Louis Alexandre Forestier

Copyright 2016 por Oscar Luis Rigiroli

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Notas del autor:

1. Ésta es una obra de ficción. Todos los personajes involucrados en actos sexuales en esta novela son mayores de 18 años y obran por su propia voluntad. Todas las relaciones son consensuales y ninguna de ellas está basada en el consumo de sustancias.

2. El libro tiene contenidos que pueden resultar chocantes para algunas sensibilidades.

Índice

Elenco de personajes

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Del autor

Sobre el autor

Obras de Louis Alexandre Forestier

Coordenadas del autor

Elenco de Personajes

Esteban Dubanowski: Joven llegado a Buenos Aires, procedente de la Provincia de Misiones.

Luz Restrepo Hernández: Estudiante colombiana de Medicina.

Valentina Gamboa: Joven afro-colombiana.

Carmen García: peluquera cubana, amiga de Valentina.

Ángel: Marido de Carmen.

Hugo Montoya Ruiz: Primo de Luz.

Matías: Amigo y compañero de trabajo de Esteban.

Lucrecia Ortiz Gómez: Abogada.

Madame Tatiana Novikova: Profesora de yoga de origen ruso. Mentora de Lucrecia.

Lía Gutiérrez: Psiquiatra amiga y compañera de trabajo de Valentina.

Capítulo 1

Se apeó del viejo Fiat que había comprado seis semanas atrás y al cerrar su puerta acarició involuntariamente el cristal de la misma. Un gesto de cariño por el vehículo cuya adquisición había transformado su rutina diaria dejándole libres casi cuatro horas que antes le insumían sus viajes a su trabajo situado en la provincia de Buenos Aires. Junto con el alquiler de un pequeño y antiguo apartamento en el barrio de Constitución eran sus mayores logros desde su llegada de su provincia natal. Cierto que el edificio de cuatro plantas sin ascensor se hallaba en una zona decadente habitada por inmigrantes en su mayoría indocumentados, que ocupaban ilegalmente ruinosas viviendas no reclamadas por sus dueños quizás por complicados problemas legales. La desidia de los ocupantes se revelaba en los montones de basura arrojados en las veredas, los contenedores de residuos saqueados en busca de quien sabe qué objetos y las botellas de cerveza que se apilaban en ciertas esquinas. En los atardeceres los sufridos viejos habitantes del barrio se encerraban en sus casas y las calles eran invadidas por travestis, prostitutas dominicanas y probablemente revendedores de drogas.

Comparado con su vida tranquila en su zona rural natal la comparación de su actual medio ambiente podía ser a primera vista frustrante, pero a él le satisfacía como primera plataforma de lo que había logrado por sus propios medios, separado del clima familiar.

Esteban Dubanowski había nacido en la lejana Provincia de Misiones, una especie de cuña entre las fronteras de Brasil y Paraguay separada de ambos por ríos caudalosos. Allí había nacido veintitrés años antes en una chacra, es decir una granja familiar en una colonia de agricultores de origen mayoritariamente polaco y ruso, dos de las tantas colectividades que poblaban dicha provincia norteña. Al llegar a la mayoría de edad le resultó evidente que debía emigrar ya que el establecimiento no permitía sostener a la familia integrada por sus padres y ocho hermanos. Ya su hermano mayor Gregorio había emigrado a Foz de Iguazú, en Brasil, donde se había casado con una mujer de origen árabe con la cual había constituido una familia que ya incluía tres hijos.

Gregorio lo había instado a mudarse cerca de él pero Esteban había preferido viajar a Rosario, en la Provincia de Santa Fe, para completar sus estudios universitarios. Había residido allí cuatro años hasta obtener su diploma de licenciado en diseño industrial. Luego había decidido dar el gran salto y probar suerte en Buenos Aires, la gran metrópolis del país y destino soñado de muchos jóvenes inquietos de las provincias y países colindantes.

Al llegar a la ciudad había conseguido un trabajo en una fábrica metalúrgica en el tercer cinturón del conurbano bonaerense, distante unos treinta kilómetros de su casa, para llegar al cual debía tomar tres medios de transporte que en total le insumían dos horas de ida y otras tantos de regreso, en horas de gran tráfico y por consiguiente en condiciones de hacinamiento. Pero con la compra del vehículo eso había quedado atrás.

Al llegar a su apartamento se preparó un café, se recostó en la cama, ya que el mobiliario que había podido comprar no incluía por el momento una silla, y prendió el televisor que había comprado de segunda mano. La película que estaban dando mostraba una escena de amor de elevado contenido erótico y Esteban notó que tenía una fugaz erección; para enfriar sus pensamientos decidió tomar una ducha de inmediato, aunque habitualmente lo hacía por las noches, antes de irse a dormir.

Al salir del baño se dio cuenta que los pensamientos seguían siendo los mismos, y que la excitación sexual no iba a calmarse entre las cuatro paredes de su vivienda. Se vistió y salió a caminar un rato. Dado que no tenía nada de comida en la desvencijada nevera resolvió cenar temprano en una especie de café-restaurant de ínfima categoría a tres cuadras, pero antes caminaría un poco y viviría más de cerca la dudosa atmósfera del vecindario.

A poco andar se le acercó un travesti pintarrajeado de mediana edad. Su visión  le produjo un cierto rechazo instintivo e intentó apartarse de su paso sin éxito.

-Hola grandote. ¿No quieres probar algo que no olvidarás en tu vida?- Le dijo el callejero. Notando su erección intentó manotear la bragueta pero Esteban lo apartó con rudeza y prosiguió su camino dejando al prostituto musitando improperios y amenazas. Reconoció en sí mismo un grado de disgusto que intentó controlar para no dar lugar a prejuicios que su mente rechazaba.

Un par de cuadras más allá un veterana prostituta negra de carnes abundantes, posiblemente de origen dominicano, le guiñó un ojo e interceptando su camino le susurró.

-Hola rubio. ¿No quieres probar una negra? Te voy a exprimir en la cama como a un limón. Ven, acaricia mi piel.- Dijo exponiendo su rollizo muslo.

En realidad Esteban había debutado sexualmente cerca de su pueblo con una afro-brasileña bastante mayor que él y la experiencia había sido inolvidable, tanto por ser su primera vez como por el ardor increíble de la mujer, con la cual había tenidos sexo varias veces más en años sucesivos.  Sin embargo sacudió su cabeza como para espantar sus ideas y siguió su camino. Nunca había pagado por sexo y se había propuesto no hacerlo jamás. Esperaría que se presentara otra circunstancia para satisfacer sus deseos.

Finalmente, luego de una media hora de caminata en la que presenció varios acontecimientos, entre los que se contaban una pelea entre dos adolescentes borrachos que terminaron siendo separados por vecinos y la acción de un policía que tenían a dos muchachos sentados en una esquina a la espera de la llegada del patrullero que los llevaría a la comisaría posiblemente bajo la acusación de intento de robo. Ya estaba regresando a las cercanías de su casa cuando visualizó el bar donde había proyectado cenar. Cansado de la jornada de trabajo y la caminata se sentó en una de las mesas cercana a una ventana, lo que le permitía observar el movimiento de la calle, que se iba haciendo más escaso al caer las sombras de la noche.

Una camarera se le acercó con el menú en la mano. Ambos se observaron durante unos instantes en los que intercambiaron mensajes no verbales.

-Te dejo el menú. Ya regreso para atenderte.- Le dijo la muchacha con un evidente acento que a Esteban le sonó caribeño. Al alejarse momentáneamente para ir a la cocina el muchacho la siguió con la mirada. De estatura mediana lo que llamaba la atención vista desde atrás era su trasero abultado y sus piernas bien formadas, todo ello sin embargo disimulado por el uniforme marrón sin duda provisto por el bar.

La muchacha retornó al cabo de un rato y Esteban pudo verla de frente. Los senos eran turgentes y sus brazos morenos hermosos. El joven observó su rostro y sus miradas se cruzaron durante un instante intenso. Los ojos de la muchacha eran oscuros, grandes y bellos. Sus facciones regulares eran bonitas y su sonrisa amplia. Su largos cabellos renegridos caían en cascada sobre sus hombros enmarcando su cara. Esteban respondió con una sonrisa y ordenó su cena.

Al cabo de unos veinte minutos la muchacha trajo el plato ordenado y la bebida. Sus manos estaban colmadas y Esteban la ayudó a depositar las cosas sobre la mesa.  Durante un instante las manos de ambos tomaron contacto. Esteban prolongó ese contacto una fracción de segundo más de lo necesario y la muchacha no retiró su mano ante el mismo.

-¿Cómo te llamas?

-Luz.

-Muy bonito nombre.

Luz le dedicó una hermosa sonrisa.

-¿Y cómo te llamas tú?

-Esteban. Dime. Tienes un acento muy agradable. ¿De dónde eres?

-Colombiana.

-¿De Bogotá, Medellín, Cali?

-Bogotana.

-¿Y qué haces es Buenos Aires?

-Estudio Medicina...lo demás ya lo ves. Y tú ¿Eres de aquí?

-No. Nací en una provincia en el norte.

-¿Y allá son todos rubios y de ojos claros?

-No todos. Yo soy descendiente de polacos. Hay muchos eslavos y otros europeos en Misiones.

En ese momento llamaron a Luz desde la cocina.

-Sí. Ya voy.- Contestó y comenzó a retirarse.

-Espera.- rogó él.

-Ahorita estoy ocupada. Luego paso a retirar los platos.

Esteban hizo una señal a la muchacha indicándole que le trajera la cuenta. Ella sirvió los cafés que llevaba a un matrimonio de edad sentado unas mesas más allá, se dirigió a la caja y retornó con un papel en sus manos.

Esteban pagó en efectivo y cuando ella se retiraba le preguntó.

-¿A qué hora sales de aquí?

-A las diez o un poco más tarde.- Respondió ella en voz muy baja.

-¿Puedo esperarte?- La muchacha respondió encogiéndose de hombros en un mohín que sugería asentimiento.

Eran las diez y media y la mujer aún no salía. Esteban había regresado a su casa, se había cambiado de ropas y estaba de regreso frente al bar; el cansancio acumulado incrementaba su impaciencia . Por fin apareció la chica y él se acercó.

-¿Hace mucho que esperas?

-Una media hora.

-Lo siento, faltó la otra muchacha y tuve que ayudar a limpiar la vajilla.

-No hay problema.

Los dos jóvenes caminaron juntos en silencio por unos instantes, luego y de repente ambos comenzaron a hablar al unísono.

-¿Tienes...?-  Comenzó a decir él.

-¿Y tú que ha...?- Dijo ella.

-Lo siento. Habla tú primera.

-¡Que educado!- Respondió la chica.- Se nota que no eres porteño.

-¿No tienes buena opinión de los nacidos en Buenos Aires?

- Son buena gente, pero sus modales son horribles.

-Bien, adelante con tu pregunta.

-¿Qué haces, trabajas, estudias?

-Ya terminé mis estudios.- Esteban dio una breve descripción de sus estudios y sus presentes actividades laborales.

-Ahora es tu turno de preguntar.- Dijo la muchacha.

-¿Vives sola aquí en Argentina?

-No. Estoy viviendo en casa de una prima lejana, casada con un argentino.

-¿Lejos de aquí?

- En San Telmo, a unas veinte cuadras. Para Buenos Aires eso es muy poco. Pero en un par de semanas me mudo, hemos alquilado una casa vieja en esta zona con una amiga.

-¿Otra chica colombiana?

-Sí. Sólo que ella no es bogotana, sino que viene del Departamento de Cauca. Valentina, mi amiga, es negra y en el Cauca hay muchos afrocolombianos.

-Volviendo a ti, cuéntame. ¿Estás avanzada en tus estudios?

-Más o menos a mitad de carrera. Me faltan un par de años.

La conversación derivó luego a temas de preferencias musicales y artísticas.

Súbitamente Esteban preguntó.

-¿Qué piensas de los argentinos?

-Ya te dije, sus modales...

-Me refiero a si te gustan físicamente.

-Sssi.- Contestó en tono meditativo.- Me agrada la mezcla de razas que tienen en este país. Pero pienso que por ello tienen un complejo de superioridad insoportable con relación a los otros latinoamericanos.

-Viniendo de una provincia alejada yo también lo noto.

-¿Y qué me dices tú, te gustan las porteñas y las argentinas en general?- El gesto de Luz mostraba un interés por la respuesta.

-Las porteñas son muy arrogantes, y no demasiado bonitas.

-¿Te parece? Me sorprendes.

-Me agradan las mujeres...de piel más oscura, de ojos y cabellos negros, más cariñosas y menos despectivas.

-La famosa atracción de los opuestos.- Repuso ella.

-¿Tú también la sientes?

-Bueno, en realidad...

-¡Dame una respuesta directa! No juegues a las escondidas.- Al decir esto Esteban tomó las manos de ella entre las suyas.

Luz lo miró directamente a los ojos.

-Me gusta cierto joven de cabello rubio y ojos verdes que he conocido.

Esteban la empujó hacia sí, se hallaban en un sitio oscuro y se acercaron a un muro de una casa. El joven tomó la cabeza de ella por la nuca y suavemente la empujó hasta que los labios de ambos se pusieron en contacto; para eso tuvo que inclinar su cabeza ya que llevaba unos veinte centímetros de altura a la mujer. Al apretarla contra su cuerpo sintió los pechos de Luz contra el suyo e intentó disimular la súbita erección. El beso fue largo y apasionado, las hormonas de ambos tomaron el control y  las manos del joven comenzaron a recorrer los hombros y el torso de la muchacha, mientras ella mesaba sus cabellos y acariciaba el cuello de él.

Esteban comenzó a bajar con sus manos hacia la cintura y caderas de la mujer, que emitió ligeros gemidos de satisfacción. Finalmente se posaron sobre las nalgas carnosas y comenzaron a acariciarlas. Ella interrumpió el beso y le preguntó.

-¿No vas demasiado rápido?

-Yo pienso que no, pero si quieres que interrumpa lo haré.

-Mentiroso.- Dijo ella en un maullido gatuno. -Tú no podrías parar ni tampoco yo. 

El hombre apretó la  nalga hasta que Luz produjo un débil gemido de queja.

-Mi casa está a solo tres cuadras de aquí. ¿Quieres venir?

Ambos entraron en el apartamento mono-ambiente  luego de recorrer casi corriendo la distancia que los separaba y subir ruidosamente los cuatro pisos por escalera generando algunos gritos de los vecinos por el desorden.

Al cerrar la puerta Esteban apretó a la mujer contra la puerta mientras con sus manos levantaba su ajustada falda y acariciaba sus muslos. Entretanto Luz desabrochó la camisa de él y comenzó a besar su pecho velludo. Finalmente y ante las dificultades para proseguir con sus caricias ambos quitaron sus ropas y se arrojaron sobre la cama de una sola plaza, de la que en sus movimientos quedaban situados permanentemente al borde.

La penetración fue ardiente y prolongada, los dos cuerpos se movían en forma espasmódica y desacompasadamente con el objeto de aumentar la profundidad. El clímax fue alcanzado al unísono con una sensación de liberación.

Ambos yacían exhaustos sobre la cama, cuyas sábanas estaban cubiertas de sudor. Luz exclamó gozosa.

-Es mi primera experiencia desde que llegué a este país. Tardó pero la he gozado a fondo.

-Yo también he tenido un período de abstinencia largo, demasiado largo.

La muchacha observó su reloj pulsera.

-Mi prima debe estar preocupada. Jamás llego tarde a su casa.

-¿Quieres llamarla? Te presto mi celular.

-Gracias, no hace falta. Llamaré desde el mío, tengo su número grabado en la memoria del aparato.

La muchacha se levantó de la cama intentando cubrirse con una sábana como si recién entonces se hubiese percatado de que estaba desnuda. Esteban dio un tirón de la sábana dejando las nalgas de ella al aire, en las que plantó un beso mientras ambos reían gozosos.

El muchacho vio como Luz hablaba con su familiar por el móvil, se levantó a su vez del lecho, se acercó a la mujer y comenzó a besar su vientre. Ella intentaba apartar su cabeza pero luego debió rendirse ante la persistencia y comenzó a acariciarle la nuca. Cuando la boca de Esteban se acercaba a su Monte de Venus el tono de voz de la muchacha se hizo involuntariamente más melifluo, por lo que ella se apresuró a cortar la llamada.

-¡Basta! Mi prima se dio cuenta de que estaba con un hombre.

-¿Y qué te dijo? ¿Te regañó?

Luz prorrumpió en una risita nerviosa.

-¡Al contrario! Me felicitó.

Esteban la levantó en vilo y la condujo nuevamente a la cama.

-¿Dónde es que habíamos dejado?

Capítulo 2

Ese viernes a la tarde Esteban regresó a su apartamento exhausto. Había trabajado desde las seis de la mañana en un inventario de su empresa y había debido treparse por las estanterías cargadas de mercadería. Como era el más joven y ágil del grupo de trabajo había llevado la mayor parte del esfuerzo.

Se había zambullido en la cama totalmente vestido y quedó inmediatamente en un estado de duermevela. Transcurridos lo que le parecieron unos segundos un sonido agudo y repetido lo sobresaltó. Aun con los ojos entrecerrados manoteó el celular que a falta de una mesa de luz se hallaba en el piso y tomó la llamada. Recién al ver la hora en la pantalla del aparato se percató que había dormido casi una hora.

-¡Hola! Sí, Luz. No, estaba recostado porque tuve mucho trabajo. Voy a ducharme, comer algo y dormir... ¿Te estás mudando mañana?...Sí, cuenta conmigo y con mi auto... ¿A qué hora me necesitas?...Bien allí estaré, a las ocho. ¿Tienes mucho para mudar?

Esteban estacionó frente a la casa de la prima de Luz. Había estado varias veces frente a la puerta cuando llevaba a la muchacha luego de sus encuentros pero nunca había entrado. Ahora debió hacerlo para buscar las maletas y demás bultos y entonces conoció a  Teresa, la prima y a su marido Tomás, un porteño típico de los barrios bajos. Entre todos llenaron el pequeño Fiat con las pertenencias de Luz, quien se despidió de su prima en una escena excesivamente lacrimógena para el gusto de Esteban.

-Vas a vivir a unas pocas cuadras y la podrás ver cuando quieras.-Expresó en tono de crítica el muchacho luego de arrancar el auto.-No te mudas a otra ciudad.

-Es que he vivido con Teresa desde que vine al país. En realidad ella me trajo y me dio albergue desde el primer día. También me ayudó a conseguir trabajo.

El joven cambió ligeramente el tema.

-¿Viste la cara de alivio del marido cuando te fuiste?- Dijo en tono burlón.

-¡Criticón!- Contestó la mujer dándole un puñetazo en el hombro.- Ángel me adora.

-¿Se habrá hecho algunas ilusiones contigo?

-Eso no lo puedo saber. Pero jamás consiguió nada. ¿O es que estás celoso?

-No, no. Me consta de que no has tenido sexo antes de encontrarme, por la forma en que me exprimes.

-Quejoso como todos los argentinos. Si no puedes con la tarea avísame y me buscaré otro.

El intercambio de sarcasmos e ironías duró hasta que la joven le indicó que habían llegado a su nueva casa, a no más de quince cuadras de distancia. Allí Luz se bajó del vehículo y tocó el timbre de una casa de aspecto externo ruinoso, en realidad como casi todas las de la cuadra. Esteban comenzó a bajar algunos de las valijas y paquetes para entrarlos en la casa cuando vio que la puerta se abría por fin y una mujer joven, delgada y de piel renegrida se asomaba. Su rostro y su figura impactaron al joven que se quedó congelado por unos segundos mirando a la recién aparecida. Luz y ella se besaron y la primera llamó al hombre. Éste reaccionó, depositó unas cajas de la mudanza en el suelo y se acercó a las mujeres.

-Te presento a Valentina, la amiga de quien te hablé. Valentina, él es Esteban.

Tras unos momentos de incertidumbre el joven se acercó a la mujer sin saber si darle la mano o besarla como es la costumbre en Buenos Aires. La muchacha resolvió la duda ofreciendo su mejilla; los labios de Esteban pudieron experimentar la piel tersa y suave de la mujer.

-Bien ¿Te has quedado sin habla? ¡Dile algo!- Lo acicateó Luz.

-Mucho gusto Valentina.- Balbuceó él.

-Pasen.- Contestó la aludida con una voz aterciopelada. –No es seguro quedarse tanto tiempo en la puerta con valijas en la calle.

Entre todos transportaron los efectos personales de Luz al patio. Allí Esteban pudo apreciar el interior de la vivienda. Dos dormitorios, la sala de estar, un baño y la cocina se comunicaban entre sí a través del patio. Una escalera llevaba a una pequeña habitación que se hallaba en la planta alta, a la altura de las terrazas vecinas. El patio estaba despejado y lucía unas macetas con flores. En contraste con la fachada exterior el interior de la pequeña casa lucía prolijo y bien mantenido a pesar de su antigüedad. Esteban transportó las maletas a la que le habían indicado iba a ser el dormitorio de Luz; luego se paró en el patio contemplando como las muchachas llevaban los bultos menores a la pieza y también a la cocina. El muchacho pudo observar a Valentina sin ser percibido. Se trataba de una muchacha de un poco más de veinte años, alta y espigada, a pesar de lo que contaba con un trasero muy bien formado como todas las mujeres de su raza. Su piel muy oscura tenía en la imaginación del hombre reflejos azulados. Llevaba su cabello crespo recogido tras su cabeza. Su rostro oval tenía un corte perfecto y sus ojos semejaban los de una gacela. Esteban quedó arrobado de inmediato. Nuevamente la voz de Luz lo llamó a la realidad.

-Ven a darnos una mano para subir estos paquetes a la habitación de la planta alta.

Al caer la tarde completaron la instalación de los elementos mudados. A pesar de que era sábado a la noche estaban tan cansados que decidieron no salir a bailar o a llevar a cabo otro programa nocturno. Luz y Valentina invitaron a Esteban a cenar, parte con provisiones que tenían en la casa y parte con comida pedida en un negocio con delivery cercano.

La conversación se generalizó en la sobremesa. El centro de atención fue Valentina, que era completamente desconocida para Esteban y de quien Luz tenía un conocimiento reciente y superficial.

-Nací hace veintidós años en un pequeño pueblo del Departamento de Cauca, en la costa del Océano Pacífico de Colombia. La mayoría de los habitantes de mi pueblo son origen africano bastante puro, como yo, y habitan allí desde hace generaciones. Los primeros negros fueron llevados desde Guinea como esclavos y ya estaban allí en 1580, o sea que somos afro-colombianos con todo derecho. No conocí a mi padre y mi madre crió a sus seis hijos trabajando como mucama y lavandera.

Víctima de un brote de emoción debió hacer un alto en su exposición.

-Vine hace cuatro años a Argentina, luego de pasar por Lima junto con una tía mía. Ella decidió volverse a Colombia y yo seguí viaje a Buenos Aires para poder estudiar en la Facultad de Medicina.

-¿Qué estás estudiando?-Inquirió Esteban.

-Licenciatura en Nutrición. Estoy a mitad de carrera.

-¿Y trabajas?

-Sí, en un hospital público y ahorita estoy por entrar como asistente en una residencia geriátrica.

-¿Tienes tiempo para tanto trabajo?- Preguntó Luz.

-Apenas. Voy a tener que decidirme por uno de los dos trabajos para poder seguir estudiando.

-¿Cómo conseguiste alquilar esta casa?

- La dueña es una cubana, también negra. Ella tiene una peluquería de mujeres a cinco cuadras de aquí y tan pronto llegué a Buenos Aires estuve trabajando con ella durante un corto tiempo, de modo que me tomó afecto. Cuando se casó con un argentino se mudó al apartamento de él. No me ha pedido garantías ni avales, sólo que le pague una renta razonable.

Esteban miraba a la mujer con una expresión embobada, lo que le valía algunas miradas desaprobatorias de Luz. Finalmente Valentina se levantó para ir a mirar televisión y Luz le dijo con total franqueza.

-Nosotros estamos muy cansados por la mudanza. ¿No te molesta que Esteban pase la noche aquí conmigo, verdad?

-Para nada. Sólo confío en que no hagan ruidos.

Luz empujó al hombre sobre la cama y se arrojó sobre él levantando su falda.

-No creas que no vi como mirabas a Valentina como un tonto. Voy a borrarte a esa negra de tu mente.

“Más fácil de decir que de hacer.” Pensó secretamente Esteban, pero se cuidó muy bien de trasuntar sus pensamientos en su rostro.