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ROBERTO ALHAMBRA
Sinopsis
Los Que Ignoran
1-Los Que Catan
—Matar a un hombre es la lección más sencilla que vas a aprender aquí. Es como hacer té; sólo tienes que elegir la hierba adecuada. —El maestro catador se humedeció los labios con la punta de la lengua.»Hacerlo hablar es algo mucho más delicado, es algo que requiere de mayor pericia y conocimientos. Una pócima de la verdad es algo tan valioso como un elixir de amor, y tan útil que durante años ha sido uno de los secretos mejor guardados por nuestra logia. Perder un reo en un interrogatorio conlleva una notable merma de información. A los reos hay que hacerlos hablar en vida; no podemos permitir que esos que aseguran poder comunicarse con los muertos vuelvan a asomar su hocico por aquí buscando carroña. La muerte sólo está permitida cuando el interrogatorio ha terminado. Con una pócima de la verdad todo es mucho más fácil: la lengua se suelta, los labios se ablandan... El «maestro catador» miró con gesto desdeñoso hacia la puerta que amenazaba con interrumpir su clase. Sus gruesos labio
3-Los Que Oyen
En el Palacio Real de Guinakia, en la Línea Oriental del Imperio, la cena por la llegada del Conde Priz era suculenta. La cantidad de condimentos en los platos sólo se veía superada por el colorido de los mismos. El Conde arrugaba la nariz; nada de aquello podría competir con un buen asado del Imperio. Estaba claro que la calidad de la carne en aquellos lugares resultaba bastante deficiente y por eso debían enmascararla con toneladas de polvitos. ¿De dónde sacaban tantas salsas? Toda aquella comida era mentira. Carne de faisán. Hígado de oca. Huevas de esturión. Nosequé con queseyó... Los guinakos no sabían lo que era una buena carne roja. Comerla casi cruda, al estilo del Imperio. Las verduras de esos platos debían ser un buen alimento para cerdos, no para personas. El vino era otra cosa. No tenía demasiado cuerpo pero resultaba muy fresco al paladar; ¿sería por las burbujas? —Conde Priz, no le veo comer nada. —Una salsa blanquecina corría por la comisura de los labios y se detenía en
Sura escupió un borbotón de sangre. No le había dolido demasiado, no había tiempo para eso, pero sabía que el dolor vendría después y necesitaría alcohol. Una muela sobresalía del charco de babas y sangre. Se palpó con la lengua el hueco en la dentadura. Sonrió sin levantar la vista. Otro golpe en el estómago hizo que se doblase y cayera de rodillas. Le había sacado el aire de los pulmones. La guinaka escuchaba a la muchedumbre jaleando al mojado. Ese bastardo no sabía con quién estaba jugando. El mojado, un tipo alto y velludo como un oso, agarró a Sura de los hombros y la levantó con fuerza. Los dedos cerrados como tenazas. Sura sintió que el dolor le subía por el cuello y le llegaba hasta los oídos. El tipo era fuerte. También era rápido, más de lo que ella había pensado, y por eso a partir de ahora tendría un hueco en la dentadura. Ella le escupió en la cara. No le gustaba su melena trenzada. ¿Qué se creía, una mujer? El esputo era rojo oscuro. Un golpe en la sien nubló la vista de
Tendría que haberlo disuelto con ácido mórfico. Otra arcada ascendió por la traquea del maestro catador, a punto de vomitar en el interior de su camarote. Necesitaba mejorar el elixir. La pipeta oscilaba de un lado a otro de la mesa. No podía alcanzarla; si soltaba alguna de sus manos con que se agarraba a la mesa, se caería. No era la pipeta, era el barco el que no dejaba de balancearse. El habitáculo estaba revuelto. El equipaje por el suelo. Olía a rancio. Alguna mancha reseca de bilis y jugos gástricos. Eran muchos días en alta mar. Más de los que le habían dicho. ¿Ocho o diez semanas? Y una mierda. Llevamos quince. Al maestro catador no le hacía falta contar las muescas que había grabado sobre la mesa con un escalpelo. Y con una hubiera tenido suficiente para no querer venir. Los efectos de su elixir contra el mareo se disipaban con rapidez. No llevaba material suficiente para tantas semanas en alta mar. El ácido mórfico hubiera fijado el tónico de moz, alargando su duración. Y ah
7-Los Que Oyen
8-Los Que Catan
9-Los Que Tocan
10-Los Que Miran
11-Los Que Oyen
12-Los Que Huelen
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