1 A título de curiosidad, he aquí, en resumen, algunos argumentos de los partidarios del “Apolo asiático”:
Apolo es hijo de Latona o Leto, que bien puede ser Lada, la diosa licia, cuyo nombre significa “mujer”, o bien puede ser la semítica Al-lat o Alilat La Ilíada todavía asigna el mismo santuario a Apolo, a su madre Latona y a su hermana gemela Ártemis, y el mito del nacimiento de los mellizos aparece principalmente en Licia. (A veces, la tradición helénica de Delos sólo habla de que en esta isla nació Apolo, pero acepta que Ártemis haya nacido en Éfeso: contradicciones que ya conocemos y que permiten a los mitólogos combinar los datos a su antojo.) Latona es, para Grecia, una divinidad muy borrosa que nunca subió al panteón olímpico. En Delos, es verdad, se veneraba con ciertos himnos a las Vírgenes Hiperbóreas, septentrionales asociadas al culto de Apolo, pero ¿quién era el autor de estos himnos? ¡El licio Olen! (Otros dirán que Olen era hiperbóreo, pues en nada ha de haber acuerdo. También es muy incierta la tradición de la tierra hiperbórea, que en las últimas investigaciones muestra, en efecto, cierta tendencia a trasladarse del norte al este.) En los templos griegos de Apolo —siguen argumentando los partidarios del “Apolo asiático”— siempre se lo ha presentado como un intruso (burda exageración), y los festivales apolíneos son más abundantes en Asia Menor que en la Grecia continental (¿será verdad?), y aun puede añadirse que en el Asia Menor abundan más los sagrarios apolíneos, aquéllos cuyo suelo le prestó su nombre como epíteto: Patara está en Licia; la Dídima Branquídea, famoso oráculo del dios, en Caria, a unas dos horas de Mileto, paso de cabalgadura; más al norte, Claros, está en Jonia; y todavía más al norte aparece Eolia, que se enorgullecía del oráculo de Grinión. Por supuesto, todos estos cultos se encuentran en la franja helenizada de Anatolia, pues sólo así se explica que los griegos —por lo mismo que aceptaron al dios— lo hayan llevado de allí a la península helénica. (Argumento que los adversarios vuelven del revés: los jonios —dicen— son los que llevaron a Anatolia el culto griego de Apolo, a lo que a su vez contestan los asiatistas que esto no se compadece con la antigüedad reconocida de tal culto en Claros y en Dídima.) Cabe notar aún que los templos asiáticos de Apolo más conocidos en Grecia se encuentran en las colonias griegas más antiguas y estables, y que tales templos no se limitan a las regiones dichas, sino que están sembrados también por zonas interiores y alejadas de los focos helénicos: Iconio y Sínada, por ejemplo, donde las inscripciones asocian a Apolo y a Latona. En el Meandro superior, el culto “indiscutiblemente nativo” del Apolo Lerbeno ofrece caracteres propios, como la creencia en la impureza y los castigos temporales que el dios le impone, con la singular práctica antihelénica de la confesión escrita. Los argumentos no nos convencen del todo. Nos dejan en duda.