Notas

 

1 Véase parte II, cap. IV, núm. 15.

2 Kant cometió un error de trascendencia enorme, y que todavía no ha sido remediado, cuando puso al hombre exterior e interior en relación esquemática con los conceptos de espacio y tiempo, conceptos multívocos y, sobre todo, no invariables; lo que vino a enlazar de una manera errónea estos conceptos con la aritmética y la geometría. En lugar de esto, quede aquí, al menos, enunciada la oposición mucho más honda entre el número matemático y el número cronológico. La aritmética y la geometría son ambas cálculos de espacio, y en sus más altas esferas no se distinguen una de otra. En cambio, el cálculo del tiempo, cuyo concepto el hombre ingenuo comprende clarísimamente por sentimiento, contesta a la pregunta ¿cuándo? y no a las preguntas ¿qué? o ¿cuánto?

3 La profundidad de la combinación formal y la energía de la abstracción empleadas, por ejemplo, en las investigaciones sobre el Renacimiento, o en la historia de las emigraciones de los pueblos, son muy inferiores —el capacitado para ello lo siente al punto— a las que evidentemente requiere la teoría de las funciones y la óptica teórica. Junto al físico y al matemático, da el historiador la impresión de abandonado, tan pronto como deja de coleccionar y ordenar materiales para entrar en su interpretación.

4 La palabra significa literalmente denuncia. Era una acusación judicial gravísima, porque se sustanciaba ante el Consejo (boulh) y no admitía demora en la aplicación de la pena. (N. del T.)

5 Los ensayos que mucho más tarde empezaron a hacer los griegos, siguiendo el modelo de Egipto, para constituir algo así como un calendario o una cronología, son de la mayor ingenuidad. El cómputo del tiempo por olimpiadas no es una era, como lo es, por ejemplo, la cristiana: además, fue solo un recurso erudito y no de uso corriente en el pueblo. El pueblo no sentía la necesidad de una regla cronológica para fijar y conservar los recuerdos de los padres y de los abuelos: solo algunos sabios se interesaban aisladamente por los problemas del calendario. Lo importante no es saber si un calendario es bueno o malo, sino si está en uso, esto es, si la vida de la generalidad transcurre conforme a él. Pero la lista de los olimpiónicos anterior al año 500 es una invención, como asimismo la de los arcontes atenienses y la de los cónsules romanos. No hay una sola fecha exacta referente a las colonizaciones (E. Meyer, Historia de la Antigüedad, II, pág. 442; Beloch, Historia de Grecia, I, 2, pág. 219). «Antes del siglo V no se le ocurre a nadie en Grecia tomar nota de los acontecimientos históricos» (Beloch, I, 1, pág. 125). Poseemos el texto de un contrato entre Elis y Herea, que deberá regir cien años a partir del año actual. Pero no se dice cuál sea el año actual. Pasado algún tiempo, no se sabría ya cuántos años llevaba el contrato en vigor, y nadie, evidentemente, pensó en esta dificultad. Es probable que aquellos hombres del puro presente lo olvidaran muy pronto. El carácter legendario-pueril de la historia entre los antiguos se manifiesta en que el haber fechado ordenadamente los hechos, por ejemplo, de la «guerra de Troya», que corresponde al estadio de nuestras Cruzadas, hubiérase tenido por contrario al buen estilo. Igualmente la geografía de los antiguos es muy inferior a la de los egipcios y babilonios. E. Meyer (Historia de la Antigüedad, III, pág. 102) demuestra que Herodoto conocía las formas del África (por fuentes pérsicas) mejor que Aristóteles. Otro tanto puede decirse de los romanos, herederos de los cartagineses. Empezaron repitiendo los conocimientos ajenos y luego los olvidaron.

6 El Mahavamsa es una Historia de Ceilán que abarca desde el siglo V a. C. hasta mediados del siglo V d. C. Está en verso y su autor fue Mahanama. Es el primer libro escrito en pali que se conoció en Europa. En 1837 publicó G. Tournour una traducción. Sobre el Mahavamsa puede leerse: W. Geiger, Dipavamsa und Mahavamsa, Leipzig, 1905. (N. del T.)

7 En cambio, es un símbolo de primer orden y sin ejemplo en la historia del arte, el hecho de que los helenos, en contraposición a la primitiva época meceniana, abandonaran la edificación con piedra —en un país riquísimo en materiales pétreos— y volvieran a emplear la madera, lo cual explica la ausencia de restos arquitectónicos entre 1200 y el 600. La columna egipcia fue desde un principio de piedra; la columna dórica, de madera. En esto se manifiesta la profunda hostilidad del alma «antigua» a la duración.

8 ¿Dónde está la ciudad griega que haya realizado una sola obra considerable, con el pensamiento puesto en las generaciones venideras? Los sistemas de carreteras y canales que han podido señalarse en época miceniana, esto es, preantigua, decayeron y se olvidaron al venir al mundo los pueblos «antiguos», es decir, al irrumpir los tiempos homéricos. La escritura literal no fue adoptada por los antiguos hasta después del año 900, y en muy limitadas proporciones, seguramente reducidas a los fines económicos más apremiantes. Este hecho extraño, que está demostrado con certeza plena por la falta de inscripciones, resulta tanto más extraordinario cuanto que en las culturas egipcia, babilónica, mexicana y china la formación de la escritura comienza en el más remoto pasado; los germanos crearon un alfabeto rúnico y mostraron luego su respeto hacia la escritura inventando de continuo caracteres de letras ornamentales. En cambio, la primitiva antigüedad ignoró por completo las varias escrituras que eran de uso corriente tanto en el sur como en el Oriente. Poseemos numerosas inscripciones de los hititas de Asia Menor, y de Creta: pero ni una sola de la época homérica (parte II, cap. II, núm. 13).

9 Desde Homero hasta Séneca, es decir, durante un milenio completo, salen en las tragedias las figuras míticas, por ejemplo, Tieste, Clitemnestra, Hércules, inalterables a pesar de su número ilimitado. En cambio, en la poesía occidental, el hombre fáustico aparece primero en la figura de Parsifal y Tristán; luego se transforma, según el sentido de la época, en Hamlet, don Quijote, don Juan y, en una postrer transfiguración, conforme al tiempo, se manifiesta en Fausto y Werther, para ser por último el héroe de la novela moderna, de la ciudad mundial. Siempre, empero, aparece en la atmósfera y condicionalidad de un siglo determinado.

10 Véase parte II, cap. III, núm. 17.

11 El abad Gerberto —papa con el nombre de Silvestre II—, amigo del emperador Otón III, manifestó hacia el año 1000, es decir, en los albores del estilo románico y de las Cruzadas, los primeros síntomas de un alma nueva, construyendo los relojes de ruedas y péndulos. Los primeros relojes de torre fueron fabricados en Alemania hacia 1200; poco después, los de bolsillo. Adviértase el significativo nexo que une la medición del tiempo con los edificios del culto religioso.

12 Newton lo llama, muy significativamente, «cálculo de fluxiones», refiriéndose a ciertas ideas metafísicas sobre la esencia del tiempo. En la matemática griega no interviene el tiempo.

13 En esto el historiador se encuentra atenazado por el prejuicio fatal de la geografía —por no decir la sugestión de un mapa— que considera a Europa como una parte del mundo, por lo cual el historiador se siente obligado a trazar igualmente un límite ideal, que separe a Europa de Asia. La voz «Europa» debiera borrarse de la historia. No existe el tipo histórico del «europeo». Es locura, en el caso de los helenos, hablar de «Antigüedad europea» —Homero, Heráclito, Pitágoras, ¿eran, pues, asiáticos?— y de su «misión», consistente en aproximar culturalmente Asia y Europa. Estas son palabras que provienen de una trivial interpretación del mapa y que no corresponden a ninguna realidad. La palabra «Europa», con todo el complejo de ideas que han nacido bajo su influencia, es la que ha fundido a Rusia con el Occidente, en nuestra conciencia histórica, formando así una unidad que nada justifica. En este punto, para nuestra cultura de lectores, hecha en los libros, ha tenido una mera abstracción enormes consecuencias reales. En la persona de Pedro el Grande ha falseado, para siglos, la tendencia histórica de una masa primitiva de pueblos: aun cuando el instinto ruso traza el límite entre «Europa» y «la madre Rusia», mediante una hostilidad que se encarna muy exacta y profundamente en Tolstoi, Aksakov y Dostoievski. Oriente y Occidente son conceptos de verdadero contenido histórico. «Europa» es un mero sonido que no justifica nada. Todo lo que la antigüedad creó de grande, nació por la negación de un límite continental entre Roma y Chipre, Bizancio y Alejandría. Lo que se llama la cultura europea se formó entre el Vístula, el Adriático y el Guadalquivir. Y aun suponiendo que Grecia, en tiempos de Pericles, «estuviese en Europa», ya hoy no lo está.

14 Véase parte II, cap. I, núm. 7, y cap. III, núm. 9.

15 Windelband, Geschichte der Philosophie (Historia de la Filosofía), 1900, págs. 275 y sigs.

16 En el Nuevo Testamento la concepción polar está representada más bien por la dialéctica del apóstol Pablo; la periódica, más bien por el Apocalipsis.

17 Bien se ve en la expresión ridícula y desesperada de «Edad Contemporánea».

18 K. Burdach, Reformation, Renaissance, Humanismus (La Reforma, el Renacimiento y el Humanismo), 1918, págs. 48 y sigs.

19 La expresión «los antiguos» aparece ya empleada en sentido dualista por Porfirio en su Isagoge (300 d. C.).

20 «¿La humanidad? Eso es una abstracción. Nunca ha habido más que hombres, ni habrá más que hombres». (Goethe a Luden).

21 La «Edad Media» es la historia de la comarca en que domina el idioma latino de la Iglesia y de los sabios. Los grandes sinos del cristianismo oriental que, con anterioridad a Bonifacio, había penetrado por Turquestán hasta China y por Saba hasta Abisinia, no han sido tenidos en cuenta por esa «historia universal».

22 Véase parte II, cap. III, núm. 17. Para el verdadero ruso la representación fundamental del darwinismo es tan absurda como para el árabe la del sistema copernicano.

23 Sobre este punto es muy significativa la selección de lo que ha perdurado hasta nosotros. No es una selección debida solamente al azar, sino determinada esencialmente por una tendencia. El aticismo de la época de Augusto, ya cansado, agotado, pedante y reaccionario, fue el que forjó el concepto de «lo clásico» y reconoció por clásicas a un pequeñísimo grupo de obras griegas hasta Platón inclusive. El resto, entre lo cual estaba la riquísima literatura helenística, fue rechazado y se perdió casi por completo. Ese grupo, elegido con un gusto de maestro de escuela, es el que ha perdurado en su mayoría y ha determinado el cuadro imaginario de la «antigüedad» clásica para los florentinos como para Winckelmann, Hölderlin, Goethe y hasta el mismo Nietzsche.

24 Más adelante explicará el autor claramente su idea de lo que es civilización. (N. del T.)

25 Véase parte II, cap. II, núm. 5.

26 Esto se echa de ver en la evolución de Strindberg y, sobre todo, de Ibsen, que, en la atmósfera civilizada de sus problemas, da siempre la impresión de un convidado en casa extraña. El motivo de Brand y Rosmersholm es una curiosa mezcla de provincialismo nativo y horizontes de gran urbe, adquiridos teóricamente. Nora es el tipo de una provinciana desorientada por la lectura.

27 Este fue el que prohibió el culto del héroe local Adrasto y la recitación de los cantos homéricos, para arrancar a la nobleza dórica las raíces de su espíritu (hacia el año 560).

28 Vocablo profundo que recibe su sentido pleno cuando el bárbaro se torna hombre de cultura, y que lo vuelve a perder cuando el hombre civilizado acepta el ubi bene, ibi Patria.

29 Por eso entraron en el cristianismo, en primer lugar, aquellos de entre los romanos que no habían podido ser estoicos. (Véase parte II, cap. V, núm. 3).

30 En Roma y Bizancio se construyeron casas de seis a diez pisos. La anchura de la calle era, a lo sumo, de tres metros. Y como no existían reglamentos de urbanización, ocurrió muchas veces que las casas se vinieron abajo con todos los inquilinos. Una gran parte de los cives romani, para quienes la vida se reducía a panem et circenses, no poseían más que un lecho carísimo en aquellas insulae, pululantes como hormigueros. (Pöhlmann, Aus Altertum und Gegenwart [Antigüedad y presente], 1911, págs. 199 y sigs).

31 Véase parte II, cap. V, núm. 19.

32 La gimnasia alemana, desde 1813 y desde las formas provincianas que Jahn le diera, ha entrado en rápida evolución hacia el deporte. La diferencia entre una pista berlinesa de deportes en un día importante y el circo romano era ya pequeñísima en 1914.

33 Véase parte II, cap. IV, núm. 14.

34 La conquista de las Galias por César fue muy claramente una guerra colonial, es decir, de actividad por una sola de las partes. Si esta campaña es, sin embargo, el punto culminante de la historia guerrera de Roma, en su época posterior, ello confirma cuán rápidamente esa historia pierde su riqueza en verdaderas hazañas.

35 Los alemanes modernos son el ejemplo más brillante de un pueblo que sin saberlo ni quererlo se ha tornado expansivo. Ya lo eran cuando aún creían ser el pueblo de Goethe. Bismarck no sospechó siquiera este profundo sentido de la época por él fundada. Creyó que había cerrado una evolución política anterior. (Véase parte II, cap. IV, núm. 14).

36 Acaso las palabras de Napoleón a Goethe, tan significativas, querían decir esto mismo. Napoleón dijo: «¿A qué hablar hoy del sino? La política es el sino».

37 Que fue el que acabó dando su nombre a todo el imperio. Tsin: China.

38 Véase parte II, cap. IV, núm. 14.

39 Su verdadera fuerza no corresponde ya al sentido de ningún cargo o función pública.

40 Véase parte II, cap. III, núm. 19.

41 Va incluido en este libro, parte II, cap. IV, núms. 4 y sigs. y 18 y sigs., y cap. V, núm. 7.

42 La filosofía de este libro la debo a la filosofía de Goethe, tan desconocida, y solo en mucho menor cuantía, a la filosofía de Nietzsche. La posición de Goethe en la metafísica occidental no ha sido bien comprendida todavía. Ni siquiera se le cita cuando se trata de filosofía. Por desgracia, no ha formulado su teoría en un sistema rígido: por eso los sistemas le olvidan. Pero fue filósofo. Adoptó frente a Kant la misma posición que Platón representa frente a Aristóteles, y también es aventurado reducir a Platón a un sistema. Platón y Goethe representan la filosofía del devenir; Kant y Aristóteles, la de lo producido. Aquí la intuición se opone al análisis. Lo que no es expresable con el entendimiento, se encuentra en advertencias particulares y en poesías, como los versos órficos, o las estrofas «Cuando en el infinito...» y «... Dice nadie...», que deben considerarse como encarnaciones de una metafísica muy definida. En las siguientes palabras no quisiera ver cambiada ni una tilde: La divinidad es activa en lo viviente, no en lo muerto; está en lo que deviene y se transforma, no en lo ya producido y petrificado. Por eso la razón, en su tendencia a lo divino, se aplica a lo que vive; el entendimiento se aplica a lo producido, petrificado, para utilizarlo (Eckermann). En estas palabras se encierra toda mi filosofía.

* Véase también parte II, cap. I (al principio).

1 Estos términos traducen imperfectamente las palabras alemanas das Werden und das Gewordene, que significan literalmente «el devenir y lo devenido». Se trata de manifestar la oposición entre una actuación continua transformadora y un resultado estático, definitivo, rígido, de esa actuación. Según los casos, emplearemos unos u otros términos para traducir las mismas palabras alemanas. (N. del T.)

2 Véase sobre el concepto del hombre sin historia, parte II, capítulo I, núm. 2.

3 Y un «horizonte biológico». Véase parte II, cap. I, núm. 7.

4 Véase parte II, cap. III, núm. 15.

5 Entre estos hay que poner también el acto de «pensar en dinero». Véase parte II, cap. V, núm. 3.

6 E igualmente del derecho y del dinero. Véase parte II, cap. I, núm. 13 y cap. V, núm. 4.

7 Véase parte II, cap. II, núm. 18, y cap. III, núm. 3.

8 Lo que no existe. (N. del T.)

9 Lo ilimitado. (N. del T.)

10 El principio. (N. del T.)

11 Véase parte II, cap. I, núm. 2.

12 En el único tratado que se conserva de él defiende la opinión geocéntrica. Cabe, pues, sospechar que fue poco a poco aceptando una hipótesis científica de origen sirio.

13 F. Strunz, Geschichte der Naturwissenschaften im Mittelalter (Historia de las ciencias físicas en la Edad Media), 1916, pág. 90.

14 Fue preparado por Eudoxio y usado para calcular el volumen de la pirámide y del cono. «Fue el medio que los griegos emplearon para soslayar el concepto vedado del infinito.» (Heiberg, Naturwissenschaft und Mathematik im klassischen Altertum [Física y matemática en la Antigüedad clásica], 1912, pág. 27).

15 Véase parte II, cap. III.

16 Bondad y belleza. (N. del T.)

17 Tranquilidad. (N. del T.)

18 Serenidad. (N. del T.)

19 En el siglo II d. C. cesa Alejandría de ser una gran ciudad y se transforma en un montón de casas, restos de la antigua civilización, habitadas por un pueblo de sentimientos primitivos, de otro temple, de otra alma. Véase parte II, cap. II, núm. 5.

20 Esto corresponde exactamente a la relación de la moneda y la partida doble en el pensamiento financiero de las dos culturas. Véase parte II, cap. V, núm. 4.

21 Lo mismo puede decirse del derecho romano (parte II, cap. I, núm. 19) y de la moneda (parte II, cap. V, núm. 4).

22 Inexpresable, irracional. (N. del T.)

23 La «magia de los nombres», que usan los salvajes, y la ciencia moderna, que sojuzga los objetos, forjando para ellos nombres, es decir términos técnicos, son, en su forma, idénticas. Véase parte II, cap. II, núm. 11, y cap. III, núm. 15.

24 Véase parte II, cap. II, núm. 7.

25 En la astronomía moderna comienzan a aplicarse las geometrías no euclidianas. La hipótesis de un espacio curvo ilimitado, pero finito, ocupado por el sistema estelar con un diámetro igual a unos 470 millones de diámetros terrestres, conduciría a la hipótesis de otro sol, simétrico al que vemos, y que nos aparecería como estrella de mediana magnitud.

26 Que por un punto no es posible trazar más que una sola paralela a una recta: esta proposición no puede demostrarse.

27 En la matemática india que conocemos, es imposible determinar hoy lo que procede de los tiempos más remotos anteriores a Buda.

28 «La función, rectamente concebida, es la existencia pensada en actividad» (Goethe). Véase la creación del dinero fáustico, con su sentido funcional, parte II, cap. V, núm. 4.

29 Desde el punto de vista de la teoría de los conjuntos, un conjunto de puntos bien ordenados se llama cuerpo, sin atender al número de sus dimensiones; un conjunto de n-1 dimensiones, es decir, referido a aquel, se llama superficie. La «limitación» (pared, arista) de un conjunto de puntos representa un conjunto de puntos de inferior potencia.

1 Véanse págs. 116 y sigs. de este tomo, y parte II, cap. I, núm. 6.

2 El antihistoricismo, como consecuencia de un punto de vista sistemático, no debe confundirse con el espíritu ahistórico. El comienzo del libro IV de El mundo como voluntad y como representación (párrafo 53) es característico de un hombre que piensa antihistóricamente: es decir, que por motivos teóricos elimina y suprime la tendencia histórica que en él reside. En cambio la naturaleza helénica es ahistórica: no tiene ni conoce la inclinación histórica.

3 «Hay protofenómenos que no debemos perturbar ni lesionar en su divina sencillez» (Goethe).

4 Véase parte II, cap. I, núm. 6, y cap. III, núm. 51. Existencia Alma

5 Véase parte II, cap. I, núm. 7.

6 Véase parte II, cap. I, núm. 9.

7 No el método analítico del «pragmatismo» zoológico de los darwinistas, con su persecución de los nexos causales, sino el intuitivo y panorámico de Goethe.

8 Véase parte II, cap. I, núm. 9.

9 Véase parte II, cap. III, núm. 1.

10 Véase parte II, cap. II, núm. 9. No es la catástrofe de las invasiones bárbaras. Estas, como el aniquilamiento de la cultura maya por los españoles (parte II, cap. I, núm. 10), son un hecho fortuito sin necesidad profunda. Se trata de la dislocación interna, que para la Antigüedad comienza en Adriano y, para la China, con exacta correspondencia, en la dinastía oriental Han (25-220).

11 Véase parte II, cap. III, núm. 20.

12 Habitus dice el original. Deliberadamente conservamos el término, que entre nosotros ha perdido su imprescindible sentido latino, con la intención de que llegue a reincorporarse al léxico usual. (N. del T.)

13 También podría valer nuestra palabra «talante», más omnicomprensiva que «hábito», referido al hombre, no a cualquier organismo.

14 Véase parte II, cap. II, núm. 3.

15 Véase parte II, cap. I, núm. 8.

16 Haré notar aquí la distancia entre las tres guerras púnicas y la serie también rítmica que forma la guerra de Sucesión de España, las de Federico el Grande, las de Napoleón, las de Bismarck y la guerra mundial. (Véase parte II, cap. IV, núm. 10.) A esto se refiere también la relación espiritual entre el abuelo y el nieto. De aquí procede la creencia de los pueblos primitivos de que el alma del abuelo vuelve a encarnar en el nieto, y la costumbre universal de dar al nieto el nombre del abuelo: la fuerza mística del nombre evoca en el mundo de los cuerpos el alma del abuelo.

17 No es superfluo añadir que estos fenómenos puros de la naturaleza viviente están muy lejos de todo nexo causal. El materialismo hubo de enturbiar su imagen, insinuando en ella tendencias utilitarias antes de reducirla a un sistema inteligible. Goethe, que se anticipó al darwinismo, justamente en aquella parte de esta doctrina que quedará viva aun dentro de cincuenta años, excluye en absoluto el principio de causalidad. La vida real no tiene ni causas ni fines, y es muy característico el hecho de que los darwinistas no hayan advertido que el principio causal falla aquí por completo. El concepto de protofenómeno no admite premisas causales a no ser que se interprete erróneamente en un sentido mecánico.

18 Véase parte II, cap. II, núm. 5.

19 La vida de los sentidos y la vida del espíritu son tiempo también. La experiencia interna de la sensibilidad y del espíritu, el mundo, es de naturaleza espacial. (La femineidad está más cerca del tiempo. Sobre esto véase parte II, cap. IV, núm. 1).

20 La lengua española —como la alemana y muchas otras— emplea términos como «espacio de tiempo», que prueban que para representarnos la dirección tenemos que acudir a la extensión.

21 Véase parte II, cap. I, núm. 4.

22 Véanse pág. 175 de este tomo; parte II, cap. II, núm. 2 y cap. III, núm. 15.

23 Véase parte II, cap. II, núm. 7.

24 La teoría de la relatividad, hipótesis metódica que está a punto de derribar a la mecánica de Newton —esto significa en último término, su concepción del problema del movimiento—, admite casos en que se invierten las denominaciones «antes» y «después»: los fundamentos matemáticos de esta teoría, que ha dado Minkovski, emplea unidades imaginarias de tiempo, con fines meditivos.

25 Las dimensiones son x, y, z y t, cuyos valores permanecen equivalentes en las transformaciones.

26 Si no me lo pregunta nadie, lo sé; pero si intento explicarlo, ya no lo sé. (N. del T.)

27 Salvo en la matemática elemental. Desde luego la mayor parte de los filósofos, desde Schopenhauer, se han acercado a estos problemas bajo la impresión única de la matemática elemental.

28 Véase parte II, cap. I, núms. 2 y 4.

29 Véase parte II, cap. II, núms. 7 y 10.

30 Edipo rey, 242. Véase Rudolf Hirzel, Die Person (La persona), 1914, pág. 9.

31 Edipo en Colonos, 355.

32 Véase parte II, cap. III, núm. 17.

33 Diels, Antike Technik (La técnica de los antiguos), 1920, pág. 159.

34 En algunos círculos de sabios, en Ática y Jonia, se construyeron relojes de sol desde el año 400; desde Platón hubo en Grecia clepsidras aún más primitivas. Pero ambas formas eran malas imitaciones de los modelos orientales y no entraron en el sentimiento antiguo de la vida. (Véase Diels, op. cit., págs. 160 y sigs.).

35 Para nosotros el pasado se ordena merced a la era cristiana y al esquema Edad Antigua-Media-Moderna. Sobre esta base se han compuesto cuadros de la historia del arte y de la religión desde los primeros tiempos góticos, y a esos cuadros se atienen todavía un gran número de personas en Occidente. No nos sería posible suponer eso en Platón o Fidias: en cambio es perfectamente válido para los artistas del Renacimiento y ha influido decisivamente en sus juicios de valor.

36 Véase pág. 36 de este tomo.

37 Véase parte II, cap. IV, núms. 10 y 14.

38 Podemos suponer igualmente que la invención de los relojes de sol por los babilonios y de los relojes de agua por los egipcios ocurre hacia el año 3000 a. C. es decir, en la época «correspondiente» de estas dos culturas. La historia de los relojes es inseparable de la del calendario: por eso hay que suponer también que las culturas china y mexicana, con su profundo sentido de la historia, inventaron muy pronto y adoptaron rápidamente algún método para medir el tiempo.

39 Figurémonos lo que sentiría un griego que de pronto conociese esta costumbre.

40 El culto chino de los antepasados rodeó la genealogía de un ceremonial riguroso y poco a poco este culto fue ocupando el centro de toda religiosidad. En cambio entre los antiguos el culto de los antepasados cede la preeminencia al de los dioses presentes hasta el punto de que en Roma apenas si ya existió.

41 Alude claramente a la «resurrección de la carne» (έκ νεκρῶν). El cambio de sentido que hacia el año 1000 sufre este término —transformación profunda y aun hoy casi desconocida— se manifiesta cada vez más claro en la voz «inmortalidad». Con la resurrección que es la victoria sobre la muerte el tiempo vuelve a empezar por decirlo así en el espacio cósmico. Con la inmortalidad el tiempo supera al espacio.

42 Véase parte II, cap. III, núm. 13.

43 Véase parte II, cap. IV, núm. 1.

44 Véase parte II, caps. IV y V.

45 Véase parte II, cap. III, núms. 9 y 17.

46 La línea que une a Calvino con Darwin es fácil de seguir en la filosofía inglesa.

47 Este es uno de los puntos eternamente discutidos por la estética occidental. El alma antigua, ahistórica, euclidiana, no «evoluciona». El alma occidental se agota íntegramente evolucionando; es una función dirigida hacia un término. Aquella «es»; esta «deviene». Por eso la tragedia antigua presupone la constancia de la persona, y la occidental, su variabilidad. Esto es lo que nosotros llamamos «carácter», forma de la realidad, que consiste en un incesante movimiento y una infinita riqueza de relaciones. En Sófocles el gran gesto ennoblece el dolor; en Shakespeare los grandes sentimientos ennoblecen la acción. Nuestra estética ha tomado sus ejemplos de ambas culturas, sin distinción, y por eso no ha acertado en el problema fundamental.

48 «Plus on vieillit, plus on se persuade que sa sacrée Majesté le Hasard fait les trois quarts de la besogne de ce misérable univers.» (Cuanto más se envejece, más se convence uno de que la sagrada majestad del azar hace las tres cuartas partes de la tarea en este miserable universo.) (Federico el Grande a Voltaire.) Así siente por necesidad el verdadero racionalista.

49 Véase parte II, cap. I, núm. 5.

50 El método comparativo que empleo en este libro se basa justamente sobre el hecho de que un grupo de esas grandes culturas se halla ante nuestros ojos. Véase parte II, cap. I, núm. 9.

51 Helios es una simple figura poética: no tenía ni templos, ni estatuas, ni culto. Menos aún era Selene, diosa de la Luna.

52 Recuérdense las palabras de Canning al principio del siglo XIX: «¡Sudamérica, libre, y, en lo posible, inglesa!». Nunca con más pureza se ha expresado el instinto expansivo.

53 La cultura occidental, en su madurez, es totalmente francesa, con Luis XIV, aunque procede de la española. Pero ya bajo Luis XVI vence en París el parque inglés al francés, la sensibilidad al esprit, los trajes y las maneras de Londres a los de Versalles, Hogarth a Watteau, los muebles de Chippendale y las porcelanas de Wedgwood a las de Boulle y Sèvres.

54 Hardenberg reorganizó Prusia en sentido estrictamente inglés, cosa que Federico Augusto von der Marwitz le reprochó acerbamente. Asimismo la reforma del ejército por Scharnhorst es una especie de «vuelta a la naturaleza» en el sentido de Rousseau, frente a los ejércitos profesionales de las guerras de gabinete, en tiempos de Federico el Grande.

55 Si la cronología puede hacer uso de signos matemáticos, es justamente porque ya no pertenece al tiempo. Esos números rígidos significan para nosotros el sino de entonces. Sin embargo, su sentido no es matemático —el pasado no es una causa, una fatalidad, no es una fórmula—, y el que los considere matemáticamente, como hace el materialista histórico, cesa al punto de ver el pasado realmente como tal pasado, que ha vivido una vez y solo una vez.

57 En la parte II, cap. IV, núm. 1 y cap. V, núm. 1, se indican los fundamentos de esta concepción, las raíces metafísicas de la economía y de la política.

58 La construcción de hipótesis se verifica en la química con mucha menos dificultad, por la menor afinidad que existe entre la química y la matemática. Las actuales investigaciones sobre la estructura de los átomos forman un castillo de naipes que sería totalmente inadmisible en la teoría electromagnética de la luz (véase sobre esto M. Born, Der Aufbau der Materie [La estructura de la materia] 1920), cuyos autores tuvieron continuamente a la vista los límites que separan una noción matemática de su representación intuitiva por medio de una imagen, nada más que una imagen.

59 Entre esas imágenes y los signos de un cuadro de distribución no existe diferencia esencial.

1 Véanse págs. 199 y 201 de este tomo.

2 La palabra «dimensión» no debiera emplearse más que en singular. Hay extensión, pero no hay extensiones. Las tres direcciones constituyen una abstracción: no están contenidas en el sentimiento inmediato de que el cuerpo se dilata (para el «alma»). La esencia de la dirección es el origen de la misteriosa distinción animal entre la derecha y la izquierda, a la que hay que añadir la tendencia de los vegetales a crecer de abajo arriba —tierra y cielo—. Este es un hecho que se siente como en sueño; aquella es una verdad de la conciencia vigilante, una verdad que hay que aprender y que, por lo tanto, puede dar lugar a equívocos y confusiones. Ambos hallan su expresión en la arquitectura, a saber: en la simetría del plano y en la energía de la elevación. Por eso, en la «estructura» del espacio que nos rodea sentimos el ángulo de 90 grados como privilegiado, y no así el de 60, que hubiera producido otro número de «dimensiones».

3 Los niños no notan en sus dibujos la falta de perspectiva.

4 Su idea de que la absoluta certeza intuitiva que tienen los hechos geométricos simples demuestra la aprioridad del espacio, está fundada en la referida opinión, harto popular, de que la matemática es o geometría o aritmética. Pero la matemática occidental había superado ya entonces ese esquema ingenuo, tomado de la Antigüedad. En lugar del «espacio», la geometría actual establece primero colecciones numéricas varias veces infinitas, entre las cuales la tridimensional constituye un caso particular que no goza de privilegio alguno; y luego investiga dentro de esos grupos las formaciones funcionales y su estructura. Así, pues la intuición sensible, cualquiera que sea su especie, deja de tener el menor contacto con los hechos matemáticos, que se dan en la esfera de esas extensiones, sin que por eso se rebaje en lo más mínimo la evidencia de las mismas. La matemática es independiente de la forma de la intuición. ¿A qué queda, pues, reducida esa famosa evidencia de las formas de la intuición si ya sabemos que la superposición de ambas (tiempo y espacio) en una supuesta experiencia es un artificio engañoso?

5 Sin duda un teorema geométrico puede probarse o, más exactamente, demostrarse en un dibujo; pero el teorema recibe otra forma en cada especie de geometría, y aquí ya no decide nada el dibujo.

6 Es sabido que Gauss mantuvo inéditos sus descubrimientos casi hasta las postrimerías de su vida, por temor a «la gritería de los beocios».

7 Partiendo de esta dirección del cuerpo adquiere sentido la diferencia entre la derecha y la izquierda (págs. 258 y 259 de este tomo). El concepto de «delante» no tiene sentido para el cuerpo de una planta.

8 Ni en griego ni en latín. La palabra τόπος —en latín locus— significa lugar, comarca y también clase, en sentido de clase social. La palabra χὠρα —en latín spatium— significa separación («entre»), distancia, rango y también el suelo, la tierra —τἀ ἐκ τῆςχώρας quiere decir los frutos de la tierra—. La palabra τό κενον —en latín vacuum— significa, sin equívoco alguno, un cuerpo hueco, acentuando el sentido de envoltura. En la literatura de la época imperial, que intenta expresar con vocablos «antiguos» el sentimiento mágico del espacio, empléanse expresiones vagas, como όρατὁς τόπος («mundo sensible») o spatium inane («espacio infinito», pero también superficie amplia; la raíz de la palabra spatium significa hincharse, engordar). En la literatura verdaderamente antigua no había necesidad de tales perífrasis, porque faltaba por completo la representación.

9 Esto está implícito, aunque nadie lo ha visto hasta ahora, en el famoso axioma euclidiano de las paralelas —que por un punto no hay más que una sola paralela a una recta dada—, única proposición de la matemática antigua que permaneció indemostrada y que, como hoy sabemos, es, en efecto, indemostrable. Precisamente por eso se convierte en dogma frente a toda experiencia y, por lo tanto, en centro metafísico y sustentáculo de todo ese sistema geométrico. Lo demás, los axiomas, como los postulados, son premisas o consecuencias. Esa única proposición es para el espíritu antiguo necesaria y universalmente válida —y, sin embargo, indemostrable—. ¿Qué significa esto? Significa que es un símbolo de primer orden. Contiene la estructura misma de la corporeidad antigua. Justamente la parte más débil de la geometría antigua, la proposición contra la cual se levantaron voces de contradicción en la época helenística, es la que mejor manifiesta el alma griega. Y justamente esa proposición, tan evidente para la experiencia diaria, es la que concita sobre sí la duda del pensamiento numérico occidental, fáustico, oriundo de las lejanías incorpóreas. Uno de los más profundos síntomas de nuestra existencia es que, frente a la geometría euclidiana, hayamos puesto no otra, sino otras geometrías, todas las cuales son para nosotros igualmente verdaderas, igualmente coherentes. La tendencia propia de esas geometrías, que debemos concebir como un grupo antieuclidiano, consiste en que, por su misma pluralidad, le quitan a la existencia el sentido corpóreo que Euclides consagró en su postulado, pues contradicen la intuición que pide corporeidad y niega el espacio puro. La cuestión de saber cuál de las tres geometrías no euclidianas es la «exacta», la que sirve de base a la realidad —aunque fue estudiada en serio por Gauss—, se funda en un sentimiento totalmente antiguo y no hubiera debido ser planteada por un pensador de nuestra esfera. Ella es la que nos impide comprender el verdadero y profundo sentido de esta noción: que el símbolo típico de Occidente no consiste en la realidad de tal o cual geometría, sino en la pluralidad de varias geometrías igualmente posibles. El grupo de estas estructuras del espacio, entre las cuales la concepción antigua constituye un simple caso límite, elimina definitivamente del sentimiento puro del espacio el último resto de corporeidad.

10 Este cero —que quizá contenga un vislumbre de la idea que los indios tenían de la extensión, es decir, de esa espaciosidad del universo, expuesta en los Upanishads, y tan extraña a nuestra conciencia del espacio— faltaba naturalmente en la Antigüedad. Pasando por la matemática árabe, donde sufrió una total transformación, fue luego introducido entre nosotros por Stifel, en 1544; pero lo que alteró fundamentalmente su esencia fue el considerarlo como el centro entre + 1 y – 1, como un corte en el continuo numérico lineal; es decir, que el mundo numérico occidental se lo asimiló en un sentido de relación, enteramente contrario al sentido indio.

11 Las palabras «sentimiento de la cueva» son de León Frobenius: Paideuma, pág. 92.

12 Strzygovski: Ursprung der christlichen Kirchenkunst (El arte de las iglesias cristianas y sus orígenes), 1920, pág. 80.

13 Véase parte II, cap. I, núm. 1.

14 Véase parte II, cap. III, núm. 17.

15 Müller-Deecke, Die Etrusker (Los etruscos), 1877, parte II, págs. 128 y sigs. Wissowa, Religion und Kultus der Römer (Religión y culto de los romanos), 1912, pág. 527. La más antigua traza de la Roma quadrata fue un templum. El contorno de la primitiva ciudad estaba, seguramente, relacionado, no con la construcción, sino con reglas sacras, como lo demuestra, en época posterior, la significación del pomerium, de ese límite. El campamento romano es también un templum, cuyo ángulo recto es aún bien visible en la traza de muchas ciudades romanas; es el recinto consagrado, en el cual el ejército se halla bajo la protección de los dioses; no tiene nada que ver, al principio, con la fortificación, que es de época helenística. La mayor parte de los templos de piedra romanos no eran templa; en cambio, el témenos griego primitivo debe de haber significado, en la época homérica, algo semejante.

16 Véase mi prólogo a los Cantos de Ernesto Droem, pág. II.

17 Véase parte II, cap. III, núm. 17.

18 Véase parte II, cap. III, núm. 4.

19 Véase parte II, cap. III, núm. 17.

20 Hölscher, Grabdenkmal des Königs Chephren (La tumba del rey Kefrén). Borchardt, Grabdenkmal des Sahuré (La tumba de Sahuré). Curtius, Die antike Kunst (El arte antiguo), pág. 45.

21 Véase parte II cap. III, núm. 17. Borchardt, Reheiligtum des Newoserre (El santuario de Newoserre). E. Meyer, Geschichte des Altertums (Historia de la antigüedad), I § 251.

22 Relief en creux. Véase H. Schäfer, Von ägyptischer Kunst (El arte egipcio), 1919, I, pág. 41.

23 Véase parte II, cap. III, núm. 17.

24 O. Fischer, Chinesische Landschaftsmalerei (La pintura de paisaje en China), 1921, pág. 24. La gran dificultad que ofrece el estudio del arte chino, como el del arte indio, estriba en que todas las obras de la época primera, esto es, las del Hoang-ho, entre 1300 y 800 a. C., como igualmente las de la India prebudista, han desaparecido sin dejar rastro. Lo que hoy llamamos arte chino corresponde al arte egipcio de la XX dinastía. Las grandes escuelas de la pintura china hallan su justo paralelo en las escuelas de la escultura egipcia del tiempo de los saítas y los Tolomeos, incluso con sus alzas y bajas de tendencias refinadas y arcaizantes sin evolución interna. Por el ejemplo de Egipto puede verse hasta qué punto son legítimas las conclusiones retrospectivas que se saquen acerca del arte primero de la época Chu y de la época védica.

25 C. Glaser, Die Kunst Ostasiens (El arte de Asia Oriental), 1920, pág. 181. Véase también M. Gothein, Geschichte der Gartenkunst (Historia de la jardinería), 1914, II, págs. 331 y sigs.

26 Glaser, op. cit., pág. 43.

27 Véase parte II, cap. II, núm. 7.

28 El arte monológico de los espíritus solitarios es, en realidad, un diálogo consigo mismo. La espiritualidad de las grandes ciudades es la que permite al instinto comunicativo vencer al instinto expresivo (véase parte II, cap. II, núm. 7); de aquí proviene ese arte tendencioso, ese arte que quiere enseñar, convertir, demostrar, ya proposiciones políticosociales, ya tesis morales. Contra ese arte se rebela la fórmula de l’art pour l’art, que no es tanto un ejercicio como una opinión que, al menos, se acuerda todavía del sentido primitivo que tiene la expresión artística.

29 Véase parte II, cap. II, núm. 7. Véase también Worringer, Abstraction und Einfühlung (La abstracción y la proyección sentimental), págs. 66 y sigs.

30 La imitación es vida; pero en el momento de realizarse, ya ha pasado —baja el telón— y cae en el olvido o —si el resultado de ella es una obra duradera— en la historia del arte. Nada se ha conservado de los cantos y danzas de las viejas culturas y bien poco de sus cuadros y poemas; y aun ese poco no contiene apenas otra cosa que la parte ornamental de la imitación primitiva, por ejemplo: el texto de un drama, no el espectáculo y el sonido; las palabras de una poesía, no su recitación; las notas de una música, no el colorido de los instrumentos. Lo esencial ha pasado irrevocablemente. La «representación» es siempre algo nuevo y distinto.

31 Sobre el taller de Tutmés, en Tell-el-Amarna, véase Mitteilungen der DeutschOrientalische Gesellschaft (Comunicaciones de la Sociedad Oriental Alemana), núm. 52.

32 K. Burdach, Deutsche Renaissance (Renacimiento alemán), pág. II. Igualmente toda arte plástica de la época gótica tiene un tipismo y un simbolismo rigurosos.

33 E. Norden, Antike Kunstprosa (La prosa artística de los antiguos), págs. 8 y sigs.

34 Véase parte II, cap. III, núm. 15.

35 Por eso la escritura tiene un carácter ornamental.

36 Véase págs. 282 y 283 de este tomo.

37 Véase parte II, cap. II, núm. 2.

38 Así se distinguen, al este del Elba, las aldeas eslavas construidas en forma de anillo, y las aldeas germánicas, en forma de calles. Igualmente, según la abundancia relativa de las chozas redondas o de las casas cuadradas, en la Italia antigua pueden colegirse algunos acontecimientos de los tiempos homéricos.

39 Véase parte II, cap. II, núm. 3.

40 Véase págs. 255 y 256 de este tomo.

41 Véase parte II, cap. II, núm. 8.

42 Véase pág. 207 de este tomo.

43 Véase pág. 126 de este tomo.

44 Lo mismo puede decirse de los edificios egipcios de la época de los tinitas y de los templos seleucidicopersas del Sol y del Fuego, construidos en los siglos precristianos.

45 Véase Worringer, Formprobleme der Gotik, traducido al castellano con el título La esencia del arte gótico y publicado por la Revista de Occidente.

46 Dvorak, «Idealismus und Naturalismus in der gotischen Skulptur und Malerei» (Idealismo y naturalismo en la escultura y en la pintura góticas), en Historische Zeitschrift (Revista Histórica), 1918, págs. 44 y sigs.

47 Ornamento, en el más alto sentido, es, en fin, la escritura, y por lo tanto, el libro, que es propiamente el correlato del templo y que aparece cuando este aparece, o no existe si este no existe. (Véanse parte II, cap. II, núm. 13, y cap. III, núm. 11). En la escritura no ha adquirido forma la intuición, sino la intelección. Los signos gráficos no simbolizan esencias, sino conceptos abstractos, es decir, separados de las esencias. El espíritu humano, habituado al lenguaje, se representa lo que tiene delante como espacio rígido; por eso la escritura es, después de la arquitectura, la expresión más perfecta del símbolo primario de una cultura. Es completamente imposible comprender la historia del arabesco y se prescinde de los innumerables tipos de escritura árabe. Y la historia del estilo egipcio y chino es inseparable de la historia de los signos gráficos, su disposición y colocación.

48 Véase pág. 264 de este tomo.

49 Véase parte II, cap. III, núm. 18.

50 No cabe duda de que los griegos se hallaban bajo la profunda impresión que les hicieran las columnatas egipcias cuando verificaron el tránsito del templo de antas al períptero, es decir, en la misma época en que la plástica del bulto, influida también por modelos indudablemente egipcios, elimina la tendencia al relieve, que aún se percibe claramente en las figuras de Apolo. Esto no quiere decir que el motivo de la columna antigua y la aplicación que los antiguos dieron al principio de la serie no sean cosas perfectamente propias e independientes.

51 Al espacio limitado, no a la piedra. Véase Dvorak, Historische Zeitschrift (Revista Histórica), 1918, págs. 17 y sigs.

52 Dehio, Geschichte der deutschen Kunst (Historia del arte alemán), I, pág. 16.

53 H. Schäfer, Von agyptischer Kunst (Del arte egipcio), I, págs. 15 y sigs.

54 Frankl, Baukunst des Mittelalters (La arquitectura medieval), 1918. págs. 16 y sigs.

55 Véase parte II, cap. II, núm. 18. El sentimiento vital de los rusos carece, en efecto, de toda tendencia a la verticalidad. Este carácter se manifiesta también en la figura legendaria de Ilia de Murom (véase parte II, cap. III, núm. 2). El ruso no tiene la menor relación con un Dios Padre. Su ethos no consiste en el amor filial, sino en el amor fraternal, que irradia por doquiera en la planicie humana. Los rusos sienten a Cristo como hermano. El afán de perfección en sentido vertical que palpita en el alma fáustica es, para el auténtico ruso, vano e incomprensible. Las ideas de los rusos sobre el Estado y la propiedad carecen igualmente de toda tendencia vertical.

56 El kokoschnick es, propiamente, un adorno del tocado femenino, que consiste en un paño bordado, con brillantes lentejuelas y cortado por delante en forma de diadema. (N. del T.)

57 En la iglesia del cementerio de Kishi hay veintidós. Véase J. Grabar, Historia del arte ruso, 1911 (en ruso), I-III. Eliasberg, Russische Baukunst (Arquitectura rusa), 1922, introducción.

58 Las estructuras de la historia egipcia y de la historia occidental son tan claras, que permiten llevar las comparaciones hasta los detalles. Sería de mucho valor una investigación histórica y artística de estas comparaciones. La IV dinastía, cuyo estilo es la pirámide en sentido estricto (2930-2750, Keops, Kefrén), corresponde al románico (980-1100). La V dinastía (2750-2625, Sahuré) corresponde al gótico primitivo (1100-1230). La VI dinastía, apogeo de la escultura arcaica (2625-2575, Fiops I y II) corresponde al gótico (1230-1400).

59 Contemplación. (N. del T.)

60 Véase parte II, cap. V, núm. 6.

61 Koldewey-Puchstein, Die griechische Tempel in Unteritalien und Sizilien (Los templos griegos de la Italia meridional y de Sicilia), I, pág. 228.

62 Véase sobre esto y lo que sigue la parte II, cap. III.

63 Véase parte II, cap. III, núm. 3.

64 Stilfragen. Grundlagen zu einer Geschichte der Ornamentik (Problemas del estilo. Bases para una historia de la ornamentación), 1893, Spätrömische Kunstindustrie (El arte industrial en la Roma posterior) 1901.

65 Amida (1910), Die bildende Kunst des Ostens (El arte plástico de Oriente), 1916. Altai-Irán (1917), Die Baukunst der Armenier und Europa (La Arquitectura de los armenios y Europa), 1918.

66 Que no son mayores que las que existen entre el arte dórico y el arte etrusco, y que son menores que las que existían hacia 1450 entre el Renacimiento florentino, el gótico francés, el gótico español y gótico oriental alemán (gótico de ladrillos).

67 Véase parte II, cap. III, núm. 12.

68 Seguramente las más antiguas fundaciones cristianas en el imperio de Axum coinciden con las paganas de los sabeos.

69 Véase parte II, cap. III, núm. 1.

70 Véase parte II, cap. III, núm. 13.

71 Kohl y Watzinger, Antike Synagogen in Galilea (Sinagogas antiguas de Galilea), 1916. Basílicas son los santuarios de Baal en Palmira, Baalbek y muchos otros puntos. A veces son anteriores al cristianismo, aunque luego pasan a servir de templos cristianos.

72 Véase parte II, cap. III, núm. 4.

73 Frauberger, Die Akropolis von Baalbek, grabado núm. 22.

74 Diez, Die Kunst der islamischen Völker (El arte de los pueblos islámicos), págs. 8 y sigs. En los templos sabeos primitivos la capilla del oráculo (makanat) se halla delante del altar (mahdar).

75 Wulff, Altchristliche und byzantinische Kunst (Arte cristiano primitivo y bizantino), pág. 227.

76 Plinio habla de la abundancia de templos en esta región. De un tipo de templo nacido en la Arabia meridional procede probablemente la basílica transversal —con la entrada por el lado más largo— que se encuentra en Haurán y que se manifiesta también en la división transversal del altar de San Pablo, en Roma.

77 Este ejemplar, de una arquitectura puramente interior, no tiene nada que ver, ni por su técnica ni por su sentimiento del espacio, con los edificios circulares etruscos. Altmann, Die italischen Rundbauten (Los edificios circulares italianos), 1906. En cambio concuerda con las cúpulas de la villa de Adriano en Tíbur.

78 La leyenda del santo Grial tiene fuertes momentos de sentimiento árabe, junto a otros célticos. La figura de Parsifal, empero, es puramente fáustica en todos los puntos en que Wolfram de Eschenbach se aparta de su modelo, Cristián de Troyes.

79 La relación de la columna con el arco «corresponde» espiritualmente a la del muro con la bóveda. Cuando entre el cuadrilátero y la cúpula viene a situarse el tambor, entonces también entre el capitel y el pie del arco se interpone la imposta.

80 A. Riegel, Stilfragen (Problemas de estilo), 1893, págs. 248 y sigs., y 272 y sigs.

81 Dehio, Geschichte der deutschen Kunst (Historia del arte alemán), I, págs. 16 y sigs.

82 Wulff, Altchristliche-byzantinische Kunst (Arte cristiano primitivo y bizantino), págs. 153 y sigs.

83 Véase parte II, cap. III, núm. 13. Véase Geffken, Der Ausgang des griechich-römischen Heidentums (El fin del paganismo grecorromano), 1920, pág. 113.

1 Cuando la palabra —signo que sirve para comunicar la intelección— llega a convertirse en un elemento de expresión artística, la conciencia humana vigilante deja entonces de constituir un conjunto expresivo o que recibe impresiones. Los sonidos verbales, incluso cuando se emplean artísticamente —y no hablemos de la palabra leída, que en las culturas superiores es el medio de que se vale la literatura propiamente dicha—, separan insensiblemente la audición de la intelección, pues el sentido habitual de las palabras entra también en juego; y bajo la creciente influencia del arte verbal llegan asimismo las artes no verbales a emplear recursos expresivos que dan a los motivos artísticos ciertas significaciones verbales. Así nace la alegoría, que no es otra cosa que un motivo, con significación verbal, como en la escultura barroca desde Bernini. Así, la pintura se convierte muchas veces en una especie de escritura hecha con figuras (como sucede en Bizancio desde el segundo Concilio de Nicea, en 787), en un arte, por lo tanto, que le arrebata al artista la facultad de elegir y ordenar las figuras. Así también se distinguen las arias de Gluck, cuyas melodías brotan del sentido del texto, de las arias de Alejandro Scarlatti, cuyos textos en sí mismos indiferentes, sirven solo para sostener la voz. El contrapunto del alto gótico, en el siglo XIII, no tiene nada en cuenta la significación de las palabras: es pura y simplemente una arquitectura de voces humanas, con varios textos, incluso de distintos idiomas, textos espirituales y profanos, que se cantaban a la vez.

2 El resultado de nuestros métodos eruditos es una historia del arte de la cual queda excluida la historia de la música. La historia del arte constituye un elemento esencial de toda buena educación; en cambio, la historia de la música es cosa de especialistas. Pero esto es lo mismo que si quisiéramos escribir la historia de Grecia excluyendo a Esparta. Así, la historia del arte se convierte en una falsificación de buena fe.

3 Véase parte II, cap. II, núm. 3. La calles del antiguo Egipto debieron de tener un aspecto semejante, a juzgar por las tablillas de casas que se encontraron en Cnosos (H. Bossert, Alt-Creta [Vieja Creta], 1921, figura 14). El pilono es una verdadera fachada.

4 Ghiberti y aun Donatello están todavía llenos de goticismo, y Miguel Ángel tiene ya un sentimiento barroco, esto es, musical.

5 Véase Déonna, Les Apollons archaiques, 1909.

6 Véase Woermann, Geschichte der Kunst (Historia del arte), I, 1915, pág. 236. Pueden servir de ejemplos de los primeros la Hera de Cheramyés y la constante tendencia a convertir las columnas en cariátides; y de lo segundo, la Artemisa de Nicandro y su relación con la vieja técnica de las metopas.

7 La mayor parte de las obras son grupos de frontón o metopas. Pero las mismas figuras de Apolo y las «vírgenes» de la Acrópolis no pueden haber estado aisladas.

8 Véase Von Salis, Kunst der Griechen (Arte de los griegos), 1919, págs. 47, 98 y sigs.

9 Justamente la decidida predilección por la piedra blanca es característica de la oposición entre el sentimiento antiguo y el sentimiento renacentista.

10 Estos términos están tomados en el sentido alejandrino. En nuestra terminología actual significan cosas muy distintas.

11 La música rusa nos parece toda ella infinitamente triste, y, sin embargo, los rusos aseguran que a ellos no les produce tal impresión.

12 Véase parte II, cap. III, núm. 3.

13 En la música barroca, «imitar» significa algo muy distinto: significa reproducir un motivo con otro colorido (en otra tonalidad).

14 En efecto, lo único que queda son las notas, las cuales hablan únicamente a quien aún conoce y domina el tono y la ejecución de los medios expresivos correspondientes.

15 1323-1382, contemporáneo de Machault y Felipe de Vitry, en cuya generación quedaron definitivamente establecidas las leyes y prohibiciones del contrapunto riguroso.

16 Véase pág. 49 de este tomo, y parte II, cap. III, núm. 17.

17 Véase parte II, cap. III, núm. 18.

18 Véase pág. 142 de este tomo.

19 Einstein, Geschichte der Musik (Historia de la música), pág. 67.

20 Véase parte II, cap. III, núms. 17 y 18.

21 No es solamente un movimiento italiano, nacional —que el gótico italiano también lo es—, sino más aún: puramente florentino, y hasta en la misma Florencia constituye el ideal de una sola clase social. Lo que en el Trecento se llama Renacimiento, tiene su centro en Provenza, sobre todo en la corte de los papas, en Aviñón, y no es sino la cultura cortesana y caballeresca de la Europa meridional, desde la Italia del norte hasta España, que se hallaba sometida a las fortísimas influencias de la sociedad distinguida de los moros en España y Sicilia.

22 El ornamento renacentista es un mero adorno, una invención artística consciente. Hasta el estilo barroco no se vuelve a encontrar una «necesidad» de alto simbolismo.

23 París se halla resueltamente en esa comarca. En el siglo XV se hablaba en París tanto flamenco como francés, y por las partes más viejas de su aspecto arquitectónico, París se parece más a Brujas y Gante que a Troyes y Poitiers.

24 A. Schmarsow, Gotik in der Renaissance (El gótico en el Renacimiento), 1921. B. Händke, «Der niederländische Einfluss auf die Malerei Toscana-Umbriens» (La influencia holandesa sobre la pintura de Toscana y Umbría). Monatsheft für Kunstwissenschaft (Revista Mensual de la Ciencia del Arte), 1912.

25 Svoboda, Römische und romanische Paläste (Palacios romanos y románicos), 1919. Rostowzew, Pompejanische Landschaften und römische Villen (Paisajes pompeyanos y villas romanas). Römische Mitteilungen (Comunicaciones romanas), 1904.

26 Véase parte II, cap. II, núm. 5.

27 En la pintura antigua, el primero que empleó luces y sombras con regularidad fue Zeuxis. Pero las usó simplemente como sombreado de las cosas mismas, para sustraer la plástica de los cuerpos pintados al estilo de relieve y sin la menor relación con la hora del día. En cambio, desde los primeros holandeses las luces y las sombras son ya tonalidades de color y tienen un sentido netamente atmosférico.

28 Los artistas antiguos conocían muy bien el azul y sus efectos. Las metopas de muchos templos tenían un fondo azul porque debían dar la impresión de profundidad frente a los triglifos. La pintura industrial empleó en la Antigüedad todos los colores que sus recursos técnicos le permitieron producir; se sabe que en las obras arcaicas de la Acrópolis y en las pinturas funerarias de Etruria había caballos azules. Era muy corriente el color azul chillón en la cabellera.

29 La pulimentación brillante de la piedra en el arte egipcio tiene también una profunda significación simbólica, de índole muy semejante. Obliga a la mirada a seguir el movimiento de la parte exterior de la estatua, anulando de esa suerte la impresión de la corporeidad. En cambio, la escultura griega, que pasando por el mármol de Naxos llega a emplear el translúcido de Paros y del Pentélico, manifiesta a las claras su propósito de hacer penetrar la mirada en la esencia material del cuerpo.

30 Véase parte II, cap. III, núm. 13.

31 Su retrato de la señora Gedon, inmerso en un tono de color pardusco, es el último que se hace en Occidente a la manera de los grandes maestros; está pintado enteramente en el estilo del pasado.

32 Los instrumentos de cuerda representan en la orquesta los colores de la lejanía. El verde azulado de Watteau se encuentra ya en el bel canto napolitano, hacia 1700, en Couperin, en Mozart y en Haydn. El tono pardo de los holandeses lo hallamos en Corelli, Händel y Beethoven. También los instrumentos de madera evocan claras lejanías. En cambio, el amarillo y el rojo, colores de la proximidad, colores populares, constituyen el timbre de los instrumentos de cobre, que producen un efecto rayano en la ordinariez. El sonido de un violín viejo es perfectamente incorpóreo. Vale la pena observar que la música griega, a pesar de su insignificancia, evoluciona en el sentido de preferir a la lira dórica la flauta jónica —aulo y siringa— y que los dorios puros censuraban esta tendencia a la molicie y bajeza, aun en la época de Pericles.

33 No debe confundirse la tendencia que se manifiesta en el brillo dorado de un cuerpo al aire libre con la tendencia arábiga a poner fondos dorados brillantes detrás de las figuras, en la penumbra del espacio interior.

34 Hume, filósofo inglés del siglo XVIII, dice, en unas consideraciones sobre los parques ingleses, que las ruinas góticas representan el triunfo del tiempo sobre la fuerza, y las griegas el de la barbarie sobre el buen gusto. En esta época fue cuando se descubrió la belleza del Rin, con sus ruinosos castillos. Desde entonces es el Rin el río histórico de los alemanes.

35 Para nuestro sentimiento, los cuadros viejos, al ennegrecerse aumentan de valor, aunque el intelecto artístico se pronuncie en contra. En cambio, si los óleos empleados por los viejos maestros hubiesen emblanquecido los cuadros, habríamos considerado este hecho como una destrucción.

36 En este sentido suelen citarse solamente artistas griegos junto a Rubens y Rabelais.

37 Una de sus amantes quejábase de qu’il puait comme une charogne. Es de notar que justamente los músicos no han tenido nunca fama de limpios.

38 Desde el canon solemne de Policleto hasta el canon elegante de Lisipo se señala un aligeramiento de la construcción semejante al progreso que va del orden dórico al corintio. El sentimiento euclidiano comienza a destruirse.

39 Véase parte II, cap. III, núm. 17.

40 En otras comarcas, como Egipto y Japón —y con esto nos anticipamos a refutar una explicación particularmente mezquina y absurda—, el espectáculo de hombres y mujeres desnudos era mucho más frecuente que en Atenas, y sin embargo, el japonés aficionado al arte considera hoy como trivial y ridícula la representación insistente del desnudo. Hay sin duda, desnudos en su arte, como hay los desnudos de Adán y Eva en la catedral de Banberg; pero están tratados como un objeto, sin especiales posibilidades significativas.

41 Kluge, Deutsche Sprachgeschichte (Historia de la lengua alemana), 1920, págs. 202 y sigs.

42 A. Conze, Die attischen Grabreliefs (Los relieves funerarios de Atenas), 1893.

43 El Apolo con la cítara, de Múnich, fue admirado y alabado por Winkkelmann y su tiempo creyendo ver en él una musa. Una cabeza de Atenea, de la escuela de Fidias, que hay en Bolonia, pasaba no hace mucho por la de un general. En un arte fisiognómico, como el barroco, tales errores serían imposibles.

44 Véase pág. 217 de este tomo, y parte II, cap. III, núm. 17.

45 Señora Hogar.

46 Señora Sol.

47 Señora Mundo.

48 Señora Amor.

49 Véase parte II, cap. II, núm. 17.

50 La poesía aristocrática de Homero, que en esto se parece a las cortesanas narraciones de Boccaccio, había comenzado ya a mundanizar las deidades. Pero los círculos religiosos, durante toda la Antigüedad, consideraron esto como una profanación; bien se advierte en el culto sin imágenes, que Homero mismo a veces defiende, y sobre todo en la ira de los pensadores que como Heráclito y Platón comulgaban en las tradiciones del templo. Mucho después se impuso una libertad sin límites en la representación de los dioses —aun los más encumbrados— por medio del arte. Esta libertad se parece en cierto modo al catolicismo teatral de Rossini y de Liszt, que ya se anuncia en Corelli y Händel y que en 1564 casi habría llegado a prohibir la música de iglesia.

51 Los paisajes barrocos empiezan por ser una composición de fondos y acaban en retratos de una comarca determinada, cuya alma se trata de reproducir.

52 El arte helenístico del retrato podría caracterizarse como el proceso inverso.

53 La decadencia del arte occidental, desde 1850, se manifiesta a las claras en la estúpida masa de desnudos; se ha perdido por completo el profundo sentido del desnudo y su significación como motivo pictórico.

54 Rubens, y entre los modernos, sobre todo, Böcklin y Feuerbach, van perdiendo. En cambio Goya, Daumier y, en Alemania, Oldach, Wasmann, Rayski y muchos otros artistas del principio del siglo XIX, hoy casi olvidados van ganando. Marées entra a formar entre los más grandes.

55 Es la misma «noble sencillez y tranquila grandeza» —como dicen los clasicistas alemanes— que imprime un sello de «antigüedad» en los edificios de Hildesheim, Gernrode, Paulinzella, Hersfeld. Justamente el claustro en ruinas de Paulinzella realiza en gran parte la emoción que Brunelleschi perseguía en sus patios. Pero el sentimiento creador que dio vida a esos edificios no procede de la existencia antigua; lo hemos proyectado nosotros en la representación que nos forjamos de la Antigüedad. La paz infinita, la amplitud de ese sentimiento de descanso en el Señor que caracteriza a todo lo florentino cuando no hace resaltar la gótica obstinación de Verrocchio, no tiene la menor relación con la swϕrosunh de Atenas.

56 Nadie ha observado cuán trivial resulta, después de Miguel Ángel, la relación que los pocos escultores posteriores mantienen con el mármol, relación que aparece aún más mezquina si se compara con la profunda, íntima adhesión de los grandes músicos a sus instrumentos preferidos. Recuérdese la historia del violín de Tartini, que se hizo pedazos a la muerte del maestro. Y como ésta hay cien más, que corresponden en Occidente a la leyenda de Pigmalión en la Antigüedad. Conviene recordar asimismo la figura del maestro Kreisler, creación de Hoffmann, que puede parangonarse con Fausto, Werther y don Juan. Para sentir su valor simbólico y su necesidad interna hay que comparar esa figura de músico con los tipos teatrales de los pintores en el romanticismo de la misma época: esos pintores no guardan la menor relación con la idea de la pintura. El pintor no puede representar el sino del arte fáustico. Esto basta para juzgar todas esas novelas de artistas que el siglo XIX ha producido.

57 En las obras del Renacimiento, lo demasiado acabado produce a veces una penosa impresión. Sentimos en ello como una falta de «infinitud». No hay secretos ni descubrimientos.

58 Por eso es imposible una pintura religiosa fundada en el aire libre. El sentimiento que anima el impresionismo es de tal manera irreligioso, de tal modo circunscrito a una «religión racional», que los numerosísimos ensayos intentados honradamente para introducirlo en la Iglesia hacen el efecto de cosa vana y falsa (Uhde, Puvis de Chavannes). Un solo cuadro de «aire libre» basta para «mundanizar» el interior de una iglesia, rebajándola hasta convertirla en una sala de exposición.

59 Véase parte II, cap. II, núm. 7.

1 Véase parte I, págs. 169 y sigs. de este tomo.

2 Véase parte I, pág. 205 de este tomo.

3 Los idiomas primitivos no constituyen una base para los procesos abstractos del pensamiento. Al comienzo de cada cultura se verifica una transformación interna del cuerpo lingüístico vigente, que lo capacita para los más elevados problemas simbólicos del desarrollo cultural. Así, al mismo tiempo que el estilo románico, nacen en Europa el alemán y el inglés, derivados de los idiomas germánicos, y el francés, el italiano, el español derivados de la lingua rustica que se hablaba en las provincias romanas; y estos idiomas, a pesar de tener tan diferente origen, encierran todos un mismo contenido metafísico.

4 Véase pág. 378 de este tomo.

5 Véase parte I, pág. 262 de este tomo.

6 Pensamiento, coraje, apetito. (N. del T.)

7 El entendimiento, el apetito, el coraje. (N. del T.)

8 La razón. (N. del T.)

9 Véase parte II, cap. III, núm. 8.

10 Véase parte II, cap. II, núm. 10.

11 Soplo, espíritu. (N. del T.)

12 Cuerpo psíquico y cuerpo neumático. (N. del T.)

13 Véase De Boer, Geschichte der Philosophie im Islam (Historia de la filosofía en el Islam), 1901, págs. 93 y 108.

14 Windelband, Geschichte der neueren Philosophie (Historia de la filosofía moderna), 1919, I, pág. 208, y en el libro Kultur der Gegenwart (Cultura del presente), editado por Hinneberg, I, V (1913), pág. 484.

15 Véase parte II, cap. III, núm. 10.

16 Si, pues, en este libro, el tiempo, la dirección y el sino afirman su primacía sobre el espacio y la causalidad, no es porque haya pruebas lógicas que lo demuestren, sino porque las tendencias —inconscientes— del sentimiento vital se procuran pruebas en su favor. El origen de los pensamientos filosóficos no es nunca otro.

17 Véase parte I, pág. 299 de este tomo.

18 Véase parte II, cap. III, núm. 18.

19 «Hijo del hombre» es una traducción falsa y engañosa de barnasha. Lo que se quiere expresar aquí no es la relación filial, sino la compenetración con la planicie humana.

20 (ἐθἐλω y βοὐλομαι) significan tener el propósito de, el deseo de, estar inclinado a; βουλἠ significa consejo, plan; no hay sustantivo derivado de ἐθἐλω. Voluntas no es un concepto psicológico: tiene el sentido práctico romano de la potestas y la virtus; es una denominación que indica una disposición práctica, externa y visible, la gravedad de una realidad humana. Nosotros empleamos en tales casos la palabra «energía». La voluntad de Napoleón y la energía de Napoleón son cosas muy diferentes; como, por ejemplo, la fuerza ascensional y el peso. No debe confundirse la inteligencia dirigida hacia afuera —que distingue a los romanos, hombres civilizados, de los griegos, hombres cultos— con lo que aquí llamamos voluntad. César no es un hombre de voluntad, en el sentido de Napoleón. Característico es el lenguaje del derecho romano, que mejor que la poesía revela con espontaneidad el sentimiento fundamental del alma romana. El propósito se dice animus (animus occidendi); el deseo que se endereza a lo punible, dolus, por oposición a la involuntaria lesión del derecho (culpa). Voluntas no aparece como expresión técnica.

21 El alma china «peregrina por el mundo»: tal es el sentido de la perspectiva pictórica en el Asia oriental, su punto de convergencia es el centro del cuadro, no el fondo. La perspectiva somete las cosas al yo, que las concibe ordenándolas. La negación del fondo en perspectiva por los antiguos significa la falta de «voluntad», de pretensión de dominio sobre el mundo. A la perspectiva china como también a la técnica china, le falta energía de dirección (parte II, cap. V, núm. 6). Por eso, a la poderosa tendencia a la profundidad, que caracteriza nuestra pintura de paisaje, opongo yo la perspectiva asiática del tao, que expresa claramente en el cuadro un cierto sentimiento cósmico.

22 Es claro que el ateísmo no constituye una excepción. Cuando el materialista o darwinista habla de «la naturaleza», que ordena las cosas con finalidad, que selecciona, que produce o aniquila algo, no hace más que seguir el deísmo del siglo XVIII, cambiando de palabra, pero conservando intacto el mismo sentimiento cósmico.

23 No debe olvidarse la considerable participación que han tenido los sabios jesuitas en el desarrollo de la física teórica. El padre Boscovich fue el primero que, superando a Newton, creó un sistema de las fuerzas centrales (1759). En el jesuitismo, la identificación de Dios con el espacio puro es más sensible aún que en el jansenismo de Port-Royal, con el que estuvieron en estrecha relación los matemáticos Pascal y Descartes.

24 Lutero colocó en el centro de la moral la actividad práctica: lo que Goethe llamaba las «exigencias de cada día». Y esta es la razón fundamental que explica por qué el protestantismo impresiona tan fuertemente las naturalezas profundas. Las «obras piadosas», a las que falta esta energía de dirección, que aquí hemos definido, pasan necesariamente a segundo término. Su valoración preeminente revela, como el Renacimiento, un resto de sentimiento meridional. He aquí la razón moral profunda que explica el creciente menosprecio de la vida monástica. En la época gótica, la entrada en el claustro, la renuncia a toda solicitud, a toda actividad, a toda voluntad, era un acto de máxima valía moral, era el sacrificio más grande que podía imaginarse, el sacrificio de la vida. Pero en la época barroca los mismos católicos ya no sienten así. Lugar, no de renuncias, sino de inactivo goce, el claustro ha caído víctima del espíritu que se manifiesta en la época de la Ilustración.

25 Πρόσωπον significa, en el griego antiguo, rostro, y más tarde, en Atenas, careta. Aristóteles no conoce aún la significación de «persona» que acaba por tener esta palabra. La expresión jurídica de «persona» que primitivamente designa la máscara teatral, es la que en la época imperial transmite al πρὀσωπον griego el sentido preciso romano. Véase R. Hirzel, Die Person, 1914, pág. 40 y sigs.

26 Templanza armoniosa, bondad y belleza, ecuanimidad. (N. del T.)

27 Animal político. (N. del T.)

28 Véase parte I, pág. 209 de este tomo.

29 Véase W. Creizenach, Geschichte des neueren Dramas (Historia del drama moderno), II (1918), págs. 346 y sigs.

30 Remedo, no de hombres, sino de la práctica y de la vida. (N. del T.)

31 Véanse págs. 378, 379, 384 y 385 de este tomo.

32 Véase parte I, págs. 226 y sigs. de este tomo.

33 Fatalidad. (N. del T.)

34 Véase parte I, pág. 208 de este tomo.

35 Corresponde esto al cambio de significación sufrido por los términos «antiguos» pathos y passio. Este último se formó en la época imperial, según el modelo del primero, y ha conservado su sentido original en la Pasión de Cristo. En la época primitiva del gótico es cuando se verifica el cambio en el sentimiento de la significación; ello acontece en la orden franciscana y con los discípulos de Joaquín de Floris. Finalmente, la voz passio, como expresión de condiciones profundas que tienden a descargar, designa el dinamismo psíquico en general. Con el sentido de energía de la voluntad y de la dirección, la palabra passio fue vertida al alemán (Leidenschaft) en 1647, por Zesen.

36 Los misterios de Eleusis no eran un secreto. Todo el mundo sabía lo que pasaba en ellos. Pero producían en los fieles una misteriosa emoción y se consideraba que el reproducir fuera del templo sus formas sagradas era profanarlas, «delatarlas». Véase sobre esto y lo que sigue A. Dieterich, Kleine Schriften (Escritos breves), 1911, pág. 114 y sigs.

37 Véase parte II, cap. III, núm. 17.

38 Los sátiros eran machos cabríos: Sileno, el primer bailarín, llevaba una cola de caballo. Pero los pájaros, las avispas, las ranas de Aristóteles aluden quizá a otros disfraces.

39 Esto sucede en la primera época en que Policleto da a la plástica la victoria sobre la pintura al fresco. Véase pág. 401 de este tomo.

40 El cuadro escénico imaginado por los tres grandes trágicos podría quizá compararse con la evolución estilística de los frontones de Egina, Olimpia y el Partenón.

41 Repetimos una vez más que la «pintura de sombras» entre los griegos —Zeuxis, Apolodoro— sirve para modelar los cuerpos de manera que produzcan a la vista un efecto plástico. De ningún modo se propone con las sombras reproducir un espacio iluminado. El cuerpo está «sombreado» pero no lanza sombra ninguna.

42 La gran masa de los socialistas cesaría inmediatamente de serlo si pudiera comprender, aunque fuese de lejos, el socialismo de los nueve o diez hombres que lo conciben hoy en sus últimas consecuencias históricas.

43 Véanse págs. 348 y sigs. de este tomo.

44 Véanse págs. 228 y sigs. de este tomo.

45 El número de las estrellas que aparecen en el telescopio cuando se aumenta progresivamente la fuerza de este, disminuye rápidamente en los bordes.

46 La embriaguez de las grandes cifras es una emoción característica que solo conoce el hombre de Occidente. En la civilización actual desempeña una función preeminente ese símbolo, la pasión por sumas gigantescas, por medidas infinitamente pequeñas e infinitamente grandes, por records y estadísticas de todo género.

47 En el segundo milenio antes de Jesucristo navegaban desde Islandia y el mar del Norte por el cabo Finisterre hasta Canarias y el África Occidental. Las leyendas griegas acerca de la Atlántida conservan un recuerdo de estas comarcas. El imperio de Tartessos, en la desembocadura del Guadalquivir, parece haber sido el centro de estos tráficos. Véase L. Frobenius, Das unbekannte Afrika (El África desconocida), pág. 139. Alguna relación con estos pueblos debieron mantener, sin duda, los «pueblos del mar», enjambres de vikingos que, tras larga peregrinación por tierra, en dirección hacia el sur, se construyeron naves en el mar Egeo y en el Negro y desde la época de Ramsés II (1292-1225) aparecieron frente a Egipto. La forma de sus barcos, que conocemos por los relieves egipcios, es totalmente diferente de la de los egipcios y fenicios; acaso se parecía a la de las naves que César vio usar a los venetas de Bretaña. Un ejemplo posterior de esos avances nos lo dan los varegos en Rusia y Constantinopla. Es de esperar que pronto obtengamos un conocimiento más preciso de estas corrientes migratorias.

48 Véase parte II, cap. V, núm. 6.

49 Véase parte II, cap. II, núm. 18, y cap. IV, núm. 6.

50 Véase parte II, cap. I, núm. 16.

51 «Griego» significa aquí el adicto a los cultos sincretísticos.

52 Animal político. (N. del T.)

53 Nos referimos aquí de modo exclusivo a la moral consciente, religiosofilosófica, a la moral conocida, enseñada, practicada, no al ritmo racial de la vida, la «costumbre» que es inconsciente. Aquella se mueve entre los conceptos espirituales de virtud y pecado, bueno y malo; esta, entre los ideales de sangre, honor, fidelidad, valentía y las decisiones del sentimiento rítmico de lo distinguido y lo ordinario. Véase sobre esto, parte II, cap. IV, núm. 3.

54 Indiferencia. (N. del T.)

55 Después de lo que hemos dicho sobre la falta de palabras bien significativas para traducir a los idiomas antiguos «voluntad» y «espacio» y sobre la significación de tal laguna, no será de extrañar que ni en griego ni en latín pueda reproducirse con exactitud la distancia entre acto y actividad.

56 El camino hacia arriba y hacia abajo. (N. del T.)

57 Véase parte II, cap. II, núm. 9.

58 «El que tenga oídos, que oiga». Este no es un imperativo. No es así como ha comprendido su misión la Iglesia de Occidente. La «buena nueva» de Jesús, de Zaratustra, de Mani, de Mahoma, de los neoplatónicos y de todas las religiones mágicas vecinas, son beneficios misteriosos que se conceden, pero no se imponen. El cristianismo primitivo, habiendo ingresado en el mundo antiguo, se limitó a imitar la misión de los estoicos posteriores que hacía tiempo se habían transformado en el sentido mágico. Es posible que san Pablo dé la impresión de importuno e insistente, como la daban a veces los predicadores estoicos, a juzgar por la literatura de la época, pero nunca se produce en forma imperativa. A esto puede añadirse un ejemplo algo heterogéneo, pero pertinente, los médicos de estilo mágico ponderan sus arcanos misteriosos; en cambio, los médicos occidentales confieren a su ciencia vigor de ley (ley de vacunación, inspección de carnes, etc.).

59 Véanse págs. 304, 325 y sigs. de este tomo.

60 Véase parte II, cap. III, núm. 15.

61 Virtud. (N. del T.)

62 Véase parte II, cap. II, núm. 4.

63 El primero se funda en el sistema ateísta de Sankhya; el segundo, en la sofística por intermedio de Sócrates; el tercero, en el sensualismo inglés.

64 Véase parte II, cap. IV, núm. 5.

65 Solo algunos siglos después produjo la concepción budista de la vida —que no reconoce ni Dios ni metafísica— una religión de felahs, volviendo a la teología brahmánica, fosilizada, y a los viejos cultos populares. Véase parte II, cap. III. núms. 19 y 20.

66 Claro está que cada cultura tiene su propia especie de materialismo, condicionada en todas sus partes por su sentimiento cósmico.

67 Habría que decir, además, con qué cristianismo, si con el de los padres de la Iglesia o con el de las Cruzadas, pues son dos religiones diferentes bajo el mismo manto dogmático-cultural. Igual incapacidad para la fina psicología revela la comparación, hoy tan frecuente, entre el socialismo actual y el cristianismo primitivo.

68 Placer. (N. del T.)

69 Adviértase la notable semejanza de muchos bustos romanos con las caras de los americanos actuales, hombres de acción, o también —aunque no tan claramente— con algunos retratos egipcios del Imperio Nuevo. Véase parte II, cap. II, núm. 5.

70 Edad u hora crítica. (N. del T.)

71 Véase parte II, cap. II, núm. 5.

72 Los muchos. (N. del T.)

73 P. Wendland, Die hellenistische-römische Kultur (La cultura helenísticorromana), 1912, pág. 75.

74 Véase parte II, cap. III, núm. 14.

75 Véase parte II, cap. III, núm. 7.

76 Sobre todo lo que sigue véase mi obra Preussentum und Sozialismus (Prusianismo y socialismo), pág. 22.

77 Véase parte II, cap. III, núms. 15 y 19.

78 Quizá el estilo extraño de Heráclito, oriundo de una familia sacerdotal del templo de Éfeso, sea un ejemplo de la forma en que se transmitía oralmente la vieja sabiduría órfica.

79 Véase parte II, cap. III, núm. 12.

80 Este es el aspecto escolástico del período posterior. El aspecto místico, que no está muy lejos de Pitágoras y de Leibniz, llega a su cumbre con Platón y Goethe, y desde Goethe se vierte sobre los románticos Hegel y Nietzsche. El aspecto escolástico, que había agotado sus problemas, decae después de Kant —y de Aristóteles— en una filosofía de cátedra, elaborada en el sentido de una ciencia especializada.

81 Nuevos Paralipómena, § 656.

82 También se encuentra en él el moderno pensamiento de que los actos vitales inconscientes, instintivos, cumplen sus fines a la perfección, mientras que el intelecto vacila, tantea, y solo por casualidad acierta. Tomo II, cap. XXX.

83 En Hombre y superhombre.

84 En el capítulo «Sobre la metafísica del amor sexual» (II, 44) se anticipa en toda su amplitud la idea de la selección como medio para conservar la especie.

85 Véase parte II, cap. I, núm. 8.

1 Véase parte II, cap. V, núm. 6. Véase también Lenard, Relativitätsprincip, Äther, Gravitation (1920), págs. 20 y sigs.

2 Véase parte II, cap. III, núm. 19, y cap. V, núm. 6.

3 Véase pág. 120 de este tomo.

4 Por ejemplo, en la segunda ley de la termodinámica, fórmula de Boltzmann: «El logaritmo de la verosimilitud de un estado es proporcional a la entropía de ese estado». Aquí cada palabra contiene toda una intuición de la naturaleza, intuición que solo podemos sentir, no describir.

5 Véase parte II, cap. III, núm. 19.

6 Véase parte II, cap. III, núm. 20.

7 E. Wiedemann, Über die Naturwissenschaft bei den Arabern (Sobre la física de los árabes), 1890. F. Strunz, Geschichte der Naturwissenschaft im Mittelalter (Historia de la física en la Edad Media), (1910), págs. 58 y sigs.

8 P. Duhem, Études sur Léonard de Vinci, tercera serie, 1913.

9 M. Berthelot, La química en la Antigüedad y la Edad Media, 1909, pág. 64.

10 Para los metales, el mercurio es el principio del carácter sustancial —brillo, ductilidad, fusibilidad—, y el sulfuro, el de las producciones atributivas, como combustión, transformación. Véase Strunz, Geschichte der Naturwissenschaft im Mittelalter (Historia de la física en la Edad Media), 1910, pág. 73.

11 Véase parte II, cap. III, núm. 19, y cap. V, núm. 6.

12 Indefinido, principio, forma, materia. (N. del T.)

13 Tierra, agua, aire. El fuego, para la visión antigua, debe añadirse también: es la impresión óptica más fuerte que hay, y por eso el espíritu antiguo no dudó de su corporeidad.

14 Véase parte II, cap. III, núm. 13.

15 A pesar del dominico español Arnaldo de Vilanova († 1311), la química durante los siglos góticos no tuvo importancia creadora, si se compara con la investigación matematicofísica.

16 Véase M. Born, Der Aufbau der Materie (La estructura de la materia), 1920, pág. 27.

17 Véase pág. 341 de este tomo.

18 Véanse pág. 262 y sigs. de este tomo.

19 Véase pág. 199 de este tomo, y parte II, cap. I, núm. 2.

20 Véanse págs. 259 y 260 de este tomo.

21 Véanse págs. 256, 257, y parte II, cap. I, núm. 4.

22 Véanse págs. 236 y sigs. de este tomo.

23 Véanse págs. 197, 236 y sigs. de este tomo.

24 Véase parte II, cap. III, núm. 19.

25 Véase J. Goldziher, «Die islamische und jüdische Philosophii», in Kultur der Gegenwart («La filosofía islámica y judía», en La Cultura del Presente), tomo I, V, 1913, págs. 306 y sigs.

26 Véanse parte II, cap. I, núm. 6, y cap. IV, núm. 4.

27 Puede asegurarse que la firmísima fe de Haeckel, por ejemplo, en las palabras «átomo», «materia», «energía», no se diferencia esencialmente del fetichismo del hombre de Neanderthal.

28 Véase pág. 205 de este tomo.

29 Sobre las edades de las culturas primitivas y superiores, véase parte II, cap. I, núm. 9.

30 Véase parte II, cap. III, núm. 12.

31 Véase parte II, cap. III, núm. 16.

32 Véase parte II, cap. III, núm. 17.

33 Esta palabra nórdica, que significa crepúsculo de los dioses, designa la leyenda del fin del mundo, ardiendo la tierra toda. (N. del T.)

34 Poema de la Alemania meridional sobre el Juicio Final. La forma Muspil, en nórdico, significa «incendio del mundo» (N. del T.)

35 Véase parte II, cap. III, núm. 17.

36 Véase E. Mogk, Germanische Mythologie, en Grundriss der germanischen Philologie, III (1900), pág. 340.

37 Véase parte II, cap. III, núms. 4 y 12.

38 Véase pág. 387 de este tomo.

39 Véase Wissowa, Religion und Kultus der Römer, 1912, pág. 38.

40 En Egipto fue Tolomeo Filadelfo el que introdujo el culto al soberano. La adoración de los faraones tenía un sentido muy diferente.

41 Véase parte II, cap. III, núm. 4.

42 Véase Wissowa, Kult und Religion der Römer, 1912, pág. 98.

43 Ibíd., pág. 355.

44 No podemos exponer aquí la significación simbólica del título y su relación con el concepto y la idea de la persona. Solo diremos que la cultura antigua es la única que no conoce títulos. Los títulos contradicen el sentido severamente somático de las designaciones. Aparte de los nombres propios y los sobrenombres, solo existen los nombres técnicos de los empleos efectivos. Augusto se convierte pronto en nombre propio, y César, en seguida, en nombre de una función. La penetración del sentimiento mágico en el imperio puede seguirse viendo cómo entre los funcionarios de la Roma posterior las fórmulas de cortesía, como vir clarissimus, se convierten en títulos fijos que pueden concederse o anularse. Del mismo modo los nombres de dioses anteriores y extranjeros se convierten ahora en títulos de la divinidad reconocida. Salvador (Asklepios) y Buen Pastor (Orfeo) son títulos de Cristo. En cambio, en los buenos tiempos de la Antigüedad, los sobrenombres de las deidades romanas se convirtieron poco a poco en dioses independientes.

45 Diágoras, que fue condenado a muerte en Atenas por sus escritos ateos, ha dejado ditirambos de una profunda piedad. Léanse el diario de Hebbel y sus cartas a Elisa. Hebbel «no creía en Dios», pero rezaba.

46 Véase parte II, cap. III, núm. 19.

47 Véase parte II, cap. III, núm. 4.

48 En la conclusión famosa de su Óptica (1706), que produjo una impresión poderosísima y fue el punto de partida para nuevos problemas teológicos, Newton separa el terreno de las causas mecánicas del de la causa primera, divina, cuyo órgano de percepción habría de ser el espacio infinito mismo.

49 La estructura dinámica de nuestro pensamiento aparece primeramente, como ya hemos visto, en las lenguas occidentales con su ego habeo factum, en lugar de feci. Desde entonces, todo cuanto sucede lo vamos expresando en términos siempre dinámicos. Decimos que «la industria» se abre mercados y que «el racionalismo» llega a predominar. No hay lengua antigua que permita expresiones de este tipo. Ningún griego hubiese dicho «el estoicismo» en lugar de «los estoicos». Aquí se manifiesta una diferencia esencial entre las imágenes de la poesía antigua y las de la poesía occidental.

50 Véase pág. 433 de este tomo.

51 Véase pág. 492 de este tomo.

52 Véase parte II, cap. V, núm. 4.

53 M. Planck, Die Entstehung und bisherige Entwicklung der Quantentheor (Origen y evolución actual de la teoría de los cuantos), 1920, págs. 17 y 25.

54 Que han sido causa de que muchos se figuren que ha quedado demostrada «la existencia real» de los átomos, extraña recaída en el materialismo del siglo anterior.

55 De hecho, la idea de que los elementos tienen una duración vital ha dado ocasión a su estimación media en 3,85 días (véase K. Fakans, Radioactivität, 1919, pág. 12).

56 Véase parte II, cap. III, núm. 20.

57 El «conjunto» de los números racionales es numerable; el de los reales, no. El conjunto de los números complejos es de dos dimensiones: de donde se infiere el concepto de conjunto de n dimensiones, que introduce las formas geométricas en la esfera de la teoría de los conjuntos.