Apéndice
LA BIBLIA
¿ES UN FAX DEL CIELO?
En su novela El código Da Vinci, Dan Brown escribió que, puesto que «la Biblia no llegó por fax desde el cielo», no puede ser la Palabra de Dios.1
¿Puede el presidente de Estados Unidos de América valerse de un escritor de discursos para que prepare su discurso del estado de la unión? ¿Puede tener una docena de colaboradores que enmienden, vuelvan a escribir, revisen y editen ese discurso? Si, en una emergencia, el presidente le pidiera a otro que pronunciase su discurso en el Congreso, ¿sería todavía la palabra del presidente?
El código Da Vinci da por sentado que el Creador no puede hacer lo que un presidente puede hacer. Peor todavía, da por sentado que, puesto que el Creador no puede comunicarse, la mente humana no puede saber la verdad. Se inventa un mito para revivir la enseñanza gnóstica y tántrica de que podemos experimentar la iluminación al silenciar nuestras mentes mediante sexo místico. Dan Brown implementa la recomendación de Joseph Campbell de que, habiendo perdido su esperanza de hallar la verdad, Occidente procuró inventar relatos para imaginarse el significado de la existencia. El héroe de Dan Brown también examina símbolos ocultos por místicos ficticios como Leonardo da Vinci, un racionalista del Renacimiento, que se convirtió en maestro gnóstico.
Si es cierto que no podemos saber qué es verdad, entonces, ¿qué sucede con la Declaración de Independencia de 1776? Los fundadores dijeron: «Sostenemos como evidentes por sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». ¿Son estas verdades evidentes por sí mismas en la mente humana?
Un posmodernista tendría absolutamente toda la razón al insistir en que la Declaración de Independencia estaba equivocada. Estas «verdades» no son evidentes en sí mismas. La igualdad humana no es evidente en sí misma en ninguna parte del mundo; ni siquiera en Estados Unidos. En este país no se trata como iguales a las mujeres ni a los negros. La igualdad jamás fue evidente en sí misma para los sabios hindúes. Para ellos, la desigualdad era evidente en sí misma. Su pregunta era, ¿por qué los seres humanos nacen desiguales? El hinduismo enseñaba que el Creador hizo diferentes a las personas. Las castas más altas fueron hechas de su cabeza, hombros y vientre, y las castas más bajas fueron hechas de sus pies. La ley del karma acentuaba estas diferencias básicas. Buda no creía en el Creador, pero aceptó la doctrina del karma como la causa metafísica de la desigualdad de los seres humanos.
Tampoco había derechos inalienables evidentes en sí mismos para Roma. Durante el juicio de Jesús, Pilato, gobernador de Roma y encargado de la justicia en Israel, declaró: «Ningún delito hallo en este hombre».2 Pilato entonces le dijo a Jesús: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?»3
¡Un momento! ¿Tienes tú el poder de crucificar a alguien a quien has declarado inocente? ¿No es evidente en sí mismo que él tiene un derecho inalienable a la vida?
O tómese el caso del apóstol Pablo. Una serie de comandantes, jueces, gobernadores y reyes romanos lo juzgaron. Todos estaban de acuerdo en que era inocente. ¿Lo puso alguno de ellos en libertad? No, lo dejaron preso por años para complacer a sus acusadores y tratar de sacarle sobornos.4 No fue evidente en sí mismo para ninguno de ellos que Pablo tenía un derecho inalienable a la libertad.
La igualdad y los derechos humanos no son verdades evidentes en sí mismas. En su borrador original, Thomas Jefferson escribió: «Sostenemos que estas verdades son sagradas e inalienables». Esa era la verdad. Por eso la declaración basó los derechos inalienables en el Creador, en lugar de en el estado. La declaración más honesta habría sido: «Sostenemos que estas verdades son divinamente reveladas». La revelación es la razón por la que Estados Unidos de América creía lo que algunos deístas atribuyeron al «sentido común». Para ser precisos, estas verdades parecían de sentido común a los fundadores estadounidense debido a que su sentido estaba forjado por el impacto común de la Biblia; aun cuando unos cuantos de ellos dudaran de que la Biblia fuera divinamente revelada.
¿Importa todo esto?
Sí; es cuestión de vida y muerte. Jesús y Pablo fueron servidores públicos altamente respetados; sin embargo, ni sus vidas estaban seguras en una cultura que había perdido la noción misma de verdad. Jesús le dijo a Pilato que él había venido para revelar la verdad.5 ¡Qué oportunidad! Pilato podía haberles dicho a sus acusadores: «Nunca he conocido a nadie que supiera la verdad. Ahora que ustedes me lo han traído, voy a dejarlo vivo por lo menos por un tiempo para aprender todo en cuanto a la verdad». Pero Pilato no tenía paciencia para «galimatías». ¿Cómo podía este carpintero saber la verdad cuando los más grandes filósofos griegos y poetas latinos no tenían ni la menor idea? Para el tiempo de Pilato, Europa había perdido la esperanza de conocer la verdad e incluso todo interés por buscarla. Como el Occidente posmoderno de hoy, Pilato pensaba que nadie sabía la verdad; no en ningún sentido racional que pudiera explicarse en palabras. Los gnósticos que hablaban de «experimentar» la verdad mística usaban el mismo tipo de verborrea mítica que Dan Brown. Lo cual dista mucho de un debate teórico.
¿Qué le sucede a una cultura que no tiene ni idea de lo que es verdadero, bueno y justo? Pilato contestó a esa pregunta cuando declaró: «Tengo poder para crucificarte o soltarte». Cuando creemos que la verdad es incognoscible, la privamos de toda autoridad. Lo que queda es poder bruto esgrimiendo fuerza arbitraria. El que una persona o una minoría étnica sea culpable o inocente se vuelve irrelevante. Su derecho a la vida depende exclusivamente de los caprichos de quienquiera que tenga el poder. Cualquier nación que rehúsa vivir bajo el reinado de la verdad se condena a sí misma a vivir sometida a hombres pecadores.
Dan Brown tiene toda la razón en que la Biblia no fue enviada por fax desde el cielo. Es muy diferente de otros libros, como el Corán, que afirma que fue inspirado. Por lo general, no usa la frase «Palabra de Dios» como otras «revelaciones» antiguas y contemporáneas. Por ejemplo, a diferencia del profeta Mahoma, ninguno de los escritores de los cuatro Evangelios afirma haber recibido su información en un trance profético por revelación de Dios o de un ángel. Tampoco los escritores de los Evangelios aducen que una entidad espíritual los usó como canales para una «escritura automática».
Normalmente, las revelaciones privadas no pueden ser confirmadas como divinamente inspiradas. Pueden ser inspiradas sobrenaturalmente, pero, ¿cómo sabríamos si son de Dios o del diablo, ángeles o demonios?6 La mayoría de los libros de la Biblia no son revelaciones recibidas en una experiencia subjetiva, como en trance.7 Los Evangelios, por ejemplo, afirman ser verdad pública objetiva. Dan el testimonio valiente de eventos públicos de la enseñanza, milagros, profecías, crucifixión, resurrección y ascensión de Jesús; presenciados por quinientas personas. Los escritores de los Evangelios, «los evangelistas», cuestionaron las interpretaciones de la erudición judía y de un estado romano brutal. Se prestaron al careo. Mateo, Marcos y Juan dieron testimonio ocular como evidencia de su verdad. Lucas describió con cuánto rigor había investigado los hechos, verificándolos cuidadosamente con testigos oculares. ¡Esta es realmente una manera humana muy académica de escribir!
¿Pueden los hombres registrar la Palabra de Dios?
El apóstol Pablo les escribió a los Tesalonicenses: «Cuando recibisteis la Palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la Palabra de Dios».8 El cumplimiento documentado de profecías anteriores proporciona una fuerte evidencia de que los escritores comunicaron «la Palabra de Dios». J. Barton Payne, por ejemplo, detalla 1,817 predicciones bíblicas que incluyen 8,352 versículos de predicción (el 27 por ciento de la Biblia).9 El cumplimiento sistemático de profecías a corto y medio plazo ha dado fuerza a la creencia en que el canon refleja la Palabra de Dios que fue dicha por los profetas.
¿Pueden las palabras de los hombres ser Palabra de Dios?
Los críticos mal informados dan por sentado que los cristianos creen en la Biblia porque algunos concilios de la Iglesia Católica la declararon Palabra de Dios. La realidad es que la iglesia cree en la Biblia porque Jesús vivió y murió «conforme a las Escrituras».10
Los Evangelios dejan claro que Jesús no tenía complejo de mártir: él no quería morir.11 Pudo haber escapado de su arresto en el huerto del Getsemaní. De hecho, en el momento de su arresto Pedro le dio a Jesús una oportunidad excelente de escapar en la oscuridad, pero Jesús le reprendió.12 Jesús también podía haber salvado su vida durante su juicio, porque sus jueces le hallaron inocente. En lugar de tratar de salvar su vida, Jesús la entregó. Y lo hizo por una sola razón: a fin de que las Escrituras se cumplieran.13 ¿Por qué Jesús tomó las Escrituras judías tan en serio que escogió morir para cumplirlas?
Los científicos apenas han empezado a descubrir la asombrosa comunicación que tiene lugar en las comunidades de criaturas unicelulares que llamamos amebas.14 Estamos muy lejos de figurarnos por qué la vida está tan inseparablemente relacionada a la información y su trasmisión. Desde el mismo principio, las Escrituras hebreas (el Antiguo Testamento) revelan a un Dios que habla: «Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz».15 De este modo, la cosmovisión judía ve el lenguaje como fundamental para la realidad. Nosotros, los seres humanos, hablamos porque somos hechos a imagen de un Espíritu que dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen».16 El hombre llegó a ser un «alma viviente» cuando Dios sopló su espíritu («aliento») en un cuerpo de barro.17 De este modo, el lenguaje humano tiene aspectos tanto espirituales como físicos.
La Biblia enseña que Dios es amor. El amor incluye comunicación. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamentos enseñan que Dios nos habla porque nos ama. Nos dio el don del lenguaje a fin de que podamos conocerle y amarle a él y unos a otros como sus hijos. El amor, enseñó Jesús, era todo el tema de la revelación divina; es decir, de la comunicación.18 En la comprensión judeocristiana, el amor y el lenguaje no son aspectos de química, sino de nuestra psiquis o alma. Nuestra química está diseñada para facilitar el amor, el conocimiento, la comunicación y la adoración.
JESÚS, DANIEL Y LAS ESCRITURAS JUDÍAS
Jesús trató a las Escrituras hebreas de la misma manera que el profeta hebreo, Daniel, administrador en Babilonia.
Daniel fue un joven contemporáneo del profeta Jeremías. En su día, muchos profetas afirmaban recibir revelaciones de Dios. Los profetas que predecían paz y prosperidad para Jerusalén disfrutaban de patrocinio religioso y político. Sin embargo, sus profecías resultaron falsas. Jeremías, por otro lado, llamó a su nación al arrepentimiento; de otra manera, dijo, Dios traería condenación y destrucción por medio de los babilonios. Condenaron a Jeremías por traición y casi lo mataron, pero eventos posteriores demostraron que tenía razón. Daniel, por consiguiente, tomó en serio las profecías de Jeremías.
Décadas después de que Jeremías ya fuera historia, Daniel siguió leyendo los rollos del profeta, aunque Jeremías ni siquiera estaba todavía en el canon judío. Cuanto más leía Daniel, más se convencía de que, puesto que las predicciones de Jeremías se habían cumplido, él era profeta de Dios.19 Finalmente, Daniel quedó tan convencido de que las palabras de Jeremías eran Palabra de Dios que estuvo dispuesto a que lo echaran en el foso de los leones.20 Esto fue lo que sucedió:
Jeremías profetizó que Jerusalén sería reconstruida setenta años después de su destrucción.21 Eso sería alrededor del tiempo cuando la coalición medo persa derrotó a Babilonia. La profecía de Jeremías, en conjunción con los sueños de Nabucodonosor y del mismo Daniel, ayudaron a este a entender la importancia de ese momento histórico. Él creyó «la palabra de Jehová al profeta Jeremías»22 y empezó a orar por la reedificación de Jerusalén.23 Entonces engatusaron al rey para que emitiera un devastador edicto: Durante treinta días, nadie debía orar a ningún dios que no fuera el rey. ¡La pena por desobediencia era el foso de los leones!
Daniel, para entonces administrador en jefe del imperio, sabía que sus rivales habían tramado ese edicto para destruirlo. Tuvo que escoger. ¿Dejaría de orar por la ciudad muerta de Jerusalén para salvarse, o confiaría en las palabras de Jeremías a riesgo de su vida?
La pregunta más importante era: ¿Quién era el soberano: Dios o el rey? La única base que Daniel tenía para desobedecer al rey y arriesgar su vida era su confianza en que las palabras de Jeremías eran las palabras de Dios. Dios era el soberano de la historia. Dios había usado a Babilonia para destruir a una Jerusalén pervertida para así cumplir sus palabras dichas por numerosos profetas, empezando con Moisés. Ahora, Dios iba a usar al emperador persa para reconstruir su templo, a pesar de las maquinaciones de los rivales de Daniel.24 Daniel creyó en la profecía de Jeremías. Por consiguiente, continuó con su práctica de abrir sus ventanas hacia Jerusalén y orar tres veces al día.
Arrestaron a Daniel, lo juzgaron y lo echaron al foso de los leones. Después de una noche de insomnio, el rey quedó perplejo al descubrir que algo—o, más bien, alguien— había impedido que los leones le hicieran daño a Daniel. Su milagrosa protección conmovió tanto al rey ¡que emitió un edicto animando a los judíos a volver para reedificar un templo para el Dios viviente en Jerusalén, y a orar por el rey!25
Como Daniel, Jesús trató las palabras de las Escrituras hebreas como Palabra de Dios. Vivió conforme a las Escrituras,26 murió, y fue sepultado conforme a las Escrituras, y al tercer día resucitó «conforme a las Escrituras»27 y a sus propias profecías.28 Los apóstoles de Jesús, incluyendo Pedro y Pablo, seguían a Jesús al enseñar que las Escrituras hebreas fueron escritas por hombres pero inspiradas por Dios.29
¿Puso Jesús su vida para cumplir las Escrituras porque era un judío del primer siglo condicionado por la errada idea de las Escrituras que sostenía su cultura? ¿O era el Antiguo Testamento su propia palabra? En ese caso, Jesús estaría enseñando la lección que John Locke derivó de ella, es decir, usar nuestro don del lenguaje responsablemente, decir lo que queremos decir y querer decir lo que decimos, y guardar nuestra palabra cueste lo que cueste.30
Incluso una lectura superficial de los Evangelios es suficiente para mostrar a un escéptico que la cultura de Jesús le rechazó porque él trastornó su comprensión de las Escrituras.31 Él fue cualquier cosa excepto un producto de su cultura. Él no hablo como exégeta, sino como alguien con autoridad única para exponer la intención original de Dios que había detrás de las palabras de las Escrituras.32 Los judíos persiguieron a Jesús porque afirmaba tener una autoridad mayor que la de Moisés,33 que había recibido las «mismas palabras de Dios».34
¿ES EL NUEVO TESTAMENTO PALABRA DE DIOS?
La Epístola a los Hebreos exhorta a los seguidores judíos del Mesías: «Acuérdense de sus dirigentes, que les comunicaron la Palabra de Dios».35 ¿Cómo podían las palabras de los apóstoles ser consideradas como «las palabras de Dios»?
Los apóstoles ya creían que la Palabra de Dios creó el universo.36 Habían visto cómo las palabras de Jesús calmaban tormentas, sanaban a los enfermos y revivificaban muertos. Jesús les aseguró: «Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras».37 Prometió que si ellos permanecían en su palabra, conocerían la verdad y la verdad los haría libres,38 y que sus oraciones serían contestadas si permanecían en su palabra.39
Habiendo visto cómo las palabras de Jesús levantaron a varias personas de la muerte, ¿qué iban los apóstoles a hacer con su afirmación de que iba a llegar el día en que los muertos oirían su voz, y los que oyeran resucitarían y vivirían eternamente?40
Para empeorar las cosas, los apóstoles pensaban que el Mesías vencería a Roma, pero Jesús predecía que sería crucificado y que tres días después resucitaría. Los apóstoles presenciaron que las palabras de Jesús se cumplieron. Sus experiencias de primera mano de la muerte y resurrección de Cristo les obligaron a concluir que las palabras de Jesús eran las palabras de Dios. Jesús era el Verbo (logos) eterno, creador, de Dios hecho carne.41 Jesús mismo usó el testimonio de las Escrituras, más que sus increíbles milagros, como prueba de su divinidad.42
En su oración a su Padre, Jesús dijo: «Las palabras que me diste, les he dado [a los apóstoles]».43 Sopló su Espíritu sobre los apóstoles,44 asegurándoles que el Espíritu Santo les recordaría lo que les había enseñado,45 y que los guiaría a toda la verdad.46 Jesús no los envió meramente a enseñar y predicar lo que habían visto y oído. También les dio autoridad para sanar a los enfermos y echar fuera demonios con sus palabras.47 Los apóstoles llegaron a ser los servidores o «ministros de la palabra».48 Se dedicaron al «ministerio [servicio] de la palabra».49 El Espíritu de Dios confirmó las palabras de los apóstoles mediante señales y maravillas sobrenaturales.50 ¿Qué hubiera pensado usted si hubiera visto cómo las palabras de Pedro sanaban a un hombre que nació cojo?51 Incluso los no creyentes trataron las palabras de los apóstoles como Palabra de Dios.52
Los contemporáneos de los apóstoles interpretaron el crecimiento de la iglesia como el crecimiento de la Palabra de Dios: «Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente ».53 Siguiendo el ejemplo de Jesús, los apóstoles sellaron sus palabras con su sangre. No lucharon por la supervivencia personal, porque la palabra de Cristo les aseguraba su supervivencia eterna.
Al contrario de lo que sostienen los críticos de la Biblia como Dan Brown y Arun Shourie, la iglesia no inventó la Palabra de Dios: la iglesia fue edificada «sobre el fundamento de los apóstoles y profetas»,54 es decir, sobre el Nuevo y Antiguo Testamentos.
Los escépticos mal informados dan por sentado que la Biblia, sobre todo el Nuevo Testamento, recibió la consideración de Palabra de Dios en el 325 A.D., en el concilio de Nicea, que compiló el canon de las Escrituras. Los versículos que siguen muestran que Jesús creía que su mensaje era Palabra de Dios. Sus apóstoles creyeron que lo que estaban predicando era Palabra de Dios mucho antes de la convocación de cualquier concilio eclesiástico. Los compañeros y seguidores originales de Cristo en Jerusalén eran todos judíos. Los que habían acompañado y seguido a Cristo en Jerusalén aceptaron las palabras de los apóstoles como Palabra de Dios, así como los tesalonicenses aceptaron las palabras de Pablo como Palabra de Dios.
¿Cómo podría el apóstol Juan decirles a sus lectores que ellos ya sabían la verdad y no necesitaban que nadie (ni siquiera un concilio de la iglesia) determinara por ellos la Palabra de Dios?55 La iglesia de los siglos primero y segundo ya sabía cuáles libros tenían el respaldo de autoridad apostólica genuina. No necesitaban que un concilio estableciera el canon de los escritos de los apóstoles para empezar a arriesgar sus vidas por «la Palabra de Dios». Estaban afirmando su fe en estos escritos, al escoger el martirio, durante más de doscientos años antes de Constantino.56
El canon del Antiguo Testamento existía antes del tiempo de Jesús. El establecimiento del canon del Nuevo Testamento se hizo necesario solo después de que empezaron a aparecer libros espurios que se presentaban como escritos por los apóstoles originales. La canonicidad no convirtió a las epístolas de Pablo en Palabra de Dios. El propósito al fijar el canon era rechazar como no auténticos los libros espurios, como el supuesto «Evangelio de Tomás» y el «Evangelio de Bernabé».
Es importante señalar que solo un libro del Nuevo Testamento, Apocalipsis (de Juan), afirma haber sido recibido sobrenaturalmente en visiones, y este libro fue recibido con el más riguroso escrutinio antes de ser integrado en el canon. Un libro con un título similar, El Apocalipsis de Pedro, fue rechazado. ¿Por qué? Porque el cristianismo es asunto de verdad pública, no de experiencia privada, subjetiva, no verificable, secreta, interna, «religiosa». En realidad, hay intuición privada que puede venir de Dios, pero tiene que ser autenticada públicamente antes de que el público pueda seguirla. El Apocalipsis de Juan fue incluido en el canon precisamente porque no era un «fax del cielo ». Juan «vio», «miró», y «oyó» ciertas cosas y luego escribió su testimonio de testigo ocular; exactamente como lo hizo en el Evangelio de Juan.57 La iglesia estableció como canónicos los libros con autoridad apostólica reconocida para deshacer el engaño de los profetas, apóstoles y místicos «religiosos» sedientos de poder.
Se ha disputado la autoría de Apocalipsis, pero está claro que si algún otro que no fue Juan falsificó el libro en nombre de Juan, entonces el falsificador hubiera hecho algún esfuerzo para establecer sus credenciales como apóstol. El autor del libro de Apocalipsis simplemente dice que se llamaba Juan, y espera que sus destinatarios reconozcan su demostrada autoridad apostólica.
El punto es este: La iglesia no cree en las Escrituras porque el concilio de Nicea declarase canónicos algunos libros. Los católicos reconocen que los concilios de la Iglesia se han equivocado a veces. El concilio niceno no creó la Biblia. El proceso de establecimiento del canon del Nuevo Testamento empezó con un hereje, Marción (90–160 A.D.), que identificó un canon ampliamente aceptado a fin de cuestionarlo. Como respuesta a tales intentos, la iglesia afirmó el canon del Nuevo Testamento a fin de rechazar herejías.
La inclusión en el canon no dependía de una «inspiración divina» no verificable, sino de asuntos verificables. La primera era la autoridad apostólica, incluyendo la autoridad apostólica implícita, como el caso de los libros de Marcos, Lucas, Hechos y la Epístola a los Hebreos. Igualmente importante era la armonía teológica con el canon del Antiguo Testamento que Jesús confirmó como Palabra de Dios. Las falsificaciones gnósticas alegaban su autoría apostólica, pero ni tenían ni podían afirmar armonía con el Antiguo Testamento. Por ejemplo, el Apocalipsis de Juan es un desarrollo muy deliberado del libro de Daniel. En Apocalipsis 5, por ejemplo, el Cordero de Dios recibe el título de propiedad de la tierra que había sido prometido al Mesías en el Salmo 2 y el Salmo 110. Los capítulos que siguen se vuelven clave para explicar cómo Jesús era el Mesías profetizado por el Antiguo Testamento.
¿PUEDE LO NATURAL SER TAMBIÉN SOBRENATURAL?
Los padres de la iglesia sabían que hombres falibles habían sido los autores de los libros del Nuevo Testamento. El concilio de Nicea luchó con una cuestión de cosmovisión suscitada por el gnosticismo: ¿Podría lo natural (material, físico) ser simultáneamente espiritual, inmaterial, sobrenatural y bueno?
Los gnósticos presuponían que el ámbito natural era malo. Por consiguiente, concluyeron que palabras humanas no pueden ser Palabra de Dios; Cristo Espíritu no podía haberse encarnado; Cristo no podía haber muerto en la cruz; fue el cuerpo humano, material de un hombre, Jesús, el que fue crucificado; Cristo Espíritu se reía de la insensatez de sus enemigos mientras ellos crucificaban a Jesús pensando que estaban matando a Cristo.
El concilio de Nicea rechazó esta cosmovisión gnóstica a favor de la enseñanza del Antiguo Testamento de que el mundo material—expresión tangible, física de las palabras de Dios— era bueno. El hombre (varón y mujer) realmente fue hecho a imagen de Dios; el cuerpo humano era bueno. Dios pudo hacerse hombre, y nuestros cuerpos físicos pueden ser, y deberían llegar a ser, templo del Dios santo.58
Así como Satanás pudo entrar en Judas para hacer el mal,59 el Espíritu de Dios puede utilizar y en efecto utiliza a los seres humanos para decir sus palabras60 y hacer su voluntad. La obra y palabras de hombres y mujeres pueden ser humanas, satánicas o divinas. Tal como Jesús pudo ser plenamente hombre y plenamente Dios, así las palabras del hombre pueden ser las palabras de Dios. Si un presidente puede tomar las palabras de un escritor de discursos y hacerlas suyas, ¿por qué no podía Pablo comunicar las palabras de Dios, tal como un embajador dice las palabras del rey?61 Es absurdo afirmar que Jesús fue el más grande profeta, como Dan Brown implica, y simultáneamente decir que las Escrituras en que Jesús creía, hasta el punto de poner su vida, eran meramente una patraña humana.
Los padres de la iglesia no entendían el misterio del lenguaje humano más que nosotros. Tampoco concluyeron que el Nuevo Testamento era Palabra de Dios basándose en argumentos filosóficos abstractos. Se apoyaron en testigos presenciales que vieron cómo las palabras de Jesús y sus apóstoles hacían andar a los cojos, a los ciegos ver, expulsar demonios, y a los muertos volver a la vida. El Espíritu Santo confirmó las palabras de Jesús y de los apóstoles con señales y maravillas, tal como las acciones sobrenaturales de Dios habían confirmado las palabras de Moisés.62 Generaciones futuras tal vez entiendan el lenguaje mejor que nosotros. La medicina contemporánea apenas ha empezado el estudio del poder sanador de las palabras humanas. Sin embargo, al día de hoy, ni siquiera nuestra ciencia ficción tiene el menor indicio de cómo las palabras podrían hacer que una persona muerta vuelva a la vida o, lo que maravillaba a Einstein, cómo nuestra mente y nuestras palabras podían comprender el universo físico.*
El colapso de Roma significó que Europa perdiera su alma—la fuente de su autoridad civilizadora— y descendiera a la «Edad del oscurantismo». La Biblia fue el poder que revivió a Europa. Los europeos se entusiasmaron tanto con la Palabra de Dios que rechazaron sus mitos sagrados para oír la Palabra de Dios, estudiarla, interiorizarla, hablarla y promoverla para construir el mundo moderno. En la aurora del siglo XXI, Occidente está de nuevo perdiendo su alma. ¿Volverá a caer en una nueva era de oscuridad o se humillará ante la Palabra de Dios Todopoderoso?
Los siguientes versículos demuestran que el Nuevo Testamento veía la enseñanza—hablada y escrita— de Jesús y sus apóstoles como «la Palabra de Dios» siglos antes de los concilios de la iglesia.
ACONTECIÓ QUE ESTANDO JESÚS JUNTO AL LAGO DE GENESARET, EL GENTÍO SE AGOLPABA SOBRE ÉL PARA OÍR LA PALABRA DE DIOS. (LUCAS 5.1)
PORQUE EL QUE DIOS ENVIÓ, LAS PALABRAS DE DIOS HABLA; PUES DIOS NO DA EL ESPÍRITU POR MEDIDA. (JUAN 3.34)
PORQUE LAS PALABRAS QUE ME DISTE [PADRE], LES HE DADO [A LOS APÓSTOLES]. (JUAN 17.8)
TODOS FUERON LLENOS DEL ESPÍRITU SANTO, Y HABLABAN CON DENUEDO LA PALABRA DE DIOS. (HECHOS 4.31)
NO ES JUSTO QUE NOSOTROS DEJEMOS LA PALABRA DE DIOS, PARA SERVIR A LAS MESAS. (HECHOS 6.2)
Y CRECÍA LA PALABRA DEL SEÑOR. (HECHOS 6.7)
CUANDO LOS APÓSTOLES QUE ESTABAN EN JERUSALÉN OYERON QUE SAMARIA HABÍA RECIBIDO LA PALABRA DE DIOS, ENVIARON ALLÁ A PEDRO Y A JUAN. (HECHOS 8.14)
TAMBIÉN LOS GENTILES HABÍAN RECIBIDO LA PALABRA DE DIOS. (HECHOS 11.1)
PERO LA PALABRA DEL SEÑOR CRECÍA Y SE MULTIPLICABA. (HECHOS 12.24)
ANUNCIABAN LA PALABRA DE DIOS EN LAS SINAGOGAS DE LOS JUDÍOS. (HECHOS 13.5)
EL PROCÓNSUL SERGIO PAULO, VARÓN PRUDENTE. ÉSTE, LLAMANDO A BERNABÉ Y A SAULO, DESEABA OÍR LA PALABRA DE DIOS. (HECHOS 13.7)
ENTONCES PABLO Y BERNABÉ, HABLANDO CON DENUEDO, DIJERON: A VOSOTROS A LA VERDAD ERA NECESARIO QUE SE OS HABLASE PRIMERO LA PALABRA DE DIOS; MAS PUESTO QUE LA DESECHÁIS... HE AQUÍ, NOS VOLVEMOS A LOS GENTILES. (HECHOS 13.46)
Y SE DETUVO ALLÍ UN AÑO Y SEIS MESES, ENSEÑÁNDOLES LA PALABRA DE DIOS. (HECHOS 18.11)
PUES NO SOMOS COMO MUCHOS, QUE MEDRAN FALSIFICANDO LA PALABRA DE DIOS, SINO QUE CON SINCERIDAD, COMO DE PARTE DE DIOS, Y DELANTE DE DIOS, HABLAMOS EN CRISTO. (2 CORINTIOS 2.17)
ANTES BIEN RENUNCIAMOS A LO OCULTO Y VERGONZOSO, NO ANDANDO CON ASTUCIA, NI ADULTERANDO LA PALABRA DE DIOS. (2 CORINTIOS 4.2)
DE LA CUAL FUI HECHO MINISTRO... PARA QUE ANUNCIE CUMPLIDAMENTE LA PALABRA DE DIOS. (COLOSENSES 1.25)
DIOS, HABIENDO HABLADO MUCHAS VECES Y DE MUCHAS MANERAS EN OTRO TIEMPO A LOS PADRES POR LOS PROFETAS, EN ESTOS POSTREROS DÍAS NOS HA HABLADO POR EL HIJO. (HEBREOS 1.1–2)
LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO, QUE DIOS LE DIO, PARA MANIFESTAR A SUS SIERVOS LAS COSAS QUE DEBEN SUCEDER PRONTO; Y LA DECLARÓ ENVIÁNDOLA POR MEDIO DE SU ÁNGEL A SU SIERVO JUAN, QUE HA DADO TESTIMONIO DE LA PALABRA DE DIOS. (APOCALIPSIS 1.1–2)
Y EL ÁNGEL ME DIJO: ESCRIBE:... ÉSTAS SON PALABRAS VERDADERAS DE DIOS. (APOCALIPSIS 19.9)
Y ME DIJO: ESTAS PALABRAS SON FIELES Y VERDADERAS. Y EL SEÑOR, EL DIOS DE LOS ESPÍRITUS DE LOS PROFETAS, HA ENVIADO SU ÁNGEL, PARA MOSTRAR A SUS SIERVOS LAS COSAS QUE DEBEN SUCEDER PRONTO. (APOCALIPSIS 22.6)
* Véase capítulo 4.