NOTAS

 

 

 

 

[1] W. L. Newman, The Politics of Aristotle, Oxford, 1887-1902, 4 vols., I, p. 223.

[2] Hesíodo, Trabajos y Días, pp. 248-264; Solón citado por Aristóteles, Constitución de Atenas, 12, 1; Platón, Gorgias, 502 e — 519 d, respectivamente.

[3] Para los testimonia, véase S. Caganzzi, en Quaderni di storia, II (1980), pp. 297-314.

[4] Mi relación es incompleta. Para el uso griego, véase brevemente Loenen (1953), pp. 7-10; para el latín, más completo, J. Hellegouarc’h, Le vocabulaire latin des relations et des partís politiques sous la République, París, 1963, pt. IV.

[5] Cf. Política, 1.281al2-19, 1.289b29-32, 1.290a30-b20, 1.291b2-13, 1.296a22-32, 1.296b24-34, 1.315a31-33, 1.317b2-10, 1.318a31-32.

[6] Ehrenberg (1976), p. 154; cf. Spahn (1977), pp. 25-26. Véase, además, en cap. 5.

[7] Para un informe convencional, excesivamente largo, véase Ungern-Sternberg (1970). Tanto el senatus consultum ultimum como la literatura moderna sobre el tema han sido convenientemente tratados, en sus justos términos, por A. Guaríno, «Senatus consultum ultimum», en Sein und Werden im Recht. Festgabe für Ulrich von Lübtow..., W. G. Becker y L. Schnort von Carolsfeld, eds., Berlín, 1970, pp. 281-294.

[8] Por ejemplo, Badian (1972).

[9] Nótese el esfuerzo de Badian (1972), pp. 722-726, por soslayar la debilidad de su demostración.

[10] Badian (1972), pp. 707, 716-720.

[11] De officiis, I, 22, 76; Tusculanas, 4, 23, 51; Discurso por su casa, 34, 91.

[12] Excepción digna de mención es A. Guarino, en su reseña de Ungern-Sternberg (1970) en Labeo, 18 (1972), pp. 95-100: «Il “Notstandsrecht des Senat” non è el “Notstandsrecht” della repubblica» (p. 96). Véase también R. E. Smith, «The Anatomy of Force in Late Republican Politics», en Badian (1966), pp. 257-273.

[13] Lintott (1968), p. 173.

[14] Ungern-Sternberg (1970), p. 131. La cita es de Cicerón, Leyes, 3, 3, 8: «La salvación del pueblo sea la ley suprema».

[15] Concesiones desechables, ignoradas, pues, en el estudio, no garantizan ninguna restricción de mi referencia al rechazo; por ejemplo, Badian (1972), p. 716: «Era cierto, naturalmente, que la asamblea de los centuriones se inclinaba a favor de los prósperos».

[16] M. W. Frederiksen, en Journal of Roman Studies, 57 (1967), p. 254.

[17] M. Kaser, en Zeitschrift der Savigny-Stiftung für Rechtsgeschichte, Romanistische Abteilung, 84 (1967), p. 521.

[18] En su reseña de Kelly (1966) en Classical Review, n.s. 17 (1967), pp. 83-86; cf. la reseña de G. I. Luzzatto en Studia et documenta historiae et iuris, 32 (1966), pp. 377-384, y R. Villers, «Le droit romain, droit d’inégalité», en Revue des études latines, 47 (1969), pp. 462-481.

[19] Lübtow (1948), p. 475. Este artículo, del tamaño de un libro, obra de un afamado romanista, es una reductio ad absurdum de lo que sigue siendo un punto de vista predominante. Así, F. Schulz, Principles of Roman Law (ed. inglesa, Oxford, 1936), p. 24, escribe (citado por Lübtow): «Los escritos legales romanos ignoran la conexión genética entre ley y asuntos extralegales... No entran en la ley consideraciones económicas». La desviación, ilegítima, de lo que dicen los juristas sobre el molde de la propia ley es evidente.

[20] Ehrenberg (1976), pp. 97 y 87, respectivamente.

[21] Lübtow (1948), p. 481.

[22] Laski (1935), pp. 57-58.

[23] Véanse, por ejemplo, las referencias en S. Lukes, Power: A radical view, Londres, 1974.

[24] W. W. Tiffany, en Political Anthropology, S. L. Seaton y H. J. M. Claessen, eds., La Haya, 1975, pp. 70 y 65, y M. Gluckman, Politics, Latw and Ritual in Tribal Society, Oxford, 1965, p. 84, respectivamente. (Selecciono a propósito ejemplos distintos a los comentados en Finley [1975], pp. 113-115.) Para una refutación efectiva de un antropólogo, véanse las primeras páginas de M. C. Webb, «The Flag Follows Trade...», en Ancient civilization and trade, J. A. Sabloff y C. C. Lamberg-Karlovsky, eds., Albuquerque, 1975, pp. 155-209; cf. W. G. Runciman, «Origins of States: The case of archaic Greece», en Comparative studies in Society and History, 24 (1982), pp. 351-377.

[25] Es necesario, aunque absurdo, que un historiador de la antigüedad diga explícitamente que no se permitirá el uso de tan excelentes vocablos como «facción» o «cliente». Es una pedantería objetar que los latinos factio y cliens son términos técnicos, con matices diferentes de los modernos.

[26] Basta citar la afirmación de R. Sealey de que «el enfoque marxista de los conflictos políticos atenienses» ha sido «dado en forma clásica» por Beloch y De Ste. Croix: «The entry of Pericles into History», en Hermes, 84 (1956), pp. 234-247, en p. 242. El último ha convertido ahora a Aristóteles en marxista: The class struggle in the ancient Greek World, Londres, 1981, pp. 69-80.

[27] Véase Hintze (1962), pp. 425-426, en un ensayo publicado por primera vez en 1913 por un sobresaliente historiador alemán, que, cosa nada típica en su época, estaba profundamente interesado por la significación de los puntos de vista marxistas.

[28] Véase Nippel (1980), pp. 103-105.

[29] Véase Finley (1973 a), pp. 40-42, con bibliografía. En ese libro argumenté que «status» y «orden» son preferibles a «clase», al analizar la economía antigua. Mi vuelta en el presente libro a «clase» (en el sentido que tiene en el lenguaje ordinario, no en un sentido técnico, marxista o no) no presupone un cambio de opinión. Simplemente considero la terminología convencional más adecuada, y menos dañina, en un estudio de política antigua.

[30] Véase S. R. L. Clark, Aristotle’s Man, Oxford, 1975, pp. 84-97.

[31] Leemos en la Política (1.289b28-32) que hay tres clases, los ricos, los pobres y la clase media, con la posesión del equipo de hoplita por parte de los ricos, pero no de los pobres. Tal inconsecuencia, sin lugar en la condición cualificadora (el equipo de hoplita) para la clase media, es digna de señalar en Aristóteles, y confirma mi opinión de que en ocasiones añadía la doctrina de la clase media en su obra, de un modo totalmente mecánico, y rápidamente la dejaba de lado en su propio estudio. Señalo la cuestión principalmente porque Christian Meier (1980) ha hecho depender su análisis de la evolución política griega, en torno a esta clase media, según mi opinión, ficticia (véase brevemente n. 48 en cap. 2, más adelante), análisis ampliado por su discípulo Spahn (1977).

[32] Por ejemplo, J. Andreau, «M. I. Finley, la banque antique et l’économie moderne», en Annali... Pisa, 3.° serv., 7 (1977), pp. 1129-1152.

[33] «Ciudad-estado» no es una traducción demasiado buena para la polis griega, pero es convencional y también adecuada al permitir la inclusión de Roma, para la que polis sería inadecuada.

[34] El motivo de excluir las monarquías se hará evidente al principio del capítulo 3. Los tiranos se excluyen porque no hicieron ningún esfuerzo para institucionalizar su posición y se mantuvieron «fuera de la estructura de la polis»: D. Lanza, Il tiranno e il suo pubblico, Turín, 1977, pp. 163-164.

[35] Véase Finley (1975), pp. 64-66, sobre la falta de sincronización entre la historia legal romana y los períodos convencionales.

[36] Weber (1972), pp. 797-798, resalta el contraste a este respecto con las comunidades medievales.

[37] Nicolet (1976).

[38] La discusión se centra en los comitia centuriata. Para un informe conciso de los comitia (convencional, salvo una sección aberrante sobre una supuesta revolución industrial fracasada, al final del siglo IV a. C.), véase Staveley (1972), cap. 6; más prolijo y de mayor extensión, pero también más escéptico con respecto a las fuentes romanas tardías, es Nicolet (1976), cap. 7; ambos suministran suficiente bibliografía. Véase también Nicolet, «L’idéologie du système centuriate et l’influence de la philosophie politique grecque», en Quaderno 22 de la Accademia dei Lincei (1976), pp. 113-137. Incluso Nicolet me parece que acaba aceptando demasiado.

[39] Véase Weber (1972), pp. 779-781.

[40] No obstante, al final de la república, las familias patricias se vieron siempre excluidas del ejercicio del cargo de tribuno de la plebe: lo atestigua la carrera política del patricio Julio César.

[41] Véase, por ejemplo, C. Nicolet, L’ordre équestre à l’époque républicaine, I (Bibliothèque des Écoles françaises d’Athènes et de Rome 207, 1966), pp. 255-269.

[42] Véase Weber (1972), pp. 800-801. Pese a la etimología evidente, la palabra latina tribus, que carecía del elemento de parentesco, no tenía nada en común con el inglés «tribe» (tribu) en su sentido antropológico; véase cap. 2, en nn. 42, 49.

[43] Las fuentes son presentadas por J. Labarbe, La loi navale de Thémistocle (Bibl. de la Fac. de Philos. et Lettres de l’Univ. de Liège 143, 1957), pp. 10-17, y discutidas demasiado detenidamente en el cap. 1.

[44] Harris (1979), pp. 9-10, 256-257; Hopkins (1978), pp. 31-35. El estudio detallado de Brunt (1971 b) es fundamental para el período 225 a. C. a 14 d. C.

[45] Simplifico en exceso; véase Gauthier (1974), con bibliografía, y el estudio de la ciudadanía en el cap. 4.

[46] Los testimonios sobre esclavos públicos son esporádicos; para Atenas, véase O. Jacob, Les esclaves publics à Athènes (Bibl. de la Fac. de Philos. et Lettres de l’Univ. de Liège 35, 1928; reimpr. Nueva York, 1979); para Roma, W. Eder, Servitus publica, Wiesbaden, 1980; Mommsen (1899), libro II, cap. 12.

[47] En este contexto carece de significación la conocida discusión ideológica de los humanistas, especialmente Maquiavelo, de los méritos y deméritos relativos de los mercenarios y de las milicias de ciudadanos. Véase C. C. Bayley, War and society in Renaissance Florence, Toronto, 1961, que, en las escasas ocasiones en que se acuerda de que había problemas de orden interno, da por sentado que tanto los mercenarios como las milicias estaban siempre disponibles para suprimir la inquietud cívica; cf. W. M. Bowsky, «The Medieval Commune and Internal Violence: Police Power and Public Safety in Siena, 1287-1355», en American Historical Review, 73 (1967), pp. 2-17.

[48] Nicolet (1976), p. 134.

[49] Sobre las relaciones entre las ciudades griegas y los comandantes mercenarios y ejércitos que emplearon, véase ahora Pritchett (1971-1979), II, caps. 2-4.

[50] Véase Nicolet (1976), pp. 125-126. Sus capítulos 3 y 4 ofrecen el estudio más equilibrado (con bibliografía) de los aspectos de la historia del ejército romano que son importantes para nuestro estudio.

[51] Sobre Roma, véase, por ejemplo, G. R. Watson, The Roman Soldier, Londres, 1969, pp. 117-126; sobre Grecia, Pritchett (1971-1979), II, cap. 12.

[52] Mommsen (1899), p. 39 (el libro I, cap. 4, está dedicado a la coercitio); cf. Mommsen (1887-1888), I, pp. 134-161. Los atenuantes suministrados por la intervención del tribuno o por la institución de la provocatio no nos interesan aquí.

[53] Lintott (1968), p. 106.

[54] Una contio era una reunión masiva dirigida por uno o más magistrados o senadores, que se disolvía sin tomar una decisión de acción oficial. Sobre la diferencia fundamental entre contio y asamblea, véase Taylor (1966), cap. 2.

[55] Andócides tiene fama de poco fidedigno, pero este dato es confirmado por una frase de Tucídides (VI, 61, 2), que informa que ciudadanos armados durmieron en el Teseon, una de las estaciones mencionadas por Andócides.

[56] Paradójicamente, el caso ateniense está mucho mejor documentado que el romano, pero es también más oscuro. El mejor estudio sigue siendo el de J. Hatzfeld, Alcibiade, París, 1951, pp. 158-205.

[57] Max Weber, naturalmente, estableció la cuestión, con brevedad, pero con agudeza: Weber (1972), pp. 756-757; cf. S. Andreski, Military Organization and Society, Londres, 19682, pp. 34-35, 98-99. Sus sugerencias, o al menos sus matices resultantes, me parece que se han desestimado en el debate iniciado por A. M. Snodgrass, «The Hoplite reform and history», en Journal of Hellenic Studies, 85 (1965), pp. 110-122; véase, más recientemente, P. Cartledge y J. Salmón, ibid. 97 (1977), pp. 11-27 y 84-101; Spahn (1977), pp. 70-83.

[58] Servio, Comentario sobre la Eneida de Virgilio, 2, 157; cf. Isidoro de Sevilla, Etim., 9, 3, 54. Las citaciones se conocían con el nombre de evocatio, no dilectus.

[59] Sobre el juramento, véase cap. 6, en n. 24. Otra clase de medida de emergencia era la declaración, por parte del senado, de un tumultus, que requería una movilización inmediata de un ejército para combatir a un enemigo que se hallaba a las puertas de la ciudad y cuya presencia no permitía el lujo de un apropiado dilectus. Las pruebas son confusas, sobre todo porque el significado corriente de tumultus era el de alboroto de cualquier clase. Cuando Livio usa la palabra en relación con el asunto de las Bacanalias (39, 16, 13), por ejemplo, creo que lo usa en este sentido general, no en su significado técnico específico. La razón que me hace creerlo así es que, en su relato, no se adoptaron los procedimientos de un tumultus «oficial». Si esto es así, entonces parece claro que la extensión de tumultus de un enemigo exterior a uno interior no se produjo antes del siglo I a. C.

[60] Aparece otro caso análogo en la narración de Eneas Táctico, 11.7-10, de la represión de un golpe aristocrático en Argos, a principio del siglo IV a. C.

[61] La consecuencia natural es que todo escrito de esa época sobre el pasado romano está duramente deformado por intereses y juicios contemporáneos, y no es material de primera mano, salvo cuando se está seguro de que refleja realmente escritos anteriores. Es una pena, pero no una excusa para seguir con la costumbre usual de pretender (o esperar) que lo mejor que tenemos es bastante bueno. Sólo hay que observar cuánto de Nicolet (1976), libro esclarecedor, trata realmente sobre «le métier du citoyen» durante la época de la guerra civil.

[1] Laski (1935), pp. 26-27.

[2] Varias cuestiones de este tipo, formuladas brevemente en las páginas introductorias del presente capítulo, se estudiarán con mayor detenimiento en el capítulo 6.

[3] He examinado comparativamente esta cuestión en Finley (1975), capítulo 2: «The Ancestral Constitution».

[4] Suetonio, De grammaticis et rhetoribus, 25, 1.

[5] Véase J. A. North, «Conservatism and Change in Roman Religion», en Papers of the British School at Rome, 44 (1976), pp. 1-12.

[6] El texto clásico es Polibio, 6, 56, 6. Una buena introducción al tema la ofrece Kroll (1933), II, cap. 5.

[7] Los datos sobre el procedimiento en la asamblea, tribal y en el concilium plebis no son nada satisfactorios, pero mi interpretación lleva a esta conclusión en el texto.

[8] E. Durkheim, Education and Sociology, trad. de S. D. Fox, Nueva York y Londres, 1956.

[9] Tomo la expresión del interesante ensayo de Laslett (1956), cap. 10. Las ciudades-estado mayores siguieron siendo sociedades cara a cara a causa de cómo se vivía en los pueblos y distritos urbanos. Volveremos sobre esto en el capítulo 4.

[10] Véase brevemente Finley (1973 b), pp. 30-32.

[11] M. Walzer, «Political Decision-Making and Political Education», en Political Theory and Political Education, M. Richter, ed., Princeton, 1980, pp. 159-176, en p. 159.

[12] He intentado sacar algunas conclusiones políticas en Finley (1977), aunque resaltando la situación de modo distinto a como sigue ahora el estudio.

[13] Lanza (1979), p. 55, estudio importante, aunque no estoy de acuerdo con su opinión de que se produjo un cambio significativo en la Atenas del siglo IV a. C.

[14] Punto desarrollado con alguna amplitud en Finley (1977).

[15] Goody (1968), I.

[16] Goody (1968), pp. 42 y 55, respectivamente.

[17] Sobre la única documentación que poseemos, véase H. C. Youtie, «Hypographeus: The social impact of illiteracy in Graeco-Roman Egypt», en Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik, 17 (1975), pp. 201-221; «Agrammatos: An aspect of Greek society in Egypt», en Harvard Studies in Classical Philology, 75 (1971), pp. 161-176.

[18] La importancia capital de esta cuestión ha sido señalada por Lanza (1979), pp. 59-61.

[19] Scott (1977), p. 23.

[20] Véase Finley (1978 a).

[21] Sobre el modelo general, véase brevemente Finley (1973 a), pp. 89-96 (1976 a), pp. 18-21; en detalle, R. Thomsen, Eisphora, Copenhague, 1964; C. Nicolet, Tributum, Bonn, 1976. El vectigal recaudado sobre el ager publicus romano no fue una desviación del principio básico: véase Nicolet, pp. 79-86. Tampoco lo fue el impuesto sobre tierras propiedad de ciudadanos romanos fuera de Italia.

[22] Las fuentes básicas de lo que sigue en este párrafo se han tomado de H. Bolkestein, Wohltätigkeit und Armenpflege im vorchristlichen Altertum, Utrecht, 1939, pp. 248-286, 749-779; reimpr. Nueva York, 1979.

[23] Véase Finley (1978 b) pp. 114-124.

[24] Entre los escritores recientes, Kluwe (1977), pp. 46-55; Meier (1980), espec. pp. 252-253, pero con inconsecuencias, por ejemplo p. 256.

[25] B. Moore, Jr., Injustice: The Social Bases of Obedience and Revolt, Londres, 1978, pp. 41-42. Los comentaristas del siglo XVIII, como es natural, tuvieron una percepción inmediata del modelo; véanse, por ejemplo, los comentarios de Montesquieu sobre las ciudades-estado griegas, Esprit des lois, libro VII, cap. 3. Hago escasas referencias a la abundancia de literatura sociológica y antropológica sobre el patronazgo, porque encontré pocas cosas útiles en ella. El campo de estudio se restringe a una combinación extraña de pequeñas sociedades en el mundo colonial (o excolonial), regiones agrarias atrasadas en la cuenca del Mediterráneo, y política mecánica en las grandes ciudades americanas. Se ignora la vasta expansión de las sociedades históricas, de modo que, por ejemplo, A. Weingrod ha presentado una tipología en la que la clientela romana no se puede acomodar (aunque «patrono» y «cliente» son, naturalmente, palabras acuñadas por los romanos): «Patrons, Patronage and Political Parties», en Comparative Studies in Society and History, 10 (1963), pp. 376-400; reimpr. en Schmidt (1977), pp. 323-337. Para una bibliografía detallada, véase el apéndice de J. C. Scott en Schmidt (1977), o S. N. Eisenstadt y L. Roniger, «Patron-Client Relations as a Model of Structuring Social Exchange», en Comparative Studies..., 22 (1980), pp. 42-77.

[26] El patronazgo comunitario alcanzó su crescendo en las monarquías helenísticas y romanas, y contamos ahora con un estudio exhaustivo y muy extenso: Veyne (1976). Mis referencias a Veyne en lo que sigue se limitan principalmente a sus secciones introductorias sobre las ciudades-estado, con las que quedará evidente mi desacuerdo básico.

[27] Mi desacuerdo con Veyne (1976) se centra en su idea (no siempre aplicada consistentemente) de que no hubo la correlación que yo señalo, porque las clases bajas estaban «despolitizadas» incluso en Atenas.

[28] J. K. Davies, «Demosthenes on liturgies: a note», en Journal of Hellenic Studies, 87 (1967), pp. 33-40.

[29] No hace falta decir que había ciudadanos ricos que se oponían al gasto. Aristóteles advirtió a las democracias (no sólo en Atenas), en el sentido de que las liturgias y la confiscación «demagógica» de las propiedades podían provocar revoluciones oligárquicas (Política, 1.304b20-05a7, 1.309al4-20).

[30] Para los detalles, véase Ferguson (1911), pp. 55-58, para quien la única consecuencia fue preservar la propiedad de los ricos; un análisis más penetrante es el de Gehrke (1978), pp. 171-173. Un punto de vista contrario al mío sobre la liturgia griega, con negación de cualquier conexión político-democrática posible, se encontrará en Veyne (1976), espec. pp. 186-200. Su única referencia a la abolición de las liturgias por Demetrio está relegada a una nota a pie de página sin significación (p. 338, n. 119). Es de admirar cómo es capaz de clasificar (o explicar) al importante político y benefactor ateniense Jenocles, cuya carrera fue interrumpida bajo Demetrio y reanudada al restaurarse la democracia; C. Ampolo, «Un político “evergete” del IV secolo a. C. …», en Parola del Passato (1979), pp. 167-178.

[31] En la Roma republicana un munus era la obligación de realizar un servicio para el estado, un municipio o incluso una persona privada: servicio militar, pagos de impuestos y así sucesivamente. Su posterior identificación con la liturgia griega posclásica no tiene mayor importancia aquí.

[32] Véase J. H. Thiel, Studies on the History of Roman Sea-Power in Republican Times, Amsterdam, 1946, pp. 11-18, 195-198, cuyas conclusiones resisten las críticas que se han intentado hacerle; véase también Brunt (1971 b), pp. 666-670.

[33] Veyne (1976), pp. 396-399.

[34] Tendremos más ocasiones, en los capítulos siguientes, de señalar este vacío e intentar superarlo con los datos disponibles.

[35] Me sonroja recordar que yo mismo desprecié una vez esta fórmula como si fuera simplemente una «explicación estúpida»: Finley (1962), p. 19. Concentrando mi atención en la «explicación» dada para el jornal de los jueces, pasé por alto el alcance más amplio que ahora estoy examinando.

[36] Debo esta formulación a una intervención de John Dunn en los coloquios de Belfast.

[37] Argumento recientemente esgrimido con énfasis por H. Strasburger, Zum antiken Gesellschaftsideal (Abh. d. Heidelberger Akad. d. Wiss., Philosophischhistorische Klasse, 4, 1976), pp. 111-116, seguido con ligeras vacilaciones por, por ejemplo, Schuller (1979), p. 440.

[38] Véase Scott (1977), pp. 22-25.

[39] Véase n. 25 de este mismo capítulo. Aprovecho la oportunidad para expresar mi escepticismo sobre el punto de vista imperante de la clientela republicana romana, en el que encuentro un exceso de formalismo y de lo que llamo sólo misticismo (centrándolo en fides); véase ahora Brunt (de próxima aparición), con el que estoy de acuerdo en lo fundamental. Lo que estoy estudiando no está ilustrado en la extensa literatura erudita citada por Brunt. Emplearé siempre las palabras «patrono» y «cliente» en su sentido sociológico, ampliamente reconocido, no en su sentido técnico (sea lo que sea lo que se crea que ha sido).

[40] El hecho de que un terrateniente tuviera necesidad indispensable de mano de obra estacional, especialmente cuando su mano de obra permanente la constituían esclavos, ha sido bien señalado por P. Garnsey y J. E. Skydsgaard, en Non-slave Labour in Graeco-Roman Antiquity (Proceedings of the Cambridge Philological Soc., Supl. 6, 1980), Garnsey, ed.

[41] Heródoto, 5, 66; cf. Aristóteles, Constitución de Atenas, 20-21.

[42] No seguiré escribiendo «tribu» entre comillas, pero quizá debería repetir que estas phylai no tuvieron nada en común con lo que llamamos «sociedad tribal» (lo mismo que las tribus romanas). No es mi intención estudiar la reforma clisténica en detalle; Hignett (1952), cap. 6, ha dado la relación completa de los datos literarios, aunque su análisis no es satisfactorio.

[43] La cita procede de la Política 1.319b25-7 y Constitución de Atenas, 21-22, respectivamente. La palabra griega synetheiai, que he traducido por «asociaciones», no es fácil de precisar. Barker lee «lealtades», que quizá no sea una extensión impropia del sentido usual, pero no está bien atestiguada.

[44] Los «demagogos», hay que explicarlo, habían sido desterrados. A menos que el relato de Jenofonte haya sido irremediablemente falseado, por «aristocracia» no quiso decir oligarquía, pues quince años más tarde la ciudad fue reconstruida por decisión de la asamblea popular. Véase, en general, S. y H. Hodkinson, «Mantinea and the Mantinike: settlement and society in a Greek polis», en Annual of the British School at Athens, 76 (1981), pp. 239-296, espec. pp. 261-265, 286-287, 290-291.

[45] Para lo que sigue, véase Nicolet (1970).

[46] Plutarco, Emilio Paulo, 31. El relato, mucho más largo, de Livio, 45, 35-39, acaba con una laguna en el manuscrito, por lo que estas palabras faltan. Está bastante claro que Polibio fue la fuente común de Livio y Plutarco.

[47] En un largo capítulo sobre Clístenes, Christian Meier (1980) protesta con razón de la ausencia de concreción en los estudios anteriores, pero, con todo, no tiene en cuenta el gran adelanto que ha hecho la erudición moderna en esta cuestión, el estudio del sistema de demos y tribus «sobre el terreno», a partir de las pruebas arqueológicas y epigráficas; véase Traill (1975) con addenda de Rhodes (1980), y, para un repaso de opiniones recientes, cf. J. Martin, «Von Kleisthenes zu Ephialtes», en Chiron, 4 (1974), pp. 5-42, en pp. 7-22.

[48] Heródoto y Aristóteles afirmaban sin vacilación que era el demos, incluyendo a los pobres, el que Clístenes había asociado a su programa. En los dos capítulos, relacionados con este tema, de la Constitución de Atenas (20 y 21), Aristóteles usa la palabra demos cuatro veces y to plethos («la multitud») cuatro veces, pero nunca to meson («la clase media»). Meier (1980), sin embargo, asegura que Clístenes se preocupaba sólo de la clase media y que, en todo caso, los pobres eran indiferentes, y entonces llama a esta afirmación un «descubrimiento» (Befund) y construye sobre él su informe. Para un intento valedero y único de imaginar cómo se planificó ese complejo esquema y se llevó a término véase A. Andrewes, «Kleisthenes’ reform bill», en Classical Quarterly, 2 7(1977), pp. 241-248. La complicación adicional de una tradición, confusa, de que Clístenes extendió también la ciudadanía a algunos «extranjeros» no nos interesa; véase muy recientemente E. Grace, «Aristotle on the “Enfranchisement of Aliens” by Cleisthenes (a note)», en Kilo, 56 (1974), pp. 353-368.

[49] Cuestión suscitada para Grecia por Roussel (1976), y no tengo la menor duda de que su análisis conviene también al cuadro romano. Ciertamente la gens romana, a diferencia del genos griego, era un linaje, pero era sólo un linaje aristocrático y no tenía nada en común con un clan o tribu.

[50] Incluso los que proponen la existencia de una clientela mística romana, mencionados antes en la n. 39, se verían apurados para introducirla bajo la rúbrica Gefolgschaft, aunque algunos lo intentaron.

[51] Roussel (1976), p. 285, n. 7.

[52] Véase cap. 5.

[53] El único paralelo en las fuentes es una breve observación del historiador del siglo IV a. C., Teopompo, acerca de Pisístrato (115 F 135 ap. Athenaeus, 12, 44, 532 F), del que allí se dice que abrió sus fincas a cualquiera, no sólo a sus compañeros del demo. En otro lugar (115 F 89 ap. Athenaeus 533 A), Teopompo dijo lo mismo de Cimón; algunos escritores posteriores repiten su versión, pero la rechazan tácitamente tanto Aristóteles como Teofrasto (como lo cita Cicerón, De officiis, 2, 64), cuya fuente está sin identificar. Si mi análisis del patronazgo es correcto, la versión de Aristóteles es probable que sea la cierta. Lisias, 16, 14, ofrece quizás alguna confirmación. Connor (1968), pp. 24-38, recoge el material, pero no parece tocar el aspecto del patronazgo.

[54] W. E. Thompson, «The regional distribution o£ the Athenian Pentakosiomedimnoi», en Klio, 52 (1970), pp. 437-451.

[55] D. W. Bradeen, «The Trittyes in Cleisthenes’ reform», en Transactions of the American Philological Association, 86 (1955), pp. 22-30, en p. 22.

[56] Los historiadores convencionalmente estudian esta lucha bajo la rúbrica de «regionalismo», pero éste introduce nociones incorrectas sobre las diferencias económicas entre las «regiones». Para un informe detallado de esta discusión y un análisis acertado, véase E. Kluwe, «Bemerkungen zu den Diskussionen über die “Parteien” in Attika...», en Klio, 54 (1972), pp. 101-124.

[57] Aristóteles, Constitución de Atenas, 16, 2-5. Aquí me veo obligado a estar de acuerdo con los críticos modernos de Aristóteles. El motivo de Psístrato, escribe, era mantener a los campesinos en casa, alejados de la ciudad. Se trata de una atribución injustificada al tirano de uno de los juicios políticos favoritos de Aristóteles: por ejemplo, Política 1.318b9-16.

[58] No se puede asegurar con demasiada vehemencia que la lucha fuera por el control en el centro, y no, como presenta Davies (1971), p. 131, una pelea entre Cimón «el dinasta local» y Pericles «el político nacional».

[59] Taylor (1949), cap. 3, describe en detalle lo que se solía hacer en las últimas décadas de la república. Prácticamente todos los datos proceden de ese período anormal, pero no hay razón para creer que la práctica electoral fuera esencialmente distinta en los dos siglos anteriores, salvo su escala, más reducida.

[1] R. Thomsen, The Origin of Ostracism, Copenhague, 1972, pp. 84-108.

[2] Como indicación de la profundidad con que el punto de vista tradicional ha quedado fijado, nótese W. den Boer, Private Morality in Greece and Rome, en Mnemosyne, Supl. 57, 1979, p. 184: «Se dice que los ostraca con el nombre de Temístocles fueron ampliamente distribuidos antes de la votación que le condenó a él y a su política. Fue un fraude, que sin duda alguna se produjo, pero no se puede decir que haya sido general». Para una demostración reciente de la falta de fiabilidad de Plutarco como fuente de la Atenas del siglo v, véase A. Andrewes, «The opposition to Perikles», en Journal of Hellenic Studies, 98 (1978), pp. 1-8.

[3] Traducido al inglés por D. R. Shackleton Bailey.

[4] M. Oakeshott, en Laslett (1956), p. 2.

[5] Cf. Aristóteles, Retórica 1.359b19-60a37.

[6] E. Badian, «Archons and Strategoi», en Antichthon, 5 (1971), pp. 1-34, en p. 19.

[7] «Hume’s Early Memoranda, 1729-1740», E. C. Mossner, ed., en Journal of the History of Ideas, 9 (1948), pp. 492-518, n. 237.

[8] Hignett (1952), p. 165. Para una correcta aproximación al asunto de Hipérbolo, véase el comentario de Andrewes sobre el pasaje de Tucídides, y Connor (1971), pp. 79-84.

[9] H. J. Wolff, Normenkontrolle und Gesetzesbegriff in der attischen Demokratie (Sitzungsberichte der Heidelberger Akad. d. Wiss., Phil.-hist. Klasse, 2, 1970), pone en su lugar todos los estudios anteriores de la graphe paranomon. Los 39 casos conocidos (algunos poco seguros) entre 415 y 322 a. C., de los que quizá la mitad acabaron en exculpaciones, son resumidos por M. H. Hansen, The Sovereignty of the People’s Court in Athens, Odense Univ. Classical Studies, 4, 1974, pp. 28-43.

[10] Astin (1967), p. 53.

[11] Para una revisión de la discusión, véase W. Kunkel, «Magistratische Gewalt und Senatsherrschaft», en Austieg und Niedergang der römischen Welt, H. Temporini, ed., I, 2 (1972), pp. 3-22.

[12] R. A. DeLaix, Probouleusis at Athens, Berkeley, 1973. Sobre los defectos pese a su alcance limitado, véase la reseña de H. W. Pleket en Mnemosyne, 4.ª serie, 31 (1978), pp. 328-333.

[13] Los textos de Dreros, Quíos y Lócride son Meiggs-Lewis (1969), n.os 2, 8 y 13, respectivamente.

[14] Nippel (1980) pone en su lugar la literatura anterior sobre el tema.

[15] Harris (1979), pp. 10-41, da un informe excelente y detallado en una sección titulada «The aristocracy and war».

[16] No hay que confundir al orador y hombre de estado del siglo IV, Demóstenes, con el general del siglo V del mismo nombre, mencionado más tarde en este capítulo.

[17] Sobre la inevitable «oscilación» política en las ciudades-estado pequeñas, véase Heuss (1973), pp. 19-24.

[18] Habría que agradecer la contribución de Otto Hintze a una mejor estimación de esta relación dialéctica, por parte de los historiadores modernos; véase especialmente Hintze (1962), pp. 34-40, 53-56. Esta dialéctica es el tema central de Heuss (1973); cf. Schuller (1979).

[19] En el caso de Esparta me refiero aquí solamente a los estados «aliados» de la liga del Peloponeso, no a los mesenios que fueron reducidos a hilotas, con efectos decisivos sobre el sistema espartano, brevemente apuntados en el cap. 1. Véase Finley (1975), cap. 10; sobre la liga del Peloponeso, G. E. M. de Ste. Croix (1972), cap. 4.

[20] Que las luchas internas de una oligarquía fueron a menudo la oportunidad de injerencias externas, lo saca a relucir I. A. F. Bruce, «The Democratic Revolution at Rhodes», en Classical Quarterly, n. s. 11 (1961), pp. 166-170, e «Internal politics and the outbreak of the corinthian war», en Emérita, 28 (1960), pp. 75-86.

[21] Véase en general Finley (1978 a), pp. 11-14; (1978 b), pp. 124-126.

[22] Política, 1.270b14-b28, 1.306a18, respectivamente.

[23] Para lo que conocemos, véase A. Andrewes, «The Government of Classical Sparta», en E. Badian (1966), pp. 1-20; cf. D. M. Lewis, Sparta and Persia, Leiden, 1977, cap. 2.

[24] Véase la breve y excelente exposición de Brunt (1971 a), cap. 1.

[25] Connor (1971), p. 10. Hay escritores menos cautelosos que van más allá. Se ha hecho recientemente una reconstrucción fantástica de la política de facciones ateniense en los años 480, basada en la suposición de que los miembros de un genos líder imponían su propio reconocimiento político de facto a un joven ateniense aspirante a hombre de estado, mucho antes de que lograra la inclusión final en los rangos dominadores: G. M. F. Williams, «The Kerameikos Ostraka», en Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik, 31 (1980), pp. 106-107. La referencia es de Cimón, que tenía todo lo más veintiún años a la muerte de su padre, en 489. Se basa exclusivamente en la mitología moderna (no antigua) convencional sobre el genos y se puede refutar con facilidad: véase F. Bourriot, Recherches sur la nature du génos, Lille y París, 1976, 2 vols.

[26] En el registro de familias acaudaladas de Davies (1971), Calixeno es el 9.688 VII; Menón no aparece porque el material no estaba entonces disponible. Connor (1968), pp. 124-127, ya había sacado las conclusiones de los ostraca, cuando sólo se conocían 1.500.

[27] H. H. Scullard, Roman Politics 220-150 B. C., Oxford, 19732, p. 11. Scullard habla de «familias» y eso puede inducir a error, como Brunt (en preparación) señala: «es incierto que éstos [los miembros de una gens] hubieran estado alguna vez unidos por lazos de sangre, y a veces está claro que, incluso cuando tenían antepasados comunes, su relación de parentesco era muy lejana (salvo en el caso de que un matrimonio lo consolidara)». Las comparaciones grecorromanas son mínimas, porque las familias griegas eran más nucleares que las gentes romanas, porque los romanos hicieron mayor uso de la adopción por motivos políticos y porque la polis griega no tuvo un foco de desempeño de cargos como el consulado o la pretoría anuales.

[28] Véase E. S. Staveley, «The Fasces and Imperium Maius», en Historia, 12 (1963), pp. 458-464; B. Gladigow, «Die sakralen Funktionen der Liktoren», en Aufstieg und Niedergang der römischen Welt, H. Temporini, ed., I, 2 (1972), pp. 295-314; Mommsen (1887-1888), I, pp. 373-393.

[29] Véase J. S. Richardson, «The triumph, the praetors and the Senate in the early second century B. C.», en Journal of Roman Studies, 65 (1975), pp. 50-63, que cubre un espacio de tiempo mayor de lo que permite suponer el título.

[30] H. S. Versnel, Triumphus, Leiden, 1970.

[31] Astin (1978), caps. 1-2, que está dispuesto a creerse las peticiones.

[32] Garlan (1975), p. 148; cf. Harris (1979), pp. 38-40.

[33] Este brevísimo informe está necesariamente simplificado. He ignorado, por ejemplo, al dictador de la historia arcaica romana, oficial con poderes extraordinarios, normalmente militares, nombrado en un momento de crisis por un período que no sobrepasaba los seis meses.

[34] Pritchett (1971-1979), II, caps. 2-3.

[1] J. Shklar, «Let us not be hypocritical», en Daedalus, 108, n.° 3 (1979), pp. 1-25, en pp. 14-15.

[2] Finley (1973 b); cf. Q. Skinner, «The empirical theorists of democracy: A plague on both their houses», en Political Theory, I (1973), pp. 287-306.

[3] Seguramente no hace falta ningún argumento para rechazar la opinión (por ejemplo, de Kluwe [1976], [1977]) de que la participación popular se reducía a un pasatiempo por el hecho de que la élite monopolizaba el liderazgo; véase, por ejemplo, Meier (1980), pp. 260-265.

[4] Generalización que no debilita substancialmente la práctica relativamente poco frecuente del siglo IV, conocida con el nombre de nomothesia, sobre la cual véanse ahora dos artículos de M. H. Hansen, en Greek, Roman and Byzantine Studies, 19 (1978), pp. 315-330; 20 (1979), pp. 27-53; con más discusión en Classica et Mediaevalia, 32 (1971-1980), pp. 87-104, el examen más completo disponible de los datos, aunque a mi juicio con una diferenciación en exceso mecánica y formal entre nomos y psephisma, traducidos convencionalmente por «ley» y «decreto», respectivamente. Los cambios técnicos introducidos en los mecanismos del gobierno ateniense del siglo IV están bien resumidos por P. J. Rhodes, «Athenian democracy after 403 B. C.», en Classical Journal, 75 (1979-1980), pp. 305-323.

[5] El resurgimiento del Areópago, que en época helenística se convirtió en el gobierno efectivo de Atenas (y lo siguió siendo bajo la legislación romana), es un símbolo claro de la destrucción de la democracia ateniense.

[6] Véase Rhodes (1972), espec. pp. 179-207.

[7] Las excepciones a la selección por sorteo eran los strategoi, posiblemente los magistrados financieros más altos, y cargos como embajadores. El mejor estudio sigue siendo el de Headlam (1933).

[8] E. Hoyer, Die Verantwortlichkeit und Rechenschaftspflicht der Behörden in Griechenland, Karlsbad, 1928; M. Piérart, «Les euthynoi athéniens», en L’Antiquité classique, 40 (1971), pp. 526-573.

[9] Véase ahora M. H. Hansen, «Misthos for Magistrates in Classical Athens», en Symbolae Osloenses, 54 (1979), pp. 5-22, aunque no todas sus conclusiones son convincentes; también su «Seven hundred Archai in classical Athens», en Greek, Roman and Byzantine Studies, 21 (1980), pp. 151-173.

[10] Véase V. Ehrenberg, «Polypragmosyne: A study in Greek politics», en Journal of Hellenic Studies, 67 (1947), pp. 46-67, reimpr. en Ehrenberg (1965), pp. 466-501; Grossmann (1950), pp. 126-137.

[11] Para nuestros propósitos no importa si la Oración Fúnebre refleja parcial o totalmente las palabras o puntos de vista de Pericles. Véase en general H. Strasburger, «Thukydides und die politische Selbstdarstellung der Athener», en Strasburger (1982), II, pp. 676-708, publicado por primera vez en Hermes, 86 (1958).

[12] A. W. Adkins, «Polupragmosune and “Minding One’s Own Business”...», en Classical Philology, 71 (1976), pp. 301-327, en pp. 318, 325.

[13] M. H. Hansen, «The duration of a meeting of the Athenian ecclesia», en Classical Philology, 74 (1979), pp. 43-49.

[14] M. H. Hansen, «How many Athenians attended the ecclesia?», en Greek, Roman and Byzantine Studies, 17 (1976), pp. 115-134.

[15] Véase Rhodes (1980), pp. 192-193, con listas en pp. 197-201, como suplemento en Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik, 41 (1981), pp. 101-102.

[16] Este error afecta a toda la obra de Traill (1975), desde la primera página; J. A. O. Larsen, Representative Government in Greek and Roman History, Berkeley, 1955, cap. 1, está detrás de él.

[17] Weber (1972), p. 666.

[18] Véase Rhodes (1972), cap. 1.

[19] D. Lotze, «Entwicklungslinien der athenischen Demokratie im 5. Jh. v. Chr.», en Oikumene, 4 (1983), pp. 9-24, en p. 20.

[20] Véase, en general, A. G. Woodhead, «Isegoria and the Council of 500», en Historia, 16 (1967), pp. 129-140.

[21] Para lo que sigue aprovecho Finley (1962) y no me tomaré la molestia de indicar cambios de matiz o de acento.

[22] Los datos de las relaciones entre el consejo y la asamblea, considerables, pero en absoluto sencillas, son analizados detalladamente por Rhodes (1972), cap. 2; véase su cap. 3 sobre el papel administrativo del consejo.

[23] Véase M. H. Hansen, «How did the Athenian Ecclesia vote?», en Greek, Roman and Byzantine Studies, 18 (1977), pp. 123-137.

[24] Véase el comentario en Meiggs-Lewis (1969), n.° 69, con bibliografía.

[25] Meiggs-Lewis (1969), p. 197.

[26] Davies (1971), n.° 7252.

[27] Lo que me preocupa en este momento son los expertos que creo que han sido indispensables en el séquito de los líderes políticos; cf. Connor (1971), pp. 124-127, que se interesa por los propios líderes. Éste es un contexto, aunque en absoluto el único, en el que cabe presumir la actividad de los «clubs» (hetaireiai), sobre los que oímos hablar tanto, pero tan poco con detalles precisos; véase G. M. Calhoun, Athenian Clubs in Politics and Litigation, Univ. de Texas, 1913. Al estar concentrados los datos en la mutilación de los hermes de 415 y el golpe oligárquico de 411 a. C., los escritores modernos están obsesionados con el papel conspiratorio de algunos clubs y descuidan la actividad rutinaria de cada día, que fue esencial bajo las condiciones políticas imperantes. Para los administradores como tales también se requerían expertos, naturalmente: A. Andrewes, «The Mytilene debate: Thucydides 3.36-49», en Phoenix, 16 (1962), pp. 64-85, en pp. 83-84.

[28] Traducido por A. N. W. Saunders, en el volumen Penguin Classics, Demosthenes and Aeschines (con ligeras modificaciones). Véase Esquines 2, 67-68, para otra referencia sobre la aparición de Demóstenes ante la asamblea con el texto escrito a mano de una proposición de decreto,

[29] Correctamente Starr (1974), pp. 35-36. Su última pregunta retórica, «¿Es una situación así realmente distinta en los estados modernos?», se debería contestar afirmativamente: ningún demos moderno vota directamente ante semejantes preguntas políticas.

[30] Ésta es la restricción que mencioné anteriormente a la cuestión de que el liderazgo exigía una participación personal directa en todo momento.

[31] Hay historiadores modernos que se sienten felices de seguirlas (e incluso sobrepasarlas) en esta preocupación: véase la crítica de Connor (1971) por C. Ampolo, en Archaeologia classica, 27 (1975), pp. 95-100.

[32] Véase G. L. Cawkwell, «Demosthenes’ policy after the peace of Philocrates», en Classical Quarterly, n. s. 13 (1963), pp. 120-138, 200-213; reimpr. en Philip and Athens, S. Perlman, ed., Cambridge y Nueva York, 1973, cap. 10. El análisis más detallado es el de F. R. Wüst, Philipp II von Makedonien und Griechenland in den Jahren von 346 bis 338, Munich, 1938.

[33] Repito más o menos lo que escribí con algo más de extensión en Finley (1973 b), pp. 20-23. Debo la noción de «espontaneidad» de tales debates a O. Reverdin, «Remarques sur la vie politique d’Athènes au ve siècle», en Museum Helveticum, 2 (1945), pp. 201-212.

[34] El estudio básico es el libro voluminoso y sofisticado de Riepl (1913); aunque está casi enteramente dedicado a Roma, es también muy aplicable a Grecia mutatis mutandis; Starr (1974) se ocupa únicamente de los asuntos exteriores.

[35] Por ejemplo, Meiggs-Lewis (1969), n.° 31, decreto regulador de las relaciones con Faselis, líneas 8-11: «El caso será juzgado en Atenas, en el tribunal del polemarco, igual que con los habitantes de Quíos».

[36] El único estudio a gran escala es el de Haussoullier (1883), aún valioso, aunque creo que subestima la extensión de la participación popular en la vida política del demo.

[37] Véase Finley (1973 a), pp. 35-41.

[38] J. R. Fears, en una reseña de Finley (1973 b) en Annals of the Amer. Academy of Political and Social Science, 410 (1973), pp. 197-198, y B. Hindess, reseñando ambos Finley (1973 a) y (1973 b) en The Sociological Review, 23 (1975), pp. 678-697, respectivamente. La idea de Hindess de que el imperio ateniense fue «una unidad política más amplia, un estado», en el que Atenas era sólo uno de los muchos miembros (p. 681), simplemente me confunde a causa de su falta de comprensión de las instituciones griegas antiguas. También me desconcierta el argumento de R. A. Dahl de que Atenas no fue un ejemplo de democracia participativa porque «el demos constaba de todos los que estaban cualificados para gobernar»: «Procedural Democracy», en Philosophy, Politics and Society, 5.ª serie, P. Laslett y J. Fishkin, eds., Oxford, 1974, p. 119.

[39] Véase Taylor (1960), cap. 5. También está claro que los campesinos italianos a menudo vivían en habitaciones más dispersas y aisladas que sus equivalentes atenienses: P. D. A. Garnsey, «Where did Italian peasants live?», en Proceedings of the Cambridge Philological Society, n. s. 25 (1979), pp. 1-25. Es un tema que requiere más investigación, especialmente en lo que se refiere a diferencias regionales, radicadas en la historia prerromana de las diversas áreas: véase brevemente E. Gabba y M. Pasquinucci, Strutture agrarie e allevamento transumante nell l’ltalia romana (III-I sec. a. C.), Pisa, 1979, pp. 21-26.

[40] Taylor (1966) es fundamental; véase también Nicolet (1976), cap. 7; Staveley (1972), II parte.

[41] El veto de los tribunos ofrece un ejemplo claro del modo en que pueden cambiar las instituciones sus funciones y su carácter radicalmente: introducidos primero en el período arcaico como recurso protector para los plebeyos contra el abuso de poder de los magistrados, los tribunos y su prerrogativa de intervención, se transformaron en un arma esencial en la lucha por el poder dentro de la clase dominante, prácticamente sin referencia a los plebeyos y sus derechos.

[42] Naturalmente había muchas guerras «no declaradas»: eran endémicas en muchísimas áreas de Italia y en regiones que habían sido declaradas prematuramente provincias, y allí los comandantes en campaña «hacían la guerra» que creían adecuada, casi siempre en busca de botín; véase J. W. Rich, Declaring War in the Roman Republic..., Bruselas, 1976, con modificaciones formuladas brevemente por Harris (1979), p. 263.

[43] Michels (1967), p. 105. Livio, 7, 15, 12-13, estableció la cuestión breve, pero claramente, en un contexto anacrónico.

[44] Sobre el uso restringido del sorteo en Roma para otros objetivos, véase brevemente Staveley (1972), pp. 230-232.

[45] Véase Taylor (1960), cap. 16, con excesiva cautela; más penetrante el estudio sobre la falta de registro de los ciudadanos nuevos, G. Tibiletti, «The “Comitia” during the decline of the Roman republic», en Studia et documenta historiae et iuris, 25 (1959), pp. 94-127. La censura, hablando en términos estrictos, no estaba clasificada entre las magistraturas, con su singular término de oficio, su falta de imperium y sus condiciones cambiantes; véase brevemente A. E. Astin, «The Censorship of the Roman Republic: Frequency and Regularity», en Historia, 31 (1982), pp. 174-187.

[46] Gauthier (1974); en detalle, E. Szanto, Das griechische Bürgerrecht, Friburgo, 1982; reimpr. en Nueva York, 1979; A. N. Sherwin-White, The Roman Citizenship, Oxford, 19732.

[47] Mommsen (1887-1888), II, 1, pp. 418-424; cf. con todos los detalles, P. Willems, Le sénat de la République romaine, 3 vols. en 2, Lovaina, 1883-18852, vol. 1.

[48] Sobre este punto, normalmente omitido, véase Harris (1979), pp. 5-7, 255.

[49] Mommsen (1887-1888), I, pp. 699-702.

[50] Para un estudio totalmente convencional, que he adoptado deliberadamente, véase A. H. M. Jones, The criminal courts of the Roman Republic and principate, Oxford, 1972, cap. 1, donde se descuida simplemente el nuevo enfoque radical de la jurisdicción criminal romana expuesto por W. Kunkel, Untersuchungen zur Entwicklung des romischen Kriminalverfahrens in vorsullanischer Zeit (Abh. der bayerischen Akad. d. Wiss., Phil.-hist. Klasse, n. F. 56, 1962). Kunkel argumentó que «los casos criminales ordinarios aparentemente nunca se veían ante una asamblea», sino solamente los actos políticos (p. 130).

[51] Taylor (1966), I.

[52] Véanse los detalles en Staveley (1972), caps. 8-10; cf. Nicolet (1976), pp. 333-380.

[53] La cuenta auténtica (incluyendo los plebiscita) es de 193 en las listas de G. Rotondi, Leges publicae populi romani, Milán, 1912 (reimpr. en Hildescheim, 1966), con inclusión de unas cuantas propuestas que probablemente fueron rechazadas y algunos ejemplos completamente dudosos. Un informe detallado, desordenadamente largo y repetitivo, se encontrará en J. Bleicken, Lex Publica, Berlín y Nueva York, 1975, que se basa en una falsa dicotomía entre Rechtsordnung y soziale Ordnung; véase la reseña de C. Meier en Zeitschrift der Savigny-Stiftung für Rechtsgeschichte, Romanistische Abteilung, 95 (1978), pp. 378-390.

[54] Compárense los fragmentos epigráficos de la actuación de la asamblea respecto a la expedición siciliana, Meiggs-Lewis (1969), n.° 78, con el senatus consultum de 214 a. C. presentado por Livio, 24, 11.

[55] Nicolet (1976), p. 391. Encuentro bastante extraño que Nicolet vacile ante la conclusión que se impone, creo yo, ante todos los datos que presenta.

[56] Véase brevemente Harris (1979), pp. 41-43.

[57] Astin (1967), p. 66.

[58] Véase cap. 5 en nn. 30, 31.

[59] El estudio más completo se encontrará en Michels (1967), espec. cap. 3.

[60] Jocelyn (1966-1967), pp. 102-103; cf. Liebeschuetz (1979), pp. 24-28.

[61] Jocelyn (1966-1967), pp. 92-94.

[62] D. E. Hahm, «The Roman nobility and the three major priesthoods, 218-167 B.C.», en Transactions of the Amer. Philological Assn., 94 (1963), pp. 73-85.

[63] Véase D. D. Feaver, «Historical development in the priesthoods of Athens», en Yale Classical Studies, 15 (1957), pp. 123-158.

[64] Fowler (1911), pp. 295-296.

[65] Fowler (1911), p. 305.

[66] En el aspecto militar, la poca frecuencia se ve claramente por los datos recogidos por Pritchett (1971-1979), III, caps. 1-4; cf. H. Popp, Die Einwirkung von Vorzeichen, Opfern und Festen auf die Kriegsführung der Griechen... (Diss. Eflangen, 1957). Una pretensión reciente de que la historia de la expedición siciliana y por tanto el destino del imperio ateniense «se debieran... a las relaciones entre los atenienses y lo irracional» es simplemente estúpida: C. A. Powell, «Religion and the Sicilian Expedition», en Historia, 28 (1979), pp. 15-31.

[67] Véase K. Latte, Heiliges Recht, Tübingen, 1920, pp. 37-39.

[68] Véase Headlam (1933), pp. 4-12.

[69] M. P. Nilsson, Cults, Myths, Oracles and Politics in Ancient Greece, Lund, 1951, p. 134. Este enfoque es el tema central de la obra de Nilsson, Greek Popular Religion, Nueva York, 1940.

[70] Liebeschuetz (1979), pp. 13-15; Jocelyn (1966-1967), pp. 96-97.

[71] Liebeschuetz (1979), p. 16.

[1] Véase Finley (1976 a).

[2] Meier (1980), p. 258. Rechaza aquí mi opinión de que la política es un instrumento sin examinar explícitamente los motivos de mi punto de vista.

[3] Astin (1968), pp. 10-11; cf. Veyne (1976), pp. 419-426.

[4] El punto de vista clásico que estoy poniendo en duda es el de Syme (1939), p. 11: «La vida política de la república romana llevaba el sello y la oscilación, no de los partidos y programas..., sino de la lucha por el poder, la riqueza y la gloria».

[5] Brunt (1971 a), p- 13.

[6] Véase brevemente Finley (1973 b), pp. 62-63, con referencias,

[7] El estudio clásico es Ryffel (1949).

[8] Véase muy recientemente Nippel (1980), pp. 142-153.

[9] Véase Finley (1979), caps. 5-8.

[10] M. Wörrle, Untersuchungen zur Verfassungsgeschichte von Argos im 5. Jahrhundert vor Christus, Diss. Erlangen-Nuremberg, 1964. Los breves capítulos sobre el tema (18 y 19) de Argos and the Argolid, Londres, 1972, de R. A. Tomlinson, son cortos de hechos y largos de fantasía.

[11] De ahí los continuos y fracasados intentos de los estudiosos modernos de hallar un orden en el caos, muy recientemente de J. L. O’Neil, «The constitution of Chios in the fifth century B.C.», en Talanta, 10-11 (1978-1979), pp. 66-73; W. Schuller, «Die Einführung der Demokratie auf Samos im 5. Jahrhundert v. Chr.», en Clio, 63 (1981), pp. 281-288.

[12] Véase la narración de P. Cloché, Thèbes de Béotie, Publ. de la Fac. de Philosophie et Lettres de Namur, 13, n. d.

[13] M. Amit, Great and Small Poleis, Bruselas, 1973, p. 9.

[14] Sylloge inscriptionum graecarum, 3.ª ed., 591, 45, 49.

[15] M. Clavel, «Das griechische Marseille. Entwicklungsstufen und Dynamik einer Handelsmacht», en Hellenische Poleis, E. C. Welskopf, ed., 4 vols., Berlín, 1974, II, pp. 855-969, en pp. 902-907. El intento más razonable de una reconstrucción es obra de E. Lepore, «Struttura della colonizzazione focea in Occidente», en Parola del Passato, 25 (1970), pp. 20-54, en pp. 44-53, pero sigo siendo escéptico.

[16] Así lo ha demostrado Loenen (1953), en un análisis olvidado, que ni siquiera es citado en la bibliografía de 8 páginas y media de Lintott (1982).

[17] Véase brevemente Finley (1976 a), pp. 6-8.

[18] Brunt (1971 a), p. 8.

[19] Véase Egon Weiss, Griechisches Privatrecht, Leipzig, 1923, 1. IV; Kelly (1966), espec. cap. 1; y el análisis clásico de R. von Jhering, «Reich und Arm im altrömischen Civilprozess», en su Scherz und Ernst in der Jurisprudenz, Leipzig, 18858, pp. 175 y ss.

[20] D. Asheri, Distribuzioni di terre nell’antica Grecia, Memorie dell’ Accademia delle Scienze di Torino, Classe di scienze morali..., serie 4, n.° 10, 1966, y «Leggi greche sul problema dei debiti», en Studi classici e orientali, 18 (1969), pp. 5-122.

[21] Por ejemplo, Pöhlmann (1925), I, pp. 322419, II, pp. 437-463; A. Passerini, «Riforme sociali e divisione di beni nella Grecia del IV secolo», en Athenaeum, n. s. 8 (1930), pp. 273-298.

[22] Las referencias respectivas son Demóstenes, 24, 149; Inscriptiones Creticae, III, IV, 8, 21-24; Fouilles de Delphes, III, I, 294; Pseudo-Demóstenes, 17, 15.

[23] El único caso atestiguado con seguridad de emigración forzosa es la colonización de Cirene por Tera: Hdt. 4, 153 y Supplementum Epigraphicum Graecum, IX, 3, tomados juntos. Hasta noventa llegó el número de colonias que pretendían serlo de Mileto: Plinio, Historia Natural, 5, 112; véase F. Bilabel, Die ioniscbe Kolonisation (Philologus, suppl. XIV, I, 1920), cap. 1. Aunque no hace falta creer esta cifra, cualquier reducción realista justificaría aún mi afirmación sobre conflictos continuos.

[24] El intento de Lintott (1982) de ofrecer un relato de la stasis entre 750 y 330 a. C., está viciado porque restringe stasis a violencia abierta (por ejemplo, el conflicto que hizo que Solón entrara en acción fue sólo «lucha civil incipiente», p. 43), porque usa indiscriminadamente las fuentes y porque los datos para tal empresa está claro que son inadecuados.

[25] Sobre la esclavitud por deudas, véase Finley (1981), cap. 9; sobre la persistencia de lo que se puede llamar «casi esclavitud por deudas», véase Finley (1976 b), pp. 112-117.

[26] Por una crisis semejante, véase M. W. Frederiksen, «Caesar, Cicero and the problem of debt», en Journal of Roman Studies, 56 (1966), pp. 128-141.

[27] Sobre la larga historia del conflicto anterior a los Gracos acerca del ager publicus, véase G. Tibiletti, «Il possesso dell’ager publicus e le norme de modo agrorum sino ai Gracchi», en Athenaeum, n. s. 26 (1948), pp. 173-235; 27 (1949), pp. 2-41.

[28] Harris (1979), p. 60. Los datos literarios de la colonización romana están brevemente apuntados en An economic survey of ancient Rome, T. Frank, ed., Baltimore, 1933, I.

[29] Brunt (1971 a) p. 64.

[30] Brunt (1971 a), p. 66. Sobre la votación secreta, véase espec. Nicolet (1979), cap. 1.

[31] Harris (1979), p. 48.

[32] Véase R. Meiggs, The Athenian Empire, Oxford, 1972, cap. 21; Harris (1979), cap. 1.

[33] Véase Brunt (1971 b), cap. 12.

[34] Astin (1968), p. 15.

[35] Véase la reciente obra de J. L. O’Neil, «How democratic was Hellenistic Rhodes?», en Athenaeum, n. s., 59 (1981), pp. 468-473.

[36] Es preciso una advertencia con respecto a algunas publicaciones recientes, basadas principalmente en textos epigráficos helenísticos, que dicen que analizan el gobierno y la política, pero que resultan no ser más que catálogos de títulos oficiales, especulación sobre el mecanismo gubernamental y variados asuntos legislativos que se registraron por casualidad.

[37] Véase B. Shimron, Late Sparta, Arethusa Monographs, 3, 1972; P. Oliva, Sparta and Her Social Problems, Praga, 1971, parte III.

[38] El estudio más completo sigue siendo el de Ferguson (1911), caps. 1-4. No hay que dejarse engañar por el título de Ferguson, «Athens under Tory democracy», de su capítulo sobre la Atenas del siglo II a. C.

[39] La relación cronológica en Lintott (1968), apéndice A, titulado «Acts of violence in Rome», es demasiado excéntrica para que sea útil. Incluye el encarcelamiento de cónsules por tribunos para impedir una leva militar («violencia formalizada en realidad») y algunos asesinatos individuales junto con la conspiración de Catilina, pero no el cruce del Rubicón por César.

[40] Lintott (1968), p. 74.

[41] Taylor (1949), p. 69.

[42] Se ha presentado ahora un caso interesante: el enemigo más encarnizado de Cicerón, Clodio (asesinado en 52 a. C.), dirigió un movimiento genuino y totalmente excepcional de los pobres y desposeídos urbanos: W. Nippel, «Die plebs urbana und die Rolle der Gewalt in der späten römischen Republik», en Vom Elend der Handarbeit, H. Mommsen & W. Schulze, eds., Stuttgart, 1981, pp. 70-92.

[43] Syme (1939), p. 15. Después de 89 a. C. quizá la mayoría de «romanos» de los ejércitos eran italianos que habían adquirido la ciudadanía romana en bloc, a resultas de la guerra social. No veo el modo de valorar la importancia relativa de ese fenómeno en la psicología de los soldados rasos del ejército. Después de todo, durante dos siglos quizá los «aliados» italianos habían sido llamados para servir en los ejércitos romanos (y habían luchado bien) en una proporción que variaba de uno a dos italianos por cada romano: véase Brunt (1971 b) pp. 677-686; V. Ilari, Gli Italici nelle strutture militari romane, Milán, 1974.

[44] Véase E. Gabba, Republican Rome, the army and the allies, trad. al inglés por P. J. Cuff, Oxford, 1976, caps. 1-2.

[1] Por ejemplo, B. Zwiebach, Civility and Disobedience, Cambridge, 1975; Peter Singer, Democracy and Obedience, Oxford, 1973.

[2] Véase la brillante réplica a Platón de George Grote, A History of Greece, VI, Londres, 1862, pp. 51-98, ed. rev. Los estudios más completos y más documentados de los sofistas son M. Untersteiner, The Sophists, trad. al inglés por Kathleen Freeman, Londres, 1957; W. Nestle, Vom Mythos zum Logos, Stuttgart, 19422, cap. 9 (casi 200 págs., no lo bastante críticas, de las fuentes antiguas tardías).

[3] «Ningún tutor aceptaría de un alumno las razones dadas por Platón sobre las importantísimas doctrinas siguientes: que el alma es tripartita; que si el alma es tripartita, la sociedad ideal ha de ser un estado de tres clases; que todo lo que existe, existe con el objeto de realizar una función y sólo una; que tal función es la razón; que una y sólo una de las clases será educada para razonar; que pertenecer a una clase normalmente vendrá determinado por el linaje; que una ciencia empírica no puede ser nunca una ciencia “real”; que hay Ideas; que sólo el conocimiento de las Ideas es una ciencia «real»; que únicamente los que poseen este conocimiento pueden tener un buen juicio político; que las instituciones políticas acabarán degenerando, a menos que existan gobernantes que hayan recibido la clase de educación superior que Platón describe; que la «justicia» consiste en hacer cada uno su propio trabajo; y así sucesivamente. Con todo, si alguna de estas proposiciones es dudosa, las recomendaciones positivas de la «República» están sin demostrar»: Gilbert Ryle en una reseña de Karl Popper, «The Open Society and Its Enemies», en Mind, 56 (1947), pp. 167-170; reimpr. en Plato, Popper and Politics, R. Bambrough, ed., Cambridge y Nueva York, 1967, pp. 85-90.

[4] «Ningún lector serio de las Leyes podría dudar razonablemente de que Platón escribió en esta obra, sin el más ligero rodeo, proposiciones que contradicen los principios que he presentado... como apoyos indispensables de su teoría metanormativa de la justicia... Aunque no discute la teoría primitiva, ni alude a ella en ningún momento, podemos estar seguros de que la ha abandonado»: Vlastos (1977), pp. 35-37.

[5] Para una introducción a la compleja historia de la publicación de las obras de Aristóteles, véase I. Düring, Aristoteles, Heidelberg, 1966, pp. 32-52.

[6] Como rectificación, véase el artículo-reseña de A. W. H. Adkins, «Problems in Greek Popular Morality», en Classical Philology, 73 (1978), pp. 143-158.

[7] MacIntyre (1981), pp. 129-130. Sin embargo, tal discusión pública no condujo a la formulación de una teoría política democrática, fuera de la de Protágoras. Es una falacia pensar que tenía que haber existido; o que su ausencia es seriamente misteriosa (así, N. Loraux, L’invention d’Athènes, París, 1981, pp. 176-185); o que es posible su reconstrucción, como A. H. M. Jones intentó hacer en Athenian Democracy, Oxford, 1957, cap. 3.

[8] Para una sucinta y excelente exposición, véase MacIntyre (1981), cap. 11: «The virtues at Athens».

[9] Vlastos (1977), p. 11.

[10] La exposición clásica de este tipo de falacia con respecto a la lógica y a la metafísica de Aristóteles en G. E. L. Owen, «The Platonism of Aristotle», en Proceedings of the British Academy, 50 (1965), pp. 125-150; reimpreso en Articles on Aristotle, J. Barnes et al., eds., Londres, 1975, I, pp. 14-34.

[11] Toda la parte I de Nippel (1980) se puede usar como demostración de este punto. Quizá valga la pena no hacer esfuerzos para sacar conclusiones de la evidente afinidad con tiranos de los supuestos alumnos de Platón y Aristóteles, muy especialmente Demetrio de Falero, sobre el cual véase ahora Gehrke (1978); y, naturalmente, de la fábula que cuenta que Platón esperaba introducir su estado ideal en Siracusa gracias a la mediación del tirano borracho Dionisio II y del aventurero Dión, sobre el cual véase Finley (1979), capítulo 7.

[12] Para lo que sigue a continuación, véase el buen resumen de Meyer (1961), pp. 251-254.

[13] Véase H. D. Jocelyn, «The Poet Cn. Maevius, P. Cornelius Scipio and Q. Caecilius Metellus», en Antichthon, 3 (1969), pp. 32-47.

[14] F. W. Walbank, Polybius, Berkeley, 1972, p. 155. Este juicio es notable porque Walbank tiene de Polibio un concepto como historiador mejor que el mío. La mejor valoración reciente de la constitución mixta de Polibio se encontrará en Nippel (1980), pp. 142-153.

[15] H. Strasburger, «Der Scipionenkreis», en Hermes, 94 (1966), pp. 60-72, reimpreso en Strasburger (1982), II, pp. 946-958. Para un informe frío del interés romano por la filosofía griega, en términos generales, véase H. D. Jocelyn, «The Ruling Class of the Roman Republic and Greek Philosophers», en Bulletin of the John Rylands Library, 59 (1977), pp. 323-366.

[16] T. Mommsen, The History of Rome, trad. al inglés por W. P. Dickson, Londres, 1908, V, p. 508 (= III, p. 622, en la edición alemana clásica).

[17] Como ejemplo extremo de las tonterías que Cicerón continúa evocando, presento el libro, citado todavía con regularidad, de V. Pöschl, Römischer Staat und griechisches Staatsdenken bei Cicero, Berlín, 1936, que saca la conclusión (p. 173) de que la República «fusionó en una sola cosa el imperio romano, la mayor creación quizá de este mundo, y la filosofía de Platón, la creación espiritual más sublime de la antigüedad».

[18] G. Watson, «The Natural Law and Stoicism», en Problems in Stoicism, A. A. Long, ed., Londres, 1971, pp. 216-236, en p. 235.

[19] En el caso de Catón, hay un motivo bastante bueno para aceptar el resumen de Plutarco (Catón, 23, 1) en el hecho de que era hostil a la filosofía y a los filósofos en general, y a Sócrates en particular: este último intentó «ser un tirano de su patria, echando abajo sus costumbres y desviando a sus ciudadanos hacia opiniones contrarias a las leyes». Por tanto no es probable que Catón haya constituido una excepción; véase Astin (1978), cap. 8, p. 10.

[20] Véase Harris (1979), pp. 50-53.

[21] Véanse las páginas finales del capítulo 3, más arriba.

[22] H. Le Bonniec, «Aspects religieux de la guerre à Rome», en Problèmes de la guerre à Rome, J.-P. Brisson, ed., París y La Haya, 1969, pp. 101-115.

[23] Pritchett (1971-1979), III, pp. 154-163.

[24] Un supuesto paralelo con el «juramento efébico» de Atenas es falso en su esencia. Una vez en su vida, al llegar a la edad militar, el joven prestaba un juramento generalizado de lealtad a la comunidad, no de lealtad a un general concreto. El texto y la traducción del juramento, con un breve comentario, aparecen en C. Pélékidis, Histoire de l’éphébie attique, París, 1962, pp. 110-113.

[25] Se examinan detalladamente las variaciones en Grossmann (1950), capítulo 2.

[26] Merquior (1980), p. 1. Me ocuparé únicamente de la legitimidad en el sentido concreto del derecho de un sistema político dado de gobernar, no de la legitimidad de una dinastía concreta o de un estado en sus relaciones exteriores. Quizá también debería decir que «legitimidad» no es sinónimo de «legalidad», aunque los dos términos están relacionados etimológicamente y puede que coincidan a veces; demasiado a menudo se confunden también: véase el volumen del Simposio, L’idée de légitimité, Annales de philosophie, 7, París, 1967.

[27] Merquior (1980), p. 2, que sigue a R. Polin en el simposio citado en la n. 26. Polin plantea este punto de vista con argumentos (pp. 17-18) y, a mi juicio, en las siguientes escasas páginas pasa a desbaratarlo.

[28] Véase la presentación detallada de P. A. Brunt, «Lex de imperio Vespasiani», en Journal of Roman Studies, 67 (1977), pp. 95-116.

[29] P. Bastid, p. 5 en el volumen del simposio citado en n. 26.

[30] Véase Finley (1975), capítulo 2.

[31] Véase el material demosténico recogido por F. Jost, Das Beispiel und Vorbild der Vorfahren..., Paderborn, 1935 (reimpr. Nueva York, 1979), cap. 5; cf. en términos más generales, L. Pearson, «Historical Allusions in the Attic Orators», en Classical Philology, 36 (1941), pp. 209-229.

[32] Dunn (1980), p. 202.

[33] Se ha comprobado que las teorías modernas son poco convincentes y a menudo débiles —se encontrará suficiente bibliografía en Dunn (1980)—, pero esto demuestra la complejidad del tema, no su falta de importancia. Lo mismo se puede decir de la legitimidad, pero la única explicación de la conclusión falsa de Bleicken, en una nota a pie de página de tres páginas (que empieza en la p. 92), de que «las doctrinas modernas del estado y la constitución ahora generalmente renuncian al uso del concepto de legitimidad» es que para él «moderno» es exclusivamente alemán, y, con miras más estrechas, un análisis político alemán con postura antiweberiana: J. Bleicken, Staatliche Ordnung und Freiheit in der römischen Republik, Frankfurter Althistorische Studien, 6, 1972.

[34] No creo que la elección por parte de Tucídides de la palabra menos usual deos para «temor», en vez de la más corriente phobos, quiera indicar un matiz atestiguado sólo en poesía, «temor reverente», como dice A. W. Gomme en su comentario, que no encuentra «ninguna dificultad» entonces en traducir deos simplemente como «respeto». El desconcierto de muchos comentadores modernos se disiparía si aceptaran el punto de vista, nada imposible, de que las palabras son de Tucídides, no de Pericles.

[35] Es importante reconocer la distinción entre lealtad, «un hecho social», y obligación, «una categoría ideológica»: Dunn (1980), p. 157.

[36] Al decir esto no olvido el árido «diálogo» entre Sócrates e Hipias en las Memorables de Jenofonte (4, 4, 12-25), al que prestan fe de modo incomprensible los estudiosos modernos. El nada confiable Jenofonte, cuyas pretensiones filosóficas rebasaron con mucho su capacidad, resolvió la pretensión de que «lo legal» (to nomimon) es también «lo justo» (to dikaion), citando las «leyes no escritas» divinas, que exigen a los hombres honrar a sus padres y abstenerse del comercio sexual con ellos.

[37] El análisis más elaborado, desigual en calidad y lógica, del «interesante mal argumento» es el de A. D. Woozley, Law and Obedience: The Arguments of Plato’s Crito, Londres, 1979. Un breve estudio preliminar apareció algunos años antes: «Sócrates on disobeying the law», en The Philosophy of Socrates, G. Vlastos, ed., Garden City, Nueva York, 1971, pp. 299-318.

[38] Por ejemplo, República, 565E-566A; Política, 1.295a19-23.

[39] El que Demóstenes (24, 75-76) y Esquines (3, 6) negaran que las oligarquías fuesen gobernadas exclusivamente por la ley, revela que la verdad no fue una condición necesaria en la oratoria política.

[40] Las Suplicantes, 399-419 (traducido al inglés por Frank Jones, con modificaciones). La promoción de Teseo, a principios del siglo V a. C., a patrono de la democracia ateniense es notable, pero carece de importancia para nuestra discusión actual.

[41] Aristóteles volvió a este tema a menudo y en diferentes contextos, de modo que una referencia concreta podría llevar a una falsa interpretación. El pasaje sobre los demagogos y sus consecuencias es Política, 1.292a1-36.

[42] Ignoro aquí la limitación de que unos pocos cargos estuvieran prohibidos a la mayoría de atenienses por méritos propiamente dichos.

[43] Cicerón, Discurso Pro Flaco, 7, 16; 8, 18. El pasaje contiene más invectivas que no he citado.

[44] No examino en particular el alcance conceptual peculiar y reducido de la libertas política en Roma, sobre lo cual véase Ch. Wirszubski, Libertas as a Political Idea at Rome..., Cambridge, 1950, especialmente pp. 13-15, muy relacionadas con nuestro contexto.

[45] Para lo que sigue inmediatamente, véase Finley (1976 a).

[46] B. Bosanquet, The Philosophical Theory of the State, Londres, 19234 (publicada por primera vez en 1899), pp. 127-128 de la edición en rústica (1965).

[47] A. D. Momigliano, «Freedom of Speech in Antiquity», en Dictionary of the History of Ideas, 2 (1973), pp. 252-263, en p. 261. Se relaciona con esto la diferencia, ya estudiada, entre el teatro griego y el romano.