pasado un siglo, hay más doctoras en la India que en cualquier otro país del mundo. Pero, ¿qué sucedió a los tremendos principios de medicina que la India había hecho dos mil años antes? En el año 1900, ¿por qué una ciudad no tenía doctoras o enfermeras que pudieran atender un parto?

Varios factores causaron la declinación y estancamiento de la tradición médica de la India. Una fue la actitud hacia el conocimiento. Hubo en la India individuos con gran talento médico; pero nuestra cultura veía el conocimiento como poder; algo que había que mantener en secreto y guardado, y no diseminarlo. Nuestros médicos entendidos formaban a sus hijos y también a sus estudiantes si ellos se sometían en mente y cuerpo a sus gurús como sus shihyas (discípulos). El conocimiento daba autoridad. Para seguir siendo el experto, no se podía permitir que los discípulos cuestionasen la capacidad de uno. Los discípulos tenían que someter su mente a la autoridad del gurú.

Esta actitud hacia el conocimiento no podía producir y sostener una cultura académica en la que colegas profesores y estudiantes pudieran cuestionar, rechazar y mejorar las técnicas médicas que habían recibido. De este modo, la India tenía gigantes intelectuales pero nuestra tradición religiosa no logró desarrollar comunidades académicas. El genio, conocimiento y excelencia del individuo en la tecnología son insuficientes para edificar una cultura médica. Requiere esfuerzo comunitario.

Además, estaba el problema de las castas. Se suponía que solo las castas más bajas podían dedicarse a profesiones de servicio que parecían ser sucias o degradantes. Solo las mujeres de casta más baja podían servir como parteras. Además, todas las mujeres eran seres humanos de segunda clase y su salud y seguridad no eran prioridades en nuestros pueblos.

Cuando Ruth y yo empezamos a servir a los pobres en la India central, una de nuestras primeras prioridades fue formar obreros sanitarios del pueblo. Hallamos que había parteras analfabetas atendiendo partos de manera totalmente antihigiénica. El tétano era algo común debido a que cortaban el cordón umbilical con una guadaña. También usaban trapos para tratar de detener la hemorragia de la mujer después del parto. El lavar las heridas con agua sucia aumentaba las infecciones. Estos problemas elementales eran asuntos gigantescos, porque se veía a la profesión de partera como un trabajo sucio que debía hacerlo la casta más baja. Estas actitudes culturales impidieron el desarrollo de atención ginecológica en nuestra cultura.

El karma se convirtió en otro factor filosófico que impedía una cultura de cuidados sanitarios. Se creía que el sufrimiento de una persona era resultado de su karma (obras) en una vida previa. En otras palabras, el sufrimiento era justicia cósmica. Interferir con la justicia cósmica es como meterse en una cárcel y poner en libertad a un preso. Si uno reduce el sufrimiento de alguien, en realidad está aumentando su sufrimiento, porque entonces esa persona va a necesitar volver para completar su cuota debida de sufrimiento. Uno no ayuda a una persona cuando interfiere con la ley cósmica de justicia.

Como seres humanos, nosotros los indios tenemos tanta empatía natural como cualquiera en el mundo, pero la doctrina del karma nos impidió convertir esta empatía natural en instituciones y tradiciones de cuidado. No tenemos escasez de dioses, diosas y santos en nuestro país, pero tuvieron que venir de fuera misioneras como Ida Scudder y la madre Teresa de Calcuta21 para ayudarnos a ver que los destituidos que morían en nuestras calles eran seres humanos, aunque tuvieran cuerpos que se pudrían. En tanto que la mayoría de hindúes honran el espíritu misionero, personas como Arun Shourie, que anhelan preservar la cultura hindú, ven con toda razón a las misiones cristianas como su amenaza más grande.

El budismo enseñaba el karuna (compasión) como un valor alto, pero la compasión budista no pudo desarrollarse hacia una cultura asistencial. Esto se debió en parte a que el budismo también creía en la doctrina del karma y en parte a que enseñaba que no debemos encariñarnos con nadie. Buda tuvo que renunciar a su propia esposa e hijo para buscar la iluminación. Veía el cariño como causa de sufrimiento. El desapego, por consiguiente, se convirtió en una virtud religiosa importante. Eso convirtió al karuna budista en compasión sin compromiso con otra persona. Los que estaban dedicados a su propia iluminación espiritual personal no tenían motivación para desarrollar una tradición médica científica.

El declive de la medicina en la India debe servir como advertencia a Occidente. Nuestro fracaso demuestra que, en última instancia, el desarrollo de la profesión médica no puede depender solo del conocimiento o capacidad técnicos. Una sociedad con genio médico puede destruir el futuro de su medicina. En definitiva, la medicina requiere una cultura de asistencia que une el corazón y la mente para producir y sostener valores, leyes y sistemas socioeconómicos apropiados que fomentan la medicina. El desarrollo de una cultura conducente a la medicina exige sabiduría, y eso es lo que ha escaseado últimamente en Estados Unidos. Un importante documental activista de Hollywood llegó al punto de instar a Estados Unidos a seguir a Cuba. La atención sanitaria dominó el debate público hasta el 2009. Es probable que sea un tema candente también en el 2011.

Hoy, muchos médicos de la India están en la vanguardia de la tecnología médica en Occidente. Sin embargo, algunos de mis amigos indios en el Reino Unido han puesto en marcha una compañía de «seguro de sangre» para los que viajan a la India. Aseguran a sus clientes que, en caso de emergencia, les será enviada sangre médicamente limpia vía aérea desde Inglaterra en un plazo de dos horas. Suplir la sangre limpia es comprensible. Pero es humillante cuando atletas y equipos deportivos internacionales tienen que traer su propia agua embotellada a la India para beber. No nos falta la capacidad ni los recursos para proveer sangre o agua limpias. El problema es que a los indios que viven en Occidente les cuesta confiar en su cultura.

TRANSFORMACIÓN CULTURAL

Un pueblito del estado de Maharashtra estaba celebrando el quincuagésimo aniversario del hospital cristiano local. Durante la celebración, un anciano personaje público narró el siguiente incidente de los primeros días del hospital.

Una familia pobre trajo a una mujer al hospital para una operación. Ella necesitaba sangre, pero nadie de su familia quería donar su sangre. Profundamente desilusionado por su temor y falta de compasión, y dándose cuenta de la urgencia de su situación, el cirujano misionero donó su propia sangre y luego procedió a operar a la mujer moribunda. El pueblo se quedó perplejo. ¿Por qué un cirujano iba a hacer tal cosa? La cosmovisión ciega a la gente de modo que los críticos no pueden ni siquiera empezar a comprender que el cirujano estaba siguiendo a un Salvador, que había dado su propia sangre para darnos vida.

El médico misionero fue lo opuesto de muchos cirujanos civiles que exigen sobornos para operar a los pobres. Las civilizaciones hindú, budista y musulmana habían gobernado la India durante los trescientos cincuenta años precedentes. Ninguna de ellas nos dio ni siquiera el concepto de un estado de bienestar, un estado que existe para servir a los ciudadanos. La idea de que el estado debía pagar a los cirujanos para servir a los pobres llegó a la India con la Biblia.22 El secularismo secuestró la idea bíblica, pero provee solo la forma, no el espíritu del servicio. Por ejemplo, es posible traer un árbol de mango de la India y plantarlo en Minnesota. Tal vez hasta se puedan conseguir unos pocos frutos. Pero, bajo circunstancias normales, el árbol no sobrevivirá y desde luego no se reproducirá en el clima frío de Minnesota.

Malcolm Muggeridge (1903–90), finado periodista y autor británico, notó el impacto que diferentes cosmovisiones tienen sobre sus respectivas culturas. Como la mayoría de periodistas británicos de su día, su filosofía era humanista secular, pero él era honrado. Él no dijo que todas las cosmovisiones eran lo mismo. Dijo: «He pasado un buen número de años en la India y África, donde me encontré con muchos esfuerzos justos acometidos por cristianos de todas las denominaciones; pero nunca, hasta donde sé, hallé algún hospital u orfanato dirigido por la Sociedad Fabiana, o una colonia humanista de leprosos».23

Las enseñanzas bíblicas de amor y compasión no son asuntos de piedad privada. Son fuerzas que forjan la cultura porque impulsan a los creyentes a la palestra pública de la protesta social, la desobediencia civil y la edificación positiva de la nación. Sin embargo, la compasión no podría haber construido la cultura médica moderna por sí sola. También necesitaba de un entorno económico.


* El Ayurveda de Deepak Chopra es muy diferente del ejercicio original de la India, que creía que el cuerpo humano estaba compuesto de cinco elementos: tierra, agua, aire, fuego y éter. Se creía que la enfermedad se debía a una perturbación en el equilibrio apropiado de estos elementos.

* Los mudaliar son shudrás «adelantados», es decir, de la cuarta categoría en el sistema de castas hindú. Se han dedicado a la burocracia y el ejército.