Capítulo diecinueve
MISIÓN
¿PUEDEN LAS TRIBUS DE LA EDAD DE PIEDRA
CONTRIBUIR A LA GLOBALIZACIÓN?
Mi amigo Ro no encaja en las categorías convencionales. No es ni de derechas ni de izquierdas. No pondría una bomba en una tribu de terroristas, ni respeta a ninguna cultura por entero. Ro, apócope del doctor Rochunga Pudaite (n. 1927), cree en transformar los aspectos negativos de cada cultura. Cree que todas las culturas reflejan la bondad humana tanto como su vileza. Viene de una tribu de cazadores de cabezas, los hmares, del norte de la India; y ha desempeñado un papel crítico en la transformación de su pueblo.
Los antepasados mongoles de Ro migraron de China central a las selvas entre Myanmar (Birmania) y la India. Los británicos vieron que eran guerreros feroces. En 1870, los hmares cortaron quinientas cabezas británicas durante una sola incursión en una remota plantación de té. El general Federico Roberts, comandante británico, los persiguió en dos columnas.* Mató a unos pocos, pero la mayoría de ellos desapareció en la espesa selva. Los británicos habían aprendido a no seguir. Quinientas cabezas, pensó el general, eran más que suficiente pérdida para un día.
Con el tiempo, los británicos enseñaron a los hmares a no meterse con el Raj (imperio) de la India. Sin embargo, nunca olvidaron que los hmares eran aterradores: una tribu de salvajes que decoraban sus chozas con las cabezas de sus enemigos. Ningún oficial británico entró jamás en sus selvas sin una numerosa guardia armada.
Aunque se ha dicho bastante en contra del imperialismo—una cultura dominando a otra—no se ha dicho lo suficiente en contra de la indiferencia egoísta, en contra de escoger no ayudar a los que son víctimas de su propia cultura. La generación de los padres de Ro, por ejemplo, vivía en la pobreza y miseria. El alcoholismo destruía a los «afortunados» que sobrevivían a una muerte temprana por falta de higiene, falta de alcantarillado y mala nutrición. El analfabetismo, las peleas y la violencia era la norma. Las mujeres y los niños eran las primeras víctimas de esos males.
Los hmares adoraban a los ríos, montañas, piedras, estrellas, el sol y la luna; pero la madre naturaleza no tenía compasión de ellos. Los malos espíritus, reales o imaginarios, constantemente atormentaban a ese pueblo. Temían y adoraban a los demonios porque pensaban que traían enfermedades. La medicina era algo desconocido. Sacerdotes y brujos reverenciados mataban incontables cantidades de gallinas, cabras y cerdos como sacrificios para apaciguar a los espíritus coléricos.
Ro cree que solo alguien excepcionalmente insensible diría que a su tribu se la debería haber dejado sola en su (imaginaria) «prístina forma de vida». La mayoría coincidiría en que su forma de vida era enfermiza y necesitaba sanidad. El desacuerdo estaría en cómo sanarla.
Algunos estadounidenses opuestos a la operación del 2002 para democratizar a Afganistán derrocando militarmente al régimen talibán propusieron que a una cultura que estaba alojando a Al Qaeda se la debía bombardear solo con televisión por satélite que trasmitiese los valores occidentales de tolerancia y libertad.
¿Cómo podría una tribu en las montañas remotas de Afganistán, África o la India, empezar a entender esas ideas televisadas? No saben inglés. ¿Y si una tribu salvaje ve películas de acción y mejora su habilidad para cazar cabezas? O peor, ¿y si los hmares ven las películas de Aníbal Lector y añaden el canibalismo a su cacería de cabezas? Si no tienen dinero en efectivo, ni trabajo, ni bancos, ¿quién les va a dar televisores? ¿Por qué alguien va a hacer negocio con quienes no producen nada, excepto los que tratan de venderlos como esclavos o prostitutas, o tal vez utilizar sus pulmones, hígados, riñones o corazones para trasplante de órganos en países ricos?
Seguro que alguien podría alegar que las tribus de la Edad de Piedra pueden convertirse en socios productivos, lucrativos, en la economía global, siempre y cuando alguien los eduque.
Hay algunos para quienes la misma idea de «educar» a las tribus hiede a actitud misionera condescendiente: «civilizar» a los salvajes. Pero a los críticos tal vez los persuada el argumento de que la educación no tiene por qué cambiar nada. Se podría usar para el fomento de las tribus marginadas del mundo moderno; es decir, darles opciones. Serían libres para mantener su forma de vida o escoger una forma de vida alternativa. La disputa sería sobre quién va a proveer la educación.
«¡El estado, por supuesto!», sería la contestación de algunos.
«Pero, ¿eso no los condicionaría», cuestionarían otros, «a aceptar la forma occidental del estado de bienestar como el ideal?» Más aún, ¿cómo funcionarían las escuelas estatales en selvas remotas en las que padres y jefes analfabetos no tienen ninguna posibilidad de supervisarlas?
EL AISLAMIENTO DE LOS HMARES
En el caso de los hmares, un problema más básico era que ellos no tenían «estado». Era una tribu autónoma incluso a mediados del siglo XIX. Las primeras Gacetas del gobierno de la India independiente ni siquiera anotaron su existencia. No pagaban impuestos, porque el imperio mogol (1526–1757) no se extendió a su región, y la Compañía Británica de la India Oriental (multinacional) que gobernó gran parte de la India de 1757 a 18571 no se interesaba en las tribus con las que no comerciaba. Para aumentar al máximo el lucro, la Compañía tenía que recortar gastos, no añadir escuelas.
William Wilberforce y Charles Grant, ambos miembros evangélicos del Parlamento, libraron durante veinte años (1793–1813) batallas políticas para persuadir al Parlamento británico de que exigiera que la Compañía gastase al año cien mil rupias indias2 de sus ganancias para educar a la gente de la India. Esa cantidad, sin embargo, no era suficiente para que funcionase ni siquiera una escuela en cada área urbana grande de la India británica. No había manera de que la Compañía pudiera asumir la responsabilidad de educar a los hmares.
Incluso si hubiera habido disponible dinero para empezar escuelas, ¿qué profesores irían a tales bárbaros? Educar a la gente es un compromiso vitalicio. A fin de educar a una tribu, uno debe vivir con ellos, aprender su dialecto y luego convertirlo en un lenguaje literario. Para que llegue a ser un medio de transferir ideas complejas, su lenguaje necesitaría literatura, gramática y un diccionario. Educar a bárbaros requiere heroísmo misionero. Empieza con hombres como el misionero Watkins R. Roberts, que arriesgó su vida por los hmares; gente que, en el mejor de los casos, jamás podría pagarle por sus servicios. En el peor de los casos, su cabeza decoraría una de sus chozas.
Según resultó, los hmares querían cambio, así que no mataron a Roberts. Más bien, le honraron. Fueron los británicos los que lo expulsaron de la India por desobedecer su orden de que no fuera a los mares.
Los hmares habían vivido en la periferia de las civilizaciones hindú, budista y musulmana. Hoy, algunos hindúes dicen que los hmares son parte del hinduismo; pero los sacerdotes hindúes nunca intentaron educarlos. Consideraban que había mal karma y contaminación ritual para que sirviera a los parias.* Los brahmines tenían su lenguaje sagrado, el sánscrito, y sus escrituras sagradas, los vedas, en tan alta estima que ni siquiera lo enseñaban a las mujeres brahmines ni a ningún hindú de casta baja. El asunto de enseñar a los parias ni siquiera se planteó. Los hindúes no convertían a otros a su fe, porque ellos no tenían ninguna «magia» que pudiera convertir a un no brahmín en un brahmín. El hinduismo es una religión «racial». Los niños nacen en una casta (raza) hindú en particular de acuerdo al karma de sus vidas previas. Los no hindúes quedan excluidos del sistema de castas hindú como razas «intocables».
Los musulmanes sí llevaron su lengua, literatura y religión a otros; pero pensaban que el Corán podía escribirse solo en el lenguaje «celestial»: el árabe. Jamás podía ser traducido a otras lenguas sin distorsión. Así que, para aprender el Corán, uno primero tiene que aprender árabe. Por consiguiente, el islam nunca desarrolló las lenguas de los pueblos que conquistó. En contraste, como ya se mencionó en capítulos previos, fueron los traductores de la Biblia quienes desarrollaron las lenguas nacionales de las naciones musulmanas modernas, como el urdu en Pakistán y el bengalí en Bangladesh. La lengua y la literatura, como hemos visto, son clave para el desarrollo de un pueblo. Los traductores de la Biblia sabían que un pueblo no podía progresar sin que primero su lengua se desarrollara y enriqueciera de modo que pudiera comunicar ideas complejas.
Algunos nacionalistas indios, por supuesto, no culpan a los hmares por descabezar a los británicos. Incluso los calificarían de heroicos; uno de los pocos pueblos de la India que fue lo bastante valiente como para mantener su independencia. Considerarían sensacionalistas los relatos de caza de cabezas y argumentarían que no fueron horrendas, teniendo todo en cuenta. Casi todos los pueblos del mundo, de asirios a rumanos, en un momento u otro se han dado al desmembramiento macabro del enemigo. Hoy, el mundo «civilizado» hace eso con sus propios bebés casi nacidos. Los godos germánicos bebían en tazas hechas con los cráneos del enemigo. Vlad el Empalador pudiera haberles enseñado una o dos cosas a los hmares.
Incluso si fuera verdad que todas las culturas se apoyan en la violencia, se mantiene la pregunta: ¿De verdad le va mejor a una tribu si retiene su aislamiento, creencias y valores que la mantienen pobre y vulnerable a enfermedades prevenibles y curables, a merced de brujos y jefes guerreros analfabetos? ¿Se equivocaron los hmares al desear ese cambio fundamental?
LOS CAZADORES DE CABEZAS HALLAN UN LIBRO
En 1909, un cartero trajo un libro para el jefe del pueblo de Senvon, en el estado de Manipur. Era El Evangelio de Juan escrito en la lengua lushai, en alfabeto latino. El jefe hmar no sabía leer. Tampoco estaba acostumbrado a recibir correo publicitario. Nadie jamás había considerado que su tribu fuese tan importante como para ponerla en una lista de correos. El jefe dedujo que alguien pensó que este libro era importante para su pueblo. Un viajero que pasaba por el pueblo leyó las palabras, pero no entendió su significado. Finalmente, en la página de atrás halló la dirección de quien se lo había enviado: el señor Watkins R. Roberts, un hombre de negocios de Gales.
El jefe Kamkhawlun envió mensajeros para que trajeran al señor Roberts a su pueblo para que les explicara el mensaje del libro. Para visitar Senvon, el señor Roberts necesitaba permiso del coronel Locke, superintendente del distrito de las colinas Lushai. El coronel fue contundente: «Los hmares son los más salvajes cazadores de cabezas del mundo. Le cortaran la cabeza y harán una gran celebración sobre su cadáver. Cuando vamos allá tenemos que llevar por lo menos cincuenta soldados para protegernos. No puedo darme el lujo ni siquiera de darle uno».
Sin amilanarse, el señor Roberts halló unos pocos jóvenes para que le guiaran a Senvon a finales de enero de 1910. (Es posible que el maharajá indio de Manipur le concediera permiso.) Después de siete días de avanzar penosamente por unos ciento cincuenta kilómetros de trochas en montañas escabrosas, llegaron a Senvon. El señor Robert se reunió con el jefe y los pobladores. Al principio, nadie se interesó en sus relatos; pero la luz se les encendió a los hmares cuando él explicó el evangelio usando sus tradiciones para resolver guerras tribales.
Imagínense, dijo, que dos tribus llevan años peleándose. Luego una de las tribus decide que quiere la paz. Envía su oferta haciendo sonar un gigantesco tambor de guerra en la cumbre de la montaña más cercana al campamento enemigo. La otra responde haciendo sonar su tambor antes de la caída del sol. La tribu que primero hizo sonar el tambor trae un animal, a menudo una mitun, una vaca, al límite entre las dos tribus. Los dos jefes y sus hombres llegan al cuidadosamente trazado límite. Sacrifican la mitun y dejan que la sangre corra por la frontera.
Los dos jefes ponen entonces sus manos sobre el animal de sacrificio y los portavoces de ambas tribus debaten los términos de la paz. Tan pronto como llegan a un acuerdo, los dos jefes se abrazan sobre el animal sacrificado. Entonces los portavoces pronuncian la paz. La gente se abraza, y la paz queda restaurada. Quedan libres de sus animosidades e inseguridades destructivas. Así, dijo el señor Roberts, es como Dios hizo la paz con nosotros, sus enemigos. Dios hizo a Jesucristo el Cordero sacrificial: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».3
El señor Roberts le explicó al jefe que Dios hizo a los seres humanos de manera especial, a su propia semejanza: buenos, felices y libres. Por el pecado, Satanás engañó a los seres humanos y nos esclavizó a toda clase de males que nos acosan: males espirituales, sociales y naturales. Al rebelarse contra Dios, los seres humanos perdieron su relación personal con Dios tanto como su carácter. Asemejándonos a Satanás empezamos a cometer pecados contra Dios y con el prójimo: oprimiendo o asesinando a otros, violando a las mujeres, haciendo daño a nuestros seres queridos y familias, robando a otros, siendo codiciosos, envidiosos, pendencieros e inmorales.
Dios envió profetas y sacerdotes para que nos mostraran el camino a una vida armoniosa, contentamiento, felicidad personal y vida eterna. Pero los hombres y mujeres no pueden cambiar sus caminos por sus propios esfuerzos. Necesitan un Salvador; así que Dios tomó la iniciativa. Él hizo sonar los tambores de paz. Vino a nosotros en forma humana y reveló su amor, su camino de salvación y felicidad eterna. Dios hizo la paz con nosotros, sus enemigos. Él puede hacer que su tribu tenga paz con las demás, incluyendo a las tribus vecinas que han luchado contra ustedes por generaciones.
Roberts dejó Senvon con la promesa de volver y abrir una escuela y una clínica médica para servirlos. Pero, en Aizwal, se enteró de que el coronel Locke lo había expulsado de las colinas Lushai por desobedecer sus órdenes y por «denigrar» a la elevada cultura británica al dormir en casas de la tribu y comer la comida de la tribu. A Roberts nunca más se le permitió volver a las áreas hmar y pueblos del Manipur y Mizoram. La tribu, sin embargo, siguió hablando del evangelio. El Salvador, que moría como cordero sacrificial, sonaba muy diferente de cualquier otro relato religioso que jamás hubieran oído. Tampoco sonaba como mito moralizador. El señor Watkins dijo que no era un cuento, sino noticias, buenas noticias. Si así era, tenía que ser o falso o verdadero. El padre de Ro, Chawnga Pudaite, entonces un adolescente, oyó las buenas noticias de que Dios había sacrificado a su Hijo en la cruz para hacer la paz con nosotros, sus enemigos. Chawnga se convirtió en uno de los primeros cristianos y junto con sus amigos aprendieron a leer la lengua lushai para memorizar El Evangelio de Juan. Entonces le hablaron del evangelio a su gente, pero no tenían Biblia en la lengua hmar.
Rochunga, hijo de Chawnga, decidió convertirse en seguidor de Jesucristo cuando tenía apenas 10 años. Sus padres le pidieron que estudiara en la escuela primaria superior más cercana, ¡distante apenas unos ciento cincuenta kilómetros de casa! Para llegar a la escuela, Ro, a sus 10 años, tenía que caminar por densas selvas infestadas de tigres, osos, pitones y elefantes salvajes. ¿Por qué los padres iban a correr tales riesgos? Por incomprensible que suene, su orden a su hijo fue: «Debes traducir la Biblia para nosotros». Como todos los padres, a ellos también les hubiera gustado que su hijo consiguiera un buen trabajo y los cuidara financieramente en su vejez. Pero ellos sabían que su selva no tenía empleos que ofrecer. Las comunidades «subdesarrolladas» producen pocos empleos.
Chawnga reconoció que la Biblia era la diferencia primaria entre la cultura de los hmares y la cultura del señor Roberts. Concluyó que lo mejor que podía hacer por su pueblo era pedir que su hijo, Ro, tradujera la Biblia a su lengua. Después de terminar la escuela primaria, Rochunga viajó quinientos kilómetros a Jorhat para prepararse para cumplir la petición de su padre.
De Jorhat, Ro fue a la Universidad San Pablo en Calcuta, y luego a la Universidad de Allajabad, a donde después fui yo, dos décadas más tarde. Nuestra universidad no enseñaba ni griego ni hebreo, las lenguas originales de la Biblia. Para estudiarlos, Ro viajó a Glasgow, Escocia. Allí empezó a traducir la Biblia a la lengua hmar. De Escocia fue a Wheaton, Illinois, Estados Unidos, para estudiar teología y traducción de la Biblia. Finalmente, en 1958, Rochunga volvió a la India con el Nuevo Testamento completo en hmar, traducido de los idiomas originales. Fue editado y mejorado con la ayuda de otros, y luego publicado en 1960. El Nuevo Testamento hmar se convirtió en un éxito de librería al instante. Los primeros cinco mil ejemplares se agotaron en seis meses. Pero el sueño de Chawnga apenas empezaba a cumplirse.
Después de tres meses en casa, Ro decidió viajar a las colinas de Manipur, Mizoram y Assam para rememorar las aventuras de su niñez. Halló que allí había solamente una escuela del gobierno entre los pueblos hmares de las colinas Manipur. La gente quería leer la Biblia que había sido traducida para ellos, pero para hacerlo necesitaban escuelas. Empezó nueve escuelas en los pueblos y una secundaria. En menos de diez años, la organización que él fundó había abierto ochenta y cinco escuelas, una universidad y un hospital; todo sin ninguna ayuda del gobierno. Hoy, el 85 por ciento de los hmares disfrutan de la alegría de saber leer y escribir. El promedio de alfabetización de la India es menos del 60 por ciento. La emancipación del analfabetismo y las supersticiones fue apenas el principio. Los hmares ahora han establecido un cauce para desarrollar su potencial dado por Dios y usarlo para servir a Dios y a su tierra natal.
En sus escuelas, los hmares enseñaban la Biblia para desarrollar carácter e infundir un espíritu de valerse por sí mismos. Tradicionalmente, su cultura entendía el heroísmo como una búsqueda de agilidad física. Para ser un buen hmar uno tenía que ser un gran guerrero. Ro se dio cuenta de que la transformación de su tribu requería darles una visión de nuevos y más nobles valores. Creyó en la sabiduría del sueño de su padre y personalmente estaba comprometido con el mismo. ¿Qué podría encender en los corazones de los jóvenes hmares una pasión por la búsqueda de la excelencia en el servicio en lugar de por la guerra?
Ro había estudiado en una universidad secular. Sabía que la literatura secular, occidental o de la India, no tenía nada tan liberador como la Biblia, a menos que se basara en la misma Biblia. Su gente necesitaba cultivar su mente tanto como sus músculos. Pero, ¿de qué sirve una mente buena a menos que sea también moral? Haim G. Ginott (1922–73), psicólogo clínico, educador y autor de éxitos de librería dijo:
Soy superviviente de un campo de concentración. Mis ojos vieron lo que nadie debe presenciar. Cámaras de gas construidas por cultos ingenieros. Niños envenenados por educados médicos. Bebés asesinados por educadas enfermeras. Mujeres y pequeños a quienes graduados de secundaria y universidad mataron a tiros y quemaron.
Así que soy escéptico en cuanto a la educación. Mi petición es: Ayuden a sus estudiantes a que sean más humanos. Sus esfuerzos jamás deben producir monstruos cultos, psicópatas capacitados o Eichmanns más educados. La lectura, escritura y aritmética son importantes solo si sirven para hacer más humanos a nuestros hijos.4
Ro, el traductor de la Biblia convertido en educador, se aseguró de que los ideólogos seculares no intimidaran a sus escuelas. Enseñaban la Biblia como base del crecimiento humano integral: físico, mental, social y espiritual.
Los graduados de esas escuelas llegaron a ser embajadores de la India, ministros principales del estado, un director general de policía, oficiales de alto rango de los Servicios Administrativos de la India, médicos, abogados, ingenieros, profesores y pastores. Algunos bien conocidos hmares son H. T. Sangliana, exdirector general de policía, miembro del Parlamento, y ahora vicepresidente de la Comisión de Minorías; L. T. Pudaite, embajador a cinco o más países, incluyendo Hungría, Corea del Sur y Myanmar; y L. Keivom, alto comisionado a Nueva Zelanda.5 El carácter del señor Sangliana le ha convertido en leyenda nacional. En medio de la corrupción tan extendida y opresiva de mi país, Bollywood halló su integridad tan fascinante que su experiencia ya ha inspirado tres largometrajes.
El siguiente incidente ilustra con cuánta seriedad toman los hmares la Biblia. Su universidad necesitaba una biblioteca; el subgobernador vio su necesidad y les ayudó a obtener cien mil rupias de la Comisión de Donativos para la Universidad. Cuando el inspector de universidades vio que habían obtenido fondos del gobierno, exigió que dejaran de enseñar la Biblia en su universidad. En lugar de rendir su libertad, los hmares escogieron cerrar su universidad. Ro me explicó esta decisión: «Los jóvenes deben tener libertad intelectual para buscar la verdad. Pero, ¿cómo podemos cultivar en ellos un amor por la libertad intelectual si rendimos nuestra libertad de enseñar la Biblia?»
En la década de 1970, cuando muchas universidades cacareaban alabanzas al comunismo, Ro vio más allá de su bancarrota. Lo que hizo la Biblia por Occidente y por su pueblo era mejor que el terror y la pobreza que El capital de Marx estaba infligiendo en el pueblo de la URSS. El gobierno comunista había proscrito la Biblia; pero Ro quería bendecir a los rusos amigos de la India, así que aprovechó un tratado de amistad indosoviético y envió por correo cien mil ejemplares de Biblias en ruso desde la India a cualquier dirección de los directorios telefónicos de Rusia. Con el correr de los años, la organización de Ro, Biblias para el Mundo, ha continuado enviando por correo Biblias a más de cien países.
La caza de cabezas ya es historia. Los hmares han avanzado considerablemente en el camino a la vitalidad sanitaria y cultural. Cada año, dos docenas de escolares hmares pasan once meses en Estados Unidos, dando conciertos de música y de danzas tribales. Nacido en 1927, Ro ahora se ha acogido a su bien merecida jubilación. Continúa como fundador y presidente de Biblias para el Mundo. Su corazón se conmueve por el alma de nuestra nación, que yace bajo la maldición de los males gemelos de castas e intocabilidad. Cuando Ro era niño, su tribu no sabía cómo vivir civilizadamente con otros. Como adulto, él halla doloroso que sus compatriotas no sepan cómo vivir en amor fraternal con sus semejantes hindúes.
Para trasformar un orden social basado en la casta y la intocabilidad, Ro acuñó el eslogan: «Transformando una nación mediante la educación». Su familia y su organización dedican gran cantidad de tiempo y esfuerzo para transformar primero a sus maestros animándoles a estudiar la Palabra de Dios. Ro les anima a que enseñen cualquier tema con principios bíblicos. En mi estado de U.P., a más de mil seiscientos kilómetros al oeste del estado natal de Ro, en una ciudad grande habitada principalmente por castas bajas, Ro empezó una escuela modelo en un esfuerzo por proveer educación a los intocables de la India. Su escuela ya ha recibido reconocimiento del gobierno estatal.
Esto es importante, porque la presuposición popular de que todas las religiones enseñan los mismos principios es sencillamente falsa. El orden social hindú se basa en la enseñanza: «Excluye a algunos de tus prójimos como intocables». Ro quería reedificar a la India sobre el dicho de Jesús: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». La casta, opina él, es la causa más significativa de la debilidad de la India: política, social y económica. Gracias al sistema de castas pudieron venir pequeñas bandas de extranjeros y colonizar a la numerosa y próspera, pero profundamente dividida, sociedad hindú.
Ro desempeñó un papel importante como pacificador entre el gobierno de la India y los rebeldes mizos que empezaron una rebelión armada contra el gobierno en 1965. En 1975, nuestra primera ministra, la señora Indira Gandhi, le pidió a Ro que sirviera como su emisario especial anónimo para negociar la paz con los mizos clandestinos. En el momento en que escribo esto, él está contribuyendo para cambiar el subcontinente indio. El expresidente Clinton lo describió como «el lugar más peligroso de la tierra», debido a las hostilidades entre vecinos nucleares, la India y Pakistán. Ro está atacando la raíz del problema: la espiritualidad de odio6 que impide que nuestros habitantes se amen unos a otros.
La familia de Rochunga Pudaite continúa promoviendo la Biblia por todo el mundo. Ha estado defendiendo la causa de una nueva universidad en la India: una que se base en una cosmovisión bíblica. Quiere que nuestras generaciones futuras tengan el cimiento intelectual integral sobre el cual construir una nueva India, y sabe que todas las grandes universidades que desarrollaron la civilización moderna occidental (Oxford, París, Cambridge, Princeton, Harvard y otras por el estilo) fueron establecidas para enseñar la Biblia. Ro, traductor y distribuidor de la Biblia, ha estado poniendo los cimientos para una universidad.
Ro coincide con los traductores de la Biblia que le precedieron en que la pluma es más poderosa que la espada. Esa es la sabiduría destilada del segundo milenio después de Cristo. El milenio ha tenido su cuota de héroes y villanos. Pelearon sus guerras y dejaron su marca en la historia. El mundo, sin embargo, reconoció que en última instancia son las ideas, y no la fuerza, las que gobiernan el mundo. Las ideas crean culturas. Las ideas edifican industrias, servicios y trabajos, materializándose finalmente en civilizaciones. Ro está convencido de que las ideas que edificaron las mejores naciones proceden de la Biblia y solo la arrogancia puede motivar a tribus como la suya a rechazar lo que es verdadero y bueno.
La Biblia genera esperanza para todos los pueblos. Ro piensa que no hay virtud alguna en idealizar las miserias de una tribu primitiva que vive a merced de los elementos naturales, gérmenes, demonios y sacerdotes autoritarios y sin escrúpulos. La Biblia libera a la imaginación para que sueñe con lo que su tribu debe ser: educada, libre para interactuar con vecinos y enemigos, capaz de superar el hambre, el odio y la enfermedad, y de contribuir al mundo. Algunos que abogan por el «multiculturalismo» condenan a las personas a vivir en la Edad de Piedra.
Ro está convencido de que la imaginación que nos hace libres es un componente de nuestro don distintivamente humano: la creatividad. Por eso hizo la película Beyond the Next Mountain [Más allá de la próxima montaña],7 basada en su vida. Ro se hizo lingüista porque cree que el lenguaje liga nuestras mentes para hacernos las criaturas únicas que crean cultura en este planeta. Nos capacita para almacenar y trasmitir ideas y mejorar las ideas existentes. Se siente contento de haber sido parte de la tradición histórica que hizo de la Biblia el libro del último milenio.
Este fascinante relato de la Biblia elevando a tribus de la Edad de Piedra de la opresión, pobreza crónica y vida de subsistencia a la libertad y abundancia se puede multiplicar decenas de miles de veces por todo continente y país. Hindúes educados, de castas superiores, como Arun Shourie, desprecian estos esfuerzos heroicos de transformar culturas; sin darse cuenta de que a la mayoría de ellas no les iría nada mejor sin la Biblia y su impacto en la India moderna. He contado la experiencia de la modernización de la India en tres libros. Admito que mis libros tienen un tono periodístico. Felizmente, han empezado a inspirar a jóvenes a investigar a nivel doctoral la historia social de la modernización de la India.
En los años venideros, la historia real de la India moderna será rescatada de las distorsiones de historiadores liberales o de la izquierda nacionalista hindú, orientados políticamente. Una investigación histórica similar ha empezado en muchas naciones para demostrar que la globalización es resultado, no de la colonización militar ni de la coca-colonización. Es cumplimiento parcial de la promesa de Dios a Abraham de que bendeciría a todas las naciones de la tierra por medio de sus hijos que obedecieran su palabra.
* Al general más tarde le concedieron el título de caballero y se le llegó a conocer como Lord Roberts de Kandahar, en Afganistán.
* A las tribus de la India que son no hindúes, por consiguiente, se las clasifica como «parias».